Además de comer y cambiarse de ropa, Philip también quería ver a Andrew, que posiblemente aún no se encontraba bien, o que tal vez había ido al museo. Tenían muchas cosas de las que hablar.
Su padre y Goddard se dirigieron a lo largo del pasillo hacia la salida. Antes de que Meredith les siguiera, Philip le preguntó:
– ¿Puedo hablarle un momento, Meredith?
Goddard se detuvo mirando a Meredith por encima del hombro con expresión interrogativa.
– Está bien, Albert -dijo ella con una sonrisa cansada-. Me quedaré sola un momento.
Asintiendo con la cabeza, Goddard siguió avanzando por el pasillo.
Cuando estuvo seguro de que no le podían oír, Philip se acercó hacia ella, parándose en seco cuando solo les separaban dos pasos. Motas de polvo ensuciaban sus mejillas pálidas y su lustroso cabello negro, por no mencionar los desperfectos que el trabajo había ocasionado en su vestido marrón. Tenía un aspecto cansado, despeinado y sucio. Aunque se sintió culpable por haberla colocado en aquella situación, no podía negar que incluso cansada, despeinada y sucia la encontraba más atractiva que cualquiera de las damas perfectamente arregladas que jamás hubiera visto. Sus dedos ardían de deseos de tocarla y acariciarla, y de llegar aún mucho más allá.
– Quiero agradecerte la ayuda que me has ofrecido hoy, la tuya y la de Goddard, y que hubieras pensado en traer algo de comida y bebida. Me temo que cuando estoy absorto en el trabajo suelo olvidar esas costumbres tan humanas como comer y beber. Tu previsión entra dentro de la categoría de «absolutamente genial».
Ella le regaló una tentativa de sonrisa.
– Gracias, pero la verdad es que entra más en la categoría de «autopreservación». Supuse que estaríamos aquí casi toda la tarde, y además sospeché que a nadie se le iba a ocurrir pensar en comida o bebida hasta que todos estuviéramos completamente hambrientos. Y sabía que si yo era la primera persona en sugerir que abandonáramos el trabajo para dedicarnos a nuestro mantenimiento se me habría tachado de…
– ¿Flor de invernadero?
– Exactamente. Y por lo que veo mi plan funcionó perfectamente, porque en lugar de colocarme en la categoría de «blanda y débil mujer» crees que soy un genio.
– Bueno, la comida que nos has ofrecido era exquisita y absolutamente deliciosa. Una de las comidas más perfectas que recuerdo en muchos años.
– Eso es solo porque estabas muy hambriento. Habría apostado que aunque te hubiera servido empanadas de serrín te habrías lanzado sobre ellas con la misma ansiedad.
– Hum. Seguro que tienes razón. Pero tal y como lo has hecho, nos has salvado el día, y en agradecimiento por tu generosidad al proveerme de tan deliciosa comida, quiero devolverte el favor. ¿Quieres cenar conmigo mañana por la noche?
– ¿Cenar contigo? -preguntó ella con una mirada llena de cautela.
– Sí. -Los labios de él se doblaron hacia arriba-. Estoy seguro de que no te parece tan horroroso como aparentas. Te prometo que no te serviré empanadas.
Philip no podía aceptar que ella estuviera intentando rechazar su invitación, de modo que, antes de que pudiera hacerlo, él añadió:
– Esa puede ser una perfecta oportunidad para seguir conociendo más a fondo a algunas de las damas de la fiesta de anoche.
Ella parpadeó dos veces, a lo que le siguió una mirada de innegable alivio que a él le pareció de lo más descorazonados. Inmediatamente ella cambió su expresión por lo que parecía ser un destello de desilusión que él encontró muy estimulante.
– Oh, ya. ¿Quieres decir invitando a otras personas también?
– Yo mismo enviaré las invitaciones. Creo que ocho será un buen número para una cena animada: tú y yo, y otras seis jóvenes. Echaré un vistazo a la lista de la fiesta de anoche y elegiré. ¿Puedo contar contigo?
– Sí, estaré encantada.
– Excelente. Enviaré a Bakari para que te recoja en mi carruaje. ¿Te parece bien a las siete en punto?
– Eso será perfecto. -Se lo quedó mirando durante varios segundos, y luego añadió en voz baja-: Philip… me alegro de que estés dando pasos para conocer más a fondo a esas jóvenes damas. Cualquiera de ellas sería una admirable y respetable esposa para ti.
– Cuento con ello, Meredith. Ambos queremos que elija a una admirable y respetable esposa, y quédate tranquila, estoy intentando que ambos consigamos exactamente lo que queremos.
