– ¡En serio! -protestó ella, enfadada, pero él la miró en tal forma que accedió-. Está bien, está bien -murmuró rápidamente mientras comprendía que si él era quien pensaba que era, entonces se estaba comportando de forma equivocada si es que esperaba le concediera la entrevista. Sin decir más se quitó la media.

Para su asombro, a pesar de que el dobermann apenas si la había rozado con los dientes, pudo notar pequeñas señales de rasguños en ambos lados de su tobillo.

La mano del hombre era tibia, agradable y tersa sobre su piel mientras la examinaba inclinado, ella movía el pie de un lado a otro. Escuchó que él musitaba algo que pudo haber sido una maldición mientras analizaba la obra del perro, pero cuando terminó, Fabia se puso de inmediato la media y puso el pie junto al otro.

Él ya se había enderezado y entonces ella, ansiosa de cambiar de tema, y a pesar de su torpeza y del endemoniado animal, decidió que sería conveniente explicarle el motivo de su visita. Sin embargo, iba a hacerlo con tacto.

– ¿No sabe usted si la señorita Milada Pankracova ya regresó de…?

– ¡Es amiga de ella! -se apresuró el hombre a concluir sin dejarla terminar.

Por Dios, ¿dónde había quedado el encanto del día anterior? Empezaba a creer que se lo había imaginado.

– No la conozco -respondió calmada y decidió que era el momento de decir la verdad, aunque sabía que estaba diciendo mentiras-. Ella, la señorita Pankracova logró darme una cita para hacerle una entrevista al señor Vendelin Gajdusek el viernes pasado, sólo que…

Una palabra aún más feroz que la que había musitado él antes vibró en el aire. Luego el hombre empezó a hacer preguntas, practicando su inglés.

– ¿Se la concedió, eh? ¿Eso hizo? -comentó con frialdad. Y luego en voz alta-: ¿Entrevista? -preguntó y entrecerrando los ojos, añadió-: ¿Para qué quiere usted entrevistarlo?

– Yo… trabajo para la revista Verity -mintió para aclarar la situación.

– ¡Es usted periodista!

Él estaba enterado de que ella, o más bien Cara, era periodista, pensó disgustada, intuyendo que él era el hombre al que había estado buscando. Siendo que él concedió la entrevista a la revista Verity, ¡debía estar al tanto! pero como si se lo decía lo irritaría más, sólo respondió:

– Sí -mintió cordialmente, pero sintiéndose incómoda al hacerlo a pesar de su tono y añadió de inmediato-, este, usted, de casualidad, ¿conoce al señor Gajdusek?

– Mejor que muchos -le confirmó y a Fabia le dio un brinco el corazón de emoción.

Estaba ahí, de pie, hablando con el famoso Vendelin Gajdusek. De alguna manera controló su entusiasmo y se concentró lo más que pudo en lo que tenía que hacer. Aunque antes que pudiera pedirle de nuevo la entrevista, Vendelin Gajdusek reveló que no había olvidado, ni por un momento, cómo el dobermann le había mordido el tobillo.

– Sería conveniente que entrara a la casa para ponerle antiséptico en esa herida.

– Ah, no tiene importancia -respondió ella, añadiendo sin pensar-. En mi profesión no es nada nuevo recibir uno o dos rasguños de algún can exuberante -Santo Cielo, pensó cuando vio cómo la estaba observando él, se suponía que era periodista-. Mis padres aparte de su pequeña empresa tienen una perrera -explicó rápidamente-. Siempre los ayudo cuando voy a visitarlos -esperando con toda su alma cubrir su error, prosiguió-. Mi padre insiste que me ponga la vacuna antitetánica cada año.

Para su alivio, la explicación había sido, aparentemente, satisfactoria. De todas maneras, Vendelin Gajdusek no la interrogó más, aunque seguía insistiendo en el antiséptico.

– Por aquí -le señaló y movió la cabeza para darle instrucciones al dobermann que no se había movido de su lado. Con el perro más cerca caminaron rodeando la casa hasta el fondo.

Una vez que entraron por la puerta trasera le dio otra orden al animal y mientras salía disparado, sin duda, a su lugar favorito dentro de la casa, el hombre, agresivo y sin encanto, la guió hasta la cocina.

– Mi ama de llaves sabrá dónde está el equipo de primeros auxilios -la informó y luego la condujo por un pasillo y entró por una puerta de madera sólida.

