Diez minutos después había llenado todos los espacios posibles de la tarjeta con noticias sobre su viaje y las impresiones del hermoso balneario, de modo que cuando tuvo que firmar apenas cupo su nombre, no hubiera podido añadir el de Cara.

Dejó la banca y volvió a pasear por el pueblo que tanto le fascinaba. Caminó por calles residenciales, y luego observó interesada que entregaron carbón en una casa y lo depositaron afuera, en la calle, y que era de color café. Nunca lo había visto de ese tono, supuso que el dueño lo metería con su pala en el sótano cuando pudiera. Se le quedó el recuerdo junto con la imagen del bosque en el trasfondo mientras continuaban su camino.

Pronto llegó al gimnasio local, luego a la oficina de turismo, después caminó hacia una parte que le era conocida y pronto descubrió que estaba de nuevo en el área de las columnas.

Ya se acercaba la hora del almuerzo, pero paseando por allí, no pudo resistir la curiosidad de subir unos escalones para admirar los hermosos objetos de cristal de Bohemia en un aparador.

Veinte minutos después, salió de la tienda cargando un hermoso jarrón de cristal, bien envuelto, que sabía que les fascinaría a sus padres, al menos a su madre, volvió a descender los escalones y allí se topó con Lubor Ondrus.

– ¡Hola! -él la saludó entusiasmado y contento de verla.

– ¡Hola! -respondió ella descubriendo que era delicioso encontrarse a alguien a quién conocía.

– ¿De compras? -él sonrió y miró su paquete.

– Un regalo para mis padres.

– Debe estar exhausta -indicó él de inmediato, aunque ella no lo estaba. Pero, Lubor no solía perder oportunidad-. Insisto en que me permita invitarla a almorzar -esperó su respuesta sonriendo.

¿Qué debía hacer?, se preguntó Fabia. Él era transparente, pero amable. Un mujeriego, pero agradable. Además era amigable y le simpatizaba.

– Le puedo mostrar un panorama excelente del pueblo -insistió sonriente como si fuera una tragedia, si ella lo rechazaba.

– Este… gracias -ella aceptó y tuvo que sonreír al ver la felicidad en el rostro del hombre.

– Mi auto está cerca -le dijo, tomando el paquete de sus manos y cargándolo hasta donde estaba su coche estacionado.

– ¿Ese lugar a dónde vamos está dentro de Mariánské Lázne? -quería averiguar ya que parecía que no irían a almorzar a pie.

– Claro -respondió mientras le abría caballerosamente la puerta de su Skoda-. Tengo mucha correspondencia que atender esta tarde y debo regresar a trabajar.

Fabia subió al auto y pensó por un momento en el patrón de él. El día anterior se había tomado la mañana para pasear a Azor y a ella. ¿Qué Ven Gajdusek sólo trabajaba en las tardes? ¿O quizá en las tardes y en las noches? ¿O sólo paseaba al perro una que otra mañana?

Comprendió entonces que, a pesar de haber pasado tantas horas en su compañía, todavía no sabía nada de Ven. De hecho sabía tanto de él como antes de conocerlo. ¡Cara jamás le perdonaría si lo llegase a saber!

– Primero vamos a comer -Lubor sonrió al estacionar el auto y luego la condujo dentro de un elegante hotel.

Considerando que la habían invitado a almorzar Fabia ordenó un omelette y ensalada, y pronto descubrió que una vez que Lubor abandonó su actitud oportunista inicial resultaba ser una agradable compañía.

– ¿Permitiría que le dijera Cara? -preguntó, después de pedirle que lo llamara por su primer nombre.

– Claro -respondió ella-, pero… -calló, no se sentía a gusto con ese nombre que no era el de ella.

– ¿Es demasiado atrevido de mi parte? -indicó Lubor y pronto la vio sonreír de nuevo.

– No, no es eso -ella lo tranquilizó y sintiéndose culpable, explicó-: Es que la mayoría usa el nombre que usa mi familia, Fabia.

– Fabia -repitió él y pareció disfrutar al pronunciarlo. Aceptándolo de inmediato-. ¿Entonces viniste a Checoslovaquia de vacaciones y de negocios, verdad?

– Sí -asintió y aunque se sentía que no era correcto preguntarle por su patrón, no veía razón alguna que le impidiera mencionarle la entrevista, ya que él debería estar al tanto de su libro de citas-. Vine específicamente aquí el viernes pasado para entrevistar al señor Gajdusek, pero…

– ¡El señor Gajdusek aceptó dar una entrevista! -exclamó Lubor sorprendido.

