– ¿Te vas a marchar por lo que acaba de pasar entre nosotros?
– Lo siento, Charlotte, yo… -dijo él enrojeciendo de repente.
– Lo que quiero no es una disculpa, Albert, sino una explicación. ¿Por qué me besaste?
– Perdí la cabeza. No sé en qué estaba pensando.
– ¿Estabas pensando en mí o tenías a cualquier otra en la cabeza?
– ¿Cualquier otra? ¿Qué insinúas?
Ella se apretó el estómago con las manos.
– ¿He sido yo la persona que ha inspirado ese beso o no era más que la sustituta de cualquier otra?
Una miríada de emociones cruzaron por la cara de él: confusión, comprensión, y también una inconfundible pizca de enfado.
– Nunca te habría utilizado a ti de esa manera, Charlotte.
Las rodillas de Charlotte flaquearon con alivio y la llama de la esperanza ardió aún con más fuerza.
– Ese beso…
– Fue un error terrible.
– ¿Por qué dices eso?
El se la quedó mirando como si se hubiera vuelto loca. Luego escapó de su garganta una risa sin gracia.
– Tu reacción horrorizada así me lo hizo ver. No es que te culpe a ti, por supuesto. No tengo ningún derecho a tocarte.
– No me quedé horrorizada -dijo ella notando que el corazón le daba un vuelco-. Estaba sorprendida. Realmente impresionada. No podía entender por qué me ibas a querer besar a mí. Y menos aún de esa manera.
– ¿De esa manera? ¿Quieres decir como un lastimero principiante? -le espetó él.
– No. Quiero decir como un hombre besa a una mujer por la que está profundamente interesado. Una mujer a la que… ama.
Albert quería que se abriera la tierra y lo tragara. Nunca, en toda su vida, se había sentido tan mortificado. Por todos los demonios, ¿con su torpe beso había dejado ver tantas cosas?
– ¿Es así como me has besado, Albert?
Sus hombros se hundieron ante esa pregunta a media voz. Quería negarlo, para evitar ser de nuevo objeto de su compasión, pero ¿cómo esperaba mentirle con convicción sobre algo tan obvio? Además, no tendría que ver su compasión durante mucho tiempo. Se habría marchado de allí en cuestión de horas.
– Sí, Charlotte, así es como te he besado.
– ¿Porque me amas? -dijo ella con una voz que era casi un susurro.
– Sí -contestó él asintiendo con la cabeza-. Esta noche mis sentimientos… se llevaron lo mejor de mí. Y ya que no puedo prometer que no volverá a suceder jamás, tengo que irme de aquí. Por el bien de los dos.
– Oh… Albert, querido mío, ese beso ha sido el más maravilloso que me han dado jamás. No sabía cuan maravilloso podía ser un beso hasta esta noche.
– ¿Maravilloso?-preguntó él confundido-. ¿Estás diciendo que te ha gustado?
– Sí, Albert, eso estoy diciendo. Pero me sorprendiste. No tuve el ánimo suficiente para reaccionar como debería haberlo hecho. No me quedaría tan sorprendida si volvieras a intentarlo de nuevo… ahora.
Él se quedó de pie pensando que seguramente había oído mal.
– ¿Estás diciendo que quieres que te bese?
– Más que nada en el mundo.
No le habrían dado un golpe más fuerte si le hubiesen lanzado un ladrillo a la cabeza. Una parte de él estaba deseando abrazarla y aprovecharse de su obvio momento de enajenación mental, pero otra parte le decía que tuviera cuidado. Y que se asegurara de que lo que acababa de oír no iba a transformarse luego en decepción.
– ¿Por qué quieres que te bese? -preguntó él con delicadeza, estudiando su expresión y aterrorizado por las esperanzas que empezaban a formarse en su corazón.
Los ojos de ella se llenaron de tal cantidad de inconfundible ternura que él se quedó sin aliento.
– Quiero que me beses porque te amo.
Por el amor del cielo, también él había perdido la cabeza. Estaba tarado, eso le pasaba. Oía cosas. El manicomio sería su última morada.
Seguramente su aspecto era tan aturdido como sus pensamientos, porque los ojos de ella le miraron con preocupación.
– Albert, ¿me has oído?
– No estoy seguro. Me parece imposible haber oído lo que creo que he oído. ¿Podrías… repetirlo de nuevo?
Una sonrisa tembló en los labios de ella. A continuación, se aclaró la garganta y le dijo con una voz lenta, alta y clara:
– Quiero que me beses porque te amo.
