– Lo añadiré en cuanto llegue a casa -dijo ella tendiendo la mano a Andrew-. Buenas noches, señor Stanton.

Andrew tomó su mano y besó los enguantados dedos de miss Chilton-Grizedale. Un beso que, incluso para la poca memoria que tenía Philip de las cuestiones de decoro, le pareció que era considerablemente más largo de lo que habría sido estrictamente adecuado.

– Un placer, miss Chilton-Grizedale. Hacía mucho, tiempo que no había tenido la suerte de pasar una velada en tan encantadora compañía. Espero que volvamos a encontrarnos pronto. -Y volviéndose hacia Philip dijo-: Nos veremos mañana. -Luego subió por las escaleras hacia su dormitorio.

Philip acompañó a miss Chilton-Grizedale hasta su carruaje, y se metió en él, acomodándose sobre los cojines de terciopelo justo enfrente de ella.

En el momento en que se cerró la portezuela, Meredith se preguntó si había sido una buena idea dejar que lord Greybourne la acompañara a casa. Hacía solo unas horas aquel coche le había parecido espacioso. Ahora le parecía que su interior no contenía siquiera suficiente aire para respirar. Solo tenía que alargar la mano para tocarle. Mirando hacia abajo, se dio cuenta de que los broncíneos faldones de su vestido rozaban los pantalones de él. Era difícil distinguir su rostro en la oscuridad del carruaje, pero sentía sobre ella el peso de su mirada. La oscura intimidad y el espacio cerrado aceleraron su corazón de una manera que le pareció bastante inquietante. Cerró los ojos intentando borrar la imagen de él sentado justo enfrente, pero no podía huir de la conciencia de saber que él estaba ahí. Su olor masculino invadía sus sentidos. Un maravilloso aroma de ropa limpia recién lavada y madera de sándalo, mezclado con una almizclada fragancia que no era capaz de identificar. Olía como ningún otro hombre, y sabía que incluso estando ciega podría reconocerlo entre un millón.

– Le agradezco la ayuda que me ha prestado esta noche -dijo él, con su profunda voz emergiendo de la oscuridad.

Ella abrió los ojos y esbozó una sonrisa, esperando que la oscuridad del interior no le permitiera darse cuenta de lo forzado de la misma.

– Muchas gracias; sin embargo debe agradecérselo mucho más a su hermana. Con mi reputación en contra, el éxito de la velada sería mucho más que dudoso.

De todos modos, tengo la esperanza de que podremos encontrarle otra novia tan apropiada para usted como lo era lady Sarah.

– No es que quiera llevarle la contraria, miss Chilton-Grizedale, pero me parece obvio que lady Sarah y yo no estábamos hechos el uno para el otro; o al menos ella no me encontró en absoluto adecuado. O simplemente atractivo.

– Lady Sarah era claramente una tonta. -Dios santo, no debería haber expresado ese pensamiento en voz alta. Forzando sus manos a que se quedaran quietas en su regazo, en lugar de llevárselas inmediatamente a los labios, tartamudeó-: So-socialmente, ustedes eran adecuados desde todos los puntos de vista.

– Ah, sí. Supongo que lo éramos. Pero cuando uno de los corazones está ocupado por otra persona, como lo estaba el de lady Sarah por lord Weycroft, eso complica las cosas.

Tranquilizada por el hecho de que él no hubiera hecho caso a su comentario, Meredith alzó la barbilla y dijo:

– En realidad, eso no complica las cosas en absoluto, señor. El afecto que lady Sarah sentía por el barón se hubiera ido apagando con el tiempo una vez que se hubieran casado ustedes. Solo es una cuestión de que la cabeza esté por encima del corazón. El corazón es terco y caprichoso. No sabe lo que es mejor, y si se le escucha, normalmente le lleva a uno hacia un camino poco aconsejable. Sin embargo, la cabeza es metódica y precisa. Práctica y sensible. Cuando el corazón y la cabeza están enfrentados, lo mejor es escuchar siempre a la cabeza.

– Qué afirmación tan pragmática y tan poco romántica viniendo de una mujer cuya ocupación es acordar matrimonios.

– El éxito al acordar matrimonios no tiene nada que ver con el romance, señor, y creo que un hombre de su posición debería saberlo. Mi comprensión de esta idea es lo que me ha permitido tener éxito en mi actividad como casamentera. Lo importante son las combinaciones ventajosas de propiedades, las aspiraciones políticas, las familias y los títulos. Con el tiempo, las parejas irán desarrollando cariño el uno por el otro.

– ¿Y sí no es así?

– Entonces deben esforzarse por ser civilizados, y cada uno debe perseguir sus propios intereses.

– Mis intereses están puestos en el estudio de las antigüedades. En estudiar las gentes y las civilizaciones de otros lugares del mundo. Tengo previsto estar muy ocupado con las exposiciones en el Museo Británico, y tengo la intención de fundar mi propio museo. Para mí, perseguir solo esos intereses es algo que suena muy… aislado. Solitario. Y mucho más si trabajo en el extranjero. Preferiría tener una pareja que pudiera compartir conmigo todas esas cosas.

Su voz profunda la envolvió como un manto, seduciéndola con su calidez. Se humedeció los labios resecos y se dio cuenta de que la mirada de él se detuvo brevemente en su boca.

– ¿Está diciendo que pretende que yo le encuentre a una mujer a la que pueda amar? Porque he de recordarle que debido a la enfermedad de su padre el tiempo que tenemos es limitado.

– Según dice Andrew, enamorarse de alguien no es algo que necesite demasiado tiempo.

– ¿Acaso él es un experto en esos temas? -preguntó ella alzando las cejas.

– No sé si se lo podría definir de esa manera, pero sé que está enamorado de alguien.

El carruaje pasó al lado de una lámpara de gas y Meredith pudo ver la forma en que él la miraba con expresión interrogante.

– Parece que esa noticia la ha desilusionado, miss Chilton-Grizedale.

– Así es, lord Greybourne. – ¿Puedo preguntar por qué?

– Había esperado poder ofrecerle mis servicios al señor Stanton para encontrarle una esposa -dijo ella alzando su afilada barbilla.

Durante media docena de latidos el único sonido que se oyó fue el traqueteo del carruaje descendiendo lentamente por la calle. Luego, para su sorpresa, él echó la cabeza hacia atrás y se rió. Cualquiera que fuera la reacción que ella hubiera esperado de él, ciertamente no era la de sentirse divertido.

La irritación la inundó, una sensación que realmente no le gustaba. «Cielos, ciertamente no podría encontrar un hombre irritante más atractivo.»

– No consigo ver qué es lo que le parece tan divertido, señor. Aunque imagino que eso no significará nada para usted, le aseguro que antes de mi debacle causada por «su» maleficio, mis servicios como casamentera eran muy solicitados. Solo en el último año acordé siete matrimonios con éxito. El más famoso de ellos, el de miss Lydia Weymouth y sir Percy Carmenster, fue el que convenció a su padre para solicitar mis servicios en su nombre.

Su risa se fue apagando, y meneando la cabeza dijo:

– Perdóneme. No me estaba riendo de usted, querida mía. La verdad es que me estaba riendo de mí mismo. Me reía porque sus palabras me han hecho feliz.

Meredith frunció el entrecejo. ¿Feliz? ¿Qué había dicho que pudiera hacerle feliz? Intentó recordar, pero antes de que pudiera encontrar alguna respuesta, el añadió:

– Como los sentimientos de Andrew ya hablan por sí mismos, creo que eso significa que usted simplemente tiene que dedicarme toda su atención a mí.

Desgraciadamente, Meredith no creía que le fuera a ser demasiado difícil dedicar toda su atención a lord Greybourne.

Y eso la asustaba mortalmente.

Cuando Philip regresó a su casa, fue recibido por un vestíbulo vacío.

– ¿Hola? -dijo mientras se quitaba el sombrero.

Oyó un murmullo a su espalda que le sobresaltó. Se dio la vuelta rápidamente y se encontró de cara a Bakari. Demonios, ese hombre se movía como un felino -silenciosa y sigilosamente. Era una habilidad que les había mantenido juntos durante numerosos años de aventuras -como cuando Bakari había rescatado a Philip de una banda de traficantes de antigüedades-, pero que era bastante desconcertante en el vestíbulo de su casa.

Philip se dio cuenta de que a su mayordomo le faltaba el aliento.

– ¿Va todo bien?

– El perro -gruñó Bakari.

– Ah, ya veo -dijo Philip sonriendo. Al parecer, bajo la tutela de Bakari, el cachorro, que aún no tenía nombre, se estaba recuperando. Excelente.

El ruido de pisadas en la parte superior de las escaleras llamó la atención de Philip. Andrew, quien todavía vestía la misma ropa que había llevado durante la cena y en cuyo rostro se veía un ligero lustre de transpiración como si hubiera estado haciendo ejercicio, se reunió con él en el vestíbulo.

