Philip tomó el sobre de vitela, rompió el sello de lacre y echó un vistazo a la misiva.

– El Sea Raven ha sido visto cerca de la costa. Se espera que atraque en los muelles esta tarde. Desde mañana, la búsqueda del pedazo de piedra desaparecido podrá extenderse a las cajas que hay en el Sea Raven. -Metió el mensaje en el bolsillo de su chaqueta-. ¿Se ha levantado ya Andrew?

– En el comedor.

Dándole las gracias con una ligera inclinación de cabeza, Philip se dirigió al pasillo. Entró en el comedor y se sorprendió por el aspecto de Andrew, cuyo rostro normalmente alegre mostraba una mandíbula arañada y un labio hinchado.

– ¿Duele tanto como parece? -le preguntó.

– Hace que comer sea algo menos placentero -dijo Andrew con una mueca de dolor-. Pero me duelen tanto las costillas que esto casi no lo siento.

– ¿Es ese el resultado de tus investigaciones?

– No estoy seguro. Te lo contaré en cuanto te sientes delante de mí. Hablar de un lado al otro de la habitación requiere mucho más esfuerzo.

Frunciendo las cejas, Philip se acercó al mostrador y se sirvió un huevo y unas lonchas de jamón, y a continuación se sentó en la mesa delante de su amigo.

– Te escucho.

– Primero cuéntame cómo te fue anoche con miss Chilton-Grizedale -dijo Andrew haciendo aspavientos mientras examinaba el rostro de Philip-. No parece que te haya dejado heridas.

– Bueno, no llegó a golpearme.

– Al menos no físicamente.

– Supongo que eso es una buena señal. ¿Es tan buena como las noticias que le siguen?

– Me temo que no. Después de un comienzo un poco agitado, las cosas iban bastante bien hasta que se dio cuenta de lo que pretendía proponerle. Entonces se sintió atemorizada. Y me pidió que no hablara de eso, que le diera tiempo para pensárselo.

– Una reacción curiosa, ¿no crees? -dijo Andrew arqueando las cejas.

Sin demasiadas ganas de seguir con esa conversación, Philip le contestó encogiéndose evasivamente de hombros:

– Es muy cauta. Y con ese maldito maleficio pendiendo sobre mi cabeza, sin mencionar lo que se rumorea sobre mi incapacidad para… cumplir (a la que no se deja de aludir cada día en el Times), no soy precisamente el mejor partido que se pueda encontrar. No como tú.

Una inexorable expresión de tristeza nubló el semblante de Andrew, y Philip se sintió culpable por haber herido los sentimientos de su amigo con sus frívolas palabras.

– Pero yo abandonaría con gusto mi estado de soltería si pudiera conseguir a la mujer que amo -dijo Andrew en voz baja.

Amor. Ese era un tema al que, junto con otros muchos, había estado dando vueltas Philip en su larga noche de insomnio. Y Andrew era precisamente el hombre que podía ayudarle.

– Me aseguras que amas a esa mujer -dijo él-. ¿Cómo lo sabes?

Andrew estudió sus ojos con seriedad.

– Lo sabes porque el corazón se te sale del pecho cuando la ves, cuando oyes su voz. Tus pensamientos se confunden cuando ella está a tu lado. Hagas lo que hagas, estés donde estés, ella está siempre en tu cabeza. Tanto si estáis juntos como si estáis separados, siempre la tienes en tu pensamiento. Lo sabes porque harías cualquier cosa para conseguirla. Cualquier cosa por estar con ella. Y cuando piensas en tu vida sin ella, los años por venir te parecen como un negro túnel vacío.

Philip se echó hacia atrás en su silla, absorbiendo las palabras de Andrew con una sorpresa cada vez más creciente. Por Dios, todas esas cosas eran las que él sentía por Meredith, y muchas más. Aquello no entraba solamente en la categoría de «se siente atraído por ella» o «hacen buena pareja» o «está bien en su compañía». No, aquello era…

– Por todos los demonios. Estoy enamorado de ella.

– Bueno, por supuesto que lo estás -rió Andrew-. Pero estoy seguro de que no te sorprende tanto.

– ¿Tú ya lo sabías? ¿Antes que yo? -preguntó Philip mirándole fijamente.

– Pues claro. Tu amor por ella es obvio. Yo no sé cómo no eres capaz de darte cuenta, puede que todos esos pequeños cupidos flechadores revoloteando alrededor de tu cabeza te oscurezcan la visión. Para mí fue obvio desde la primera vez que os vi juntos a ti y a miss Chilton-Grizedale.

