– No fue así, me llamaste por teléfono de Praga la noche siguiente -recordó ella con facilidad-. Pensaba que me llamabas por esa maldita y abominable entrevista, pero estabas de tan mal humor -calló al ver que él levantaba la ceja. Comprendió en ese momento que no lo perdonaría si le recordaba que ella tampoco había sido muy dulce pero él no lo hizo y sonrió.

– ¿Y por qué no habría de estar de mal humor? -preguntó él-, te había llamado sólo porque sentía la necesidad de escuchar tu voz y, ¿qué había conseguido por mi debilidad? Esa voz no perdió tiempo en informarme que había salido a cenar la noche anterior con mi secretario.

– Válgame Dios, los celos…

– Sí -admitió él-. Y como si no fuera suficiente tú, a pesar de que me estaba dando cuenta de que era idiota de mi parte enfurecerme porque tú y Lubor parecían caerse tan bien, tú que no le tienes ningún miedo a mi perro, de hecho aquel día lo llevaste de paseo, parecías ya habértelo apropiado también. Decidí que era hora de regresar.

– Volviste por unos papeles.

– Mentí.

– ¡Oh! -ella quedó boquiabierta y entonces se le ocurrió algo-. ¡Eres un demonio! -lo acusó con tono de adoración-. Me preguntaste si ya me habían regresado el auto del taller, cuando lo tenías encerrado aquí bajo llave.

– Tú dijiste que planeabas ir a Praga. Para mi modo de pensar ya habías visto demasiado a Lubor y en ese momento decidí que alejarte de él era una excelente idea.

– Y por eso me invitaste en ese momento a llevarme en tu auto a Praga.

– Claro, y me enamoré más y más almorzando contigo, cenando juntos, observando tu inocente regocijo mientras admirabas el reloj astronómico al dar la hora. Cuando te besé aquella noche, y acepté que te deseaba, comprendí que, estando la situación tan explosiva, debía sacarte de allí y regresar contigo a Mariánské Lázne.

– Pero no lo hiciste.

– Creí que iba a poder controlarme, pero al día siguiente habíamos estado recorriendo Praga y regresamos a nuestra suite y te miré a los ojos y sentí que me ahogaba. La única manera en que podía protegerte era desapareciendo esa noche.

– Me dijiste que tenías un compromiso.

– ¿Te acuerdas de todo?

– Te amo -volvió a decir ella con sencillez y recibió un beso de recompensa.

– ¡Ay, adorado corazón! -Ven suspiró y la estrechó en sus brazos durante largos, largos minutos de felicidad.

– Si te sirve de consolación -murmuró Fabia, un poco después-, yo estaba verde de celos cuando saliste esa noche.

– ¿De veras? -exclamó él retirando la cabeza para verla.

– Sí, pero no quise admitirlo.

– Claro -asintió Ven, pero añadió para deleite de ella-. Y yo desde luego, no tenía ningún compromiso esa noche.

– ¿En serio?

– De verdad. Quería quedarme contigo, pero por amor a ti, tenía que irme. Y tampoco me atreví a regresar hasta estar seguro de que estabas dormida y de que no iba a caer en tentación -muda, lo observaba con incredulidad-. Luego, anoche, después de un día sublime, salimos a cenar y yo empecé a admitir que me estaba enamorando de ti.

– Pensé que estabas un poco preocupado -murmuró ella feliz.

– Y yo -replicó él acariciando su nariz-, pensaba que estabas un poco fría a ratos.

– Perdón -se disculpó-. Como defensa, sólo puedo alegar que apenas me acababa de dar cuenta de que estaba enamorada de ti. Mi conciencia, sobre ese dolor de cabeza de la entrevista que me encargó Cara, no me dejaba en paz, porque te estaba yo engañando haciéndote pensar que yo era ella.

– ¡Ay mi pequeña y adorable mujercita! -susurró él y por su tono ella sabía que la había perdonado-. No sé ni cómo decirte esto… -hizo una pausa, pero había decidido obviamente, decírtelo todo-. Es un hecho, querida, que yo jamás le prometí una entrevista a tu hermana, ni a ninguna otra persona que representara a la revista Verity.

– ¿Cómo?

– Si lo hubiera hecho puedes estar segura de que hubiera estado ese viernes para cumplir con lo prometido.

– ¡Pero… pero Cara tenía una carta tuya! -Fabia trató de comprender y de aclarar el asunto-. Ella…

– Ella recibió una carta de Milada Pankracova, firmada por ella, pero…

– ¡Tú no se la dictaste!

– Creo que fue lo último que hizo antes de que dejara el trabajo.

