Tras dejar la toalla y el estrigil al lado de otra toalla que la persona que había preparado el baño había dejado allí, Philip se agachó junto a la bañera y metió una mano en el agua.

– ¿Está el baño a tu gusto?

– Está perfecto. Caliente. -Y haciendo acopio de valor, añadió-: Y solitario.

Los ojos de él brillaron de calidez y sin decir ni una palabra se puso de pie, se desató el cinturón de la bata y se la quitó. Ella paseó su mirada lentamente hacia abajo, desde sus hombros hacia su pecho, y luego continuó bajando por la cautivadora línea de vello que recorría su abdomen hasta su…

Oh, caramba.

Más abajo, aquella sedosa mata de pelo se prolongaba hacia el nacimiento de su completamente erecta virilidad. La fascinación y la agitación chocaron en ella, y alzó la vista hasta cruzarse con su mirada. Su ardor era obvio, pero a juzgar por el fuego que ardía en sus ojos, era también evidente que estaba intentando controlarse a sí mismo.

Dio un paso hacia la bañera.

– Muévete un poco hacia delante -le dijo en voz baja.

Hechizada, ella hizo lo que se le pedía mirándole por encima de los hombros, mientras él se metía en el agua detrás de ella.

El agua se elevó y unas gotas cayeron sobre la alfombra. Philip colocó sus largas piernas a los lados de las de ella, y luego, agarrándola por los hombros hizo que se tumbara hasta que toda su espalda quedó apoyada contra su pecho, con el agua caliente acariciándole los hombros. Philip colocó los brazos alrededor de los de ella y la rodeó cariñosamente por la cintura.

Meredith se sentía invadida por numerosas sensaciones que la atacaban por todas partes. La sensación increíble de aquel cuerpo desnudo rodeándola, de su piel siendo acariciada por el agua caliente. El tacto suave del pecho de él apretando contra sus hombros. El latido de su corazón golpeando contra su espalda. Su erecta excitación presionando contra la base de su espalda. Sus mejillas reposando contra la afeitada cara de él. La sensación de sus musculosas y morenas piernas, y de sus brazos, envolviendo su piel en comparación tan pálida. Una de sus anchas manos rodeándole un pecho hundido bajo el agua, con su pezón erecto a causa del roce de aquellos dedos. Meredith dejó escapar un profundo suspiro y cerró lentamente los ojos, mientras se embriagaba del perfume de rosas que ascendía con el vapor de agua, sumergiéndola en un sensual y cálido capullo del que no quisiera emerger jamás.

Pero en el momento en que creía que sería imposible sentirse envuelta por más sensaciones, las manos de él empezaron a moverse por el agua. Sus ojos se abrieron de par en par cuando notó que aquellas manos ascendían lentamente recorriendo sus pechos. Sus palmas se detuvieron en los pezones erectos, pero no por mucho rato, continuando su camino hacia arriba, hacia los hombros, donde sus dedos la masajearon suavemente. Un grave gemido de placer salió de la garganta de Meredith.

Cuando las manos de Philip llevaban rato moviéndose de esa forma mágica y relajante por sus hombros, él le susurró al oído:

– Levanta los brazos y colócalos alrededor de mi cuello.

Sumida en la languidez que le proporcionaba aquel masaje, hizo lo que se le pedía colocando sus dos manos abiertas por detrás de la nuca de él. Besándola cariñosamente en las sienes, Philip empezó a descender con sus manos por la parte interior de los brazos de ella, metiéndolas bajo el agua hasta alcanzar sus pechos. Recorriendo con cada uno de los dedos sus pezones, hizo que a ella se le acelerara la respiración. Antes de que Meredith pudiera recuperarse de aquella caricia, él continuó recorriéndole el cuerpo con las manos, pasando de la caja torácica al abdomen, y de ahí a lo largo de la parte interior de sus muslos. Cuando llegó hasta las rodillas, volvió a hacer el mismo camino hacia arriba, hasta llegar de nuevo a detenerse en los codos de ella.

– ¿Te gusta? -La pregunta acarició la oreja de Meredith.

– Sí. -Su respuesta fue acompañada por un largo susurro de placer.