Maldición. ¿Desde cuándo se había hecho tan transparente?

– Ya veo. Y Meredith… ¿sufre esos pequeños oscurecimientos de visión, esos cupidos flechadores revoloteando alrededor de su cabeza? -preguntó Philip

Andrew se tocó la barbilla e hizo una mueca de dolor cuando su mano rozó la mandíbula.

– Miss Chilton-Grizedale no es una mujer fácil de interpretar. Sin duda se siente atraída por ti, y a mí me parece que le interesas bastante. Lo que es difícil de predecir es si se dejará o no arrastrar por los sentimientos que alberga hacia ti. Sin embargo, si es como la mayoría de la gente, puede ser persuadida si se dan las condiciones adecuadas. -Un músculo se movió en la mandíbula de Andrew-. Te envidio, Philip, porque eres libre para perseguir a la mujer que amas.

– Soy libre de perseguirla, pero ¿para qué? A menos que logre liberarme del maleficio, no seré libre de casarme para ella.

Sus palabras cayeron sobre él como si fuera un negro sudario de oscuridad. Si no encontraba la manera de librarse de aquel maleficio, perdería a Meredith. Ya era bastante malo que le hubiera dado su palabra a su padre, lo cual le llevaría a perder su honor y su integridad. Y ahora también se arriesgaba a perder su corazón.

– En cuanto al maleficio, tengo buenas noticias del Sea Raven -dijo Philip. Extrajo la nota del bolsillo de su chaqueta y se la entregó a Andrew, quien leyó las pocas líneas-. Estoy pensando ir al muelle esta tarde para supervisar el desembarco y el traslado de las cajas. Mañana mismo podremos empezar a buscar en ellas.

Andrew asintió con la cabeza y devolvió la nota a Philip. Este se la guardó de nuevo en el bolsillo y dijo:

– Ahora, háblame de la interesante noche de ayer.

– Pasé todo el día y toda la noche en los muelles, interrogando a los miembros de la tripulación del Dream Keeper. Desgraciadamente, no he descubierto nada que nos pueda servir. De camino a casa, me paré en el club de caballeros Jackson, esperando aliviar parte de la decepción que me habían provocado mis infructuosas investigaciones.

– Conociendo de primera mano tus cualidades pugilísticas, me parece increíble verte con la cara llena de moratones y magulladuras.

– La verdad es que les di una buena paliza a varios elegantes caballeros en el cuadrilátero, sin sufrir más que un par de rasguños. Fue mucho más tarde cuando recibí estos recuerdos de la noche.

– ¿Después? -preguntó Philip mirándole por encima de su taza de café.

– Sí. Fui atacado poco después de salir del club Jackson. Aquel mal nacido se me echó encima por la espalda. -Poniéndose de píe se tocó la espalda e hizo un gesto de dolor-. No llegó a dejarme sin sentido, pero me golpeó lo suficientemente fuerte como para hacerme caer al suelo. Me estaba dando patadas en las costillas con sus botas, cuando varios caballeros se acercaron. El muy mal nacido salió corriendo, por suerte antes de poder hacerme más daño.

Un incómodo escalofrío recorrió la espalda de Philip.

– ¿Lo llegaste a ver?

– No. Los caballeros que lo ahuyentaron me llevaron de nuevo al club Jackson para curarme las heridas. Luego alquilé una calesa y volví a casa.

– Por todos los demonios, Andrew, ¿por qué no me lo dijiste anoche?

– Bakari no estaba en el vestíbulo cuando regresé, de modo que supuse que se habría ido a dormir. Ante la duda de si tú estarías aún, eh, ocupado con tu invitada, preferí no molestarte. No había nada que pudieras hacer.

– Esto no me gusta en absoluto, Andrew. Primero fue atacado Edward, y ahora tú, solo al cabo de unas pocas horas después de que interrogaras a la tripulación del barco. -Las palabras de la segunda nota hicieron eco en su mente: «El sufrimiento empieza ahora»-. No se trata de una coincidencia. De hecho…

Sus palabras fueron interrumpidas por la llegada de Bakari a la puerta.

– El señor Bínsmore -dijo Bakari. Se apartó de la puerta y entró Edward.

– Buenos días, Philip, Andrew -dijo Edward dirigiéndose a la silla más cercana.

Philip se dio cuenta enseguida de que su amigo andaba con dificultad.

– ¿Estás bien, Edward?

– Sí, por supuesto. ¿Por qué lo preguntas?

– Me parece que cojeas.

– ¿De veras? Me temo que todavía estoy magullado por el ataque de la otra noche en el almacén.