De inmediato reconoció a la mujer fornida, que tornó a mirarlos desde el fregadero, que le había abierto la puerta el viernes anterior. Fabia observó cómo el hombre dejó la correa del perro en la enorme mesa de la cocina, luego le dijo algo a la mujer quien abrió un cajón y sacó de allí una caja de estaño y se la entregó. Él la tomó y luego presentó a su ama de llaves.

– La señora Edita Novakova.

– Mucho gusto -murmuró Fabia, aunque sabía que la mujer no entendía inglés.

Pero el ama de llaves le sonrió con afecto, y luego le dijo algo a su patrón, quizá debía hacer otra cosa fuera de allí y salió de la cocina.

– Siéntese aquí -le ordenó Vendelin Gajdusek tornando hacia Fabia. Luego, cuando parecía que él era quien le iba a aplicar el antiséptico, cosa que ella podía hacer sola, le preguntó de nuevo su nombre.

Esa vez Fabia estaba preparada y no iba a cometer ningún error.

– Cara Kingsdale -respondió y, aunque al parecer él había ignorado el hecho de que el día anterior le había dicho que se llamaba Fabia, de nuevo sintió una sensación desagradable al tener que mentirle.

Para contrarrestar el sentimiento y mientras él colocaba el pie en un taburete y atendía el rasguño, ella abrió su bolsa y sacó de allí el sobre que le había entregado Cara. Como medio de presentación y dado que la cita había sido dada dos meses atrás y el señor Gajdusek pudiera necesitar un recordatorio, sacó la carta del sobre mientras él aplicaba una crema sobre sus heridas con manos suaves y sensuales.

Le puso de nuevo su media, colocó el pie en el taburete y fue a quitarse al fregadero el antiséptico de las manos. Pero le pareció más alto que nunca cuando se paró a su lado, y miró dentro de sus verdes y grandes ojos.

– Muchas gracias, fue muy amable de su parte -murmuró ella cortésmente, pero sintiéndose intimidada o sería su sensación de culpa de nuevo, se puso de pie y le entregó la prueba de que ella era quien decía ser.

– Usted ha de tener una copia en el expediente, claro -señaló con amabilidad-, pero… -calló cuando él abrió la carta y empezó a leerla.

Lo vio fruncir el ceño con enojo mientras leía la página y se preguntó que quizás, a pesar de que hablaba tan bien el inglés, no lo leía con la misma facilidad.

Esas ideas desaparecieron de inmediato cuando la miró con un gesto penetrante.

– ¡Según esta carta, usted debió presentarse aquí el viernes pasado! -la acusó.

– Yo me presenté -replicó ella, pero comprendió que no le estaba haciendo ningún favor a Cara reclamando y ya no emitió el: "pero usted no estaba aquí", que hubiera sido necesario añadir. Era obvio que el imbécil había olvidado la entrevista y también Milada Pankracova o se la hubiera recordado.

Si Fabia había esperado una disculpa, hubiera quedado desilusionada.

– Hmm -fue todo lo que respondió y entregándole la carta la contempló de forma dura y la chica tuvo la sensación de que era ella la que había cometido el error.

Empezando a sentirse bastante fastidiada por el hecho de que él había estado en Praga cuando ella había ido a buscarlo el día y a la hora correcta, se esforzó por disimular sus sentimientos. Pero no era justo, se dijo en silencio. Ella había estado allí el viernes y él no.

Estaba recordando que el día anterior había pensado que Vendelin Gajdusek estaba en Praga, cuando de hecho, de haberlo sabido, había estado sentada junto a él en su auto, camino a Mariánské Lázne. De pronto casi le da un ataque al corazón.

– ¿Creí que usted dijo que se llamaba Fabia?

– Así es -replicó ella, sin saber qué responder-. Así me llaman en mi casa -se disculpó-. Y también mis amigos.

– ¿Debo agradecerle que ayer me considerara uno de sus amigos? -le preguntó él con tono seco, y por un momento ella creyó notar algo del encanto conocido en su rostro.

– Ayer usted fue un muy buen samaritano -ella sonrió, y tomó la oportunidad, ya que parecía más amigable, para preguntar-. ¿Cree usted que sería conveniente que lo entrevistara ahora, señor Gajdusek?

Durante un momento él la contempló desde su superior altura. Luego, mientras ella trataba con desesperación de recordar la cuarta parte de las preguntas que debía hacerle, él respondió:

– No, no sería conveniente -y mientras sus esperanzas se le fueron a los pies, añadió-. Ahora quiero llevar a Azor a pasear.

– ¡Oh! -murmuró Fabia sintiéndose abrumada. Sin embargo tenía bastantes energías como para acompañarlos en el paseo. De nuevo, no tenía la confianza para mencionárselo, porque ya sabía quién era su héroe del día anterior. De modo que, colocándose la bolsa en su hombro, con algo de orgullo que por un instante le hizo perder de vista, pensó lo importante que era atraparlo para una entrevista y se dirigió hacia la puerta. Sin embargo su voz la detuvo antes de llegar.

– ¿Quiere caminar conmigo? -una enorme sonrisa iluminó el rostro de Fabia, incluso sus ojos.

– ¿Podría? -aceptó ansiosa.

Él miró sus labios bien formados, luego sus ojos y mantuvo la mirada antes de parpadear y observar que llevaba zapatos para caminar, Fabia opinó que él los aprobaba, pero de todas maneras le advirtió con algo de severidad:

– No pienso regresarme en cinco minutos.

– ¡Qué bueno! -exclamó ella de inmediato-. Algunos de los perros en mi casa, digo, en casa de mis padres, cuando voy de visita -corrigió de prisa-, tienen que caminar millas.

Vendelin Gajdusek la miró de nuevo, dejándola intrigada, ¿la aprobaba o no?, y deteniéndose sólo a recoger la correa, se dirigió a la cocina.

Como Fabia había sospechado, no le costó trabajo encontrar a Azor. De hecho, parecía que el dobermann tenía un sentido del oído tan agudo que, incluso con la puerta cerrada, podía escuchar el ruido de su correa en la mano de su amo. Porque, tan pronto el hombre abrió la puerta de la cocina, ya estaba parado esperándolo ansiosamente.

Abandonaron la mansión por el mismo camino por donde ella había entrado y no estaban lejos cuando él se detuvo a intercambiar unas palabras con un trabajador que estaba haciendo reparaciones en una construcción anexa.

Fabia decidió continuar caminando para cuidar a Azor quién, aún suelto, brincaba alrededor husmeándolo todo.

– Ese era Ivo, el esposo de mi ama de llaves -le explicó Vendelin Gajdusek alcanzándola y ella apresuró el paso para ir a su lado.

– Ah, el señor Novakova -pronunció Fabia pensando que el nombre le daba risa.

Sospechaba que a Vendelin le pasaba lo mismo y cuando lo miró de reojo, notó que estaba esbozando una sonrisa. ¡Descubrió que no reía del nombre del trabajador sino que se estaba riendo de ella!

– Señor Novak -la corrigió, y añadió-. En la mayoría de los nombres checos, "ova" se añade al final del apellido que el hombre dará a su esposa, al casarse.

– No se me olvidará -comentó Fabia contenta al mirarlo sonreír.

Después de eso el paseo progresó de manera espléndida para ella. Disfrutó caminar, el aire fresco y cada paso que dio por los senderos viejos bordeados de árboles.

Sin embargo, una milla más adelante, las ideas bailaban en su cabeza. No podía dejar de pensar, que era conocida por ir a comprar la leche a la esquina de su casa, en coche, allá ya se hubiera dado por vencida. Quizás era mejor que estuviera ella ahí en lugar de su hermana, pensaba, y luego comprendió que era ridículo. Aparte del hecho de que Cara sabría desarrollar la entrevista como una profesional, jamás hubiera usado zapatos bajos, para empezar. De modo que no hubiera podido caminar cinco millas por terreno a menudo escabroso.

De lo que sí se percató en ese momento fue de que, como supuestamente ella era la periodista, no lo estaba haciendo muy bien. Ya le había resultado difícil convencer a su acompañante, durante la caminata, de que le concediera la entrevista y, por lo visto, podía seguir teniendo dificultades en ese aspecto. ¿Entonces por qué, por amor de Dios, estaba dejando escapar esa oportunidad mandada del cielo sin preguntar algunas cuestiones pertinentes?

– ¿Saca usted a pasear a Azor todos los días, señor Gajdusek?-preguntó con inocencia.

– Es obvio que a usted le fascina caminar -replicó él y la contempló, notando sus mejillas sonrosadas en su cutis de porcelana. Un segundo después sus miradas se encontraron y Fabia sintió confusión olvidando que él no le había respondido.

– Yo crecí en el campo -murmuró ella, sin saber por qué le estaba diciendo eso ya que no tenía que ver con el tema. Cara también había crecido en el campo y no caminaría ni diez pasos cuando podía evitarlo.

– ¿En qué parte de Inglaterra? -preguntó él.