Fabia se estremeció, pero estaba más interesada en ese momento en averiguar qué podía hacer para ayudar en lo que fuera y por lo que fuera, que preocupada porque parecía que su anticipado y emocionante viaje a Checoslovaquia no se llevaría a cabo.

– ¿Por qué? ¿Qué ha sucedido?

– Barney… está enfermo -respondió con angustia; había llorado bastante, pero ya estaba más controlada.

– ¡No! ¡No, cariño! -se lamentó Fabia y abrazó a la joven, luego ambas tomaron asiento-. ¿Qué le pasa? -preguntó rogando a Dios que no fuera algo grave.

– Todavía no lo saben. Me llamaron por teléfono hace como tres cuartos de hora. Ha contraído algún virus y está delirando de fiebre mientras los doctores hacen lo imposible por averiguar qué es lo que tiene.

– ¿Vas a ir con él? -era más una declaración que una pregunta.

– Llamé de inmediato al aeropuerto, ya reservé en el primer vuelo que sale hacia allá. ¿Podrías llevarme? Me siento demasiado nerviosa para manejar -confesó Cara.

– Claro que sí -respondió Fabia sin titubear, y estaba a punto de añadir que se iría en el mismo vuelo cuando notó un cambio en la expresión de su hermana. Conociéndola bien, Fabia se maravillaba de que a pesar de que Barney estaba por lo visto, bastante grave, Cara hacía un gran esfuerzo para sobreponerse a la noticia que había recibido hacía menos de una hora.

Se maravilló todavía más cuando la eficiencia de su hermana salió a flote al declarar:

– Según mis cálculos tendrás tiempo todavía de llegar a Dover después de dejarme en el aeropuerto -y continuando en la misma línea antes de que Fabia la convenciera de que no iría a Checoslovaquia sin ella-. Te tardarás como cuatro horas en cruzar de modo que podrás dormir y descansar antes de… -se calló, pero parecía tratar con desesperación de no pensar en la gravedad de su adorado marido hablando de su trabajo-. Es increíble que tenga que perder la oportunidad de entrevistas a Gajdusek -suspiró temblorosa-. Era la entrevista de una vida.

Fabia había olvidado todo acerca de la cita de su hermana para el viernes a las once, pero sintió lástima por ella.

– Cuánto lo siento -le dijo con ternura, consciente de todo lo que significaba para Cara. Por lo tanto sólo pudo amar y admirar más a su hermana porque al tener que escoger entre la entrevista más importante de su carrera y volar para estar junto al lecho del enfermo había elegido, sin titubear, adonde estaba su esposo. Fabia sintió que las lágrimas la iban a traicionar, comprendió que estaba en peligro de mostrarse abrumada y eso no ayudaría en nada. De modo que, reprimiendo el llanto, trató de ofrecer alguna ayuda más práctica-. Quizás -sugirió tentativamente-, otra persona pueda hacer esa entrevista en tu lugar.

– Tienes razón -Cara se volvió para verla, daba gusto que estuviera sonriendo con valentía. Fabia le sonrió a su vez, pero la sonrisa desapareció cuando un segundo después declaró, con claridad-. Tú.

– ¡Yo! -exclamó Fabia, sabiendo que en una situación como esa, su hermana no bromeaba.

– Eres la más indicada para hacerlo -dijo e ignorando que su hermana la miraba con incredulidad, prosiguió-. He tenido tiempo para pensarlo bien y con cuidado, han sido los tres cuartos de hora más largos de mi vida, entre la llamada y tu llegada y tienes que ser tú. Ya hice la lista de las preguntas que debes hacerle…

– ¡Cara! -protestó, tratando de detenerla antes que fuera demasiado tarde-. ¡No puedo hacerlo! -tuvo que decirle y cuando su hermana, de pronto, la miró con hostilidad expresó-: Estoy segura de que le puedes escribir o llamar por teléfono al señor Gajdusek, si quieres yo puedo hacerlo por ti -se ofreció apresurada, no queriendo contrariarla-. El señor Gajdusek comprenderá, sin duda te dará otra cita si…

– ¡Claro que no! -la interrumpió Cara con hostilidad-. Sudé sangre para conseguir que aceptara verme. Te aseguro que yo no voy a arruinarlo todo diciéndole que no puedo acudir a la única cita que me ha concedido. Además, su secretaria, Milada Pankracova, me mandó decir en su carta que su jefe no tenía deseos de repetir dos veces las cosas, y que esa era la última vez que trataban el asunto. Lo único que tenía que hacer era presentarme en la fecha mencionada, y él cumpliría con su promesa. Sólo que -Cara se detuvo y miró con seriedad a su hermana-, esta vez, no seré yo quien lo vea, sino tú.

