Sonó la campanilla de la puerta de entrada. Los tres intercambiaron una rápida mirada y salieron de la habitación con Philip a la cabeza. Pasando rápido por el vestíbulo, Philip se lanzó hacía la puerta. Catherine estaba en el porche. Al ver su cara pálida sintió que algo andaba mal.

En el momento en que ella cruzó el umbral, Philip la agarró por los hombros.

– ¿Estás bien, Catherine?

– Sí. -Pero su labio inferior temblaba y apareció un brillo en sus ojos que dejaba claro que mentía.

– Pero ha pasado algo -dijo Philip, con las entrañas encogidas de preocupación.

– Eso me temo. ¿No te ha enviado nuestro padre una nota esta mañana?

– No. -Philip miró a Bakari interrogativamente y su amigo negó con la cabeza.

– Sin duda habrá pensado que ya te habías ido al almacén. Yo he preferido pasar por aquí de camino a su casa esperando que no te hubieras marchado todavía. Nuestro padre fue atacado anoche cuando volvía a su casa desde el club.

Las manos de Philip se apretaron sobre los hombros de su hermana y luchó para controlar la rabia que aumentaba en él. «El muy mal nacido», pensó.

– ¿Son graves las heridas?

– Tiene un brazo roto. El doctor le ha colocado el hueso en el sitio, pero es muy doloroso. También tiene un gran chichón en la parte de detrás de la cabeza. En la nota que me envió me decía que acababa de salir del White cuando alguien le atacó por la espalda. Recuerda que le golpearon en la parte posterior de la cabeza, y luego nada más, hasta que volvió a despertar, en un sillón del White, donde era atendido por el doctor. Un caballero que salía del club se encontró con papá tirado en la calle. -Ella arrugó la barbilla y parpadeó-. Con su frágil salud, ha sido una suerte que sobreviviera.

La mirada de Philip se posó en Andrew, cuyos labios estaban apretados formando una delgada línea. Edward y Bakari también les miraban preocupados.

– Me temo que hay algo más -dijo Catherine llamando de nuevo su atención-. Anoche entró un intruso en mi dormitorio.

Philip se quedó helado hasta los tuétanos, y por un momento no pudo decir nada mientras una cólera feroz fluía por sus venas. Antes de que pudiera volver a hablar, su hermana continuó:

– Me desperté al oír un ruido en el balcón. Primero pensé que debía de ser el viento, pero entonces vi una sombra negra entrando en el dormitorio por la puerta del balcón.

– ¿Y tú qué hiciste? -preguntó Philip sintiéndose golpeado por el ultraje que alguien, fuera quien fuese la persona que quería hacerle daño, estaba consiguiendo infligirle. «Si me quieres a mí, ven a buscarme, maldito mal nacido», pensó.

– Salté de la cama, agarré el atizador del fuego y le golpeé con todas mis fuerzas. Pero como estaba muy oscuro no sé dónde le di, aunque creo que debí de golpearle en la parte superior del brazo. Cuando volví a levantar el atizador para golpear de nuevo, él salió corriendo. Saltó del balcón al jardín y desapareció en un abrir y cerrar de ojos. -Ella colocó una mano sobre el pecho de Philip-. Deja de mirarme tan preocupado. No llegó a hacerme nada, te lo aseguro.

A pesar de la tensión que le encogía el estómago, la sombra de una sonrisa apareció en sus labios.

– ¿Así que le atizaste con el atizador? Buena chica, diablillo. Siempre has sido un fierabrás.

Catherine dejó escapar una risotada.

– En aquel momento quizá, pero al cabo de unos instantes estaba temblando y, me da un poco de pena decirlo, bastante llorosa. No podía dejar de pensar en lo que podría haber pasado si no me hubiera despertado en aquel instante.

Ella se estremeció y Philip la abrazó con cariño besándole la frente.

– Siempre has sido la muchacha más valiente que he conocido. Y ya sabes que hasta los guerreros más valientes lloran después de haber ganado la batalla.

– ¿Está usted segura de que no le han hecho daño, lady Bickley? -preguntó Andrew con voz suave.

Catherine se volvió hacía él.

– Sí, yo… -Separándose del abrazo de Philip, se acercó hacia Andrew con la mirada llena de sorpresa y preocupación-. Por Dios, señor Stanton, me parece que esa pregunta se la tendría que haber hecho yo a usted.

– También atacaron a Andrew anoche -comentó Philip.

