– ¿Me permites?

Él colocó aquel instrumento en la mano abierta de ella y disfrutó de su atento servicio. Cuando ella terminó, él se colocó de nuevo la bata y la condujo hasta la chimenea, donde le secó el pelo con otra toalla caliente. Cuando hubo acabado, se quedó de pie frente a ella, acariciando entre sus dedos aquellos largos y sedosos cabellos. Ella le sonrió, con una sonrisa llena de amor y felicidad que a él le pareció deslumbrante.

– ¿Te sentará muy mal que vuelva a decirte que te quiero? -preguntó ella.

Él arrugó la frente y aparentó darle mucha importancia a lo que iba a contestar.

– Bueno, supongo que si sientes que debes…

– Oh, claro que debo. -Se alzó de puntillas y le pasó los brazos alrededor del cuello-. Te quiero, Philip.

Apretándose más contra ella, él replicó:

– Yo también te quiero.

Algo centelleó en los ojos de ella, obligándole a preguntar:

– ¿Qué sucede?

– Estaba pensando, ¿crees que acaso podríamos tener… hacer un niño?

Aquella pregunta le dejó tieso. Una imagen de ella con un hijo suyo apareció en su mente.

– No lo sé. Pero te puedo imaginar perfectamente criando a nuestro niño… -Su voz se fue perdiendo mientras sus labios se acercaban a la frente de ella-. Y la simple idea me deja sin palabras de la alegría.

Ella se echó hacia atrás sin soltarse de su abrazo, con un brillo extraño en los ojos.

– Y yo puedo imaginarme a nuestro hijo. Fuerte e inteligente, con tus mismos hermosos ojos detrás de unas gafas, y con tu espeso cabello negro.

– Y yo me imagino a nuestra hija -añadió él haciendo una mueca-. Con tus mismos coloretes, tu determinación y tu generosidad. -Tomándola de la mano la dirigió hacia la cama-. ¿Cómo te gustaría que fuera la boda? ¿Una ceremonia a lo grande, como en St. Paul?

– Sinceramente, prefiero algo más sencillo. Tal vez aquí, en tu casa.

– Entonces, eso será precisamente lo que haremos. Conseguiré una licencia especial en cuanto…

Sus palabras se vieron interrumpidas cuando ella tropezó. Su mano se soltó de la de él, y antes de que pudiera agarrarla de nuevo, ella cayó hacia delante aterrizando sobre las rodillas y las palmas de las manos. Él se arrodilló enseguida a su lado y le pasó un brazo alrededor de los hombros ayudándola a sentarse sobre los talones.

– ¿Estás bien?

– Sí… sí. Creo que he tropezado con algo.

Él miró a su alrededor, pero no vio ningún objeto caído en el suelo ni ninguna arruga en la alfombra. Estaba a punto de preguntarle si se sentía bien para ponerse de pie, cuando ella dejó escapar un quejido y se apretó las sienes con las manos.

– ¿Qué te pasa? -preguntó Philip alarmado por la súbita palidez de su rostro.

Ella parpadeó varias veces y dejó escapar un suspiro.

– Me duele la cabeza. Mucho.

Philip se quedó mirándola y un nudo de intranquilidad se formó en su estómago. Una caída… y luego un dolor de cabeza… Las palabras de la «Piedra de lágrimas» hicieron eco en su mente.

Pues el profundo aliento del verdadero amor

destinado a muerte está.

La gracia perderá y así dará un traspiés,

en la cabeza luego sentirá un infernal dolor.

Si tenéis ya el regalo del éxtasis de los desposados,

morirá tras besarla.

O dos días después de acordado el compromiso,

a tu novia, maldita, muerta la encontrarán.

Una vez que tu prometida haya sido am…

nada la podrá salvar…

Por todos los demonios, ¿cuáles eran las palabras que le faltaban al maleficio? ¿Podría ser acaso «Una vez que tu prometida haya sido amada»? Su intranquilidad se convirtió en un horror naciente y profundo. Ella se había caído. Y ahora tenía un terrible dolor de cabeza. Al pedirle a Meredith que se casara con él, al decirle que la amaba, y al haberle hecho luego el amor, ¿habría hecho caer sobre ella el maleficio? Aunque si no era así, entonces la caída y el inmediato dolor de cabeza no serían más que extrañas coincidencias. Pero, por Dios, él no creía en coincidencias. Y mucho menos cuando se le encogían las entrañas con tales presentimientos como le sucedía ahora.