Dulce nombre de Dios, ¡no había perdido la cabeza! Tomó la cara de ella entre sus temblorosas manos. Ella se acercó a él y levantó el rostro, deslizando las manos alrededor de su cintura.
– Charlotte…
Albert rozó la boca de ella con la suya, dulcemente, temiendo que de un momento a otro se despertaría para descubrir que todo había sido un sueño, una mala pasada de su imaginación. Pero no había nada imaginario en la manera como la boca entreabierta de ella se le acercaba, o en la sensación de sus manos rodeándole la cintura.
Forzándose a terminar con aquel beso antes de que la creciente urgencia le pidiera a su cuerpo que aboliera el pensamiento, él levantó la cabeza. Y se topó con la imagen más increíblemente bella que había visto jamás. Charlotte. Entre sus brazos. Sus labios húmedos y enrojecidos por su beso. Su piel coloreada de excitación por su contacto. Y sus ojos llenos de ternura y amor por él.
Parpadeó dos veces, no estando aún seguro de que ella no fuera a desaparecer, pero seguía estando allí, entre sus brazos. Dios sabe que no deseaba hacer o decir nada que pudiera romper ese momento mágico, pero tuvo que preguntar:
– ¿Estás segura, Charlotte? ¿Estás segura de que quieres unirte a un hombre como yo? -Él miró hacia su pierna y luego volvió a alzar los ojos hacia ella-. Tengo algunos desperfectos.
– Yo también. No puedo cambiar mi pasado, Albert.
– Tampoco yo puedo cambiar el mío. -Él le acarició la suave mejilla asombrándose de poder hacerlo-. Yo solo estoy interesado en tu presente y tu futuro.
– Soy cinco años mayor que tú.
– No me importa. -Tomó una de sus manos y se la llevó a los labios besándole la parte de detrás de los dedos-. No puedo creer que estés aquí, que te esté acariciando, que tú me ames. Pero, por Dios, te aseguro que no voy a dejar pasar esta oportunidad. Charlotte, ¿quieres casarte conmigo?
Ella abrió los ojos como platos; luego, para alarma y desmayo de Albert, una lágrima se deslizó por su mejilla.
– ¡Maldita sea! No pretendía hacerte llorar. -Él secó aquella lágrima con sus dedos, pero otra, y otra, y otra le siguieron.
– No estoy llorando -susurró ella.
– Bueno, pues entonces es que tienes goteras, porque veo agua saliendo de tus ojos.
Un sonido que parecía a la vez un sollozo y una risa salió de la garganta de ella. A continuación, Charlotte le rodeó el cuello con los brazos y enterró su cara contra el pecho de él. Sintiéndose completamente impotente, él le dio unas palmaditas en la espalda, le acarició el cabello y la besó dulcemente en las sienes.
– Charlotte, por favor, no puedo soportar verte llorar. ¿Por qué estás tan disgustada?
Ella alzó la cara y lo miró. Agarrándole el rostro con las palmas de las manos, le dijo:
– No estoy disgustada. Estoy rebosante de alegría, impresionada. No sabes cuánto he deseado que me pidieras que me casara contigo.
– ¿Cómo pudiste imaginar que no iba a querer hacerlo? -En el momento en que formuló la pregunta pudo leer la respuesta en sus ojos-. Yo no te deshonraría, Charlotte.
– No soy el tipo de mujer con la que se casan los hombres.
– Qué demonios significa que no eres. Yo quiero que seas mi esposa. Quiero que Hope sea mi hija. La única pregunta es, ¿quieres tú que yo sea tu marido y el padre de Hope?
– Si tú nos quieres…
– Sois lo que siempre he querido.
Ella dejó escapar un suspiro tembloroso.
– Entonces, sí. Sí, quiero casarme contigo.
Fue como si el sol acabara de abrirse paso entre un montón de nubes negras. Apretándola contra su cuerpo, Albert la besó larga y profundamente hasta que no le quedó aire en los pulmones. Luego, volviendo a respirar, descansó su frente contra la de ella durante medio minuto.
– Hay algo que deberías saber, yo nunca… yo nunca he estado con una mujer.
– Me gustaría poder decirte que yo nunca he estado con un hombre. Pero sí te puedo asegurar honestamente que nunca he hecho «el amor» con ningún hombre.
El le alzó la cara y sonrió.
– ¿Es cierto? ¿De verdad te vas a convertir en mi esposa?
Ella le devolvió la sonrisa:
– Sí. ¿De verdad te vas a convertir en mí marido?
