– ¿Estás preparada para que te muestre cuan incorregible puedo ser?
Alzando los brazos, Meredith metió los dedos entre el revuelto cabello de Philip, mientras disfrutaba de la maravillosa sensación del peso de su cuerpo aplastándola contra el colchón. Sonriéndole y mirando sus hermosos ojos oscuros, le dijo:
– Querido Philip, eso entra dentro de la categoría de «absolutamente sí».
EPÍLOGO
Mirándose en el reflejo que le ofrecía el espejo de pared, Philip tiró de las mangas de su chaqueta corta de color azul oscuro y se la colocó bien, dándose orgullosa cuenta de que nadie podría poner pegas hoy a su atuendo. ¿Solo habían pasado cuatro días desde que había roto el maleficio que cayera sobre Meredith? Sí. Pero incluso ese poco tiempo esperando para hacer de ella su esposa le había parecido una eternidad. Gracias a Dios había conseguido una licencia especial para acabar con aquel sufrimiento.
Alguien llamó a la puerta de su dormitorio y él contestó.
– Pase.
Se sorprendió al ver entrar a su padre en la habitación, ya que estaba esperando que llegara Bakari con noticias de que Meredith ya estaba allí para dar comienzo a la ceremonia que se iba a celebrar dentro de veinte minutos. Cuando su padre se acercó, Philip se dio cuenta de que en sus mejillas se reflejaba un color muy saludable.
– Bakari estaba a punto de venir para informarte de que tu novia acaba de llegar, pero me he ofrecido a traerte la noticia yo mismo, porque quería hablar contigo.
Philip se sintió embriagado por la emoción. «Tu novia acaba de llegar.» Lo cual significaba que en menos de una hora se habría convertido en su esposa. El futuro se abría ante ellos como una deslumbrante perla aguamarina.
– Me alegro de verte aquí, padre, porque yo también quería hablar contigo. -A solo unos minutos de su boda, él esperaba que podría hacer las paces con su padre, y de este modo disfrutar del tiempo que les quedara por delante, antes de que la salud de su padre fallara. Señalándole unos sillones colocados junto a la chimenea, dijo-: ¿Nos sentamos?
– Prefiero seguir de pie.
– De acuerdo. Me alegro de que te encuentres bien de salud. De hecho, tienes un aspecto espléndido. Exceptuando el cabestrillo que te sostiene el brazo, eres el vivo retrato de la salud.
– Eh, sí-respondió su padre tragando saliva-. Y de eso precisamente quería hablarte. -Volvió a tragar saliva-. De hecho estoy de salud exactamente tal y como aparento.
– ¿Exactamente cómo?
– El vivo retrato de la salud.
– ¿Cómo lo sabes?
– Me lo ha dicho el doctor Gibbens.
Philip tardó varios instantes en entender el significado de aquellas palabras. Entonces, con una sonrisa de incredulidad, recorrió los pocos pasos que les separaban y, agarrando a su padre por los hombros, dijo:
– ¡Esa es una noticia magnífica, maravillosa, padre! ¿A qué cree el doctor Gibbens que se debe esta recuperación?
– No ha habido recuperación alguna, Philip. Nunca he estado enfermo.
Philip se quedó parado y su mano se deslizó lentamente por los hombros de su padre, mientras le asaltaba un cúmulo de sensaciones. Sorpresa, enfado, decepción. Se quedaron mirando el uno al otro, y la tensión que había entre ellos se podía palpar en el aire que les separaba.
– Mentiste porque pensabas que no sería capaz de mantener la palabra que te di. -Philip no fue capaz de disimular la amargura en su tono de voz.
– Mentí porque quería que mantuvieras tu palabra mientras yo aún estuviese vivo -respondió su padre-. Te quería tener en casa, y después de una década en el extranjero ya había llegado el momento de que regresaras. Ya deseé que volvieras a casa hace tres años, pero aunque había arreglado una boda para ti, tú rehusaste complacerme.
– De modo que está vez afirmaste que te estabas muriendo.
– Sí.
La mandíbula de Philip se apretó al ver la ausencia de remordimientos en los ojos de su padre y el desafiante ángulo de su barbilla.
– Supongo que te das cuenta de lo despreciable de tus acciones, padre. No solo por mí, sino también por Catherine. Por debajo de su aparente fortaleza, ha estado tremendamente preocupada por tus problemas de salud.