En pocas palabras le contó lo que había sucedido y las notas amenazadoras que había recibido. Justo cuando estaba acabando su relato, volvió a sonar el timbre de la puerta. Bakari fue a abrir, y al momento volvió con una nota para Philip, quien después de romper el sello leyó las pocas líneas que contenía y se sintió mucho más aliviado.

– Es de Meredith; dice que piensa pasar a visitarme esta mañana, dentro de una hora -explicó sacando el reloj del bolsillo y consultando la hora-. Dice que Goddard la acompañará hasta aquí, de modo que estará a salvo y bien acompañada, gracias a Dios. -Volviéndose hacía Edward, Andrew y Bakari, dijo-: Voy a acompañar a Catherine a casa de nuestro padre, para ver cómo se encuentra. Vosotros tres podéis ir al almacén y continuar con la búsqueda en las cajas que quedan allí, y que de paso así protegeréis. Yo me reuniré con vosotros más tarde, después de hablar con Meredith. Cuando hayamos acabado con las cajas que quedan en el almacén, iremos juntos al muelle a esperar la llegada del Sea Raven.

– ¿El Sea Raven? -preguntó Edward.

– Sí. He recibido un mensaje esta mañana que dice que llegará a puerto esta tarde.

Mientras todos se ponían aprisa los abrigos, Philip dijo:

– Andrew, vosotros podéis utilizar mi carruaje.

– ¿Y tú cómo vas a venir? -preguntó Andrew.

– Yo iré con el coche de Catherine hasta casa de mi padre y desde allí tomaré un coche de alquiler. -Agarró su bastón del estante de porcelana del vestíbulo y salió hacía la calle-. Tened cuidado, nos veremos pronto -les dijo a sus amigos, y a continuación salió con Catherine hasta el coche, que los esperaba en la puerta.

Como la casa de su padre estaba a poca distancia, el camino lo recorrieron en apenas cinco minutos. Durante ese tiempo, Philip no dejaba de sostener la mano de Catherine entre las suyas, a la vez que daba gracias a Dios por que no la hubiesen herido. O algo peor.

Cuando llegaron a casa de su padre, Catherine fue inmediatamente acompañada por el ayuda de cámara hasta el dormitorio, mientras Philip se detenía un momento a hablar con el mayordomo,

– Avise al personal de que no dejen entrar en la casa a nadie salvo a mí mismo, Evans. A nadie. Bajo ningún concepto. Y tampoco quiero que lady Bickley o mi padre salgan de aquí.

Evans se quedó pálido.

– ¿Cree que corremos algún peligro, señor?

– No, Evans, «sé» que corremos peligro.

Le explicó rápidamente lo que había sucedido, los ataques y el intruso en casa de Catherine de la noche anterior. Evans se puso firmes.

– Quédese tranquilo, señor; no pienso permitir que nadie vuelva a hacer daño a su padre o a su hermana.

– Lo sé, Evans. Ahora quisiera ver a mi padre. -Cuando Evans hizo el gesto de acompañarle, Philip dijo-: Conozco el camino. Es mejor que usted hable con el servicio y después siga ocupando su puesto en la entrada.

– Por supuesto, señor.

Philip subió los escalones de dos en dos, luego giró en el pasillo a la derecha y se dirigió hacia el dormitorio principal. Llamó a la puerta y una voz apagada le invitó a pasar. Entró en la habitación, cerró la puerta a su espalda y cruzó la alfombra persa de color azul turquesa hasta llegar a la cama. Catherine estaba sentada en una silla de brazos al lado de la cabecera de la cama, sosteniendo entre sus manos una de las de su padre.

Philip se sintió tenso por dentro cuando vio la venda blanca que rodeaba la cabeza de su padre y el brazo en cabestrillo que llevaba también un grueso vendaje blanco. En su cara pálida e hinchada y en el color de sus ojos se podía ver reflejado el dolor, pero su padre se las arregló para sonreír.

– Me alegro de verte, hijo.

Philip le rozó una mano con la punta de los dedos, y luchó por dejar a un lado el sentimiento de culpabilidad y la ira que le estaban apuñalando.

– También yo me alegro de verte, padre. ¿Cómo te encuentras?

– Un poco peor que ayer, me temo, pero el doctor Gibbens me ha asegurado que me recuperaré completamente. -Apretó los labios-. Maldito hombre impertinente. Me ha dicho que soy afortunado por tener una cabeza tan dura. Cuando le pregunté si recordaba con quién estaba hablando, tuvo el atrevimiento de «guiñarme» un ojo y añadir: «Con su afortunada Excelencia que posee tan dura cabeza, señor». ¿Os podéis imaginar tanto atrevimiento? Me parece que se cree que solo porque nos conocemos desde que éramos niños se puede tomar ciertas libertades verbales. Bueno, ya le dije que en cuanto me sintiera con ánimos iba a retarle y le iba a hacer polvo en una partida de ajedrez.