Philip volvió a repetir la misma operación encendiendo en ella un infierno que amenazaba con consumirla rápidamente desde dentro hacia fuera. Cada vez que él pasaba las manos por su cuerpo, ella experimentaba un insistente y fuerte espasmo entre los muslos. Cada una de sus respiraciones era acompañada por gemidos que ella no podía reprimir. ¿Cómo era posible que aquella manera de tocarla produjera en ella a la vez excitación y relajación? Cada vez que los dedos de él rozaban sus pezones, ella alzaba el pecho ansiando más caricias. Cuando las palmas de sus manos se detenían en la parte interior de sus muslos, ella abría las piernas un poco más, deseando desesperadamente que él apagara el fuego que había encendido en su interior. Volviendo la cabeza, Meredith apretó los labios contra su pecho retorciéndose contra él cada vez que sus manos se detenían en sus pechos y sus dedos se entretenían alrededor de sus pezones.

Philip dejaba escapar un profundo suspiro cuando ella se retorcía contra su cuerpo, pues sus redondeadas nalgas presionaban contra su erección. Apretó los dientes intentando mantener el control ante aquel placer, pero la sensación de toda ella vibrando entre sus manos, la visión de sus tiesos pezones buscando sus caricias, los esfuerzos de ella por abrir las piernas un poco más ofreciéndole los sensuales misterios de aquel triángulo de rizos oscuros en el vértice de sus muslos, el erótico aroma de placer femenino que se desprendía de su piel y la increíblemente desinhibida respuesta a sus caricias estaban a punto de hacerle perder el dominio de sí mismo.

– Philip…

Su nombre susurrado contra su cuello en un suspiro lleno de sensual deseo hizo que se desatara en él otra de las riendas de su resistencia. Agachando la cabeza para estar más cerca de sus labios, su boca se acercó a la de ella en un caliente y desesperado beso. Mientras con una mano continuaba acariciándole uno de los pechos, con la otra se aventuró hacia abajo, enredando los dedos en aquellos fascinantes rizos oscuros, para detenerse después entre los muslos y deslizados suavemente por la melosa e hinchada carne femenina. Ella se apretó contra la boca de él, y Philip la besó aún más profundamente, con la lengua introduciéndose en su garganta en una descarada imitación del acto que su cuerpo estaba deseando desesperadamente compartir con ella.

Philip acarició suavemente sus pliegues y luego introdujo un dedo en ella. Un largo gemido vibró en la garganta de Meredith. Abriendo las manos con las que le rodeaba la nuca, ella recorrió con ellas los muslos de él. Entonces se separó de su beso y le susurró contra la garganta:

– Acariciarte… quiero acariciarte.

Extrayendo su dedo de la aterciopelada humedad, Philip la agarró por la cintura y la ayudó a que se diera media vuelta. Meredith se colocó de rodillas entre las piernas abiertas de él y se sentó sobre los talones. Él dejó escapar un gemido cuando la vio así: sus ojos azules clavados en él, su oscuro cabello revuelto y mojado por la parte de abajo cayéndole en cascadas sobre los hombros, sus mejillas sonrosadas y sus labios entreabiertos e hinchados por los besos, sus redondos pechos coronados por unos pezones erizados de coral y el agua resbalando por todo su cuerpo. Antes de que pudiera volver en sí de aquella maravillosa visión, ella dijo:

– Coloca las manos detrás de la cabeza.

Sus ojos se encontraron y su corazón dio un vuelco de una manera inconfundible. Ella quería acariciarle de la misma forma que él lo había hecho antes. Levantando los brazos, Philip entrelazó las manos por detrás de la nuca y rezó para poder contenerse.

Empezando por los codos, Meredith le pasó lentamente las manos por los brazos y por el pecho, encendiendo una llama a su paso por debajo de la piel de Philip. Viéndola acariciarle, con los ojos brillando de ávida curiosidad, asombro y deseo, él se dio cuenta de que jamás había conocido algo más sensual. Las manos de ella descendieron por sus caderas, y luego por sus muslos hasta llegar a las rodillas, donde cambiaron de dirección para ascender de nuevo.

– ¿Te gusta esto, Philip?

– Oh, sí.

Apretando los dientes y los dedos hasta que se le pusieron morados, él aguantó otro lento recorrido de las manos de ella por todo su cuerpo. La tercera vez que las manos de Meredith descendieron por su cuerpo, las yemas de los dedos rozaron la cabeza de su miembro erecto. Él tomó aire de forma entrecortada y luego lo dejó escapar en un profundo gemido.