– Me disculpé con Catherine a primera hora de la mañana. Me echó una buena reprimenda, pero al final hemos hecho las paces. Ni le gusta ni tolera lo que he hecho, pero entiende por qué lo hice. Creo que de no ser así no habrías vuelto a casa. De hecho, ni siquiera estaba seguro de si las noticias sobre mi mala salud conseguirían hacerte volver a Inglaterra.
– La fe que tienes en mí nunca deja de sorprenderme, padre. Y dime, ¿cómo conseguiste ese aspecto de moribundo?
– Dejando de comer.
– ¿Y el semblante pálido?
– Con polvos de harina. -Antes de que Philip pudiera decir algo más, su padre continuó-: Tienes razón de estar furioso, pero espero que sepas comprender que, aunque mis acciones hayan sido deshonrosas, no lo eran mis intenciones. A pesar de que mi salud sigue siendo buena, mientras que la de la mayoría de mis contemporáneos no lo es, deseaba que tuviéramos la oportunidad de normalizar nuestras relaciones antes de que fuera demasiado tarde, y tú no dabas muestras de querer regresar. -Alzó las cejas-: Si no te hubiera mentido, ¿habrías vuelto a casa?
– Lo más probable es que no -admitió Philip dejando caer los brazos.
– Eso había supuesto. Espero que sepas perdonarme por haber ideado este truco, pero me parece que no tenía otra elección. Lamento haberte mentido. Pero no lamento que hayas vuelto a casa. Te he echado de menos, Philip. Hubo un tiempo en que tuvimos una magnífica relación…
Los recuerdos de los días pasados caminando juntos por los terrenos de la finca de Ravensley, de las tardes pasadas leyendo juntos en la biblioteca y de las noches jugando al ajedrez recorrieron la mente de Philip, dejando tristeza y arrepentimiento a su paso.
– Sí. -Philip dejó que esta palabra resbalara por su garganta-. Antes de que un día yo no cumpliera mi palabra. Antes de que muriera mamá. Y tú…
Un músculo se tensó en la mandíbula de su padre.
– He esperado muchos años para poder decir esto, Philip, y ahora que ha llegado el momento, las palabras son difíciles… -Dejó escapar un largo suspiro-. Yo os perjudiqué mucho a los dos el día en que tu madre salió a pasear bajo la lluvia y cayó enferma. Es verdad que yo estaba enfadado y alterado, pero no contigo. Estaba enfadado con el destino que me la estaba quitando. Ella había sido tan frágil durante tanto tiempo… y sabíamos desde hacía meses que el final estaba cerca. Aquel día te dije cosas muy enojado. Cosas horribles respecto a tu sentido del honor que en realidad no pensaba. Pero fueron cosas que, una vez dichas, levantaron un muro entre nosotros dos que desde entonces no he sabido cómo escalar… un muro que espero que ahora, como adultos, podamos de alguna manera escalar juntos. Tú eres un hombre maravilloso, hijo. Sé que debería haberte pedido perdón hace muchos años. Pero ya que no lo hice antes, solo puedo rezar para que no sea demasiado tarde. Lo siento.
Su padre extendió las manos. Philip se quedó mirando aquel gesto de disculpa, amistad y respeto, y tragó saliva para deshacer el nudo que sentía en la garganta. Sintiendo que se le había quitado un gran peso de encima, se acercó a su padre y le estrechó las manos con gesto decidido. Philip no estaba seguro de quién de los dos se movió primero, pero al cabo de un momento ambos estaban abrazados. Cuando se separaron tuvieron que sacar el pañuelo de seda de sus respectivos bolsillos. Secándose los ojos, su padre dijo:
– Maldita sea, Philip, este lugar está lleno de polvo. Creo que tienes que contratar a más criados. Especialmente ahora que vas a casarte. -Volvió a guardar el pañuelo en el bolsillo-. Me has dicho que querías hablar conmigo de algo.
– Sí. En realidad, quería darte las gracias. Han sido tus esfuerzos por asegurarme una esposa los que han hecho que me viera envuelto en la serie de acontecimientos que han conducido a este momento: en el que espero hacer de Meredith mi esposa.
– Ya lo veo -dijo su padre alzando las cejas-. ¿Eso quiere decir que me perdonas por haberte engañado para que volvieras a casa?
– Creo que debo hacerlo, porque si no me hubieras engañado, posiblemente no habría vuelto. Y si no hubiera vuelto, no podría haber conocido a Meredith. De manera que creo que debo estar agradecido a tu engaño.
