– Bueno. Una de las cosas que me gustan de ti desde el principio es tu manera de expresar las cosas de una forma clara y concisa. -Inclinó la cabeza en señal de saludo-. Creo que en esta ocasión te has superado mucho.

Ella sintió que en su interior chocaban un sentimiento de culpabilidad, por el tono de pena que había en la voz de él, y una sensación de profundo lamento, porque las cosas no pudieran ser de otra manera. Tras respirar profundamente, dijo:

– Siempre guardaré como un tesoro lo que hemos compartido, Philip. No lamento lo que ha pasado. Sencillamente no podemos permitir que vuelva a suceder. Cuando esas palabras aún no habían cruzado sus labios, su voz interior le gritó: «Mentirosa». Porque lo lamentaba. Lo lamentaba profundamente. Por ella misma y por el tormento que el recuerdo de ese beso, de esas caricias le podrían producir. Y lamentaba profundamente que esos pocos momentos entre sus brazos hubieran abierto las compuertas de unos deseos femeninos que ella había mantenido cuidadosamente encerrados durante años, y que la harían sufrir con ansias y anhelos que sabía que la atormentarían a partir de ese momento durante las solitarias noches que tenía por delante.

Le acababa de decir que no quería regodearse en lamentaciones, pero sabía que aquella noche, una vez que estuviera metida entre las sábanas, se permitiría una noche de regodeo, de llorar por su pasado, un pasado que la alejaba para siempre de conseguir a un hombre como Philip.

No quería quedarse a solas con ella, así que Philip decidió que Bakari la acompañara a su casa. Antes de que se marchara, le explicó lo que había sucedido en el almacén y le pidió que tuviera mucho cuidado. Tras ver cómo desaparecía el carruaje por la calle oscura, se sentó en el sofá, al lado del aún durmiente Prince. Colocando los codos sobre las rodillas, se rodeó la cabeza con las manos.

Maldita sea, menuda noche.

Dejando a un lado por el momento sus conflictivos pensamiento en torno a Meredith, dirigió su atención al asunto que le había apartado de la fiesta durante la noche -las intranquilizadoras revelaciones de Edward. ¿Quién le habría atacado? ¿Habría robado algo? Y de ser así, ¿qué? ¿Y por qué? Se le hizo un nudo en el estómago. Seguramente no podía ser el único objeto que él estaba buscando. «El sufrimiento empieza ahora…» Por todos los demonios, ¿qué significaba eso? No lo sabía, pero estaba determinado a descubrir de qué se trataba. Llegaría temprano al almacén para reparar los desperfectos. Esperaba que Andrew se sintiera lo suficientemente bien para acompañarle.

Se quitó las gafas y se frotó la frente con la palma de las manos para detener los otros pensamientos de lo ocurrido esa noche que le bombardeaban. La fiesta. Tenía que reconocer que la mayoría de las jóvenes habían sido muy simpáticas, y todas ellas eran indudablemente hermosas. Desgraciadamente ninguna de ellas le había causado la más mínima impresión.

Excepto Meredith.

¿Qué había querido decir con luchar tanto y tan duro por su reputación? ¿Habría estado de alguna manera en peligro? Cuando ella había hablado de errores, algo en su voz le había dejado entender exactamente lo serios que podían haber sido algunos de esos errores del pasado.

Pero ¿tenía verdadera importancia cualquiera de esos errores del pasado? No. Meredith Chilton-Grizedale era sin duda la mujer que él quería. Hay algunas cosas contra las que se puede luchar, y otras contra las que simplemente no podemos defendernos. Sin duda Meredith entraba en esta segunda categoría.

Ahora solo tenía que decidir qué demonios iba a hacer al respecto.

10

Philip estaba terminando de devorar su desayuno, cuando Bakari apareció en la puerta del comedor.

– Su padre -dijo.

El conde entró en la habitación. Sus mejillas estaban pálidas y unas ojeras negras le rodeaban los ojos, pero de todas formas tenía un aspecto sorprendentemente sano y caminaba con paso ligero. Como siempre, iba perfectamente bien vestido, con un abrigo marrón Devonshire, pantalones de franela, una reluciente camisa blanca y un pañuelo perfectamente anudado. Philip se llegó a preguntar si el ayuda de cámara de su padre dormiría alguna vez.

– Buenos días, Philip -saludó, y dirigiéndose al criado-: Café, por favor.

– Padre, ¿cómo te encuentras hoy?

