¿Quería decir que estaba de vacaciones por ser domingo o que estaba pasando algunos días en la zona? A Fabia le hubiera gustado preguntarle, pero no se conocían lo suficiente para ningún comentario que fuese más que superficial.
– De todas maneras se lo agradezco mucho -insistió ella y sonrió. Notó que él fijaba la vista en su boca y luego el mecánico se acercó a ellos.
Mientras los dos hombres discutían en un idioma que no entendía, Fabia se quedó escuchando, rezando porque el problema no fuese muy serio. Cuando los dos terminaron de hablar, contempló al alto y encantador hombre.
– Me temo que no tengo buenas noticias -empezó él a decir-. Su auto necesita un nuevo alternador.
– ¡Válgame Dios! -musitó la joven, tratando de aparentar que comprendía, aunque un alternador no significaba nada para ella. Sin embargo, como parecía que no podría llevar su auto a ningún sitio, preguntó-: ¿Podría poner uno el mecánico, lo más pronto posible? -mostró ansiedad y se percató de que él ya había hecho esa pregunta.
– Podría hacerlo si tuviera uno en existencia especial para la marca de su auto -respondió él.
Con un demonio, pensó Fabia, y por un momento no supo qué hacer. De alguna manera tuvo la incómoda sensación de que los alternadores para Volkswagen Polo no abundaban en Checoslovaquia.
– Este… ¿cuánto tiempo necesitaría para conseguir ese accesorio? -dijo ella temiendo lo peor.
– Varios días -respondió el extraño.
– ¿No puedo llevarme hoy el auto? -preguntó ella rápidamente haciendo lo imposible por no mostrar pánico y él negó con la cabeza. ¿Cómo demonios iba a regresar a Mariánské Lázne?
– ¿Adónde está usted hospedada? -preguntó él como si le hubiera leído el pensamiento y supiera que estaba esforzándose por controlar el miedo.
– No en Frantiskovy Lázne -replicó ella-. Vine conduciendo desde Mariánské Lázne.
Descubrió que el hombre, aunque encantador, se reía poco. Sin embargo, la favoreció con un gesto tranquilizador y le dijo:
– Yo voy camino a Mariánské Lázne, así que eso ya no sería un problema -y mientras sentía alivio al saber que ese amable extraño le ofrecía llevarla de regreso a su hotel, él le dio instrucciones al mecánico y luego éste le informó:
– Tratarán de conseguir la pieza lo más pronto posible, pero mientras tanto, tendrá que dejar aquí su auto.
Después Fabia estaba sentada al lado del extraño, y su auto se deslizaba a toda velocidad, por la carretera, y en media hora haciendo algunos comentarios impersonales, Fabia empezó a recuperarse de su última calamidad.
Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo y continuaba pensando en su auto descompuesto, en los mecánicos que podían arreglarlo y en que tenía que dejárselos allí, comprendió que no iba a ser posible recorrer la zona como lo había planeado y que podía olvidarse de ir a conocer Karlovy Vary. Sin embargo, a pesar de que Vendelin Gajdusek estaba muy lejos y que tenía pendiente la entrevista, no poder conocer el otro balneario era su menor preocupación.
– ¿Vino de vacaciones a Checoslovaquia? -preguntó de pronto el extraño, y Fabia sintió simpatía hacia él. Le pareció que se percataba de sus pensamientos y de sus preocupaciones y, aunque no tenía ninguna necesidad de molestarse, había decidido distraerla.
– Sí -respondió ella.
– ¿Está disfrutando del viaje?
– Mucho -respondió, bueno le había gustado mucho Mariánské Lázne, y él parecía un hombre demasiado sofisticado para aburrirlo con sus problemas.
– ¿Vino sola?
– Sí -respondió Fabia y como estaba a punto de confesarle que iba a acompañarla su hermana y luego aburrirlo a morir con el resto de los detalles, añadió-. Completamente sola -y fingió alegría.
– ¿Y a sus padres no les importa que viaje sola?
– ¡Tengo veintidós años! -declaró Fabia, un poco molesta de que él pensara que era una niña.
– Perdón -se disculpó-, se ve usted tan jovencita -y ella lo perdonó al instante por su encanto, y por su tono de voz-. ¿Ya le había preguntado cómo se llama? -dijo él y la chica sonrió, pensando que era obvio que a ese hombre no se le podía olvidar nada.
