– Buena idea, pero no sé cuántos de tus chicos estarían dispuestos. Seguro que el coordinador de producción no, en cualquier caso -añadió sonriente.

– ¿No estarás celoso? preguntó entonces Ryan, enarcando una ceja.

Soltó una risotada tan grande que a Ryan le entraron ganas de pegarle un guantazo.

– No seas absurda. No es una amenaza.

– Ésa no es la cuestión -murmuró ella-. Ned es muy bueno en su trabajo y difícilmente puede hacerlo si no eres un poco más razonable.

– Ryan, yo siempre soy razonable -contestó Pierce, con una expresión de asombro convincente-. ¿Qué quieres que haga?

– Quiero que dejes que Ned haga lo que tiene que hacer. Y quiero que dejes que mi gente entre en el estudio.

– Perfecto -convino él-. Pero no mientras estoy ensayando.

– Pierce -dijo Ryan en tono amenazante-, me estás atando las manos. Tienes que hacer ciertas concesiones para la televisión.

– Soy consciente, Ryan, y las haré. Cuando esté preparado -Pierce le dio un beso en la frente y continuó antes de que ella pudiera responder-. No, primero tienes que dejarme trabajar con mi equipo hasta que esté seguro de que todo sale bien.

– ¿Y cuánto va a llevar eso? -preguntó Ryan. Sabía que Pierce le estaba ganando el pulso, como se lo había ganado a todos los que habían intentado doblegarlo.

– Unos días más -Pierce le agarró una mano.

– Está bien -se resignó ella-. Pero a finales de semana el equipo de iluminación tendrá que estar en los ensayos. Es imprescindible.

– De acuerdo -Pierce le estrechó la mano con solemnidad-. ¿Algo más?

– Sí -Ryan se puso firme y lo miró a los ojos-. El primar número dura diez segundos más de lo establecido. Vas a tener que modificarlo para que se ajuste a los bloques de anuncios programados.

– No, tendrás que modificar los bloques de anuncios para que se adapten a mi número -respondió Pierce. Luego le dio un beso ligero y se marchó.

Antes de que pudiera gritarle, Ryan descubrió que tenía una rosa en el ojal de la solapa. Una mezcla de placer y desesperación le impidió reaccionar hasta que ya era demasiado tarde.

– Es especial, ¿verdad?

Ryan se giró y se encontró con Elaine Fisher.

– Muy especial -convino Ryan-. Espero que esté satisfecha con todo, señorita Fisher. ¿Le gusta su vestuario? -añadió, sonriendo a la pequeña rubita.

– Está bien -Elaine esbozó una de sus encantadoras sonrisas-. Aunque el espejo tiene una bombilla fundida.

– Me encargaré de que la cambien.

Elaine miró a Pierce y soltó una risilla.

– La verdad es que no me importaría encontrármelo en mi vestuario -le dijo a Ryan en confianza.

– No creo que pueda arreglarlo, señorita Fisher -respondió con prudencia.

– Cariño, podría arreglarme yo sola si no fuera por cómo te mira -Elaine le guiñó el ojo cordialmente-. Claro que si no estás interesada, podría intentar consolarlo yo.

Era difícil resistirse a la simpatía de la actriz.

– No hará falta -contestó Ryan sonriente-. Los productores tienen que asegurarse de que el artista esté contento, ya sabe.

– Ah, pues entonces podías intentar buscarme un clon para mí -bromeó antes de dejar a Ryan y acercarse a Pierce-. ¿Empezamos?

Viéndolos trabajar juntos, Ryan comprobó que su instinto no le había fallado. Se combinaban a la perfección. La belleza rubia y el encanto ingenuo de Elaine ocultaban un talento agudo y una enorme veta cómica. Era el contrapunto exacto que había buscado para Pierce.

Ryan esperó, conteniendo la respiración mientras encendían las velas. Era la primera vez que veía aquel número por completo. Las llamas flamearon hacia arriba un momento, lanzando una luz casi cegadora, hasta que Pierce extendió las manos y las sofocó. Luego se giró hacia Elaine.

– No quemes el vestido -bromeó ella-. Es de alquiler.

Ryan anotó la ocurrencia para incluirla en el guión del espectáculo y, de pronto, Pierce hizo levitar a Elaine. En cuestión de segundos, la tenía flotando encima de las llamas.

– Va bien -dijo Bess.

Ryan se giró y sonrió a su amiga.

– Sí, con lo puntilloso que es Pierce, es imposible que las cosas no vayan bien. Es infatigable.

– Dímelo a mí -contestó Bess. Permanecieron en silencio unos segundos. Entonces, Bess le dio un pellizquito en el brazo-. No puedo esperar. Tengo que decírtelo -susurró para no desconcentrar a Pierce.

– ¿Decirme qué?.

