– Ese era lord Greybourne, sí.
– ¿Y ha quedado usted con él esta noche?
– Sí. Voy a reunirme con él y con su hermana, y con uno de sus colegas anticuarios, para cenar en casa de lord Greybourne.
Las cejas de Albert se arquearon todavía más.
– Yo en su lugar me andaría con cuidado con un tipo como ese, miss Merrie. Creo que se ha fijado en usted.
Un calor ascendió a sus mejillas, y Meredith deseó que ni Albert ni Charlotte se dieran cuenta de su reacción.
– Por amor del cielo, Albert, ¡qué es lo que estás diciendo! Por supuesto que no. Mi cometido es buscarle novia.
– Ya le había encontrado una. Pero a juzgar por cómo se la comía a usted con los ojos, creo que ya se ha olvidado de ella.
A duras penas pudo refrenarse para no echarse la mano al pecho, donde el corazón había empezado a latir con fuerza. ¿Estaría Albert en lo cierto? ¿Lord Greybourne se la comía con los ojos? Algo que se parecía sospechosamente a una sonrisa empezó a dibujarse en su boca y ella apretó los labios. ¡Por el amor del cielo, debería sentirse ofendida! Que se la coman a una con los ojos es algo completamente grosero. Lo cierto es que no debería sentirse… halagada. Ni debería experimentar esa fiebre de cálido placer. No, por supuesto. Ella estaba ofendida.
– ¿Qué quieres decir con «comerme con los ojos»?
– He visto cómo la miraba. Como si fuera usted un bombón de confitería y él tuviera el antojo de comer algo dulce.
Una nueva inesperada, inapropiada e inexplicable oleada de placer la recorrió de la cabeza a los pies. ¡Porras!, eso es lo que le pasaba por no haber descansado lo suficiente. Se hizo el firme propósito de retirarse temprano esa noche y dormir hasta tarde la mañana siguiente.
Adoptando su expresión más remilgada, dijo:
– No estaba haciendo nada por el estilo. La expresión de sus ojos se puede malinterpretar fácilmente a causa de sus gruesas gafas. -Cuando vio que Albert parecía tener ganas de seguir discutiendo sobre ese tema, ella añadió:
– Tengo algunas noticias.
Explicó en pocas palabras a Albert y a Charlotte cómo iba su búsqueda del pedazo de piedra desaparecido, les habló de la repentina boda de lady Sarah y les contó su plan para encontrarle a lord Greybourne una nueva novia.
– En la cena de esta noche deberemos discutir los planes para conseguirlo. -Con el rabillo del ojo vio el montón de cartas que había sobre la mesa. Puso la cara más valiente que tenía y, sonriendo a Albert y a Charlotte, añadió:
– Estoy segura de que todo va a salir bien.
Pero pudo ver en sus expresiones de preocupación que no había conseguido convencerles.
¿Y cómo iba a pretender convencerles a ellos si ni siquiera podía convencerse a sí misma?
6
Philip andaba de un lado a otro delante de la chimenea, y miró una vez más el reloj de pared que había sobre la misma.
– Pareces nervioso -puntualizó Andrew con un jocoso tono de voz.
– No estoy nervioso. Estoy inquieto de satisfacción. Hace años que no he visto a Catherine. -Vio cómo Andrew se colocaba bien la chaqueta azul oscuro. – Hablando de nervios, es la décima vez que te arreglas la ropa.
– No querrás que tu hermana piense que tu mejor amigo es una persona impresentable.
– Ah. En ese caso, será mejor que te marches antes de que llegue ella. -Se detuvo en su incesante caminar, se quedó mirando las llamas que bailaban en la chimenea y un montón de recuerdos infantiles le pasaron por la cabeza-. Siempre ha tenido una apariencia angelical, pero, ¡por el buen Dios!, tiene una endiablada picardía. Siempre enviaba al mayordomo a hacer algún recado falso para que pudiéramos deslizarnos por el pasamanos de la escalera de la finca de Ravensly, o conseguía convencerme para que nos metiéramos de noche en la cocina a robar pastas.
Sí, su hermana Catherine, un año más joven, había sido todo lo que él como muchacho no pudo ser: amigo de diversiones y festivo. Ella le había enseñado cómo se tenía que reír o sonreír, y cómo divertirse, halagando su timidez y aceptándole exactamente como era: torpe, tímido, diferente, seco, gafotas y fofo.
– Has hablado tan a menudo de ella durante todos estos años que siento como si ya la conociera -dijo Andrew-. Sois muy afortunados por teneros el uno al otro.
