La fragancia de Ryan le embriagaba los sentidos.

– No…, no tengo poderes sobrenaturales. Sólo soy un hombre, Ryan. Y tú eres mi debilidad. No me hagas esto -Pierce negó con la cabeza y se obligó a controlarse-. Tengo que seguir trabajando.

Ryan miró hacia la mesa y jugueteó con uno de los cubos de colores.

– Ya tendrás tiempo. ¿Sabes cuántas horas hay en una semana? -preguntó sonriente.

– No. Ya basta, Ryan… -dijo Pierce. La sangre le palpitaba en las sienes. La necesidad aumentaba hasta límites inmanejables.

– Ciento sesenta y ocho-susurró ella-. De sobra para recuperar el tiempo perdido.

– Si te toco, no dejaré que vuelvas a marcharte.

– ¿Y si te toco yo a ti? -Ryan le puso una mano en el pecho.

– No -la avisó de inmediato-. Deberías irte mientras puedas.

– Volverás a hacer esa fuga, ¿verdad?

– Sí… Maldita sea, sí -respondió Pierce. Los dedos le cosquilleaban, ansiosos por acariciarla-. Ryan, por favor, márchate.

– Así que la harás -prosiguió ésta-. Y en algún momento harás otras fugas, probablemente más peligrosas o, como poco, que den más miedo. Porque así es como eres. ¿No fue eso lo que me dijiste?

– Ryan…

– Pues ése es el hombre del que me enamoré -afirmó ella con calma-. No sé por qué pensé que podía o debía intentar cambiarte. Una vez te dije que eras exactamente como quiero y era verdad. Pero supongo que he tenido que aprender lo que eso significaba. ¿Todavía me quieres, Pierce?

Éste no respondió, pero ella vio que los ojos se le oscurecían, notó que el corazón se le aceleraba debajo de su palma.

– Puedo marcharme y llevar una vida muy tranquila y rutinaria -prosiguió Ryan, dando un último paso hacia Pierce-. ¿Es eso lo que me deseas?, ¿tanto daño te he hecho como para que me desees una vida de aburrimiento insufrible? Por favor, Pierce, ¿no puedes perdonarme? -murmuró.

– No hay nada que perdonar-contestó él mirándola a los ojos-. Por Dios, Ryan, ¿no ves lo que me estás haciendo? -añadió desesperado al tiempo que le retiraba la mano que le había puesto en el pecho.

– Sí, y me alegro mucho. Tenía miedo de que me hubieses expulsado de tu corazón. Voy a quedarme, Pierce. No puedes hacer nada para echarme -Ryan entrelazó las manos tras la nuca de Pierce y dejó la boca a un centímetro de la de él-. Dime otra vez que me vaya.

– No… No puedo -Pierce la aplastó contra su torso. Luego bajó la cabeza y se apoderó de su boca. Devoró sus labios en un beso ardiente y doloroso y notó que Ryan respondía con la misma fiereza-. Es demasiado tarde… No volveré a dejarte la puerta abierta, Ryan. ¿Entiendes lo que te digo? -murmuró sin dejar de abrazarla.

– Sí, te entiendo -Ryan echó la cabeza hacia atrás para verle los ajos-. Pero también estará cerrada para ti. Y pienso asegurarme de que no puedas saltar este cerrojo.

– Nada de fugas. Ninguno de los dos -dijo justo antes de capturar su boca de nuevo con tanta fogosidad como desesperación-. Te quiero, Ryan. Te amo. Lo perdí todo cuando me dejaste -afirmó mientras le cubría la cara y el cuello de besos.

– No volveré a dejarte -aseguró ella. Luego le sujetó la cara entre ambas manos para detener sus labios-. Me equivoqué pidiéndote que no hicieras la fuga. Me equivoqué al salir corriendo. No confiaba suficientemente en ti.

– ¿Y ahora?

– Te quiero, Pierce, tal como eres.

Éste la abrazó de nuevo y posó la boca sobre su cuello.

– Preciosa Ryan, eres tan pequeña, tan delicada. ¡Dios, te deseo tanto! Vamos arriba, a la cama. Deja que te haga el amor como es debido.

El pulso se le disparó al oír las palabras roncas y serenas de Pierce. Ryan respiró profundo, le puso las manos en los hombros y se apartó.

– Tenemos que resolver lo del contrato.

– A la porra el contrato -Pierce trató de abrazarla de nuevo.

– Ni hablar -Ryan dio un paso atrás-. Quiero que esto quede zanjado.

– Ya te firmé el contrato: tres especiales en tres años -le recordó Pierce impaciente-. Venga, ven.

– Éste es nuevo -insistió ella sin hacerle caso-. Un contrato en exclusiva para toda la vida.

– Ryan, no voy a atarme a Producciones Swan para toda la vida -contestó él frunciendo el ceño.

– A Producciones Swan no -repuso ella-. A Ryan Swan.

La respuesta irritada que colgaba de la punta de su lengua no llegó a materializarse. Ryan vio que el color de sus ojos cambiaba, se intensificaba.

– ¿Qué clase de contrato?

– Un contrato entre tú y yo, en exclusiva, para toda la vida -repitió. Ryan tragó saliva. Empezaba a perder la confianza que la había impulsado hasta ese momento.

– ¿Qué más?

– El contrato tiene que entrar en vigor de inmediato e incluir una ceremonia oficial y una celebración que tendrá lugar lo antes posible. El contrato incluye urca cláusula sobre descendencia -añadió y vio que Pierce enarcaba una ceja-. El número de descendientes es negociable.

– Entiendo -dijo él al cabo de un momento-. ¿Alguna cláusula de penalización?

– Sí, si intentas romper alguna de las condiciones, tengo derecho a asesinarte.

– Muy razonable. Su contrato es muy tentador, señorita Swan. ¿Cuáles son mis beneficios? -preguntó Pierce.

– Yo.

– ¿Dónde firmo? -Pierce la estrechó entre los brazos de nuevo.

– Justo aquí -Ryan suspiró y le ofreció la boca. Fue un beso delicado, prometedor. Dio un gemido y se apretó contra Pierce.

– Esa ceremonia, señorita Swan -Pierce le mordisqueó el labio inferior al tiempo que le recorría el cuerpo con las manos-, ¿cuándo cree que tendrá lugar?

– Mañana por la tarde -contestó Ryan y soltó una carcajada-. No pensarías que iba a dejarte tiempo para fugarte, ¿no?

– Vaya, veo que he encontrado la horma de mi zapato.

– Totalmente -Ryan asintió con la cabeza-. Te advierto que tengo algunos ases debajo de la manga -añadió al tiempo que agarraba las cartas del Tarot. Ryan sorprendió a Pierce barajándolas con destreza. Llevaba meses practicando.

– Muy bien -Pierce sonrió-. Estoy impresionado.

– Todavía no has visto nada -le prometió ella sonriente-. Elige una carta. La que quieras.


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