Intentando apartar de su mente aquellos recuerdos del pasado, siguió diciendo en voz baja:

– De modo que ahora ya ves por qué cualquier relación, sin contar por supuesto con el matrimonio, es imposible entre nosotros dos. Te he dicho en más de una ocasión que no tenía ninguna intención de casarme. Me parecía imposible mantener todas estas mentiras al respecto de mi pasado ante un marido, ante alguien con quien tendría que vivir cada día. Y tampoco espero que ningún hombre acepte no solo mi pasado, sino también el pasado de las personas que están cerca de mí; porque no pienso abandonar nunca a Albert, a Charlotte o a Hope. El hecho de que aquel tabernero se acordara de mí, me hace pensar en qué pasaría si me viera de nuevo. Toda la horrible verdad saldría a la luz. Se trata de un miedo y una posibilidad que vive dentro de mí todos los días. Una mujer con un pasado como el mío puede hacerte perderlo todo, Philip. Tu estatus social, tu futuro, todo.

Se quedaron en silencio mirándose el uno al otro, con los seis pasos de alfombra extendida entre ellos como si fuera un océano. Él tenía una expresión imposible de descifrar. Ahora ya se lo había dicho todo. Lo único que le quedaba por decir era «adiós». Una simple palabra que parecía no ser capaz de conseguir que saliera de sus labios. Al fin, después de lo que le pareció una eternidad, él dijo:

– Lo has presentado todo con esa clara y concisa manera que tienes de contar las cosas, pero tengo todavía tres preguntas que hacerte, si no tienes objeciones.

– Por supuesto.

– Mi primera pregunta es: ¿aparte de los detalles que tienen que ver con tu pasado, me has mentido alguna vez?

– No -contestó ella con una ligera risa desabrida-. Pero en lo que se refiere a mi pasado, he acumulado un impresionante número de ofensas. ¿Cuál es la segunda pregunta?

– ¿Me amas?

Aquella pregunta hizo que todo lo que había en su interior se removiera. «¿Me amas?» ¿Cómo podía negarlo? Pero ¿cómo podía admitirlo? ¿Y con qué fin? Decirle lo que sentía solo conseguiría hacer que su partida fuera aún más dolorosa.

– No veo que importancia tiene eso, Philip.

– Para mí tiene muchísima importancia -dijo él con los ojos fijos en ella, y luego avanzó hasta que solo los separaban dos pasos. A ella se le aceleró el corazón, hasta el punto de poder sentir la sangre que le corría por las venas. Acercándose más, Philip le agarró las manos y se las colocó delante de los labios.

– Es una pregunta sencilla, Meredith. -Sus palabras calentaron los dedos de ella apretados contra sus mejillas.

– No es una cuestión sencilla.

– Muy al contrario, no necesita más que un sencillo sí o no. ¿Me amas?

Ella deseaba mentirle. Maldición, había dicho tantas mentiras a lo largo de su vida que seguramente decir una más no le tendría que provocar ningún tormento. Pero no podía conseguir que esa mentira saliera de su boca. Bajando la cabeza se miró las manos que él sostenía entre las suyas y contestó:

– Sí.

Él le apretó las manos, y luego colocó las palmas contra su pecho. A través de la camisa, ella podía sentir el latido firme y rápido de su corazón golpeando contra sus manos. La agarró con un brazo por la cintura, y con la otra mano debajo de la barbilla le levantó la cara hasta que ella no tuvo más remedio que mirarle a los ojos. Unos ojos que de ninguna manera reflejaban el disgusto que ella había imaginado. Su mirada era cálida y tierna. Era una inconfundible mirada de amor.

– Mi tercera pregunta es: ¿Quieres casarte conmigo?

El aire llenó sus pulmones con un ruido sordo. Intentó dar un paso atrás, pero él la sujetó con fuerza por la cintura.

– ¿Es que no me has oído? -preguntó ella en un tono de voz increíblemente elevado-. Soy una hija bastarda, me crié en un burdel, mi madre era una puta y he pasado años siendo una ladrona.

– Acabas de decirme que estás en paz con tu pasado, pero parece que no te decides a dejarlo marchar.

– Yo estoy en paz con mi pasado. Pero el hecho de que yo pueda aceptarlo no significa que nadie más deba hacerlo. Las cosas que he hecho, mis antecedentes, son inaceptables para la alta sociedad. Ni ellos ni tu padre me aceptarán jamás. Sabes que no lo harán.