– Ella ha sido mi mejor amiga -dijo sencillamente Philip-. Cuando me fui de Inglaterra, lo más difícil fue separarme de ella. Pero ella acababa de casarse y estaba esperando un hijo, de manera que estaba seguro de que sería feliz. -Apretó las mandíbulas-. Pero, como ya sabes, en sus cartas decía que la cordial relación de amistad con su marido cambió drásticamente cuando ella le presentó su «físicamente poco apropiado» heredero.
– Sí. Es muy duro que el niño haya nacido con un pie zopo. Pero al menos ese hombre debería estar contento de tener un hijo.
Al oír el áspero tono de voz de Andrew, Philip dio media vuelta y le lanzó una forzada sonrisa con el ceño fruncido.
– Aprecio que te sientas ofendido en nombre de Catherine. Créeme, yo me siento de la misma manera. Estoy realmente tentado a tener una breve conversación privada con ese puerco de cuñado que me ha tocado.
– Estaría encantado de participar en ese encuentro, si necesitas mi ayuda.
Sonó un golpe en la puerta. En respuesta a la llamada, Bakari abrió la puerta.
– Lady Bickley -salmodió, y se echó a un lado.
Catherine se detuvo en el umbral de la puerta, y a Philip se le hizo un nudo en la garganta ante la visión de su hermana. Vestía un traje de día de muselina verde pálido y sus brillantes rizos castaños rodeaban su bello rostro, se parecía mucho a la imagen de ella que había conservado en la memoria durante todos esos años, solo que ahora era algo más… más esbelta, más hermosa, más elegante. La rodeaba un aire de serenidad real -algo inusual para una típica señora inglesa. Aunque su mirada todavía desprendía ese brillo de picardía que tan a menudo había estado presente en sus dorados ojos castaños, y que los hacía tan expresivos. Y tan atractivos.
Avanzó lentamente hacía ella, caminando por la enorme alfombra persa hasta donde ella se encontraba, enmarcada en la jamba de la puerta, como si fuera un deslumbrante retrato. Sin embargo, antes de que hubiera recorrido una docena de pasos, los labios de ella se torcieron en una de sus contagiosas sonrisas y echó a correr hacia él. Philip la rodeó con los brazos y la levantó del suelo haciéndola dar vueltas a su alrededor, e instantáneamente se vio inundado por su delicada fragancia de flores, exactamente el mismo perfume que siempre había recordado. No importaba en qué tipo de travesura estuviera envuelta, siempre olía como si acabara de salir del jardín. Tras un último giro, la depositó en el suelo y luego se quedaron mirando el uno al otro, enlazados por el brazo.
– Estás exactamente igual que siempre -declaró él-. Tan solo un poco más hermosa, si es que eso es posible.
Ella rió produciendo un delicioso sonido que le llenó de nostalgia.
– Bueno, pues me temo que tú estás totalmente cambiado.
– Para mejor, espero.
– Para mucho mejor.
– ¿Insinúas que a mi apariencia le faltaba algo antes de que me fuera al extranjero?
– En absoluto. Hace diez años eras un muchacho encantador. Y ahora eres…
– ¿Un hombre encantador?
– Exacto. -Ella alzó los hombros-. Y tan fuerte -exclamó ella de esa forma exagerada que tan bien recordaba él-. Está claro que vivir en condiciones salvajes te sienta bien. -Su sonrisa se desvaneció y sus ojos se empañaron. Una miríada de emociones centellearon en su mirada tan veloces que él no podía descifrarlas. Apoyando la palma de una mano contra la mejilla de él, añadió-: Es maravilloso tenerte de nuevo en casa, Philip. Te he echado mucho de menos.
Su voz era temblorosa, y mirando en sus ojos Philip se dio cuenta de que en estos se reflejaban cambios sutiles. Ya no era la muchacha despreocupada que él había dejado allí diez años antes. Había sombras en sus ojos, sombras que un observador cualquiera no podría ver, pero él la conocía demasiado bien. Seguramente la enfermedad de su padre y su infeliz matrimonio le habían arrebatado una parte de su espíritu vivaz. Pensó en hablar con ella a solas más adelante, sobre su hijo y su marido, y sobre ese tipo de cosas que ella no le contaría en presencia de Andrew.
– Y yo también te he echado de menos, diablillo. -Ella sonrió al oír ese apelativo infantil. Agarrando su mano, le besó los dedos de la manera más galante, y luego le volvió a ofrecer el brazo-. Ven, te voy a presentar a Andrew.