– Tú la despediste -recordó Fabia.

– No hacía su trabajo como Dios manda. Sin embargo, cuando escuché que utilizaba un lenguaje despreciable con mi ama de llaves y que era grosera con Ivo, decidí que no era la persona que necesitaba.

– La despediste allí mismo.

– Le di una hora para vaciar su escritorio. Una hora en la que, a sabiendas de que yo nunca concedo entrevistas, le escribió a tu hermana, y le concedió una cita.

– ¡Válgame Dios! -exclamó Fabia-. Eso no estuvo nada bien.

– Y eso es decir poco -Ven sonrió y la miró con adoración-. No sólo habría puesto a tu hermana en un aprieto, ya que no hubiera podido encontrarme si todo hubiera resultado como yo lo tenía planeado…

– ¿Por qué te fuiste a Praga?

– No tenía planeado ir a allá entonces. De acuerdo a mis planes, debía estar concentrado en el último capítulo de mi obra, que es cuando por nada del mundo acepto interrupciones y Milada lo sabía muy bien. Lo que ella no sabía, claro, era que había terminado de escribir unos días antes de lo que esperaba y por eso no estaba aquí cuando tú, en lugar de tu hermana, llegaste.

– ¿Quieres decir que cuando te mostré la carta que Milada le envió a Cara era la primera noticia que tú tenías de la entrevista? -ella no daba crédito a lo que le estaba diciendo.

– Efectivamente -pero antes que ella se sintiera mortificada expresó-. ¿Te he dicho ya lo feliz que estoy con toda mi alma de que hayas venido?

– ¡Oh, Ven! -suspiró-. ¡Así que Lubor no estaba bromeando cuando le sorprendió que tú hubieras concedido una entrevista! Él sabía que era un error.

– Cuando regresé de dejarte en el hotel aquel lunes, le pedí que me trajera toda la correspondencia con Verity. No había ninguna.

– ¿La había destruido Milada Pankracova?

– Así parece.

– ¡Qué odiosa mujer!

– Pero Lubor me dijo que la entrevista estaba anotada en tu diario -recordó Fabia de repente-. ¡Me aseguró que la habían pasado por alto, te lo juro!

– ¿No te dije que es muy buen secretario? -sonrió-. En sus referencias estaba que es una persona de gran lealtad.

– ¡Caramba! -exclamó ella y reflexionó sobre todo lo que había sucedido porque Milada había querido jugarle a Ven una mala pasada-. Y allí estaba yo, en Praga, pensando que no querías discutir lo de la entrevista porque estabas fatigado de haber trabajado durante tanto tiempo sin ningún descanso.

– Puedo recuperarme muy rápido -la informó Ven-. Aunque ya que hablamos de Praga otra vez, tengo que explicarte que, cuando regresamos a nuestra suite después de cenar esa noche, sintiendo que mis emociones estaban en ebullición, tuve que inventar que tenía una cita con alguien…

– Inventar… no…

– Necesitaba estar solo para pensar las cosas, tú me distraías demasiado -murmuró él.

– Qué bueno -comentó ella-. Y yo me acosté a dormir sintiéndome desgraciada y con la conciencia llena de Culpa por mis pecados, tuve la horrible pesadilla dé que tú estabas en peligro. ¡Fue casi dormida que salí corriendo a la sala, para tratar de salvarte!

– ¡Tú querías salvarme! -exclamó con felicidad Ven y tuvo que besarla-. Yo necesitaba ayuda de alguien cuando volví al hotel y descubrí que habías tomado el tren de regreso a Mariánské Lázne.

– Tú… hmm… ¿regresaste por mí?

– Corriendo como conejo. A pesar de que todavía no me había percatado bien del motivo por el cual lo estaba haciendo, decidí regresar y estuve aquí una hora antes de que el tren oficialmente llegara. ¡Y estaba retrasado!

– ¿Sabías que había llegado retrasado? ¿Llamaste a la estación?

– A la estación. Al hotel. A Inglaterra, yo estaba hecho un nudo de tensión, de nervios y de miedo.

– ¿Miedo? -ella abrió más los ojos.

– Miedo de que te fueras de Checoslovaquia sin antes ir a tu hotel -le reveló y luego esbozó una sonrisa amarga-. Por primera vez en mi vida no podía pensar con lógica, porque ¿para qué ibas a tomar un tren a Mariánské Lázne si pensabas irte del país?, para eso tomarías el avión desde Praga. Descubrí que el amor no tiene lógica.

– De modo que no podías razonar -advirtió ella encantada de estar escuchando todo lo que le había revelado-, y…

– Y -continuó él-, me puse más y más nervioso porque no tenía tu dirección en Inglaterra.

