Se echó unas gotitas de perfume en las muñecas y luego otra más al hueco entre ambos pechos.
– Ryan, si quieres que cenemos antes de la actuación, vas a tener que darte prisa. Son casi… -Pierce enmudeció al entrar en la habitación. Se paró a contemplarla. El vestido flotaba por aquí, se ceñía allá, ajustándose seductoramente a sus pechos.
– Estás preciosa -murmuró, sintiendo un cosquilleo por la piel que empezaba a resultarle familiar-: Como si fueras la protagonista de un sueño.
Cuando le hablaba así, el corazón se le derretía y el pulso se le disparaba al mismo tiempo.
– ¿De un sueño? -Ryan avanzó hacia Pierce y entrelazó las manos tras su nuca-. ¿En qué clase de sueño te gustaría verme?, ¿podrías hacer un hechizo para encontrarnos en sueños? -añadió justo antes de darle un beso en una mejilla y luego en otra.
– Hueles a jazmín -Pierce hundió la cara en el cuello de Ryan. Pensó que jamás había deseado nada ni a nadie tanto en toda su vida-. Me vuelve loco.
– Hechizos de mujer -dijo ella, ladeando la cabeza para ofrecer más libertad a la boca-: Para encantar al encantador.
– Pues funciona.
– ¿No fue el hechizo de una mujer lo que terminó perdiendo a Merlín? -Ryan se apretó un poco más.
– ¿Has estado documentándote? -le susurró Pierce al oído-. Ten cuidado: llevo más tiempo que tú en el negocio… y no es aconsejable enredarse con un mago añadió después de posar los labios sobre los de ella.
– Creo que me arriesgaré -Ryan le acarició el pelo de la nuca-. Me gustan los enredos.
Pierce sintió un tremendo poder… y una tremenda debilidad. Siempre le pasaba igual cuando la tenía entre sus brazos. Pierce la apretó contra el pecho y Ryan no opuso resistencia. Tenía muchas cosas que ofrecerle, pensó ella. Muchas emociones que brindarle o reprimir. Nunca estaba segura de la opción por la que Pierce se decantaría en cada momento. Por otra parte, ella tampoco era un libro abierto. Aunque lo amaba, no había llegado a pronunciar las palabras en voz altas Por más que su enamoramiento crecía día a día, no había sido capaz de decírselo.
– ¿Verás la actuación de esta noche con los tramoyistas? -le preguntó Pierce-. Me gusta saber que estás ahí cerca.
– Sí -Ryan echó la cabeza hacia atrás y sonrió. No era frecuente que le pidiese nada-. Uno de estos días acabaré pillándote algún truco. Ni siquiera tu mano va a ser siempre más rápida que el ojo.
– ¿No? -Pierce sonrió. Lo divertía el empeño constante de Ryan por descubrir sus trucos-. En cuanto a la cena… -arrancó al tiempo que le bajaba la cremallera del vestido. Empezaba a preguntarse qué llevaría debajo. Si por él fuera, el vestido estaría en el suelo en un abrir y cerrar de ojos.
– ¿Qué pasa con la cena? -preguntó Ryan haciéndose la inocente, pero con un brillo pícaro en la mirada.
Pierce maldijo al oír que llamaban a la puerta.
– ¿Por qué no conviertes en un sapo al que se haya atrevido a interrumpirnos? -le sugirió Ryan. Luego suspiró y apoyó la cabeza sobre un hombro de Pierce-. No, supongo que sería poco cortés.
– Pues a mí no me parece mal -contestó él y Ryan soltó una risotada.
– Yo contesto. Me remordería la conciencia haberte dado la idea -dijo. Al ver que Pierce se abrochaba el botón superior de la camisa, Ryan enarcó una ceja-. No olvidarás lo que estabas pensando mientras lo echo, ¿no?
– Tengo muy buena memoria -dijo Pierce sonriente. Luego la soltó y la miró caminar hacia la puerta. El vestido no había sido elección de la señorita Swan, decidió, como confirmando lo que Ryan había pensado mientras se vestía.
– Un paquete para usted, señorita Swan.
Ryan aceptó la cajita, envuelta con papel de regalo, y la tarjeta que le entregó el mensajero.
– Gracias.
Después de cerrar la puerta, dejó el paquete sobre una mesa y abrió el sobre de la tarjeta. La nota era breve estaba escrita a máquina:
Ryan:
Conforme con tu informe. A falta de una revisión exhaustiva cuando vuelvas. Reunión dentro de una semana a partir e hoy. Feliz cumpleaños.