– No, todavía no. Me llamo Fabia K… -en ese momento saltó un venado frente al auto y le dio el susto de su vida antes de poder terminar. Por suerte, y gracias claro al buen conductor no le pasó nada a ella, ni al venado, ni al Mercedes-. Estuvo cerca -murmuró viendo al animal desaparecer detrás de los arbustos al otro lado de la carretera.
– ¿Eso es lo que llaman subestimación británica? -comentó él con tono burlón a medida que se acercaban a las afueras de Mariánské Lázne y Fabia tuvo que reír.
Él se volvió para mirarla, el sonido de su risa fue agradable a sus oídos. Luego le preguntó el nombre del hotel y en un momento estaban allí y Fabia sintió que uno de los más fascinantes pasajes de su vida excepto por el alternador había terminado, él se bajó del auto para abrirle la puerta y luego se quedó parado en la acera con ella.
– Na shledanou, Fabia.
– Muchas gracias por toda su ayuda -expresó con sinceridad, pero cuando sintió un verdadero deseo de saber cómo se llamaba, comprendió que haría un papel de tonta si se lo preguntaba en el momento de despedirse-. Adiós -dijo, entonces sonriendo entró al hotel.
Era extraño, pero no dejó de pensar en ese hombre el resto del día. Parecía ser una persona bastante sofisticada. De inmediato había encontrado un taller con un mecánico que trabajaba los domingos. ¡Era tan encantador…!
Fabia bajó a cenar diciéndose que era obvio que no estaba alojado en ese hotel de ser así se lo hubiera mencionado, quizá decidiera cenar allí, había posibilidades ya que estaba en Mariánské Lázne de vacaciones. Incluso era probable que estuviera visitando los balnearios.
Fabia se acostó era noche a dormir sin haber visto al hombre que la haba llevado al hotel, pero con una preocupación más seria en mente. A pesar de que no había podido olvidar al extraño, recordó de pronto que no sabía el nombre del taller donde había dejado su auto, ¡ni la dirección! ¡Por Dios cómo podía llamar para averiguar si habían conseguido la pieza!
Durmió poco, tuvo pesadillas donde Barney se iba en su auto y Cara la culpaba de haberlo dejado llevárselo.
Por lo tanto le dio gusto que amaneciera… Luego, mientras un coche afuera hacía ruido, olvidó su sueño y regresó al presente dándose cuenta de que era lunes, ¿qué iba a quedarse todo el día en cama?
Con poco entusiasmo, Fabia salió del lecho obsesionada por sus problemas y por el hecho de que donde quiera que fuera tendría que hacerlo a pie, entró al baño para darse una ducha.
Bajo la regadera se le ocurrió, cruzando los dedos, que quizás no hubiera muchos talleres mecánicos en un perímetro de digamos diez millas en Frantiskovy Lázne. Pero, aunque llegase a encontrar el nombre y la dirección, no tenía sentido tratar de localizarlos ese día ya que habían dicho que les tomaría tiempo conseguir el alternador.
Por lo visto, se dijo con optimismo, tenía todo el día para pasear con tranquilidad por Mariánské Lázne. El problema era que, estaba tan inquieta, que no podía tomar las cosas con calma.
Muy bien, decidió el lado positivo de su personalidad, ya que no iba a poder hacer nada respecto a su principal problema: el auto, ¿qué tal si se ocupaba de su otro gran problema, la entrevista?
– ¿Cómo? -se preguntó cuando bajó a desayunar. A menos que no hubiese entendido bien a la señora uniformada en casa de Vendelin Gajdusek, no esperaban que regresara antes del jueves.
Fabia había empezado a cortar un pedazo de queso cuando de pronto tuvo una idea. ¿Habría malentendido? ¿Estaba equivocada? Regresó de nuevo a la conversación con la mujer uniformada. Había dicho definitivamente, una semana. Pero la verdad era que no hablaba bien inglés. De pronto, Fabia sintió la misma agitación interior de cada vez que la entrevista estaba cerca.
Por un momento pensó en llamar por teléfono a la casa del señor Gajdusek y preguntar por él. La desanimó el hecho de que, si él y su secretaria estaban fuera todavía, corría el riesgo de tener la misma conversación insatisfactoria con la señora que no hablaba inglés. Y si él y su secretaria ya habían regresado, sentía que tenía más posibilidades de lograr la entrevista si se presentaba allí en vez de llamar.
Regresó a su habitación diciéndose que de todas maneras no tenía nada más que hacer en todo el día. Ya había dado largas caminatas alrededor de Mariánské Lázne, de modo que caminar unas tres millas hasta la casa de Vendelin Gajdusek no debería ser difícil, ¿o sí?