– ¿Me hubieras buscado allá?

– Claro -declaró él sin titubeos, haciendo que el corazón de Fabia estallara de alegría-. Gracias a Dios no tuve que hacerlo. Aunque entonces no lo sabía, así que llamé a tu hotel y mientras insistí en que me avisaran, sin que tú supieras, en el momento en que llegaras…

– ¡Les pediste que te llamaran!

– Seguro -señaló-. Y al mismo tiempo les pedí tu dirección en Inglaterra.

– ¡Cielos! -ella empezó a comprender lo angustiado que debía haber estado.

– Pero ellos, incompetentes y tontos, creí, me dieron tu dirección en algún lugar en Gloucestershire, cuando yo quería tu dirección en Londres.

– Estabas a punto de descubrir mi engaño -insertó Fabia.

– Faltaba poco para que me volviera loco -la corrigió Ven-. En mi trabajo lo más natural es confirmar todos los datos de la investigación. En ese momento recordé que Lubor me dijo que había dejado tu tarjeta de presentación en mi escritorio.

– No me digas que todavía la tenía.

– Sí; con el pretexto de tener que regresarle una pluma que había olvidado, Cara Kingsdale, en mi casa, objeto que podía tener algún valor sentimental, llamé a la revista Verity.

– ¿Ellos te dieron la dirección de la casa de Cara?

– No sólo eso, sino que mostrándose ansiosa de complacerme, la mujer con quien hablé sugirió que, en vez de mandar el paquete a nombre de Cara, lo enviara, para estar más seguro de que le llegara, con su nombre de casada.

– Sálvame, Dios -musitó la muchacha.

– Puedes sentirte avergonzada. ¡Pasé un infierno! -la regañó Ven-. Estaba tan alterado, ¡casada!, repetí y para encubrir mi sorpresa le dije: Se ve demasiado joven para ser casada, y la amable mujer contestó: Cara me va a matar por revelarlo, pero cumplirá veintinueve en agosto. Lo sé porque cumplimos el mismo día.

– Te dije que tengo veintidós años.

– Sí, me daba cuenta de que no podías tener veintinueve. Pero como todo estaba explotando a mi alrededor, todavía no salía de mi confusión cuando me llamaron del hotel para decirme que acaba de llegar.

– Tú… -empezó Fabia a decir y luego entendió-. ¡Le ordenaste a Lubor que me llamara para avisarme que habían entregado ya mi auto.

– ¡No estaba de humor para hablar contigo personalmente! ¿Tienes idea, mujer, de lo que sentía mientras esperaba mirando desde la ventana que llegaras en el taxi?

– ¿Ya sabías entonces que estabas enamorado de mí?

– Supe en el momento en que colgué el auricular después de llamar a Inglaterra, que no sólo te amaba con todo mi corazón, sino que de ninguna manera podía aceptar que estuvieras casada con nadie más que conmigo.

– ¡Ay! -exclamó ella apabullada.

– ¿Sí me quieres, verdad? -preguntó Ven con ansiedad.

– Claro que te quiero y mucho.

– Mira como me has dejado… -sonrió él con ternura-. Pero claro, no tuve más que un rato para pensar por qué querías irte, si estabas dispuesta a no cumplir la promesa que le hiciste a tu hermana, ¿qué podía ser?, sospeché que estabas huyendo de mí porque me amabas y porque te había lastimado mucho que te acusara de empalagosa.

– Eres muy inteligente -susurró ella temblando.

– Entonces saca a este hombre inteligente de su desolación y dime… ¿vas a casarte conmigo?

– ¿Estás seguro? -preguntó ella sin dar crédito a sus oídos.

– Jamás he estado más seguro en toda mi vida. Cásate conmigo, Fabia -insistió-. Deja que vaya contigo a Inglaterra, a conocer a tus padres y a concederle a tu hermana la entrevista que te trajo a mí, y…

– ¿Permitirías que Cara te entrevistara?

– No hay nada que no esté dispuesto a hacer por ti -contestó él, y frustrado imploró-. Por amor de Dios, mujer -recordando un comentario que ella había hecho durante el almuerzo en Becov-, dame una respuesta directa a una pregunta directa, ¿vas a casarte conmigo?

– ¡Oh, Ven, amor mío! -sollozó ella-. Sí, claro que sí.

– ¡Por fin! ¡Gracias amada mía! -declaró fervientemente y cuando inclinaba la cabeza para besarla con ternura, declaró-: Nos casaremos pronto, núlacku. ¡No quiero esperar más a tenerte de nuevo apasionada en mis brazos… serás mía.

Jessica Steele