– Sí -respondió la joven, un poco sorprendida a su vez por la actitud de Lubor-. ¿No lo sabía usted? -preguntó.

– No existe ninguna anotación y él nunca concede entrevistas -su acompañante la miró con seriedad.

– Ya lo sé. Mi her… -calló habiendo estado a punto de delatar a Cara-. Por eso es tan maravilloso que me haya concedido -declaró ella.

– ¿Estás segura que aceptó?

– ¿No le dejó alguna nota Milada Pankracova? -expresó Fabia empezando a desear, no haber mencionado el tema. Era obvio que la secretaria anterior no había sido muy eficiente, quizá por ello la había despedido Ven.

– No, pero… -calló, pareció pensarlo y luego volvió a su acostumbrada sonrisa-. Me pregunté por qué me hizo revisar ayer el señor Gajdusek lo que Milada había dejado. Creo que ahora lo entiendo.

– ¿Ella… este… había cometido algunos errores?

– Más que ninguna otra, le aseguro. Pero ahora mejor vamos a hablar de ti.

– Pero… mi entrevista para el viernes pasado -insistió-, ¿está anotada en el diario del señor Gajdusek?

– Claro que sí, pero desafortunadamente lo pasamos por alto -respondió con sinceridad y cuando sospechó que debía haberse burlado de ella con su actitud anterior, él preguntó-: ¿Te gustaría tomar una copa de vino?

– Una pequeña, gracias -aceptó sin pánico y decidida a no volver a preguntarle de su trabajo, y menos de su patrón, se entregó de lleno a gozar del almuerzo y de la compañía.

Y los disfrutó, aunque cuando terminaron y salieron de allí descubrieron que había empezado a lloviznar.

– Me temo que el panorama no será tan hermoso como lo había yo prometido -se disculpó Lubor-. Pero de todas maneras iremos a verlo -decidió y tomándola del brazo, la condujo al frente del edificio y se quedaron bajo un techo-. ¿Debimos venir aquí primero? -declaró él desilusionado ya que lo único que veían eran los techos y el bosque cubierto de niebla y lluvia-. ¿Podemos venir mañana otra vez? -sugirió entusiasmado, tomado al mismo tiempo la oportunidad de colocarle el brazo sobre sus hombros.

– No sé todavía que voy a hacer mañana -Fabia no aceptó la invitación. Le simpatizaba, pero sintió que su familiaridad requería tácticas de rechazo.

Si él pensó que ella le estaba mostrando luces de semáforo debió ver la luz verde, porque la apretó más fuerte, la contempló con un brillo amoroso en los ojos y la acercó mientras murmuraba seductoramente:

– Me gustas tanto, Fabia.

En cualquier otra circunstancia, ella se hubiera sentido preocupada, no todos los días estaba en el extranjero con un hombre desconocido quien, después de haberla invitado a almorzar estaba tratando de seducirla. Pero tampoco todos los días, a plena luz del día, se encontraba empapada mientras su enamorado esperaba alguna respuesta. Comprendió que él confiaba que haría algún comentario o algún gesto correspondiéndole, pero lo único que podía hacer, así fuera imperdonable o no, era reírse y exclamar:

– ¡Lubor! ¡Estoy empapada!

De inmediato él se mostró preocupado y en unos segundos corrían hacia el auto. En el fondo, donde la entrada al hotel se juntaba con la carretera, Lubor se detuvo a observar el paisaje a su izquierda, y ella todavía alegre, miró hacia la derecha y su felicidad se desvaneció porque dirigiéndose hacia ellos iba Ven conduciendo su Mercedes. Un Ven Gajdusek que había reconocido no sólo el Skoda sino a sus ocupantes también y ella entendió por la expresión en su rostro iracundo que no le había dado gusto verlos.

"¡Dios santo!", pensó Fabia y trató de ignorar el atroz presentimiento de que no estaba furioso tanto con su secretario como con ella, pero antes que siguiera especulando Lubor, que no había visto pasar a su jefe, se volvió para declarar:

– Te ves aún más hermosa con el rostro lavado por la lluvia.

Un minuto antes ella hubiera emitido una carcajada por lo que consideraba un halago exagerado, pero habiendo visto a Gajdusek, ya no tenía el humor para reír.

– Gracias, Lubor -aceptó en voz baja, recibiendo otra de sus enormes sonrisas antes de que atendiera el fluir de los otros autos.