– Ah, bueno. Lamento que todavía te duela. Pero me alegro de que no te hayan vuelto a atacar otra vez.

– ¿Volverme a atacar? -Se sentó en una silla al lado de Philip retorciéndose en una mueca de dolor-. ¿Qué quieres decir?

– Atacaron a Andrew anoche.

Los ojos de Edward se abrieron como platos y se dirigieron hacía Andrew.

– Es verdad. Tienes toda la cara magullada, ¿estás bien?

– Sí, solo estoy un poco dolorido.

– ¿Te robaron? -preguntó Edward.

– Puede que fuera esa la intención -dijo Andrew negando con la cabeza-. Pero el asaltante tuvo que salir corriendo antes de poder robarme.

Philip apretó los puños con enfado.

– Bakari debería echarle un vistazo a vuestras heridas. A los dos.

– A mí ya me ha visto hace un momento -dijo Andrew-. Fue lo primero que hice esta mañana. Me ha vendado las costillas como si fuera un ganso a punto de ser metido en el horno.

– Y yo estoy bien -añadió Edward rápidamente-.Excepto por un ligero entumecimiento de la espalda, lo único que todavía me molesta es esto -dijo mostrando el vendaje de la mano-. Me quité el vendaje ayer y descubrí varios trozos de cristal todavía clavados en el dorso de la mano. Me los saqué y volví a ponerme una venda limpia. Ahora ya empiezo a sentirme mejor.

– De acuerdo -dijo Philip asintiendo con la cabeza-. Dime, Andrew, ¿tu atacante te dejó algún tipo de nota, como hizo con Edward?

– No.

– ¿Crees que el responsable puede ser la misma persona? -preguntó Edward frunciendo el entrecejo.

– Me temo que sí.

Bakari apareció de nuevo en la puerta, con los labios apretados de una manera que hizo que Philip se estremeciera.

– Su estudio -dijo Bakari a Philip-. Venga enseguida.

Philip, Andrew y Edward se miraron, y los tres salieron disparados por el pasillo detrás de Bakari. Philip entró el primero. Los restos de la cena del día anterior habían desaparecido -junto con los opulentos tejidos y los mullidos cojines, sin que de ellos quedara ni el más mínimo indicio. Su mirada se dirigió hacia el escritorio y se le heló la sangre.

Cruzando deprisa la habitación se situó al lado de su escritorio de caoba. Sobre la mesa había un cuchillo plateado, con la punta clavada sobre la mesa atravesando un sobre de papel de vitela.

–  ¿Qué demonios…? -murmuró Edward mientras se acercaba a la mesa junto con Andrew y Bakari.

– ¿Cuándo has encontrado esto? -le preguntó Philip a Bakari con un tono de voz ronco, mientras sus ojos revisaban la habitación para ver si había algo más fuera de lugar.

– Hace un momento.

– ¿No lo habías visto esta mañana al limpiar la habitación?

– La limpié anoche. Empecé cuando se fue a acompañar a la dama.

– ¿A qué hora acabaste?

– A las tres.

– ¿Y luego te fuiste a la cama?

Bakari asintió.

– Lo cual significa que esto lo dejaron en algún momento entre las tres de la madrugada y ahora. -Rodeando con los dedos el mango del cuchillo, Philip extrajo el arma de la mesa y luego colocó la brillante hoja bajo la luz que entraba por la ventana-. Es idéntico al que encontré en el almacén después del robo.

– Sí -confirmó Edward-. Y eso significa que no tiene ninguna señal especial. Es el típico cuchillo que lleva la mayoría de hombres.

Philip recogió el sobre y sacó la nota de su interior. «Aquellos a los que quieres están sufriendo. Y tú también sufrirás.»

A Philip se le heló la sangre.

– ¿Qué dice la nota? -preguntó Andrew.

Con la cabeza dándole vueltas, le pasó la nota.

– Es la misma escritura de las otras dos notas.

– ¿La reconoces? -preguntó Andrew.

– No.

– Lo cual significa que se trata de alguien a quien no conoces -dijo Edward.

– Quizá -dijo Philip-. O puede que se trate de alguien a quien conozco, pero que ha cambiado la letra para que no pueda reconocerle. -«Aquellos a quienes quieres están sufriendo», pensó-. Primero Edward, ahora Andrew, por todos los demonios… ¿a quién estará planeando hacer daño ahora? -En el momento en que estas palabras cruzaban sus labios, Philip se quedó helado-. Maldición. ¿Planea hacer daño, digo? ¿Habrá hecho daño ya a alguien a quien amo? Tengo que hablar inmediatamente con Catherine, con mi padre y con Meredith.