Dieron medía vuelta y se encaminaron a través de la habitación hacia la chimenea, donde estaba Andrew. Señalando con la cabeza a Catherine, Philip murmuró, asegurándose de hacerlo lo suficientemente fuerte para que su amigo le pudiera oír:
– No te creas ni una sola palabra de lo que diga. Le encanta halagar a la gente y siempre está tramando travesuras.
Poniéndose una mano junto al corazón, Philip dijo:
– Te presento a mi amigo y colega, el señor Andrew Stanton. Andrew, mi hermana Catherine Ashfield, lady Bickley.
Catherine sonrió y le alargó una mano.
– Es un placer conocerlo, señor Stanton, aunque me parece que ya lo conozco a través de las cartas de Philip.
Andrew no dijo nada durante varios segundos, luego pareció volver en sí, y acercándose a ella tomó su mano y se inclinó formalmente.
– Es un honor, lady Bickley. También Philip tuvo la amabilidad de compartir retazos de sus cartas conmigo, y a menudo me regalaba los oídos con historias de su infancia. También yo me siento como si ya la conociera. Pero la verdad es que el pequeño retrato que él llevaba de usted no le hace justicia.
– Gracias. -Catherine le dirigió a Philip una mirada interrogativa-. ¿Historias de infancia? Oh, querido, no debería usted creer todo lo que le cuenta mi hermano, señor Stanton.
– Le aseguro que la ha retratado a usted con los colores más brillantes. -Un extremo de la boca de Andrew se elevó-. Casi siempre.
– Venga, sentémonos -dijo Philip-. Miss Chilton-Grizedale no llegará hasta dentro de una hora, por lo que tenemos tiempo de conversar un rato.
– Sí -dijo Catherine-. Tengo muchas ganas de que me lo cuentes… todo.
Una vez se hubieron sentado, Philip preguntó:
– Como veo que ni Spencer ni Bickley estarán con nosotros esta noche, ¿debo suponer que has venido a Londres sola?
Una expresión de dolor cruzó por los ojos de Catherine, tan rápida que, si Philip no la hubiera conocido tan bien, no hubiera sido capaz de reconocerla como lo que era.
– Sí. Bertrand tiene mucho trabajo en la finca de Bickley. Y a Spencer lo he dejado en Little Longstone, al cuidado de la señora Carlton, su institutriz. No le sientan muy bien los viajes, y además no le interesa demasiado Londres. -Al momento su rostro se iluminó con una profunda mirada de amor maternal-. Sin embargo, está ansioso por encontrarse con su loco tío aventurero, y me ha hecho prometerle que te convencería para que fueras a verlo a Little Longstone tan pronto como regresaras de tu luna de miel. -Se incorporó en su asiento y se agarró las manos-. Antes he ido a visitar a nuestro padre y ya me lo ha contado todo. Lamento que se haya cancelado la boda, Philip. Pero no te preocupes. La idea que me escribiste sobre la cena de gala me parece excelente. Con la velada que vamos a preparar miss Chilton-Grizedale y yo te encontraremos la esposa adecuada en un santiamén.
Philip se apoyó con aire despreocupado contra el mármol de la chimenea del salón, con los tobillos cruzados y una media sonrisa en la boca, degustando una copa de brandy después de la cena. Por fuera, sabía que aparentaba estar relajado y tranquilo. Por dentro, un marasmo de confusas tensiones se debatían en él como serpientes en un agujero. Igual que lo había intentado infructuosamente durante toda la cena, ahora nuevamente trataba de mantener su atención en la conversación entre miss Chilton-Grizedale y Catherine, pero su mente no cooperaba. No, estaba demasiado preocupado. Por ella, la irritante casamentera que le parecía más irritante con cada minuto que pasaba. Más y más irritante, porque ya no era su tiránica naturaleza lo que le resultaba fastidioso, aunque no por eso podía negar que todavía le inquietaba de la manera menos apropiada. No, se trataba de la maldita atracción que se había dado cuenta que sentía, esa era la nueva causa del aumento de su irritación.
La excelente cena no había sido de mucha ayuda para mantener su atención apartada de Meredith, aparte del hecho de que las influencias mediterráneas en los platos indicaban que Bakari había tenido verdaderos problemas para adecuarse a la práctica de la cocina inglesa. El señor Smythe había preparado los platos de acuerdo con su gusto. A juzgar por la cantidad de blasfemias que Bakari había murmullado entre dientes, y el extraordinario comportamiento del señor Smythe, Philip pensó que la tarea no había sido fácil.
"Maldicion de amor" отзывы
Отзывы читателей о книге "Maldicion de amor". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Maldicion de amor" друзьям в соцсетях.