– Quería contárselo primero a Pierce, pero… -Bess sonrió de oreja a oreja-. Link y yo…

– ¡Enhorabuena! -la interrumpió Ryan y corrió a abrazarla.

Bess se echó a reír.

– No me has dejado terminar.

– Ibas a decirme que vais a casaros.

– Bueno, sí, pero…

– Enhorabuena-dijo Ryan de nuevo-. ¿Cuándo te lo ha pedido?

– La verdad es que ahora mismo, prácticamente -Bess se rascó la cabeza, como si siguiera un poco aturdida por la noticia-. Estaba en el vestuario preparándome cuando ha llamado a la puerta. No se animaba a entrar. Estaba ahí, cambiando el peso del cuerpo de un pie a otro como tratando de decidirse. Y de pronto me ha preguntado si quería casarme. Me ha sorprendido tanto que le he preguntado con quién -añadió tras soltar otra risotada.

– ¡No habrás sido capaz!

– De verdad. Mujer, una no espera que le hagan esa pregunta después de veinte años.

– Pobre Link -murmuró Ryan sonriente-. ¿Y qué ha dicho entonces?

– Se ha quedado de pie simplemente, mirándome y poniéndose de todos los colores. Hasta que ha dicho que, bueno, que suponía que con él -contestó Bess-. Ha sido muy romántico.

– Qué bonito -dijo Ryan-. Me alegro mucho por los dos.

– Gracias -Bess exhaló un suspiro y luego se giró hacia Pierce de nuevo-. No le digas nada, ¿de acuerdo? Creo que dejaré que se lo cuente Link.

– No le diré nada -prometió Ryan-. ¿Os vais a casar pronto?

Bess sonrió de oreja a oreja.

– Eso espero. Por lo que a mí respecta, ya llevamos veinte años de novios: creo que es tiempo más que suficiente -Bess dobló el bajo de su camiseta con los dedos-. Supongo que esperaremos a terminar este especial luego nos lanzaremos.

– ¿Seguiréis con Pierce?

– Por supuesto -aseguró Bess-. Somos un equipo. Lógicamente, Link y yo viviremos en mi casa, pero por cada del mundo nos distanciaríamos.

Ryan asintió con la cabeza. Luego miró con expresión de preocupación a Pierce, que seguía trabajando con Elaine.

– Bess, hay algo que quiero preguntarte. Es sobre el número con el que se cierra el espectáculo -arrancó despacio-. Lo lleva muy en secreto. Sólo ha dicho que será una fuga y que necesitará cuatro minutos y diez segundos en total. ¿Tú sabes algo?

– No suelta prenda porque aún tiene que perfeccionar algunos flecos -Bess se encogió de hombros, pero su rostro revelaba cierta inquietud.

– ¿Qué flecos? -insistió Ryan.

– No sé, de verdad. Lo único… -Bess vaciló; dividida entre sus propias dudas y su lealtad hacia Pierce-. Lo único que sé es que a Link no le gusta.

– ¿Por qué? -Ryan puso una mano sobre un brazo de Bess-. ¿Es peligroso?, ¿peligroso de verdad?

– Todas las fugas pueden ser peligrosas, Ryan; salvo que hablemos de camisas de fuerza y esposas. Pero Pierce es el mejor -Bess miró a Pierce mientras éste bajaba a Elaine al suelo-. Me va a necesitar de un momento a otro.

– Bess -Ryan apretó el brazo de la pelirroja-. Dime qué sabes.

– Ryan, sé lo que sientes por Pierce, pero no puedo -contestó Bess mirándola a los ojos-. El trabajo de Pierce es el trabajo de Pierce -añadió tras dar un suspiro.

– No te estoy pidiendo que rompas el código deontológico de los magos -protestó Ryan impaciente-. Antes o después, tendrá que decirme en qué consiste el número.

– Entonces, ya te lo dirá -Bess le dio una palmadita en la mano y se retiró.

El ensayo duró más de lo previsto, como era habitual con los ensayos de Pierce. Luego, después de asistir a una reunión a última hora de la tarde, Ryan decidió esperarlo en el camerino. La inquietud por el número final la había perseguido todo el día. Por más que hubiese tratado de olvidarla, Ryan no había podido quitarse de la cabeza la preocupación que había advertido en los ojos de Bess.

El camerino de Pierce era amplio y acogedor. Tenía una moqueta gruesa y un sofá mullido suficientemente ancho para utilizarlo como una cama. Había un televisor enorme, una cadena estereofónica de música y un mueble bar que Pierce no habría estrenado. En la pared había un par de litografías muy buenas. Era la clase de camerino que Producciones Swan reservaba para los artistas especiales. Aunque Ryan dudaba que Pierce pasara más de media hora al día en su interior durante su estancia en Los Ángeles:

Ryan abrió la nevera, encontró un cartón de zumo de naranja y se sirvió un vaso antes de desplomarse sobre el sofá. Por entretener la espera, agarró un libro que había en la mesa. Era de Pierce, dedujo. Otra obra de Houdini. Ryan lo abrió y empezó a hojearlo.