– Pero… -Fabia empezaba a sentir desesperación, recordando que cuando su hermana tenía algo en mente era difícil disuadirla-, ¿no puedes llamarle a alguno de tus colegas para que asista a la entrevista? Ellos son profesionales y…

– ¡Has de estar loca! Ya te expliqué todo lo que tuve que hacer para conseguir esta entrevista. Si crees que voy a dejar escapar esta preciosa joya por la que he trabajado toda mi vida, y que otra persona de la revista Verity firme estás completamente…

– ¿No aceptarían, dadas las circunstancias, poner tu nombre…?

– ¡Válgame Dios, cuánto te falta aprender! -le gritó. Pero al mismo tiempo se le llenaron de lágrimas los ojos y Fabia se conmovió. Le costaba trabajo controlar su propio llanto y la periodista le pidió con voz temblorosa-: ¿No podrías hacerme este gran favor? Sólo te estoy pidiendo una hora de tu vida… eso es todo.

– ¡Ay, Cara! -lloró, sintiéndose el ser más malvado de la tierra. ¿Qué significaba una hora en toda una vida, por amor de Dios?

– No te estoy pidiendo que escribas la entrevista. Yo puedo hacerlo cuando tú me entregues tus anotaciones. Lo único que te estoy pidiéndoles que consigas algunos datos relevantes, respuestas que yo pueda redactar -explicó con voz temblorosa-. ¿Harías eso por mí, cariño?

– Claro que sí -¿cómo podía rehusarse?, y desde ese momento hasta que llegó la hora de ir al aeropuerto estuvo escuchando intensamente todas las instrucciones que Cara tenía que darle.

Para cuando estaban en camino, Fabia ya conocía la dirección de Vendelin Gajdusek y se devanaba los sesos pensando en qué otra cosa debería saber.

Llegaron al aeropuerto con bastante tiempo de anticipación, y Fabia le sugirió a su hermana que llamara a sus padres para avisarles de Barney.

– No, no lo creo -declaró Cara-. Además ya se habrán acostado a dormir. Si Barney empeora -prosiguió y se le quebró la voz-, los llamaré. Por lo pronto me harás un gran favor si tú tampoco les avisas. Tratarán de desanimarte para que no vayas a Checoslovaquia a hacer mi trabajo, ya sabes como son.

– ¡No puedo decirles mentiras! -replicó Fabia reacia, aunque en vista de lo qué estaba pasando su hermana, se resignó.

– No tendrás que hacerlo. Ellos saben que ambas manejaremos durante estas vacaciones de trabajo. No esperarán que enviemos tarjetas postales separadas, así que cuando quieras enviarles alguna sería conveniente que añadieras mi nombre. Y hablando de tarjetas -prosiguió mientras Fabia pensaba que añadir su nombre era mentir-, llévate un par de mis tarjetas profesionales -buscó en su bolsa, las sacó de su cartera y se las entregó a su hermana, quién sabía que ella usaba su nombre de soltera en su trabajo; leyó las tarjetas: "Cara Kingsdale, Revista Verity". La periodista siguió dándoles instrucciones-. Guárdalas en caso de que el señor Gajdusek quiera pruebas de que tú representas a Verity. ¡Oh! -exclamó de pronto al ver un sobre con el sello de Checoslovaquia en su bolsa-. Llévate también esto. Es la importante carta donde me avisan de la fecha y de la hora de la entrevista.

– ¿No se ofenderá el señor Gajdusek de que lo entreviste una persona que no es periodista profesional? -preguntó con inocencia y quedó horrorizada no sólo ante la expresión de ira en el rostro de su hermana sino por su respuesta.

– ¡En serio! -explotó con impaciencia-, ¡no le puedes revelar que tú no eres una profesional! -gritó, y murmurando algo que sonaba desagradable agregó-: ¡Tienes que fingir que eres yo… Cara Kingsdale! -insistió.

– ¡Yo no puedo hacer eso! -exclamó Fabia asombrada.

– ¡Por amor de Dios! No es como si ya nos conociera a ambas o si fuera a volvernos a ver -silbó Cara y cuando las personas empezaban a mirarlas, su tono cambió por completo-. ¿Te avergonzaría tanto fingir que eres yo por una hora? -preguntó lamentándose. Y, jugando su última carta-. ¿Me defraudarías… ahora?