– Sí. Y cuanto antes mejor. Yo, ejem, espero que no prefieras un largo noviazgo.
– Albert, no es necesario que nosotros esperemos a que estemos casados para…
Él la hizo callar con un beso:
– Sí, sí que lo es. Tú te mereces el mismo respeto que cualquier mujer decente, y yo no voy a mancillar tu honor tomándote antes de que nos hayamos casado. Nunca pensé que podría tenerte, Charlotte. Ahora que ya eres mía, puedo esperar.
La gratitud y el amor que se reflejaban en los ojos de ella casi lo hacen caer de rodillas a sus pies.
– No puedo esperar a contarles nuestra noticia a Hope y a Meredith -dijo él-. ¿Te imaginas lo que se sorprenderá cuando sepa que mientras ella estaba en una cena festiva, intentando encontrar la pareja perfecta para lord Greybourne, aquí hemos encontrado una pareja perfecta por nosotros mismos?
– Una noche de gran éxito, al menos en lo que a mí concierne -contestó ella sonriéndole-. Y solo espero que miss Merrie haya tenido el mismo éxito que nosotros.
15
A la mañana siguiente, Philip salió de su dormitorio y se dirigió al comedor con la intención de desayunar rápidamente y salir hacia el almacén. Esperaba encontrar a Andrew allí, para que le pusiera al corriente de los avances de la investigación. Bakari estaba de pie en el vestíbulo, y Philip notó que en su cara se traslucían signos de una noche sin haber dormido.
– ¿Una mala noche? -preguntó estudiando el rostro de Bakari.
Algo centelleó en los ojos de obsidiana de Bakari, pero se desvaneció tan rápidamente que Philip no tuvo tiempo de darse cuenta.
– Me costó dormir -contestó Bakari.
– Sí, sé exactamente cómo te sientes -murmuró Philip. En realidad, para él había sido completamente imposible dormir-. Quería agradecerte de nuevo todas las molestias que te tomaste preparando y llevando a cabo la cena de anoche. -Colocó una mano en el hombro de Bakari, con un gesto de amistoso agradecimiento, pero el hombrecillo hizo una mueca de dolor.
– Perdona, no quería hacerte daño -dijo Philip retirando inmediatamente su mano.
– Dolorido de llevar material al estudio.
– Oh, sí, claro. Imaginé que estarías cansado, aunque te quería dar las gracias. Me refiero a anoche, cuando regresé de acompañar a miss Chilton-Grizedale, pero no te encontré. -Philip sonrió a Bakari-. Me pareció raro no verte aquí esperándome, pero con todo el trabajo extra que hiciste, supuse que te habrías ido ya a descansar.
Algo centelleó de nuevo en los ojos de Bakari.
– Como usted dice, un trabajo extra agotador. ¿Le gustó a ella? -dijo Bakari inclinando la cabeza.
– Sí. Fue una noche maravillosa. -Hasta que dejó que sus pasiones le dominaran y la asustó como si fuera un ratón perseguido por una cobra. Para acabar compartiendo un incómodo y silencioso viaje de regreso a su casa.
– ¿Se va a casar con ella? -dijo Bakari estudiando su reacción.
– Eso espero.
– ¿Qué dijo ella cuando le preguntó?
– No se lo pregunté. Pero pienso hacerlo. La próxima vez que la vea.
– La próxima vez podría ser demasiado tarde.
Philip pensó en decirle que explicara ese comentario críptico, pero sabía que el testarudo carácter de Bakari no le permitía decir ni una palabra más. Además, Bakari -a su reticente manera- le había dado a entender su preocupación por algo que Philip no había logrado sacarse de la cabeza. Había invitado a Meredith para pedirle que se casara con él, pero desde el primer momento había temido que ella le contestaría hablando no sobre las razones por las que hacían una buena pareja, sino sobre las excusas por las que no podía casarse con él.
Sospechaba que él sabía por qué no se había atrevido a preguntárselo. La información que había descubierto acerca de ella, de manera fortuita mientras preguntaba por Taggert en las tabernas, era seguramente lo que le había hecho detenerse. Quizá tendría que haberle dicho a ella lo que sabía. Pero quería darle la oportunidad de que fuera ella la que se lo contara. De que ella le dijera la verdad. Había intentado conversar sobre el pasado la noche anterior, pero ella había hecho todo lo posible por cambiar de tema. Puede que ahora que él le había hablado de su doloroso pasado, ella tuviera más ánimos para confiar en él.
– Acaba de llegar esto -dijo Bakari alzando una mano.
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