Tu padre
Ryan leyó la nota dos veces. Luego miró hacia el paquete. No podía olvidarse de su cumpleaños, pensó mientras pasaba los ojos sobre las letras mecanografiadas una tercera vez. Bennett Swan siempre cumplía. Ryan sintió una punzada de ira, de desaliento, de impotencia. Con todas las emociones que la hija única de los Swan arrasaba desde pequeña.
¿Por qué?, se preguntó. ¿Por qué no había esperado su padre a darle algo en persona? ¿Por qué le había enviado una nota impersonal, que parecía un telegrama, y un detallito que seguro que habría elegido su secretaria? ¿Por qué no le podía haber dicho simplemente que la quería?
– ¿Ryan? -Pierce la llamó desde la puerta del dormitorio. La había visto leer la nota y había visto la expresión de vacío de sus ojos-. ¿Malas noticias?
– No -contestó ella, negando rápidamente con la cabeza. Acto seguido, guardó la nota en el bolso-. No es nada. Vamos a cenar, Pierce: Estoy hambrienta -añadió tendiéndole una mano.
Ryan sonreía, pero el dolor que asomaba a sus ojos era inconfundible. Sin decir nada, Pierce tomó su mano.
Mientras salían de la suite, miró de reojo hacia el paquete, que no había llegado a abrir.
Tal como le había pedido, Ryan siguió la actuación con los tramoyistas. Había bloqueado cualquier pensamiento relacionado con su padre. Aquélla sería su última noche de total libertad y no estaba dispuesta a dejar que nada se la arruinase.
Era su cumpleaños, se recordó. Y lo iba a celebrar en privado. No se lo había dicho a Pierce, al principio por qué no se había acordado del cumpleaños hasta recibir la tarjeta de su padre y, en esos momentos, sería una tontería mencionarlo. Al fin y al cabo, tenía veintisiete años, ya era bastante adulta como para ponerse sentimental por el paso de un año.
– Has estado increíble, como siempre -1e aseguró a Pierce cuando éste salió del escenario, acompañado por una salva de aplausos atronadora-. ¿Cuándo vas a contarme cómo haces el último número?
– La magia, señorita Swan, no tiene explicación.
– Resulta que me he dado cuenta de que Bess está en el vestuario en estos momentos -contestó Ryan- y la pantera…
– Las explicaciones desilusionan -interrumpió Pierce. Luego le agarró una mano y la condujo a su propio camerino-. La mente es paradójica, señorita Swan.
– Ah, eso lo aclara todo -contestó con ironía Ryan, convencida de que Pierce no le explicaría nada.
Éste consiguió mantener cierta expresión de solemnidad mientras se quitaba la camisa.
– La mente quiere creer en lo imposible -continuó mientras se dirigía al baño-. Pero no lo consigue. Ahí está la clave de la fascinación. Si lo imposible no es posible, ¿cómo puede suceder delante de tus ojos y de tu nariz?
– Eso es lo que te estoy preguntando -protestó Ryan por encima del sonido de la ducha. Cuando Pierce salió, con una toalla colgada del hombro, Ryan lo miró con descaro-. Como productora, mi deber es…
– Producir -atajó él mientras se ponía una camisa limpia-. Yo me encargaré de los imposibles.
– Pero me da rabia no saberlo -murmuró con el ceño fruncido, aunque le abrochó los botones de la camisa ella misma.
– ¿Verdad que sí? -se burló Pierce, sonriente.
– Bah, no es más que un truco -dijo ella, encogiéndose de hombros, con la esperanza de irritarlo.
– Sólo eso -contestó Pierce sin perder la sonrisa.
Ryan suspiró. No le quedaba más remedio que aceptar la derrota.
– Supongo que estarías dispuesto a sufrir todo tipo de tortura antes de revelar tus secretos.
– ¿Estás pensando en alguna en especial?
Ryan rió y apretó la boca contra los labios de Pierce.
– Esto sólo es el principio -le prometió en tono amenazador-. Voy a llevarte arriba y te voy a volver loco hasta que hables.
– Interesante Pierce le pasó un brazo alrededor de los hombros y la condujo hacia el pasillo-. Es probable que el tema lleve su tiempo.
– No tengo prisa -respondió con alegría Ryan.
Llegaron a la planta de arriba, pero cuando Pierce fue a meter la llave en la cerradura de la suite, Ryan lo detuvo, sujetándole la mano:
– Es tu última oportunidad antes de que me ponga dura -le advirtió-. Pienso hacerte hablar.
Pierce se limitó a sonreír y abrió la puerta.
– ¡Feliz cumpleaños!
Los ojos de Ryan se agrandaron llenos de asombro. Bess, todavía con el vestido de la actuación, abrió una botella de champán y Link hizo lo que pudo por recoger en una copa el chorro que salió despedido. Ryan los miró incapaz de articular palabra.