Cuando Pierce entró, la encontró acurrucada en el sofá, a mitad del libro.

– ¿Documentándote?

– ¿De verdad hacía todas estas cosas? -preguntó ella directamente-. El rollo éste de que se tragaba unas agujas y un ovillo y que luego las sacaba enhebradas, en realidad no lo hacía, ¿no?

– Sí -Pierce se quitó la camisa.

Ryan lo miró con los ojos bien abiertos.

– ¿Tú puedes hacerlo?

Pierce se limitó a sonreír.

– No suelo copiar los números de otras personas -respondió-. ¿Qué tal el día?

– Bien. Aquí dice que algunas personas creían que Houdini tenía un bolsillo en la piel.

Esa vez, Pierce soltó una carcajada.

– ¿No crees que si yo tuviera uno, ya me lo habrías encontrado?

Ryan dejó el libro sobre la mesa y se levantó.

– Quiero hablar contigo.

– De acuerdo -Pierce la estrechó entre los brazos y empezó a cubrirle la cara de besos-. Dentro de unos minutos. Se me han hecho muy largos estos tres días sin ti.

– Fuiste tú el que se marchó le recordó Ryan antes de besarlo en la boca.

– Tenía que perfeccionar unos detalles. Y aquí no consigo trabajar en serio.

– Para eso tienes tu mazmorra -murmuró ella y buscó de nuevo los labios de Pierce.

– Exacto. Esta noche cenamos juntos. En algún restaurante con velas y rincones oscuros.

– Mi apartamento tiene velas y rincones oscuros -dijo Ryan-. Podemos estar a solas.

– Intentarás seducirme.

Ryan rió y olvidó lo que había querido hablar con él.

– No lo dudes. Y estoy segura de que lo conseguiré.

– No sea tan presumida, señorita Swan -Pierce la separó unos centímetros-. No siempre soy tan fácil.

– Me gustan los desafíos.

Pierce se frotó la nariz contra la de ella cariñosamente.

– ¿Te ha gustado la rosa?

– Sí, gracias -Ryan le rodeó la nuca con las manos-. Consiguió que dejara de acosarte.

– Lo sé. Al final te está costando trabajar conmigo, ¿eh?

– Mucho. Pero ay de ti como dejes que produzca otra persona tu próximo especial: te sabotearé todos los números.

– Entonces, me temo que no me queda más remedio que seguir contigo para protegerme.

Rozó sus labios con dulzura y Ryan sintió una oleada de amor tan intensa y repentina que se le encogió el corazón.

– Pierce, léeme el pensamiento -le dijo entonces. Cerró los ojos y apoyó la cara sobre su hombro-. ¿Puedes leerme el pensamiento?

Sorprendido por el tono ansioso de su voz, la separó para estudiarla. Ryan abrió los ojos y Pierce vio que estaba un poco asustada, un poco aturdida. Y vio algo más que hizo que el corazón se le desbocase.

– ¿Ryan? -Pierce le acarició una mejilla. Le aterraba pensar que sólo estaba imaginándose lo que veía.

– Tengo miedo -susurró ella. La voz le temblaba, así que se mordió el labio inferior para serenarla-: No me salen las palabras. ¿Puedes verlas? Si no puedes, es normal. No tiene por qué cambiar nada.

Sí, claro que las veía; pero Ryan se equivocaba: una vez que las pronunciara, todo cambiaría. No había querido que sucediera, pero, de alguna manera, había sabido que llegarían a esa situación. Lo había sabido nada más verla bajar las escaleras que daban a su sala de trabajo. Había sabido que Ryan sería la mujer que lo cambiaría todo.

– Ryan -Pierce dudó un instante, pero sabía que ya no podía contenerse ni negar lo evidente por más tiempo-, te quiero.

Ella exhaló un suspiro de inmenso alivio.

– ¡Dios!, ¡tenía tanto miedo de que no quisieras verlo! -Ryan se lanzó a sus brazos-. Te quiero tanto. ¡Tanto! No es malo, ¿verdad? -preguntó con voz trémula.

– No -Pierce notó que el corazón de ella latía tan desacompasado como el suyo-. Es muy bueno.

– No imaginaba que se podía ser tan feliz. Quería habértelo dicho antes -murmuró contra el cuello de Pierce-. Pero me daba mucho miedo. Ahora parece una tontería. Los dos teníamos miedo -Pierce la apretó más fuerte, pero seguía sin ser suficiente-. Hemos perdido mucho tiempo.