Cuando Philip llegó a casa, Bakari le informó de que Andrew había pasado el día en el museo y todavía no había regresado. Philip pidió que le prepararan un baño caliente y, mientras esperaba que la bañera estuviera lista, se retiró con Bakari a su estudio privado y engañó a su apetito con varias rebanadas de pan fresco y unas lonchas de queso.
Después de haber informado a Bakari de los acontecimientos del día, le dijo:
– Tengo el mal presentimiento, Bakari, de que ese «barco» que falta es precisamente lo que estamos buscando. Y ya sabes tú de qué manera suelen tender a cumplirse mis malos presentimientos.
– La tormenta de arena en Tebas, la tormenta de Chipre, el robo de las tumbas en El Cairo, no se lo recuerde a Bakari -dijo el mayordomo estremeciéndose.
– Me parece muy extraño que sea el único objeto que falta, y ya sabes que no soy alguien que crea en las coincidencias. Si no fuera así, no andaría compartiendo mis preocupaciones, ya que no quiero que los demás se preocupen. Aunque me niego a perder la esperanza. Todavía quedan nueve cajas en el almacén y la próxima semana espero que llegue el Sea Raven con el cargamento de los objetos que aún faltan. Puede que ese «barco de yeso» aparezca entre los objetos que están por llegar. -Se hurgó los cabellos con las manos-. Por todos los demonios, tendría que haberme dado cuenta. Espero que este no acabe siendo el error más caro de toda mi vida.
– Bakari reza por ello -dijo el pequeño hombre con ese tono grave que tan bien conocía Philip.
Era la típica frase de Bakari: «Rezaré por todo lo que valga la pena rezar, aunque probablemente no arregle mucho las cosas». Por todos los demonios.
Tras acabar con la última rebanada de pan, Philip dijo:
– Hay algo más que quiero comentar contigo. Quiero que dispongas una pequeña cena íntima para mañana por la noche. De estilo mediterráneo.
– ¿Íntima? -Los ojos de Bakari brillaron.
– Sí. -Philip le dio las instrucciones para la cena, sabiendo que Bakari las memorizaría y las llevaría a cabo al pie de la letra. Cuando acabó de dictarle las instrucciones, se levantó-. Mi baño debe de estar casi preparado. Cuando acabe ya habrá llegado Andrew. Ya es casi la hora de cenar y él no es de los que se pierden una cena.
Cuando Philip, arreglado, lavado y vestido con ropa limpia, entró en el comedor, con cuarenta y cinco minutos de retraso, Andrew estaba ya sentado a la mesa de cerezo disfrutando de un tazón de lo que parecía una reconfortante sopa. Haciéndole una seña al camarero para que le trajese lo mismo, Philip se sentó en la silla que había enfrente de Andrew, cuyo pelo y ropa evidenciaban rastros de polvo y suciedad.
– Me alegro de que ya te encuentres mejor.
– No tanto como me alegro yo. -Su mirada se detuvo en las ropas y el pelo limpio de Philip-. Me da envidia el baño que has tomado. He pedido que me preparen uno, pero antes tenía que comer. Pensé que al personal le horrorizaría que me sentara a la mesa con el aspecto de haberme estado arrastrando por un suelo polvoriento. Pero por suerte Bakari estaba aquí para hacer de intermediario, porque cuando llegué creí que me iban a echar a la calle.
Cuando el camarero hubo depositado el tazón delante de Philip, este lo despidió. Andrew y él cenaron en silencio concentrados durante varios segundos antes de que Philip comenzara a hablar.
– Como he visto que en el momento en que he entrado no has saltado sobre mí con la buena noticia de que habías encontrado el pedazo de piedra desaparecido, supongo que la búsqueda de hoy en el museo ha sido infructuosa.
– Desgraciadamente, sí. Solo quedan tres cajas. Edward me ha estado ayudando, al menos todo lo que le ha permitido su mano herida. Me ha contado lo que pasó anoche. Un asunto muy desagradable. Ha tenido suerte de vivir para contarlo. Dice que cree que se rompieron algunas piezas durante el asalto.
– Por desgracia sí, hay cinco piezas rotas. De todos modos, podría haber sido mucho peor.
Andrew lo miró con expresión interrogante.
– ¿Robaron algo?
Philip le puso al día de los acontecimientos, hablándole de la muerte del guardián y de la desaparición del barco de yeso.
– Maldita sea, Andrew, tendría que haberlo supuesto.