Philip se tragó el nudo que tenía en la garganta. A pesar del dolor, estaba claro que su padre intentaba quitarle importancia al asunto, por él y por Catherine, lo cual era algo que a Philip le hacía sentirse aún peor. Forzando una sonrisa, y en un tono de voz que pretendía ser de broma, dijo:

– Estoy seguro de que el doctor Gibbens te contestaría que estaba preparado para ese desafío.

– Pues la verdad es que esas fueron exactamente sus palabras.

– Ya, claro, es que puedo leer la mente. Esa es una de las muchas habilidades que aprendí en el extranjero, ¿no te lo había mencionado?

– No -dijo su padre-. Y me gustaría señalar que no soy un hombre de cabeza dura.

– Por supuesto que no -dijeron al unísono Philip y Catherine.

Su padre hizo una mueca clara de dolor y malestar, y la poca calma que le quedaba a Philip se desvaneció. Tomando las manos de su padre entre las suyas, le contó brevemente los demás ataques y concluyó diciéndole:

– Creo que existe una conexión entre estos ataques y mi búsqueda del pedazo desaparecido de la «Piedra de lágrimas». Alguien pretende hacerme sufrir hiriendo a quienes están a mi alrededor. Y, por desgracia, lo ha conseguido. Por el momento. -Miró a su padre fijamente a los ojos-. Voy a descubrir quién es el responsable de esto y haré que lo detengan. Te doy mi palabra, padre.

Se cruzaron una profunda mirada. Luego su padre asintió con la cabeza y le apretó la mano.

– Eres un gran hombre, hijo. Y estoy convencido de que podrás mantener tu palabra.

Un suspiro que ni siquiera se había dado cuenta que retenía en los pulmones salió entre los labios de Philip; un suspiro que se llevaba con él un poco del peso que había sentido en su corazón desde que muriera su madre. Y como ni su padre ni él eran muy habladores, el silencio había ayudado a aumentar la distancia que se había ido abriendo entre ellos dos durante todos esos años. Pero ante aquellas sencillas palabras que su padre acababa de proferir, él sintió que se acababa de levantar un puente entre ellos dos. Y tenía toda la intención de cruzar aquel puente. Y esperaba dar el primer paso con la noticia que tenía que comunicarle.

– Padre, al respecto de mi matrimonio… Quiero que sepas que estoy más determinado que nunca a resolver el problema del maleficio, porque he encontrado a la mujer con la que quiero casarme, y me parece impensable la idea de no tenerla a ella por esposa.

Catherine se puso ambas manos sobre el corazón y un sonido de maravillada sorpresa salió de entre sus labios.

– Oh, Philip, estoy tan contenta de que hayas encontrado a alguien que te interesa.

Antes de que pudiera decirle a Catherine que sentía algo más que simple interés por su futura esposa, su padre dijo:

– Excelentes noticias. Por lo que se ve la velada de la otra noche fue un éxito. Sabía que miss Chilton-Grizedale sería capaz de conseguirlo. Una muchacha muy inteligente, a pesar de que la primera boda que concertó se hundiera como una piedra en un lago. Bueno, ¿y quién es la jovencita que has elegido? Debo decirte que las apuestas en el White están claramente a favor de lady Penélope.

– En realidad, se trata de miss Chilton-Grizedale.

– ¿Qué sucede con ella?

– Ella es la joven elegida.

– Ella es la joven elegida para que te encontrara una novia adecuada, ¿y?

– No. Ella es la joven que yo he elegido para que sea mí futura esposa.

En la habitación se hizo un profundo silencio. Luego Catherine se levantó de la silla. Sin decir una palabra, caminó alrededor de la cama hasta que se paró delante de Philip.

– Tengo una pregunta que hacerte -dijo ella en voz baja, con sus ojos llenos de preocupación buscando los de su hermano-: ¿Estás enamorado de ella?

– Completamente.

Algo de la tensión que reflejaban sus ojos se relajó.

– Y ella ¿está enamorada de ti?

– Eso son dos preguntas, Catherine.

– Discúlpame. -Alzó una mano y le acarició la mejilla-. Solo deseo tu felicidad, Philip. -Bajando más la voz hasta convertirla en un suspiro, añadió-: No quisiera verte cometer el mismo error que yo cometí, ni ver que te casas con alguien a quien no le importas.