Durante la siguiente media hora, Fabia luchó con su conciencia, su sentido común le advertía que no quería hacerlo y que además, sería un esfuerzo inútil.
Cinco minutos después había aplacado sus nervios y concluido dos cosas. Una era que ya que iba a ser inútil su caminata, no iba a vestirse de modo elegante. Dejó a un lado su mejor traje, optó por cubrirse sus largas y torneadas piernas con un pantalón y eligió unos zapatos cómodos, una blusa y un suéter. La otra decisión era que, siendo que tenía cierto porcentaje de posibilidades de encontrarlo y como era cuesta arriba casi todo el camino y no quería llegar allí fatigada y sudando, tomaría un taxi de ida y regresaría a pie.
Faltaba un minuto para las diez cuando la recepcionista la llamó para avisarle que ya la esperaba su taxi. Sintiendo las conocidas mariposas en el estómago, Fabia se puso una chaqueta y salió de su habitación. Mucho antes que estuviera preparada, la dejaron frente a la casa de Vendelin Gajdusek, y aunque tuvo la intención de ordenar al taxista que regresara, ya no lo alcanzó.
Respiró profundamente, contempló la elegante mansión y enderezó sus hombros. Cuando estaba a punto de caminar y subir hasta la puerta principal para presionar el timbre un ruido proveniente de un rincón de la casa llamó su atención. Un segundo después supo que lo que había escuchado era el ladrido de un hermoso dobermann que de pronto se le echó encima.
Hasta ese momento Fabia se percató de cuánto extrañaba a sus perros.
– Hola -le dijo y como agradecimiento el perro le mordió el tobillo. Un error, reconoció ella; la agresión era una advertencia, nada más. Acostumbrada como estaba a los animales, no le dio miedo, pero se quedó inmóvil. Cosa que de haberlo pensado, debió hacer en el instante en que vio al can acercarse, en vez de responder como lo había hecho.
Otro ruido llamó su atención y levantó la vista para ver quién iba a ayudarla. Pero tuvo que volverse a estremecer, y sólo pudo mirar atónita, al alto hombre delgado y de porte aristocrático que caminaba hacia ella.
En silencio, con los ojos bien abiertos, incrédula, lo contempló. ¡Una persona que, por segunda vez en dos días, iba a ayudarla! Y, claro lo reconoció y él a ella también.
El hombre llamó al perro en checo y el animal obedeció de inmediato, la olvidó y fue hacia su amo, pero ya no era el individuo encantador que la ayudó, sino una persona iracunda que le gritaba en perfecto inglés:
– ¿No tiene usted sentido común?
– ¡No! -respondió Fabia. Debió preguntarle su nombre el día anterior, pero en ese momento creía que ya lo sabía. ¡Santo Cielo!, se dijo en su interior, si él era Vendelin Gajdusek, tenía el triste presentimiento de que habían empezado muy mal.
Capítulo 2
La joven sentía que le latía muy fuerte el corazón, al observar que el hombre tenía la correa del perro en una mano y que había sacado a pasear al animal o que iba a hacerlo. El perro estaba sentado junto a su amo y bajo estricto control. Sin embargo Fabia sabía que no tenía excusas por su torpeza.
– Yo… -trató de explicar, pero la interrumpieron.
– ¡Siempre actúa así! -exclamó el hombre de ojos negros, iracundo-. ¿No se percató de que el perro no la conoce, de que no sabía cuáles eran sus intenciones cuando se le echó encima?
– ¡No sucedió así! -ella intentó discutir, pero de inmediato se dio cuenta de que no debía hacerlo. Con trabajo controló su ánimo y le dijo honestamente-: Fue culpa mía, no la de él. El perro me indicaba que me quedara inmóvil, pero…
– Enséñeme su tobillo -la interrumpió el alto checoslovaco.
– No tengo…-debió ahorrarse la saliva ya que, sin importarle sus protestas, le señaló un lugar, en una columna, junto a la puerta donde ella debía poner su pie y se quedó parado esperando con impaciencia.
Ella iba a protestar, pero, como tenía otros asuntos más importantes en qué pensar, obedeció y colocó su pie en el borde, subiéndose un poco el pantalón, le permitió que estudiara su media de color beige que no tenía ni un hilo corrido.
– No hay herida -comentó Fabia mientras el hombre alto se inclinaba más.
– ¡Quítese la media!-le ordenó él.
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