Ella volvió a quejarse y él se quedó helado de miedo. No, no se trataba de extrañas coincidencias. Un miedo frío se instaló en sus venas al darse cuenta de lo que había hecho exactamente -que el maleficio cayera sobre ella-, y de cómo de ese modo había sellado su destino.

A menos que encontrara la manera de romper el maleficio… ella moriría dentro de dos días.

19

Philip se arrodilló al lado de Meredith, quien se apretaba la cabeza con ambas manos y se quejaba. Intentó no dejar escapar un suspiro de desánimo y silenció un «¡No!» que rebotaba por todo su cerebro. La caída, el dolor de cabeza, el maleficio… todo eso no podía estar sucediéndole de verdad. No cuando por fin se habían encontrado. No cuando su futuro, hacía solo unos segundos, aparecía tan brillante en el horizonte.

Intentando apartar de sí los aguijones de miedo que se le estaban clavando, la alzó en sus brazos y la llevó hasta la cama, donde la tumbó sobre el colchón tras echar a un lado la colcha color borgoña. Su cutis estaba extremadamente pálido y su rostro arrugado en una mueca de dolor.

– Nunca había tenido un dolor de cabeza como este -murmuró ella-. Me siento como si la cabeza me ardiera y estuviera a punto de estallar.

«En la cabeza luego sentirá un infernal dolor.» Philip la cubrió con la colcha y luego se sentó un momento a su lado, tomando su mano y rezando para que todos los poderes del cielo intervinieran para salvarla. Para que le ayudaran a encontrar el pedazo de piedra desaparecido. «Por favor, por favor, que no se muera.»

Inclinándose, Philip rozó con sus labios la frente de Meredith.

– Voy a dejarte un momento para preparar una tisana que te alivie el dolor.

Se acercó al armario y sacó de él una bolsa de cuero. Rebuscando en el interior extrajo una botella de uno de los misteriosos remedios de Bakari. Philip no sabía exactamente qué contenía la botella, pero sabía por experiencia que era efectivo contra los dolores de cabeza. Añadió varias gotas a un vaso de agua y volvió al lado de ella.

– Bébete esto -le dijo, ayudándola a incorporarse.

Cuando ella hubo bebido el contenido del vaso, la volvió a acomodar contra los almohadones. Ella abrió los ojos y una temblorosa media sonrisa elevó uno de los extremos de sus labios.

– Lo siento, Philip. No pretendía empañar de esta manera nuestras investigaciones.

– Meredith, me temo que lo que tienes no sea un simple dolor de cabeza.

– ¿Qué quieres decir?

– La serie de acontecimientos de esta mañana. Nos hemos declarado el amor que sentimos el uno por el otro. Yo te he pedido que te cases conmigo y tú has aceptado. Hemos hecho el amor. Luego te has caído y ahora te duele la cabeza.

La comprensión en medio de la confusión apareció reflejada en sus ojos.

– El maleficio. Pero no estamos casados.

– Recuerda las dos líneas que dicen: «Una vez que tu prometida haya sido am…» y «Nada podrá salvar…». Creo que «am» debe de ser parte de la palabra «amada». Y tú eres mi prometida. Te he dicho que te amaba. Me temo que al hacerlo he hecho que caiga sobre ti el maleficio.

Ella abrió los ojos con una combinación de miedo e incredulidad.

– ¿Y eso significa que dentro de dos día voy a… morir?

Él sintió un fuerte dolor en las entrañas al oír aquella pregunta y agarró sus frías manos entre las suyas.

– Significa que solo tengo dos días para encontrar el pedazo de piedra desaparecido y para averiguar cómo romper el maleficio.

– ¿Y si no lo consigues?

Se miraron el uno al otro en silencio durante un largo momento, conociendo ambos la espantosa respuesta, una respuesta que ninguno de los dos podía poner en palabras.

– No te fallaré en esto, Meredith. Tu vida depende de mi éxito, y no hay nada más precioso para mí que tu vida.

El labio inferior de Meredith se estremeció, pero una llama de determinación ardía en sus ojos.

– Bueno, también es algo bastante precioso para mí, especialmente ahora que mi futuro te incluye a ti, y no tengo ninguna intención de dejarme vencer por esto. ¿Qué puedo hacer para ayudarte?

– Puedes quedarte aquí, en la cama.

– ¡No estoy dispuesta a hacerlo! No puedes pretender que me quede aquí tumbada cuando…

– Meredith. -Él le rodeó el pálido semblante con las manos-. Necesito que te quedes aquí, por el momento. -Enfatizó las últimas palabras; y para prevenir la contestación que podría esperar de ella, añadió-: De esa manera sabré que estás a salvo. Andrew, Bakari y Edward me ayudarán a buscar en las cajas que quedan en el almacén y en las que hay en el Sea Raven.

