Antes de que Philip pudiera poner en duda esta idea, Andrew dijo:

– Por supuesto que el tema de la boda será algo discutible si no eres capaz de romper el maleficio. ¿Cuántas cajas quedan en el almacén para seguir buscando?

– Doce. ¿Y en el museo?

– Solo cuatro.

Dieciséis cajas. ¿Contendría una de aquellas cajas el pedazo que faltaba de la «Piedra de lágrimas»? Sí así fuera, pronto estaría casado con alguna mujer de su propia clase social. De lo contrario, se vería forzado a enfrentarse solo al futuro.

Ambas posibilidades le parecían igualmente espantosas.

9

Meredith estaba de pie entre las sombras, en el salón de lord Greybourne, y observaba la fiesta. Ya solo a juzgar por la asistencia, la velada estaba siendo todo un éxito. De las dos docenas de invitaciones que habían enviado no habían recibido ni una sola cancelación. La sala estaba a rebosar de grupos de muchachas en edad de casarse, todas perfectamente acompañadas, y por supuesto todas ellas interesadas, o al menos curiosas, por lord Greybourne.

Su mirada recorrió la habitación hasta que localizó al invitado de honor, el propio lord Greybourne. Cuando lo vio, su corazón se desbocó de esa manera ya familiar con que lo hacía cada vez que lo veía, pero esa noche su corazón se conmovió y se detuvo en varias ocasiones. Philip estaba tan espléndido, vestido con un traje elegante y con el pañuelo ahora perfectamente anudado, que le quitó el aliento. Su fino y abundante pelo castaño brillaba bajo la luz de una lámpara de cristal iluminada por una docena de velas. Se notaba que había tratado de arreglarse el pelo, pero un mechón rebelde aún ondeaba sobre su frente. En aquel momento estaba de pie al lado de la chimenea y conversaba con la condesa de Hickam y su hija, lady Penelope. Lady Penelope era un diamante de gran calidad y estaba muy solicitada desde que se presentara en sociedad la temporada pasada. Con su radiante belleza rubia, una angelical voz cantarina y una enorme fortuna familiar a sus espaldas, lady Penelope había sido la primera candidata a convertirse en novia de lord Greybourne. De hecho, la única razón por la que Meredith había elegido a lady Sarah antes que a ella había sido por lo ventajoso de esa unión en cuanto a propiedades de terrenos.

En ese momento, lord Greybourne parecía muy interesado en lo que lady Penelope le estaba contando. Y lady Penelope, que parecía igualmente interesada, refulgía con su esbelta figura bajo la agradable luz de las velas, embutida en un vestido que marcaba la envidiable curva de su pecho, con su perfecto cabello rubio recortado en perfectos rizos alrededor de su rostro, mirando desde sus abiertos ojos azul claro a lord Greybourne con inocente adoración.

Maldita sea, Meredith sintió deseos de cruzar la sala y abofetear a aquella perfecta belleza rubia de ojos azules. Odiaba que esos sentimientos aparecieran en ella, y aunque deseaba poder mentirse a sí misma al respecto de lo que significaban, hacía mucho tiempo que había aprendido que podía engañar a los demás, pero no tenía ningún sentido engañarse a sí misma. Y la verdad desnuda era que se sentía celosa. Tremendamente celosa. Celosa hasta el punto de que se podía imaginar a sí misma metiendo a todas aquellas insípidas y tontas muchachas en busca de marido en el primer barco que saliera hacia tierras lejanas. De hecho, cualquiera de ellas podría ser una esposa perfecta para lord Greybourne. Y eso hacía que las detestase a todas cada vez más. Verlas moviéndose a su alrededor, mirándolo con admiración, coqueteando y riendo tontamente, la hacía desear romper cosas. Sobre todo brazos, piernas y narices de rubias.

Dejando escapar un largo suspiro, se dio a sí misma una severa reprimenda mental. Muy bien, no podía negar que se sentía como un gato escaldado que se ha vuelto a equivocar de nuevo de camino. Pero era capaz de controlar su rabia y sus celos, de la misma manera que sabía ocultar tantas otras cosas. Lord Greybourne era un cliente. Y cuanto antes solucionara el asunto de su matrimonio, antes podría volver a tener su vida una apariencia de normalidad.

En el momento en que acababa uno de los bailes, Philip se dio cuenta de que Bakari estaba de pie en la puerta del pasillo buscándole por la estancia. Sus miradas se cruzaron y Bakari hizo una inclinación de cabeza. Excusándose ante lady Penelope, Philip cruzó la habitación. Cuando llegó al lado de Bakari, preguntó:

– ¿Qué sucede?