– Bastante bien, gracias. La verdad es que mejor de lo que me he sentido desde hace semanas.

– Me alegro de oírlo. -Philip miró descaradamente el reloj de pared-. Aunque a lo mejor deberías estar descansando. ¿No es demasiado temprano para ir de visita?

– Quería verte antes de que te marcharas. Suponía que ya te habrías levantado (siempre has sido una persona madrugadora), y es obvio que no te he sacado de la cama. -Se quedó observando el aspecto de Philip-. ¿O acaso sí? Te veo un poco desaliñado, algo bastante raro en ti.

– No he dormido bien -dijo sin reír el comentario jocoso a su padre.

No había dormido en absoluto. La pregunta sobre lo que tenía que hacer al respecto de Meredith le había mantenido despierto y dando vueltas en la cama, examinando los hechos, sopesando las opciones, hasta que finalmente había llegado a una conclusión -la única solución posible.

– Tenías la cabeza ocupada con todas esas deliciosas bellezas, ¿eh, Philip?

– Algo parecido, sí.

– Por eso estoy aquí. Para que hablemos sobre la velada de anoche. -Su padre levantó una ceja-. Bueno, ¿dio la fiesta el resultado deseado? ¿Has encontrado a alguna mujer que te gustara?

Sin duda, Philip debería haberse ofendido por la manera tan brusca de plantear la cuestión, pero en cambio sus labios se arquearon divertidos.

– No estoy completamente seguro.

– ¿Y eso qué quiere decir exactamente?

– Significa que he conocido una mujer a la que me gustaría unirme…

– Excelente.

– …pero ella me ha hecho saber sus reservas.

– Bah. ¿Qué mujer no estaría dispuesta a casarse con el heredero de un condado?

– Para empezar, una que no esté dispuesta a arriesgarse a expirar dos días después de la boda.

Su padre hizo un gesto con la mano quitándole importancia al asunto.

– ¿Quién es la chica?

– Prefiero no decírtelo todavía. Basta con que sepas que he elegido. Ahora solo he de convencer a la dama… Que es exactamente lo que tengo planeado hacer.

Hasta entonces, para mantener la promesa que le había hecho a su padre, estaba completamente dispuesto a casarse con una mujer de la que no sabía nada. Bueno, ahora por lo menos sabía que deseaba a Meredith. Y creía que podían hacer una buena pareja. Seguramente podría llegar a convencerla. El gran problema consistía en encontrar la manera de protegerla y persuadirla de que se uniera a él aunque no pudiese -a causa del maleficio- casarse con ella.

El criado dejó el café delante de su padre, y el conde aspiró el sabroso aroma mientras lo removía con la cucharilla.

– No te queda mucho tiempo para cortejarla, Philip. Ayer tuve una cita con el doctor Gibbens. Me ha dicho que me quedan dos o tal vez tres meses. Quisiera verte antes casado, y a ser posible con un heredero en camino.

Una oleada de tristeza, arrepentimiento y pérdida invadió a Philip por todas las cosas que su padre y él no habían compartido. Se hizo la promesa mental de que jamás dejaría que el muro que le separaba de su padre se levantará entre él y su futuro hijo.

– Estoy haciendo, y seguiré haciendo, todo lo que está en mi mano para cumplir nuestro trato. Pero también debes aceptar la posibilidad de que no sea capaz de conseguirlo.

– No soy una persona a la que le guste plantearse la posibilidad del fracaso, Philip.

– Yo tampoco. Y mucho menos ahora que he encontrado a la mujer que quiero.

– Mientras esto no acabe, te aconsejo que no te entretengas con el desayuno y vayas enseguida al almacén para seguir con tu búsqueda.

– Eso estaba planeando hacer, pero antes tengo que decirte algo. -Le relató en pocas palabras los acontecimientos de la víspera en el almacén, y concluyó con la petición a su padre de que tuviera especial cuidado en adelante y estuviera alerta.

– Estoy convencido de que se trata de algo más que del proceso del propio maleficio, pero no sé por qué, ni quién está detrás de todo esto. Pero te aseguro que lo averiguaré. -Tras sorber el último trago de su café, Philip se puso en pie-. Y ahora, si me disculpas, padre, voy a arreglarme para ir al almacén.

Su padre apretó con determinación la mandíbula mientras también se ponía en pie.

– Iré contigo. Cuantos más seamos buscando, antes acabaremos de revisar las cajas.