– Philip, yo puedo ayudarte a buscar. Necesitarás todas las manos de las que puedas disponer. Y en cuanto a mi seguridad, me sentiré más a salvo contigo que en ninguna otra parte.

Él dejó escapar un largo suspiro y le acarició la cara con las manos. Ella tenía razón; sabía que estaría a salvo si la tenía a la vista. Y Dios era testigo de que no tenía ningunas ganas de pasar ni un solo minuto alejado de ella.

– ¿Te encuentras lo suficientemente bien?

– Sí. Todavía me duele la cabeza, pero ya no tan fuerte.

Le tocó las pálidas mejillas con las yemas de los dedos sintiendo la imperiosa necesidad de decirle lo que sentía, pero sin saber cómo hacerlo.

– Lo siento, Meredith. No sabía que…

– Por supuesto que no lo sabías. -Ella colocó una mano sobre las manos de él y volvió la cara para darle un beso en la palma-. Conseguiremos salir de esto, juntos, Philip. Ya lo verás.

A Philip se le hizo un nudo de emoción en la garganta. En lugar de sentirse enfadada con él por haber hecho caer aquella maldición sobre ella, o en lugar de sucumbir al pánico, Meredith le estaba animando con amor. Y con determinación. Y sin embargo, él no le había ofrecido nada más que su propio miedo.

– Juntos -repitió él-. No dejaré que sufras ningún daño, Meredith. Te doy mi palabra.

– Eso es lo único que necesito -dijo ella sonriéndole.

A él le dio un vuelco el corazón al ver la confianza que se reflejaba en los ojos de ella. Solo le quedaba rogar para que no se equivocara al poner en él su confianza.

– De acuerdo. Vamos a vestirnos. No hay tiempo que perder.

El coche de caballos de alquiler estaba aún a medio kilómetro del almacén cuando Philip olió el aire y frunció el entrecejo.

– Huele a humo.

– Sí, yo también lo huelo -dijo Meredith asintiendo.

Intercambiaron una mirada y Philip se dio cuenta de que ella tenía el mismo presentimiento que se había instalado en él. Pero al cabo de unos minutos, en cuanto llegaron al almacén, sus miedos se vieron aplacados. Fuera lo que fuese lo que estaba ardiendo, no se trataba del almacén.

Como no vio su carruaje por los alrededores le dijo al cochero:

– Espérenos aquí.

Ayudó a Meredith a bajar del coche, y enseguida entraron en el almacén siguiendo el laberíntico camino que les conducía hasta donde estaban guardadas las cajas de Philip. No había nadie allí, pero alguien había dejado una nota clavada en una de las cajas. Philip le echó una ojeada a la misiva.

Ya hemos acabado con las cajas de aquí. No hemos encontrado nada que se parezca a la piedra desaparecida. Nos vamos a los muelles a esperar la llegada del Sea Raven.

El hecho de que no se hubiera encontrado el pedazo de piedra desaparecido en aquellas cajas le hizo sentir como si un nudo se apretara alrededor de su garganta. Tenía menos de cuarenta y ocho horas para resolver aquel rompecabezas, antes de que se abriera la trampilla del cadalso. Tomando a Meredith de la mano se dirigieron a la salida. Cuando abrieron la puerta les llegó el ácido olor a humo, más fuerte que antes, llenando sus orificios nasales. El cochero apuntó con su látigo hacia una negra nube de humo que se elevaba en el aire.

– Parece que viene de los muelles -dijo el cochero con voz sena.

Una vez más, Philip sintió un estremecimiento premonitorio que le recorría la espalda.

– Llévenos allí enseguida -le dijo al cochero ayudando a Meredith a subir a la calesa.

Philip le agarró las manos en cuanto el coche empezó a moverse por las estrechas callejuelas.

– ¿Cómo va el dolor de cabeza?

– Mejor.

– Pero ¿todavía te duele?

– Sí -contestó ella mirándole con ojos serios.

Se notaba que ella estaba intentando hacer acopio del coraje suficiente, pero sombras de miedo empañaban su mirada. Él estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para reconfortarla, pero no sabía qué. Hacía solo quince días ni siquiera conocía la existencia de aquella mujer, y ahora sentía que su corazón estaba en manos de ella. Y que él tenía en sus manos su futuro y su vida. Su propia vida dependía de su habilidad para acabar con aquel maleficio.