En unos minutos llegaron a su hotel y cuando Fabia le agradeció el almuerzo y él le entregó su paquete, le dijo:

– Para mí también fue divertido -y no perdió tiempo en preguntar-: ¿Te gustaría cenar y divertirnos juntos esta noche?

– Temo que no puedo -replicó ella sonriendo apenada, ya que estaba segura de que él era bastante inofensivo-. Tengo un compromiso de negocios -admitió disculpándose y se preguntó si Lubor habría adivinado que el compromiso para esa noche era con su jefe. Hizo a un lado esa idea pensando que si hubiera sabido no la hubiera invitado a cenar con él.

Se despidieron y para cuando entró al hotel ya había dejado de pensar en Lubor. Recordó de nuevo la expresión de ira en el rostro de Ven hacia un rato y mientras esperaba la llave de su habitación empezó a preocuparse en serio.

Fabia subió a su dormitorio sin comprender el motivo de aquella ira. Por un momento angustiante se preguntó si, siendo el inglés su segundo idioma, no habría querido decir que la invitaba a almorzar en vez de a cenar. Eso explicaría su furia, cualquiera se hubiera sentido así al verla salir con otro de un hotel a esa hora. Un momento después, borraba esa teoría al recordar que Ven le había avisado al despedirse que mandaría a Ivo a recogerla a las siete de la noche y no a la hora del almuerzo.

¿Entonces a qué venía tanto enfado?, se angustió y luego empezó a dudar si realmente iría a cenar con él o no esa noche. ¿Sería posible que le hubiera avisado a Lubor que tenía un compromiso esa noche, simplemente porque no consideraba la cita con ella?

– Será mejor que cenemos juntos mañana -le había dicho, de manera muy clara, ayer, y no iba a quedar mal, ¿o sí? Ya se sentía bastante mal de modo que no era momento para indagar si había pasado por alto la cita del viernes.

Cuando ya no pudo tolerar más su inquietud en caso de que Ven Gajdusek decidiera no cenar con ella, Fabia se despojó de la ropa mojada y fue a tomar una ducha.

Intranquila, y ya con el cabello seco, se puso una blusa y un pantalón y fue a mandar la tarjeta postal que había escrito para sus padres.

– Dejuki -dijo gracias en checo al recepcionista que le vendió un timbre y le aseguró que alcanzaría abierto el correo ese mismo día.

Pero eso no le tomó más que unos minutos y regresó a su habitación faltando varias horas para poder averiguar si Ven Gajdusek cumpliría con su cita. Sentía la conciencia sucia, ya que no podía argumentar que había sido muy honesta al aceptar su invitación de ir a cenar a su casa haciéndose pasar por una periodista cuando que no lo era, pero Fabia empezó a revisar su guardarropa.

Al diez para las siete de la noche ya estaba lista. Faltando sólo cinco minutos decidió que su larga cabellera dorada necesitaba otra cepillada y saltó del vestidor como si le hubieran disparado cuando un minuto después sonó el teléfono y el recepcionista le avisó que un chofer la estaba esperando.

– Gracias -respondió ella, demasiado emocionada para recordar el término en checo.

Colgó el auricular y tomó un segundo para controlarse. Sentía que le temblaban las entrañas, pero tenía motivos para ello. Para empezar, ya para entonces se había convencido de que él podía olvidarse de mandar a Ivo y sin embargo allí estaba. Recordó, de pronto, que ella no tenía experiencia ni conocía las técnicas de la entrevista profesional, de hecho ni siquiera sabía hacerlo como aficionada, e iba a tener que comportarse como si realizar entrevistas fuera parte de su naturaleza.

No aminoró su angustia, cuando salió de su habitación, recordar la imagen del aristocrático Ven Gajdusek. "Dios mío", pensó con pánico, mejor se concentraba en representar un buen papel ya que él no era ningún tonto.

No supo cómo logró sonreír a Ivo cuando lo encontró esperándola en el vestíbulo. Pero lo hizo e incluso pudo saludarlo en checo:

– Dobryvecer.

Pero estuvo preocupada todo el camino mientras el auto zigzagueaba para salir del pueblo y enfilar hacia la casa de su anfitrión. La había animado el hecho de que, quizá, gracias a sus buenos modales había logrado disimular. Tendría que lograrlo también con el patrón del chofer ya que estaba hecha un manojo de nervios. Ivo se estacionó frente a la casa y ella basó sus esperanzas en el hecho, muy importante, de que debido a que Vendelin Gajdusek nunca había concedido una entrevista a ningún reportero, no se percataría de que ella no era una profesional.