– Felicidades -Pierce le dio un beso suave.
– Pero… -Ryan se separó para poder mirarlo- ¿cómo te has enterado?
– Toma -Bess le plantó una copa de champán en la mano y le dio un pellizquito cariñoso-. Bebe, cariño. Sólo se cumplen años una vez al año. Gracias a Dios. El champán lo pongo yo: una botella para ahora y otra para luego -añadió guiñándole un ojo a Pierce.
– Gracias -Ryan miró hacia su copa desconcertada-. No sé qué decir.
– Link también tiene algo para ti -anunció Bess.
El grandullón cambió el peso del cuerpo sobre la otra pierna al ver que todos los ojos se centraban en él.
– He traído una tarta -murmuró después de carraspear-: Tienes que tener una tarta de cumpleaños.
Ryan se acercó y vio una tarta decorada con amarillos y rosas delicados.
– ¡Es preciosa, Link!
– El primer trozo lo tienes que cortar tú -indicó él.
– Sí, sí, enseguida -Ryan se puso de puntillas, agachó la cabeza de Link y le dio un beso en la boca-. Gracias.
El gigantón se puso rojo, sonrió y miró a Bess ruborizado.
– De nada.
– Yo también tengo algo para ti -terció Pierce-. ¿Me darás otro beso? -le preguntó.
– Después del regalo.
– Qué avariciosa -bromeó él mientras le entregaba una cajita de madera.
Era vieja y estaba tallada. Ryan pasó un dedo por encima para sentir los sitios que el paso del tiempo había suavizado.
– Es muy bonita -murmuró. Luego abrió la caja y vio una cadena con un pequeño colgante de plata-. ¡Me encanta! -exclamó emocionada.
– Es egipcio -explicó Pierce mientras le ponía el collar-. Es un símbolo de vida. Y no es una superstición; sólo trae buena suerte -añadió con solemnidad.
Ryan recordó su penique aplanado y se lanzó en brazos de Pierce riendo.
– ¿Es que nunca te olvidas de nada?
– No. Y ahora me debes un beso.
Ryan accedió. Se olvidó incluso de que no estaban solos.
– Oye, que queremos probar la tarta -Bess pasó un brazo alrededor de la cintura de Link y sonrió cuando Ryan puso fin al beso.
– ¿Estará tan rica como parece? -se preguntó ésta en voz alta mientras agarraba un cuchillo para partir la tarta-. No sé el tiempo que hace que no pruebo una sarta de cumpleaños. Toma, el primer trozo para ti, Link.
Éste tomó el platito con la tarta y Ryan se chupó los dedos.
– Está buenísima -dijo mientras partía otro trozo-. No sé cómo te has enterado. Yo misma me había olvidado hasta que… ¡has leído la nota! -exclamó en tono acusador.
Pierce puso cara de no saber nada.
– ¿Qué nota?
Ryan resopló disgustada sin advertir que Bess le había quitado el cuchillo para seguir partiendo la tarta ella.
– Miraste en el bolso y leíste la nota.
– ¿Qué? -Pierce enarcó una ceja-. De verdad, Ryan, ¿crees que podría hacer algo tan indiscreto?
Se quedó pensativa unos segundos antes de responder:
– Sí.
Bess soltó una risilla mientras le entregaba una ración de tarta a Pierce.
– Los magos no necesitan rebajarse a meter mano en los bolsos de los demás para conseguir información.
Link soltó una risotada alegre que sorprendió a Ryan.
– ¿Lo dices por la vez que le quitaste la cartera del bolsillo a aquel hombre de Detroit? -le recordó a Pierce.
– ¿O por los pendientes de la mujer de Flatbush? -añadió Bess.
– ¿En serio hizo eso? -Ryan miró a Pierce, pero éste se limitó a meterse un trozo de tarta en la boca.
– Siempre lo devuelve todo al final del espectáculo -continuó Bess-. Pero suerte que no se decidiera por hacerse delincuente. Si es capaz de abrir los cerrojos de una caja fuerte desde dentro, imagínate de lo que sería capaz estando fuera.
– Fascinante -convino Ryan-. Contad más, contad.
– ¿Te acuerdas de cuando te fugaste de la cárcel ésa de Wichita, Pierce? -prosiguió Bess-. Sí, que te habían encerrado por…
– ¿No te apetece más champán? -interrumpió Pierce al tiempo que inclinaba la botella para llenarle la copa.
– Me habría encantado ver la cara del comisario al descubrir que la celda estaba vacía, con cerrojo y todo -añadió Link sonriente.
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