– Es un trabajo sucio y cansado…

– No me cansaré demasiado. Hoy tengo un «buen» día y no lo voy a perder tumbado en la cama. Quiero ayudarte.

– De acuerdo.

No valía la pena discutir con su padre cuando se le metía algo en la cabeza. Se aseguraría de que no hiciera más esfuerzos que comprobar los libros con los listados.

– Parece que te sorprende que te ofrezca mi ayuda. Estoy preocupado por tu seguridad y no me gusta nada el tono de la nota que encontró Edward. Y en cuanto al maleficio… a pesar de que sigo convencido de que no es auténtico, al contrario de lo que tú pareces creer, nada deseo más que verte casado con la mujer a la que quieres… hijo.

El cuello de Philip se tensó al oír la brusca afirmación de su padre. Su padre no le había llamado hijo desde la muerte de su madre. Ni una sola vez, ni de palabra ni por escrito. Lo cual significaba que ahora su padre le estaba ofreciendo una rama de olivo, estaba haciendo un gesto para solucionar sus diferencias, aprovechando el hecho de que si Philip se casaba podrían dejar el pasado a sus espaldas.

– Gracias. Tu compañía será bienvenida. -Cuando salían del comedor, Philip dijo-: Como veo que Andrew aún no se ha levantado, supongo que no se encontrará bien todavía. Espero que esté mejor a lo largo del día y se pueda unir a nosotros más tarde.

– ¿Dices que Stanton está enfermo? Habrá sido algo bastante rápido. Lo vi ayer por la noche y parecía perfectamente bien de salud.

– ¿Ayer por la noche? ¿A qué hora? -Debían de ser cerca de las once, cuando volvía en mi carruaje desde el club. Lo vi andando por Oxford Street.

– ¿Y qué es lo que hacías tú fuera de casa a las once de la noche, padre? Estoy seguro de que el doctor no te habrá recomendado esas salidas nocturnas.

Las mejillas sonrosadas de su padre palidecieron.

– Me encontraba bastante bien ayer por la noche y pasé un rato por el club. El doctor me ha dicho que puedo salir de vez en cuando si me encuentro bien. Hace que me sienta mejor de ánimo, ya sabes.

– Ya veo. Pero en cuanto a Andrew, debes de estar equivocado. Se metió en la cama poco después de las siete.

– Estaba convencido de que era él… Pero parece ser que me equivoqué. Aunque entonces tu amigo Stanton debe de tener un doble en Londres.

– Dicen que todo el mundo tiene uno en alguna parte -contestó Philip. Y luego río-: Pero que el cielo nos ayude si de verdad hay por aquí otro Andrew Stanton.

Philip se dio media vuelta describiendo un lento círculo, con sus botas arañando el gastado suelo de madera del almacén mientras observaba el área que rodeaba dos de las cajas. Se podían ver muestras de violencia en las marcas de rozaduras de la madera y en los objetos rotos esparcidos por el suelo. Philip se agachó y tomó un trozo puntiagudo de cerámica roja brillante. Samiático, del segundo siglo antes de Cristo. Había comprado ese jarrón a un vendedor de Roma conocido por sus exquisitas reliquias, algunas de ellas adquiridas por medios bastante dudosos. La pérdida de algo tan hermoso, que había sobrevivido durante cientos de años y le ofrecía una mirada precisa sobre un pasado que jamás podría ser reconstruido, le golpeó el estómago con una dolorosa ira. Y mucho más dolorosa era la idea de que Edward podría haber acabado hecho trozos como esa pieza que sostenía entre las manos. Con meticuloso cuidado podía conseguir recomponer aquel jarrón. Pero no podría haber hecho lo mismo si aquel malnacido hubiera matado a Edward.

– ¿Ha habido muchos desperfectos? -preguntó su padre.

– Es difícil saberlo. Pero me parece que se han roto varías piezas. Lo sabré con exactitud cuando haya cotejado el contenido de las cajas con los libros. -Se pasó las manos por la cara-. Podría haber sido mucho peor.

Su padre alzó un brazo señalando los destrozos.

– ¿Era necesario que fueran tan salvajes?

– Por supuesto, yo habría intentado ser más cuidadoso, pero ya ves que ellos no lo han sido. -Recogió la bolsa de cuero que había dejado al lado de una de las cajas. La abrió y extrajo de ella un trozo de tela de algodón-. Tengo que guardar los fragmentos en esta tela, dejando espacio entre los trozos, y luego enrollarlos con ella para que estén protegidos. Esa silla es bastante cómoda.