– Tú no puedes culparte por las circunstancias en las que naciste, Meredith. Ni eres responsable de los actos de tu madre. Lo que a ti te parecen obstáculos infranqueables, yo lo veo como una razón más para admirar tu fortaleza y determinación para superar una situación tan descorazonadora. Y en cuanto a que la alta sociedad nos rechace, sí, estoy seguro de que la mayoría así lo haría si supiera las cosas que me has confiado hoy. Sin embargo, a mí no me importa la alta sociedad. Sufrí todas sus mezquinas crueldades hasta el momento en que abandoné Inglaterra. No les debo nada; y mucho menos les debo la mujer a la que amo. Y en cuanto a mi familia, te diré que Catherine ya me ha dado su bendición por esta unión. Ella se casó con un hombre de nuestra misma clase social, un barón con pedigrí y fortuna, pero no se aman, y ahora es miserablemente infeliz por eso. No quiere que yo sufra la misma desgracia.

Él se acercó un paso más, dejando solo un pelo de distancia entre ellos.

– Cuando volví a Inglaterra, estaba completamente dispuesto a casarme con una mujer a la que apenas conocía para mantener la palabra que le di a mi padre. Pero ya no estoy dispuesto a hacerlo. La idea de casarme con cualquier otra mujer no me cabe en la cabeza. Puede que otras personas no te acepten, Meredith, pero yo sí. Exactamente tal y como eres. Y creo que eso es lo único que importa.

Meredith empezó a temblar de los pies a la cabeza. Gracias a Dios que él la sostenía entre sus brazos, porque de lo contrario se habría caído al suelo. Philip había escuchado todas sus objeciones y luego las había barrido de un escobazo.

– ¿Y qué sucederá si no eres capaz de romper el maleficio, Philip?

– Entonces te pediría humildemente que fueras la esposa de mi corazón, Meredith. Pero no tengo la intención de avergonzarte, ni de herir tus sentimientos, pidiéndote que vivas abiertamente en Inglaterra conmigo como mi amante, especialmente ahora que entiendo completamente las razones que te provocan aversión a un compromiso de ese tipo. Si no puedo romper el maleficio, entonces deberíamos abandonar Inglaterra, irnos al extranjero, a cualquier país que tú quieras, y vivir allí como si fuéramos marido y mujer. Aunque el maleficio no me permita unirme contigo en una iglesia, no podrá impedirme que me comprometa contigo. -Él le colocó un oscuro rizo detrás de la oreja-. Puede que sea por la década que he pasado lejos de la alta sociedad, o simplemente por mi naturaleza, pero hay muy poca gente cuya opinión me importe realmente. Tu pasado, nuestro compromiso (sea cual sea el que tú decidas) es algo privado, entre tú y yo. Lo que cualquier otra persona pueda pensar no importa.

Por el amor de Dios, él lo hacía parecer todo tan razonable, y tan posible. Pero, todavía quedaba por solucionar un problema…

Ella se deshizo de su abrazo y se separó varios pasos.

– Hum, Philip, me temo que tengo que hacerte una confesión. Hace unos minutos, te quité el reloj del bolsillo de la chaqueta, -Ella introdujo una mano en el profundo bolsillo de su vestido para devolverle aquel objeto-. Lo hice para demostrarte lo completamente inaceptable que puedo ser como candidata a esposa tuya, pero tenía la intención de devolvértelo… -Su voz se apagó, y frunció las cejas mientras sus dedos rebuscaban en el bolsillo. Pero el bolsillo estaba vacío. – ¿Es esto lo que estás buscando? Ella se quedó con los ojos muy abiertos mientras él extraía lentamente el reloj del bolsillo de su chaqueta. -Pero… cómo…

Philip abrió la tapa y consultó la hora, y luego volvió a guardarse el reloj como si nada hubiera pasado. Al momento, una devastadora sonrisa se formó en sus labios.

– Cuando estuve en el extranjero aprendí unas cuantas cosas. Por ejemplo, la habilidad de sacar cosas de los bolsillos de los demás. Bakari me enseñó cómo se hace, pero solo por razones de supervivencia, entiéndeme bien. Aunque en más de una ocasión esa habilidad me fue muy útil.

Ella estaba aún con la boca abierta.

– ¿Tú has robado cosas?

– Yo preferiría llamarlo devolver a mis pertenencias personales objetos que me habían sido robados. Muchos de los lugares que he visitado estaban llenos de ladrones y carteristas. Y como yo estaba firmemente en contra de ser aliviado de mis propiedades, tuve que aprender a pagarles a ellos con la misma moneda.

Meredith sacudió la cabeza sin dar crédito a lo que oía.