– Yo también miré esos libros, al igual que Edward y Bakari. A ninguno de nosotros se le ocurrió, Philip. No te eches la culpa a ti solo.
– Está claro que el responsable de las notas y del robo es la misma persona -dijo Philip asintiendo con aire ausente-. Tengo que descubrir su identidad antes de que alguien más resulte herido. Por eso, he pensado en contratar a un detective de Bown Street para que investigue el caso. Creo que el responsable debe de ser alguien que navegaba con nosotros en el Dream Keeper. Alguien que conoce las antigüedades y el maleficio.
Andrew estudió su cara durante unos segundos y luego dijo:
– ¿Por qué no me dejas que dirija yo la investigación? Edward puede dedicarse a buscar en el resto de cajas que quedan en el museo. Conozco a todos los que viajaban en el Dream Keeper, y ya sabes que soy capaz de sacarle a cualquiera toda la información que necesite.
– Sí, la verdad es que ya lo demostraste al recuperar la estatua de Afrodita que nos habían robado en Atenas, y eres perfectamente capaz de defenderte solo de cualquier ataque. ¿Estás seguro de que quieres hacerlo?
– Claro. Deseo detener a ese mal nacido tanto como tú. Empezaré mañana por la mañana.
– Perfecto. Gracias. -Aliviado y confiando en que Andrew sería capaz de descubrir la verdad, Philip añadió-: También he mantenido hoy una interesante conversación con el amigo y mayordomo de Meredith, Albert Goddard. -Le hizo un breve resumen de lo que sabía y le contó de qué manera había llegado Goddard a vivir con Meredith.
– Goddard ha tenido mucha suerte de sobrevivir a una infancia tan horrible -dijo Andrew con cara apesadumbrada-. Está claro que tu miss Chilton-Grizedale esconde mucho más de lo que salta a la vista.
– Sí. Esa dama es un enigma. Y ya sabes tú cuánto disfruto con los enigmas.
– ¿Eso es lo que pretendes hacer? ¿Disfrutar con ella?
– En realidad, he decidido seguir tu consejo.
– Como bien debías hacer ya que, ejem, yo raras veces me equivoco. Y ¿qué estrategia has decidido seguir, exactamente?
Miró a Andrew por encima de los cristales de sus gafas.
– Voy a cortejarla. Antes de conocer a Meredith estaba completamente decidido a casarme con una mujer a la que no conocía para cumplir el trato que hice con mí padre. Pero ahora que debo elegir a alguien como esposa, prefiero casarme con alguien que… me guste. Alguien a quien desee.
– Una sabia decisión. Yo no me podría imaginar casándome con alguien a quien no conozco. Por supuesto, me sentiría indudablemente mucho mejor si tú sintieras algo más que… atracción por míss Chilton-Grizedale.
– Apenas la conozco.
– Por lo que yo he visto, la conoces todo lo que hace falta conocerla. Pero que te guste y que la desees es sin duda un buen comienzo. Dado que los gestos románticos no son tu fuerte, estaré encantado de ofrecerte unos cuantos consejos.
Philip le miró circunspecto.
– Contrariamente a lo que tú crees, ya he hecho algunos de esos gestos.
«¿Algunos?», puntualizó su voz interior, «no definitivamente». Pensar en ellos no significaba haberlos llevado a cabo. Pero es que no había encontrado aún a la mujer adecuada que le inspirase esos gestos. Hasta ahora.
– Y para acabar, he invitado a Meredith a cenar conmigo mañana por la noche.
– ¿Una cena? Estaré encantado de asistir.
– Lástima, porque no estás invitado.
– Ah, ¿y de qué tipo de fiesta se trata? No hace falta que te preocupes, me esfumaré si así lo deseas. Volveré al salón de boxeo Jackson para caballeros. Lo pasé bastante bien allí anoche, y me gustaría repetir la experiencia. -Una lenta sonrisa elevó uno de los extremos de la boca de Andrew-. Partirle la cara a alguien en el cuadrilátero es una buena manera de sacarse de encima las decepciones. Ya sabes cómo me gustan las buenas peleas.
– ¿Anoche? -La mirada de Philip se fijó en la mano de Andrew y se dio cuenta de que estaba hinchada, con los nudillos llenos de rasguños-. Pensaba que te habías quedado en la cama.
– Y así fue. Pero me sentí mejor después de tomarme la poción de Bakari y salí a dar una vuelta por la ciudad. Recordé que tú habías mencionado el club Jackson en alguna ocasión y decidí hacer una visita al establecimiento.
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