Fabia condujo el auto hasta Dover, disgustada consigo misma porque en lugar de cooperar cuando Cara tenía tanto de qué preocuparse, había puesto obstáculos. Trató de animarse cuando subió al transbordador porque habiéndose rendido de inmediato y completamente le había asegurado a su hermana que podía irse al lado de su marido con toda tranquilidad y que habiéndole dado su palabra, jamás la defraudaría si de ella dependiera.

El cruce a Ostend fue rápido y Fabia cuando no rezaba para que se aliviara Barney, trataba de enfrentarse al hecho de que, a pesar de tener aversión innata al engaño y a las mentiras, acababa de aceptar practicar ambos. Tenía que mentir al escribir el nombre de Cara en las tarjetas postales que enviaría a sus padres. ¿Y no era un engaño presentarse en el hogar de Vendelin Gajdusek fingiendo que era su hermana?

Fabia condujo el auto a través de Bélgica y entró a Alemania deseando con toda su alma que llegara el sábado y que pasara la tan mentada entrevista con el famoso escritor.

De pronto se percató de que no le había preguntado a su hermana una cosa fundamental, ¿cuándo debería regresar a Inglaterra?

Debido a todo lo acontecido había disminuido su emoción ante la perspectiva de conocer Checoslovaquia. Sin embargo, tenía la impresión, por la sugerencia de Cara, de que mandar tarjetas postales a casa, quería decir permanecer fuera las dos semanas como habían planeado. ¿Qué era lo que la periodista quería que hiciera? Para Fabia la idea de terminar con la entrevista, sin arruinarla, y regresar de inmediato a Ostend, era muy atractiva. Por otro lado, algo la llamaba y le decía… todavía no.

Comprendió entonces que estaba fatigada y confundida. Miró su reloj, al que le había aumentado una hora por el cambio de horario desde Ostend, y vio que eran más de las seis de la tarde y que, aparte de tomar gasolina y detenerse en Aachen para tomar café, había estado manejando sin parar desde las nueve de la mañana.

Un poco después se detuvo frente a un hotel en esa ciudad que tenía mil años de antigüedad, Bamberg. Al día siguiente atravesaría las fronteras de Alemania y de Checoslovaquia hasta llegar a su destino en Mariánské Lázne. Ya había adelantado bastante.

Fabia despertó en la habitación del hotel en Bamberg y pensó que si Cara estuviera con ella, y como ya no estarían lejos de su destino, hubieran aprovechado la oportunidad de conocer la ciudad. Le habría encantado conocer la plaza de la catedral y ver el castillo de Bamberg. Pero estaba sola, y mientras rezaba porque se aliviara Barney, se puso nerviosa, y sintió que tenía que seguir su camino.

Deteniéndose sólo para llenar el tanque de gasolina de nuevo, cruzó la frontera de Alemania y seis millas después se detuvo en Cheb, cerca de la frontera de Checoslovaquia, donde cambió libras esterlinas por coronas checas, y siguió manejando pensando si su nerviosismo seguiría hasta después del almuerzo del día siguiente. Para entonces tendría ya las respuestas a todas las preguntas que había escrito Cara, y podría relajarse y respirar tranquila. Desafortunadamente, no todo resultó como lo había planeado. Es decir, hasta cierto punto. Llegó al hotel en Mariánské Lázne el jueves en la tarde, donde tomó un bocadillo en su habitación mientras estudiaba la lista de preguntas que le entregó su hermana y trató de memorizarlas bien antes de presentarse ante el señor Vendelin Gajdusek al día siguiente. Luego, sintiéndose tensa, salió del hotel para pasear por Hlavní Trida, la avenida principal. Pero eso no alivió su ansiedad y sintiendo que le era imposible vivir con la conciencia sucia y la culpa, regresó al hotel pensando que no le volviera a suceder tener que suplir a su hermana.

No tenía mucha hambre, pero bajó al comedor del hotel como a las ocho de la noche y fuego regresó a su habitación para pasar una noche inquieta.

Al día siguiente, se asomó a la ventana de la habitación del hotel, en el área forestal Slavkosky, hacia las colinas cubiertas de árboles que rodeaban Mariánské Lázne, y tampoco tuvo apetito. Tomó café y yogur, y después fue a la recepción a pedir informes de cómo llegar a la casa del señor Gajdusek. De allí regresó a su habitación, luego salió con bastante anticipación, dado que la casa quedaba en las afueras de Mariánské Lázne, vestida con su mejor traje sastre, en lana verde de cuello redondo y saco largo y habiendo peinado con cuidado su cabello rubio.

Pero para entonces estaba tan tensa, por el engaño que por amor y lealtad se veía forzada a realizar que no vio los imponentes edificios que dejaba atrás, conduciendo rumbo al valle donde terminaba el pueblo y empezaba una carretera a través de los bosques.