Claramente animada por aquella respuesta, Meredith volvió a tocarle, esta vez paseando sus dedos a lo largo de su carne erecta. Echando la cabeza hacia atrás, Philip cerró los ojos y se dejó embriagar por aquella cruda sensación, mientras las manos de ella lo acariciaban y masajeaban. Cuando Meredith cerró los dedos alrededor de aquella asta y empezó a apretarla lentamente, un gemido de placer salió de la garganta de Philip y ya no pudo controlar más los deseos de su cuerpo. La quería. La necesitaba. Ahora.

Agachando la cabeza se acercó a la cara de Meredith y le dijo en voz baja:

– Siéntate encima de mí.

Sin dudarlo, ella se apoyó con las manos en los hombros de Philip y enseguida colocó las piernas por la parte exterior de sus muslos. Agarrándola de las caderas, él la colocó sobre la cima de su erección y la animó suavemente a que se sentara sobre ella deslizándose hasta que el himen impidió seguir avanzando. Sus miradas se cruzaron, y simultáneamente ella presionó hacia abajo mientras él empujaba hacía arriba enterrándose profundamente en su sedosa calidez.

Ella abrió los ojos como platos y su corazón empezó a latir a toda velocidad.

– ¿Te hago daño?

Ella negó lentamente con la cabeza, y él se obligó a permanecer completamente quieto para darle tiempo a Meredith para que se acostumbrara a aquella sensación. Mientras tanto, él absorbía el exquisito placer de aquella estrecha y aterciopelada carne apretando alrededor de su erección. Pasó casi un minuto antes de que ella empezara a moverse contra él haciéndole exhalar un gemido.

Él soltó sus caderas y colocó las manos sobre sus pechos decidido a dejar que ella mantuviera el ritmo. Observando todos los detalles de aquella excitación femenina en aumento, él abarcó los pechos de ella con ambas manos mientras Meredith se deslizaba lentamente sobre él. El esfuerzo por detener un orgasmo que se aproximaba rápidamente hizo que la frente de Philip se llenara de sudor. Ella aumentó el ritmo, y los últimos retazos de control de Philip se evaporaron dejándole perdido con la mente rebosante de deseo. Agarrándola de nuevo por las caderas, él empezó a empujar contra su pelvis con urgencia y rapidez. Meredith cerró los ojos con fuerza y apretó los dedos contra los hombros de él, En el momento en que sintió que Meredith se estremecía alrededor de él, Philip dio rienda suelta a su éxtasis palpitando dentro de ella.

Cuando finalmente se calmaron sus temblores, Philip abrió los ojos. Meredith tenía todavía los ojos cerrados, con la cabeza echada hacia atrás como si el cuello no la sostuviera. El corazón de él batía todavía con una fuerza inusitada contra sus costillas, y a duras penas consiguió pronunciar la única palabra que podía salir de su boca.

– Meredith.

Ella levantó lentamente la cabeza. Sus ojos se abrieron y sus miradas se encontraron. Una mirada larga y silenciosa se cruzó entre ellos. Él quería decir algo, pero las palabras no llegaban a su garganta. Y aunque así hubiera sido, ¿con qué palabras podría haber descrito lo que acababan de compartir?

– No lo sabía… -dijo al fin ella en voz baja-. Gracias. Por enseñarme lo hermoso que puede ser este acto.

Philip sintió que se le abría un hueco alrededor del corazón, un hueco que enseguida se llenó de tanto amor por ella que casi le llegaba a doler.

– Entonces yo también tengo que darte las gracias, porque nunca pensé que esto podría ser tan maravilloso.

Ella se quedó callada durante unos instantes, y luego una sonrisa elevó los dos extremos de sus labios, mientras un brillo de travesura se encendía en el fondo de sus ojos.

– ¿Crees que es posible que alguna vez sea todavía más hermoso?

Philip alzó una mano en el aire sonriendo, y acercó su boca a la de ella.

– Es una hipótesis muy interesante, que además creo que merece una inmediata investigación -dijo él, puntuando cada palabra con un corto beso-. Pero como el agua se está enfriando, creo que será mejor que nos vayamos a la cama para llevar a cabo nuestra investigación.

Se dieron un último beso y él la ayudó a ponerse de pie. A continuación él se levantó y la ayudó a salir de la bañera al escalón de madera, y de ahí a la alfombra. Se acercó a ella con el estrigil en las manos, y recorrió con aquel instrumento cada una de sus extremidades, extrayendo con él la humedad de sus piernas y brazos, para a continuación envolverla en una mullida toalla caliente, que había colocado al lado del fuego de la chimenea. Philip estaba a punto de aplicar el estrigil a su propio cuerpo cuando ella dijo: