– Gloucestershire -no dudó al decírselo y comprendió entonces que había olvidado su meta, la entrevista.

– Dígame señor Gajdusek -empezó a decir Fabia cuando salían del bosque a un claro asoleado-, ¿suele…?

– Es un día demasiado encantador para que usted insista en llamarme señor Gajdusek -la interrumpió con facilidad.

Ella contuvo el aliento y lo miró asombrada, y su corazón se estremeció, emocionado, al notar que sus ojos negros, muy negros y alegres, volvían a mirarla.

– ¿Me está sugiriendo que lo llame Vendelin? -se atrevió ella a preguntar con incredulidad.

– Mis amigos me llaman Ven -le advirtió él y añadió con solemnidad-, Fabia -ella notó su atractiva sonrisa y la respondió.

Entonces sintió que su mundo se enderezaba y que volvía a ser feliz. El hombre que había buscado tanto acababa de pedirle que lo llamara Ven, incluso, aunque en broma, había sugerido que fueran amigos. Parecía que acababan de desaparecer todas sus preocupaciones y sus dudas.

Pronto se percató de que su euforia no podía durar. Para empezar, estaba allí para hacer el trabajo de su hermana y además todavía estaba preocupada por Barney. ¡Y su coche!, ¿cómo había podido olvidar lo de su auto?

Interrumpió la corriente de sus pensamientos al descubrir que Vendelin todavía la estaba observando, como si hubiera disfrutado del sonido de su risa. Ella miró en otra dirección, sintiéndose de pronto insegura, como si todo estuviese fuera de su control.

En ese momento comprendió que Vendelin Gajdusek era de tomarse en cuenta y que ella se había impuesto severas obligaciones. Unos segundos después decidió que él no tenía nada que ver con sus peculiares pensamientos y emociones. Por amor de Dios, había estado bajo bastante tensión últimamente, de modo que, ¿qué era más natural, habiendo ya conocido al hombre a quien tanto trabajo le costó encontrar y estar paseando en un día tan hermoso y asoleado con él, que relajarse un poco?

– Señor Gajdusek…-decidió hacer otra de las preguntas para la entrevista, aunque cometió el error de mirarlo y calló al ver que levantaba una ceja-. Digo… Ven… -tartamudeó.

– Dime Fabia -la interrumpió-, ¿hay más en casa como tú?

– ¿Perdón? -dijo ella sin comprender qué le estaba preguntando.

– Tienes veintidós, creo que dijiste -le recordó cuando ella hubiera preferido que lo olvidara, deseando con todo su corazón que no la obligara a darle tanta información. Fabia no quería que pensara que por su edad no podía ser una periodista de experiencia. Pero su comentario se refería a otra cosa, por lo visto-. ¿Eres hija única?

– Tengo una hermana mayor -ella estaba contenta de que dejaran el tema de su edad y le respondió con sinceridad, aunque luego añadió-, pero por lo pronto está en Norteamérica -se apresuró a cambiar el tema, pero él le gano.

– Me imagino que tienes que viajar mucho por tu profesión -siguió él preguntando cuando debería ser ella la que preguntara.

– Me gustaría viajar más -respondió diplomáticamente y se apresuró-. ¿Y usted? ¿Viaja mucho?

No respondió porque en ese momento apareció otra pareja a lo lejos y Vendelin ordenó a Azor que se detuviera para ponerle la correa.

– Regresaremos a la casa por este camino -le informó luego a Fabia y la guió en otra dirección.

Habían caminado muchas millas, pensó ella, cuando iniciaron el regreso, y había pasado bastante tiempo en su compañía, de modo que no se sorprendió al percatarse de que no servía para el trabajo que había ido a realizar. Cualquier periodista que valiera, hubiera sacado mucha información del alto checoslovaco, se dijo con tristeza.

Unos segundos después se preguntaba si en verdad hubiera podido sacarle información. Por lo visto Ven Gajdusek estaba más interesado en disfrutar el paseo que en responderle.

Con eso en mente Fabia comprendió, sintiéndose culpable, que él debía pasar encerrado muchas horas en su oficina, y que por lo tanto tenía todo el derecho de disfrutar de sus caminatas sin tener que soportar a una curiosa periodista preguntándole el por qué y el cómo de toda su vida.

Claro que él había aceptado conceder la entrevista, argumentó para sí. Sí, pero no exactamente Cuando estaba descansando. Al diablo, pensó irritada sin llegar a nada con sus argumentos y decidió no volver a hacer ni una pregunta durante la caminata, aunque, una vez que llegaran a la casa, le pediría que cumpliera con su promesa.

Aclarado eso, regresaron a la construcción anexa, cerca de la casa y en ese momento ella recordó su auto y pensó que sería bueno averiguar dónde quedaba el taller antes que se le olvidara.

– Quería pedirle -empezó a decir, incrédula ante el hecho de que esa mañana su auto había sido motivo de tanta preocupación y luego no había vuelto a pensar en él-, que me hiciera favor de darme el nombre del taller donde quedó mi auto… -ya la empezaba a fastidiar su costumbre de interrumpirla cada vez que empezaba una oración.

– ¿Por qué?

– ¿Por qué? -exclamó ella sorprendida-. Pues para llamar por teléfono y preguntar…

– Discúlpeme -volvió él a interrumpirla-. No sabía que usted dominaba mi idioma.

– No, no lo domino -musitó enfadada porque era verdad, y sin comprender de qué estaba hablando…

– ¿Entonces cómo intenta preguntar acerca de su auto? -explicó él.

– ¿No hablan inglés en el taller?

– Temo que no -replicó él y hubiera añadido algo más, pero en ese momento, un auto, Skoda, manejado por un hombre de unos treinta años, llegó hasta la parte trasera de la mansión y se detuvo allí en el área de estacionamiento.

Estaban cerca cuando el hombre de cabello castaño y mediana estatura bajó del coche y Ven Gajdusek se detuvo a intercambiar con él unas palabras en checo. Luego, siendo sus modales en sociedad impecables, Ven cambió a inglés y le presentó a Lubor Ondrus.

– Lubor, la señorita Kingsdale, una visita de Inglaterra -terminó con la presentación.

– Ah, la señorita Cara Kingsdale -Lubor sonrió y le estrechó la mano mientras la miraba con admiración.

– ¿Conoce a la señorita? -preguntó Ven, incisivamente.

– Sólo por la tarjeta de presentación que encontré en mi escritorio -replicó el hombre en perfecto inglés-. Le pregunté a Edita y me dijo que ella la puso allí.

– Vine el viernes pasado -mencionó Fabia soltando la mano de Lubor Ondrus quien parecía disfrutar del contacto. Como el escritorio estaba en la casa, quizás él era su investigador y asistente, pensó ella y Edita colocó allí por error su tarjeta en vez de ponerla en el de Milada Pankracova.

– ¡Qué pena que no estuve aquí! -dijo Ondrus con sinceridad y explicó-. Acabo de regresar anoche, tomé unos días de vacaciones -y mientras Fabia se percataba de que debía ser un mujeriego de marca, le preguntó-. ¿Podría ser que, a pesar de su tarjeta, esté usted de vacaciones en mi país?

– Espero conocer algo de Checoslovaquia durante mi estancia -respondió la joven, pero en ese momento sintió que el silencio de Ven Gajdusek estaba congelado y como lo último que deseaba era enemistarse con él si es que desaprobaba el coqueteo de Lubor Ondrus, declaró-. Ahora necesito regresar a mi hotel.

– ¿Me permitiría llevarla? -Lubor aprovechó la ocasión antes que ella pudiera decir algo. Ven le evitó tener que dar alguna excusa cuando sin mayores ceremonias le entregó la correa del perro a Lubor y le ordenó:

– Tú puedes llevar a Azor, yo tengo que salir y llevaré de paso a la señorita Kingsdale a su hotel.

– Yo puedo ir caminando -musitó Fabia, mirándolos y no queriendo ofender a ninguno y hubiera podido añadir que lo disfrutaría si le dieran la oportunidad de hacerlo.

– ¡Ya caminaste bastante! -la informó Ven Gajdusek, demasiado autoritario en opinión de ella. Sin embargo, cuando le iba a aclarar que ya estaba grandecita para tomar sus propias decisiones y que muchas gracias, recordó que todavía tenía pendiente la entrevista-. Por aquí -señaló él, y sin darle oportunidad de despedirse de Lubor la guió hasta donde tenía estacionado su auto.

Ni por un momento llegó ella a imaginar que la llevarían de nuevo en el Mercedes. Pero mientras estaba sentada al lado de Ven Gajdusek cuando bajaban la colina rumbo a Mariánské Lázne, y ella recobraba su acostumbrado buen humor, no podía decir que le incomodaba la experiencia.

Ya estaban a la entrada del balneario y esperaban que un autobús pasara, cuando a ella se le ocurrió hacer una pregunta bastante natural.

– ¿Es Lubor Ondrus su asistente e investigador? -de inmediato se arrepintió.

– ¡No! -replicó él y concentró su atención en el volante.

– ¡Oh! -murmuró Fabia.

– Es mi secretario -ella sintió alivio y confusión ante esa explicación.

– ¡Oh! -musitó de nuevo y tuvo que preguntar entonces lo que parecía lógico-. ¿Entonces tiene dos secretarios?

– No -repitió él y no dijo más, dejándola en duda.

– ¿Quiere decir qué la señorita Pankracova ya no trabaja con usted? -preguntó asombrada después de repasar su último "NO" sin conseguir esclarecerlo.

– ¡Me dio gusto haberla despedido! -replicó y a Fabia no le gustó para nada el tono en que lo dijo.

– ¿Le pidió que tomara su costal?

– ¿Costal? -repitió sin ubicar la palabra en el contexto.

– La corrió, la despidió -ella trató de explicarle con sinónimos, pero él siguió interesado en la primera palabra.

– Costal -volvió a decir y preguntó-. ¿De dónde se originó ese significado?

– ¡No lo sé! -exclamó exasperada, sintiendo ansiedad al reconocer que ya estaban llegando al hotel y que todavía no tenía cita para la entrevista. Aunque cuando lo miró, notó que había levantado una ceja ante el tono elevado de su voz al responder y comprendió que no conseguiría nada si no se controlaba ante la falta de respuesta a todas sus preguntas. Tragó su ira y suspiró-. Por lo que sé, y puedo estar equivocada, creo que tiene que ver con una vieja costumbre. Cuando despedían a un artesano, empacaba sus herramientas en un costal y dejaba el trabajo -y habiendo aclarado el asunto, a menos que Ven Gajdusek pidiera más, que era posible, tuvo que preguntarle-: ¿El hecho de que Milada Pankracova haya dejado su puesto de secretaria no afectará en nada?

– ¿Afectar? -dijo él, enfureciéndola más porque esa vez, estaba segura, él comprendía el contexto de la palabra. Sin embargo, cuando él estacionó el auto frente al hotel y se volvió para verla, Fabia comprendió que no podía darse el lujo de enfurecerse. Pronto se iría ese último minuto y lo tenía que contar.

– ¿Me concederá, por fin, la entrevista que me ha prometido? -le preguntó sin más preámbulos y pensó por un segundo, viendo que la miraba con severidad, que había hecho mal en recordarle su promesa.

Mantuvo su expresión y Fabia, tratando de adivinar sus pensamientos, empezó a inquietarse. Casi estaba segura de que debía estar pensando que si ella era en verdad una buena periodista podía escribir bastante después del largo rato que pasaron juntos caminando. Era eso, o quizá que ella no había sabido preguntar acertadamente. ¿Cómo hubiera podido? Quizás ese era el problema, había cuidado demasiado los buenos modales. Aunque no creía que hubiera alguien en el mundo que consiguiera que ese hombre respondiera a alguna pregunta.

Vendelin salió del auto para abrirle la puerta a Fabia, quien tenía el horrible presentimiento de que había arruinado su oportunidad; ella salió del auto y se quedó parada en la acera con él.

Fabia levantó la vista y percibió que los ojos negros no revelaban nada, luchaba contra su orgullo que le impedía repetir la pregunta, de pronto sintió que salía el sol porque en el momento en que dio unos pasos alejándose, él murmuró:

– Sería conveniente que mañana cenemos juntos.

– ¿A qué hora? -no era el momento para falsas modestias. Vio que esbozaba una sonrisa como si le hubiera divertido, su pronta reacción.

– Enviaré a Ivo por ti como a las siete.

Fabia no quería dar la impresión de que estaba nada más esperando sus órdenes y se dirigió a la entrada del hotel. En ese momento escuchó cómo arrancaba el motor del Mercedes y siguió caminando.

Era extraño, pero la sonrisa que iluminaba su rostro, sinceramente, no se debía sólo al hecho de haber logrado que ese hombre le concediera una entrevista.

Capítulo 3

Habiendo dormido mucho mejor, Fabia despertó el martes y pensó en Ven, en Cara y en Barney y le hubiera gustado llamar por teléfono a sus padres para preguntar si sabían algo de su hermana. Pero dado que Cara debería estar con ella en Checoslovaquia y que le había advertido que le haría un favor si no los llamaba, Fabia se resignó. Después de desayunar fue a comprar una tarjeta postal para mandarla a su casa. Luego, pasando por entre las columnas del Mariánské Lázne, siguió adelante hasta el área cubierta de césped y, con toda tranquilidad, se ubicó en una de las bancas y empezó a escribir a sus padres.