– Me parece increíble. Pero la verdad es que eres muy bueno; no me he dado ni cuenta.

– Gracias. Temía haber perdido mi toque. Sin embargo, ya que estamos intercambiando confesiones, debo decirte que en una ocasión utilicé mí talento para robar algo que no me pertenecía. Estando en Siria, Bakari, Andrew y yo fuimos hechos prisioneros y nos metieron en un calabozo. Yo le quité la llave del bolsillo al guardián y así pudimos escapar.

– ¿Prisioneros en un calabozo? -dijo ella abriendo los ojos desorbitadamente-. ¿No os encerraríais vosotros mismos por accidente?

– La verdad es que no. Y es una historia muy interesante que estaré muy contento de compartir contigo, pero no en este momento. Ahora mismo tenemos cosas mucho más importantes que discutir. -Borrando la distancia que había entre ellos de una zancada, Philip la volvió a tomar entre sus brazos-. ¿Tienes alguna otra confesión de última hora que hacer?

Todavía aturdida, ella negó con la cabeza.

– Excelente. Yo tampoco. De modo que solo nos queda que respondas a mi última pregunta. ¿Quieres casarte conmigo?

Él la estaba mirando con una expresión que la dejaba sin aliento. Amor, ternura, admiración y un cálido deseo emanaban de su mirada. Eso era todo lo que siempre había deseado, pero siempre había estado convencida de que nunca llegaría a encontrarlo. Y ahora todo eso estaba ante ella. Todos los anhelos y deseos que había intentado reprimir en su corazón ahora campaban a sus anchas, llenándola de una felicidad que nunca se habría atrevido a imaginar como posible.

Mirándolo con expresión de no haber salido aún del asombro de saber que aquello no era un sueño, Meredith levantó los brazos y tomó la cara de él entre sus manos.

– Te quiero, Philip. Con todo mi corazón. Sí, quiero ser tu esposa. Y me esforzaré todos los días de mi vida por ser una buena esposa para ti.

Ella sintió que la tensión desaparecía de su cuerpo. Agachando la cabeza, él le estampó un beso en la frente.

– Gracias a Dios. Pensaba que ibas a decirme que no.

– Has sido muy persuasivo.

– Porque te quiero mucho. -Él acercó suavemente sus labios a los de ella, y la besó, un beso rebosante de amor y promesas, mientras una oleada de pasión cruzaba por sus labios y sus lenguas. Ella le pasó las manos por detrás de la nuca, y poniéndose de puntillas se apretó contra él.

Philip apretó sus brazos alrededor de ella, e hizo todo lo posible por refrenar su ardor, pero no pudo. Se embriagó con la suave y flexible sensación del cuerpo de ella. Con ese delicioso y dulce sabor a ella. Se anegó en la seguridad de que ella también le amaba. De que sería su esposa. De que estaba allí para que la amara y la acariciara. Para reír y hacer el amor juntos.

Los dedos de Meredith causaban estragos en el cabello de Philip, mientras las manos de él corrían arriba y abajo por su espalda femenina, apretándola más contra su propio cuerpo, para luego deslizarse hacia abajo hasta posarse en sus firmes nalgas. Su erección empujaba contra los ceñidos pantalones y de su garganta salió un gemido gutural. Haciendo acopio de la última pizca de voluntad, Philip se separó de su boca. Parpadeó desde detrás de los empañados cristales de sus gafas, y luego se las quitó con impaciencia y las dejó en un extremo de la mesa.

Bajó los ojos hasta toparse con la mirada de Meredith, y un gemido de puro deseo masculino salió de su boca. Con los labios separados, los ojos entornados y el color de sus mejillas encendidas, Meredith parecía completamente excitada y deseosa de ser besada de nuevo. Y él sabía que si la volvía a besar, daría rienda suelta a todos los deseos que le desgarraban.

– Meredith, si no nos detenemos ahora, me temo que no seré capaz de detenerme más tarde.

Ella le miró con una expresión que lo dejó de una pieza.

– No recuerdo haberte pedido que te detuvieras.

18

Las palabras de ella caldearon sus venas y le dejaron sin palabras. «No recuerdo haberte pedido que te detuvieras.»

– Tú has dicho que has estado a punto de perderme hoy -dijo ella mirándole seria y fijamente-. Bueno, yo también he estado casi a punto de perderte a ti. Has dicho que nunca podemos saber qué es lo que nos depara el futuro, que cada minuto es un regalo y no debemos desperdiciarlo. Y yo no quiero desperdiciar ni un solo minuto más, Philip.