– Creí que te habías retirado ya -dijo Philip alzando las cejas-. ¿O es que esos pantalones, esas botas y esa chaqueta cruzada es una nueva moda de ropa de noche que me he perdido?

– En absoluto -dijo Andrew-. He decidido esperarte hasta que volvieras a casa, para saber cómo había ido tu paseo en carruaje con miss Chilton-Grizedale. -Ladeando la cabeza a derecha y a izquierda estudió lentamente el rostro de Philip. Luego la sacudió-. Justo lo que esperaba.

– ¿Qué?

– El rato que has pasado a solas con ella no ha sido como habías esperado.

– ¿Qué quieres decir?

– Que no la has besado.

Bakari murmuró algo.

La irritación se deslizó por la espalda de Philip.

– En primer lugar, ¿cómo puedes saberlo?, y en segundo, ¿por qué piensas que podría haber hecho tal cosa? Permíteme que te recuerde que ahora estamos en Inglaterra (sobria, correcta, y todo lo demás). Simplemente, aquí uno no va por la vida besando a las damas. Hay ciertas reglas. Cierta corrección.

La cara de Andrew era el vivo retrato del escepticismo.

– ¿Desde cuándo eres tan estricto con las reglas y la corrección? ¿Hace falta que te recuerde lo que pasó la última vez que fuiste tan estricto con las reglas?

Bakari dejó escapar un profundo suspiro y, haciendo un gesto con las manos, murmuró alguna imprecación. A continuación, sacudió la cabeza.

– Mal, muy mal -dijo.

– No, no tienes que recordármelo; y sí, me fue muy mal -contestó Philip alzando los brazos.

– Muy mal -insistió Bakari.

– Estuve a punto de ahogarme porque tú insististe en cruzar el río como lo hacían los antiguos, en una maldita canoa típica -dijo Andrew frunciendo el entrecejo e ignorando claramente lo de «no tienes que recordármelo».

– ¡Por todos los demonios! Tendrías que haberme advertido que no sabías nadar. ¿Acaso no te llevé a tierra sano y salvo, a pesar de los golpes que me diste con brazos y piernas?, que, perdona que te lo recuerde, me dejaron un montón de moratones por todo el cuerpo, algunos de ellos en partes muy sensible.

– Te llevaste unos buenos golpes, sí -confirmó Andrew-. Pero no era menos de lo que te merecías. Aquel incidente me quitó una década de vida.

– Pero se podría haber evitado sí me hubieras dicho la verdad.

– Que no se sabe nadar no es el tipo de cosas que un hombre puede ir diciendo por ahí tranquilamente -insistió Andrew-. Y nada de eso habría sucedido si tú no te hubieras puesto tan pesado, insistiendo en «cruzar el río en canoa», según las reglas. -Sus ojos se entrecerraron-. Y no te creas que has conseguido cambiar de tema. Sé que no has besado a la chica, como decía antes, porque puedo leer la expresión de tu rostro muy bien, amigo mío, y la frustración que veo por debajo de la superficie no es lo que se observaría si la hubieras besado. Y además, pienso que podrías haber hecho tal cosa porque es obvio que lo estás deseando.

Bakari carraspeó y murmuró algo.

Philip apretó las mandíbulas. Maldita sea, aquello era realmente irritante, pero Andrew tenía razón. Por todos los demonios, había deseado desesperadamente besarla. ¿Por qué no lo había hecho? No era más que un simple beso, después de todo. Pero en el momento en que ese pensamiento se le pasó por la cabeza, se dio cuenta de cuál era la respuesta: no la había besado porque algo en su instinto le decía que no habría habido nada que pareciera ni remotamente simple en besarla a ella.

– Y supongo que tú sí la habrías besado -dijo.

Si Andrew notó la tensión en su tono de voz, la ignoro.

– Sí. Si yo me sintiera tan atraído por una mujer, y se me presentara la oportunidad, la besaría.

– ¿Y qué me dices del hecho de que yo (espero) pronto me casaré con otra?

– Todavía no estás casado, amigo -dijo encogiéndose de hombros-. Y esa no es la razón por la que no la has besado, y los dos lo sabemos.

– Estoy seguro de que habrá un barco que salga para América dentro de pocas horas -dijo Philip entrecerrando los ojos; un comentario que dejó a Andrew desconcertado.

– Para besar a la chica que quieres, esta tiene que quererte también a ti -dijo Bakari en voz baja. Luego, tras hacer una pequeña reverencia, abandonó el vestíbulo y se dirigió hacia los dormitorios, con sus blandas suelas de piel deslizándose silenciosamente por el mármol.