– En cuanto a míss Chilton-Grizedale. Philip… Aunque no sea de nuestra clase, he de reconocer que me gusta bastante. Y Catherine me ha asegurado que tiene todo su apoyo, y dice que está segura de que se convertirá en una perfecta vizcondesa.
– Lo será, padre. Te doy mí palabra de honor de que lo será.
– Bueno, eso es suficiente para mí.
De pie al lado de Andrew, Philip se quedó mirando a Meredith mientras entraba en la sala, y sintió que le faltaba el aire. Vestía un traje de muselina azul pálido, exquisito en su simplicidad, con un talle carente de adornos que hacía resaltar aún más sus extraordinarios ojos y el brillante color de su piel. Su pelo azabache estaba recogido con un clásico moño griego, y unos collares de perlas níveas -el regalo de bodas que le había hecho Philip- envolvían sus relucientes trenzas. Sus miradas se cruzaron, y ella le sonrió con un destello de amor y felicidad temblando en sus labios.
Meredith caminó lentamente hacia Philip, con sus manos enguantadas descansando suavemente en la manga de la chaqueta de Albert. Un Albert radiante de orgullo por su «miss Merrie» y que iba a casarse con Charlotte Carlyle dentro de un mes.
Albert dejó a Meredith junto a Philip con una solemne inclinación de cabeza, a la que Philip contestó con una reverencia igual de solemne. Luego miró hacia la mujer que era la dueña de su corazón.
– Estás muy hermosa -le susurró.
– Gracias. Tú también lo estás -le contestó ella en un murmullo-. Tu padre me ha hablado de vuestra conversación.
– Menudo tramposo, ¿no te parece?
El párroco carraspeó y se quedó mirándolos con el ceño fruncido.
– Sí -susurró Meredith sonriendo e ignorando alegremente al párroco-. Le estoy muy agradecida.
– Y yo también -contestó él sonriendo.
– Me parece que el párroco está empezando a ponerse nervioso con vosotros -farfulló Andrew interrumpiendo su charla-. Su cara parece una tormenta a punto de estallar. -Inclinó la cabeza hacia Meredith-: Está usted encantadora, miss Chilton-Grizedale.
– Gracias, señor Stanton, lo mismo le digo -contestó ella con una leve reverencia-. De hecho se le ve tan encantador que me parece que no tendré que esperar mucho para verle "a usted delante del párroco. De hecho, tengo toda la intención de verle pronto así.
Andrew le lanzó a Philip una mirada mordaz, a la que Philip respondió encogiéndose de hombros.
– Ella es la Casamentera de Mayfair, ya sabes.
Philip volvió la vista hacia Meredith, quien lo miraba con las cejas fruncidas sobre sus hermosos ojos.
– Pareces muy feliz -le susurró él.
Una leve y hermosa sonrisa iluminó la cara de Meredith.
– ¿Feliz? Yo preferiría llamarlo inequívoca, indudable, flagrante y eufórica alegría.
Philip rió, ganándose una mirada cortante por parte del párroco.
– Sí, estoy seguro de que así es. Y esta vez, mi querida Meredith, estoy completamente de acuerdo contigo.
NOTA DE LA AUTORA
Querido lector:
Espero que hayas disfrutado con la historia de amor de Philip y Meredith. Yo he pasado muy buenos momentos escribiendo sus aventuras, especialmente durante las investigaciones que llevé a cabo para este libro, y que me condujeron a informaciones fascinantes sobre civilizaciones antiguas. Vale la pena llamar la atención de manera especial sobre la historia de Cleopatra, y su muy inteligente manera de ofrecer el banquete más caro de la historia. Esa parte está basada en la Historia natural de Plinio el Viejo, un trabajo muy extenso que detalla sus observaciones del mundo que lo rodeaba, y dedicado a temas varios como la agricultura, la geografía, la astronomía, la botánica, la zoología y la medicina, así como la historia. Gayo Plinio Segundo (conocido como Plinio el Viejo) tenía una gran pasión por observar los fenómenos en persona y tomar nota de ellos. Desgraciadamente, su dedicación a ese método de estudio le llevó, junto con su curiosidad, directamente a la muerte en el año 79 después de Cristo, cuando se aventuró a acercarse demasiado al Vesubio durante la erupción que provocó la destrucción de Pompeya.
También quiero mencionar de forma especial el poema que Philip le recita a Meredith durante la cena mediterránea, que es una versión actualizada de un poema encontrado en un antiguo jeroglífico egipcio.
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