– En su estudio.

Philip se quedó observando su expresión durante varios segundos, pero como siempre el rostro de Bakari era inescrutable.

– ¿Dónde estabas antes? -preguntó Philip-. Te he buscado varias veces por el vestíbulo, pero no estabas allí.

– Había salido a caminar.

Philip alzó las cejas, pero Bakari no le dio más explicaciones, sino que dando media vuelta sobre sus talones se dirigió hacia el vestíbulo. Desconcertado, Philip caminó por el pasillo y se introdujo en su estudio, cerrando la puerta tras él.

Edward estaba de pie al lado de la ventana, con una copa de brandy en las manos. Philip avanzó hacia él.

– Edward, ¿cómo estás…? -Su voz se apagó y sus pasos vacilaron cuando Edward se dio la vuelta. Uno de sus ojos estaba amoratado, sus mejillas estaban llenas de arañazos y su labio inferior partido. Un vendaje blanco rodeaba los nudillos y la palma de su mano derecha-. Pero, hombre, ¿qué te ha pasado? Voy a buscar a Bakarí…

– Acaba de verme hace un momento. Me ha limpiado las heridas y me ha vendado la mano -dijo Edward con una mueca de dolor-. Duele bastante.

– ¿Qué demonios te ha pasado? ¿Quién te ha hecho eso?

– No sé quién ha sido -dijo empezando a caminar de un lado a otro, con pasos cortos y renqueantes-. Y en cuanto a cómo sucedió… No podía dormir. Estoy exhausto, pero no puedo dormir. -Se detuvo y miró a Philip a través de unos ojos angustiados-. Cada vez que cierro los ojos la veo a ella.

Un sentimiento mezcla de compasión y culpabilidad apuñaló los intestinos de Philip.

– Lo siento, Edward. Yo…

– Lo sé -le interrumpió Edward alzando una mano. Tomó un largo trago de brandy y continuó-: Pensé que, en lugar de pasar la noche sin descansar dando vueltas de un lado a otro, podría aprovechar el tiempo en seguir buscando entre los objetos de las cajas. De modo que fui al almacén y me puse a trabajar.

– ¿Al almacén? ¿Cómo pudiste entrar?

– El vigilante me dejó pasar. Espero que no te importe.

– No, por supuesto. Solo me ha sorprendido -contestó abriendo las manos-. No imaginaba que los vigilantes fueran gente tan confiada.

– Lo normal es que yo también me hubiera sorprendido, pero trabé amistad con ese tipo, que se llama Billy Timson. Me he encontrado con él varias veces en el bar. Él me llevó a donde están las cajas y me puse a trabajar. Llevaba allí una o dos horas cuando oí que alguien se acercaba a mí por la espalda. Me di la vuelta y me encontré de cara con un extraño que empuñaba un cuchillo.

– ¿Lo pudiste reconocer? -dijo Philip sintiendo una sacudida en el estómago.

– No. -Edward empezó a moverse más deprisa-. Llevaba puesta una máscara negra que le cubría toda la cabeza, excepto los ojos y la boca. «¿Quién es usted?», le pregunté. «Quiero que me dé lo que hay en la caja», me dijo. -Edward se detuvo y se quedó mirando a Philip con una expresión desolada-. Peleé contra él… Lo intenté, al menos. Conseguí hacer que se desprendiera del cuchillo, que cayó debajo de una caja. Pero era demasiado fuerte. Seguramente me dejó inconsciente. Cuando volví en mí, estaba solo. Me di cuenta de que el tipo había estado hurgando entre los objetos de la caja en la que yo estaba trabajando; estaba todo revuelto. -Dejó escapar un profundo y escalofriante suspiro-. Varias de las piezas estaban rotas y no puedo asegurarte si faltaba alguna. No lo sé. Intenté salir de allí, pero las puertas estaban cerradas por fuera. El muy mal nacido me había dejado allí encerrado. La única manera de escapar era rompiendo una ventana. En mi prisa por escapar de allí caí sobre los cristales al saltar por la ventana. Estuve buscando a Billy por los alrededores, pero no pude dar con él. Posiblemente ya se había marchado. Entonces eché a correr, hasta que pude encontrar un coche de alquiler y vine aquí. Lo siento Philip…

Philip colocó una mano sobre su hombro para reconfortarle.

– Por favor, no hace falta que te disculpes. Me alegro de que estés bien. Porque estás bien, ¿no es así?

– Por lo que ha dicho Bakari, sí. No tengo nada roto. Solo una costilla hundida y algunos rasguños. Pero la cabeza me duele muchísimo. -Alzó levemente su ceja amoratada-. Ese mal nacido tenía unos puños como ladrillos. -Parecía que iba a decir algo más, pero se detuvo.

– ¿Qué?

Edward negó con la cabeza.

– Nada. Es solo que… su voz. Había en su voz algo que me parecía vagamente familiar.

– De modo que puede tratarse de alguien a quien conoces. ¿Acaso alguno de los que navegó con nosotros en el Dream Keeper y que conocía el valor de lo que había en las cajas?

– Es posible. Pero hay algo más. -Se acercó a su chaqueta, metió la mano en un bolsillo y extrajo un trozo de papel doblado que tendió a Philip-. Encontré esta nota en mi bolsillo.

Philip echó un vistazo a la hoja y leyó el breve mensaje: «El sufrimiento empieza ahora».

– Esto no me gusta nada, Philip -dijo Edward-. Ese bastardo me hizo mucho daño, no hay duda de eso, pero no puedo dejar de pensar que se trata de algo más… siniestro. ¿Y por qué iba a querer hacerme «sufrir»? Que yo sepa, no tengo enemigos.

– Me parece que esta nota no iba dirigida a ti -dijo Philip lentamente.

– Me gustaría creerte. Pero esa nota estaba en mi bolsillo y es a mí a quien han golpeado como si fuera un saco. ¿A quién más podría ir dirigida?

– A mí. -Philip le explicó en pocas palabras que había encontrado una nota similar en su escritorio junto a uno de sus diarios abiertos-. Pregunté a todos los miembros del servicio si alguien había tocado mis diarios. Todos lo negaron, y no hay razón para que dude de ellos. La nota que has encontrado y el ataque que has sufrido da a entender que esa persona habla en serio. Seguramente ese canalla supuso que era yo quien estaba en el almacén examinando las cajas.

– Sí, es posible que tengas razón -dijo Edward asintiendo lentamente con la cabeza.

Philip se sentía culpable por lo sucedido. Maldita sea, habían herido a Edward por su culpa. ¿Habrían herido también al guardián -o acaso algo peor- por ser un testigo inocente, también por su culpa? La muerte de Mary Binsmore también le pesaba en la conciencia. ¿Quién más resultaría herido? ¿Su padre? ¿Catherine? ¿Andrew? ¿Bakari? ¿Meredith? Por todos los demonios. Si alguien pretendía hacerle sufrir, ¿qué mejor manera de hacerlo que atacando a las personas que más le importaban? «El sufrimiento empieza ahora.»

Se acercó hasta el escritorio para comparar la letra de la nota que él había recibido con la que tenía entre las manos.

– Las dos han sido escritas por la misma persona.

– Me dio la impresión de que el tipo estaba buscando algo en concreto.

– ¿Qué es lo que te hace pensar eso?

– Es difícil decirlo. -Edward cerró los ojos-. Todo sucedió muy deprisa. Pero mientras peleábamos, él no dejaba de murmurar. Cosas como «Es mía» y «Cuando la encuentre estarás acabado». -Abrió los ojos-. Lo siento, no soy capaz de recordar nada más. A juzgar por el chichón que tengo en la cabeza, debió de golpearme muy fuerte.

– Lo siento mucho, Edward. Pero gracias a Dios que tus heridas no son graves.

– Sí, podía haber sido mucho peor. Por mucho que no quisiera ser el portador de malas noticias, Philip, creo que tenemos que plantearnos dos cuestiones: ¿Qué sucede sí la cosa de la que hablaba era la «Piedra de lágrimas»? ¿Y qué sucederá si la encuentra?

Con las inquietantes preguntas que Edward le había planteado dando vueltas todavía por su cabeza, Philip dio instrucciones a Bakari para que le buscara un medio de transporte a Edward.

– Antes de regresar a casa, iré al juzgado para denunciar todo lo que ha pasado esta noche -prometió Edward.

– Sigo pensando que debería acompañarte -insistió Philip.

– No. No ganaremos nada con que dejes solos a tus invitados. Ya me encargaré yo de eso y te contaré cómo ha ido mañana por la mañana.

– De acuerdo -aceptó Philip con reticencia-. Estaré en el almacén justo después del desayuno. -Colocó una mano sobre el hombro de Edward-. Averiguaremos quién te ha hecho esto.

Edward asintió con la cabeza y se marchó. En el momento en que la puerta se cerraba detrás de él, Philip se volvió hacia Bakari.

– ¿Eran muy graves las heridas?

– Lo más preocupante es el fuerte golpe de la cabeza y los cristales que se le metieron en la mano. Muy doloroso, pero curará.