– Le ofrezco mi ayuda en la búsqueda de la piedra, lord Greybourne -dijo Meredith mirando a lord Greybourne.

– Se lo agradezco. Pero no imaginaba que fuera usted una granjera, ¿no es así miss Chilton-Grizedale?

«Por el amor de Dios, este hombre está tarado.»

– ¿Granjera? Por supuesto que no. ¿Por qué me lo pregunta?

– Porque creo que este trabajo será como estar buscando una aguja en un pajar.

Unos ojos pequeños observaban la colección de arte egipcio que descansaba sobre terciopelo rojo, metida en una caja de cristal en el Museo Británico. De qué manera tan perfecta armonizaba ese color con aquellas piezas, el color de la sangre. Sangre que había sido vertida y sangre que iba a ser vertida.

«Tu sangre, Greybourne. Vas a sufrir por el daño que has causado. Pronto.»

Muy pronto.

3

Meredith caminaba lentamente por la acera que conducía, a su modesta casa en Hadlow Street. Aunque aquella zona estaba lejos de los barrios más de moda de Londres, todavía era un barrio respetable. Y a ella le gustaba su casa con el apasionado orgullo de alguien que ha tenido que luchar duro por lo que quería conseguir. Y más que nada en el mundo, Meredith quería tener una casa. Una verdadera casa. Una casa respetable.

Por supuesto que sabía que jamás se convertiría en miembro de la alta sociedad, pero su asociación con las personas pudientes, a pesar de que ella estuviera al margen, le aportaba el grado de respeto que durante toda su vida había implorado tener.

Ahora sus píes se movían a paso de tortuga. Temía abrir la puerta principal y tener que decirles a las tres personas que más quería en el mundo que había fracasado. Que su vida, esa fachada que tan cuidadosamente había construido, estaba a punto de desmoronarse como un castillo de naipes. ¿Sería posible que Albert, Charlotte y Hope ya lo supieran? Los cotilleos corren tan deprisa…

La puerta de madera de haya que acababa de abrirse hizo aparecer la expectante sonrisa de Albert Goddard. Charlotte Carlyle estaba de pie a su lado, con sus normalmente tranquilos ojos verdes abiertos en señal de inquieta espera. Hope, la hija de Charlotte, miraba a hurtadillas desde detrás de la falda verde oscuro de su madre, y en el momento en que vio aparecer a Meredith, echó a correr hacia ella.

– ¡Tía Merrie! -Hope se agarró con sus rechonchos bracitos de cuatro años a las piernas de ella y Meredith se agachó para estampar un beso en los bucles dorados de la niña-. Te he echado de menos, tía Merrie -proclamó Hope mirando hacia arriba con aquellos verdes ojos, que eran una réplica exacta de los de Charlotte, brillando de placer.

– Yo también te he echado de menos, encanto. -Meredith sintió que se le encogía el corazón. Hoy se jugaba mucho más que su futuro. En la situación actual, ¿qué iba a ser de Hope y de Charlotte? ¿Y de Albert?

Miró hacia la puerta mientras avanzaba intentando poner cara de despreocupación. En el momento en que se cruzó con la mirada de Albert, se dio cuenta de que había fracasado en su intento de aparentar despreocupación. La mirada de Albert se quedó fría, luego se apagó lentamente, y al final su expresión se convirtió en una entornada mirada de cautela.

Maldición, él la conocía tan bien… y después de once años se suponía que debería habérselo esperado. Y esos ojos sabían demasiado para un muchacho de veinte años. Aunque, por supuesto, Albert había visto y sobrevivido a muchas más cosas que la mayoría de los veinteañeros. Su mirada se posó en Charlotte, quien llevaba el delantal de cocinera todavía anudado alrededor de la esbelta cintura y cuyos ojos reflejaban la misma inquieta cautela que los de Albert. Charlotte la conocía tan bien como Albert, aunque solo formara parte de la «familia» de Meredith desde hacía cinco años, desde poco antes de dar a luz a Hope. Ya que no podía esconderle la verdad a ninguno de los dos, decidió que no iba a prolongar el misterio.

Con la pequeña mano de Hope agarrada a la suya, Meredith avanzó por el camino empedrado. Cuando entró en el pequeño vestíbulo con suelo de madera, se quitó el sombrero y se lo dio a Albert.

– Tenemos que hablar -les dijo a Albert y a Charlotte sin más preámbulos.

Llevando todavía a Hope tomada de la mano, Meredith avanzó por el pasillo hasta llegar al salón. Hope se dirigió enseguida hacia el rincón donde estaban su mesa y su silla de niño, y se puso a dibujar en su cuaderno de pintura. Meredith juntó las manos delante de la cara y se enfrentó a sus dos mejores amigos.

– Me temo que traigo unas noticias bastante preocupantes. -Les describió los acontecimientos ocurridos por la mañana en la iglesia, y concluyó diciendo-: Por mucho que quiera ser optimista, me temo que debo ser práctica. Este desastre, a pesar de que no ha sido culpa mía, va a tener repercusiones nefastas en mi reputación como casamentera. De hecho, solo es cuestión de tiempo, quizá de horas, que empiecen a llegar peticiones de prescindir de mis servicios. Aunque tengo esperanzas en que lord Greybourne encuentre la parte desaparecida de la piedra y acabe con el maleficio, estaría loca si no hiciera planes para el caso de que no tuviera éxito. Aunque se probara que no se trataba más que de un aplazamiento, en lugar de una cancelación de la boda, con todos los cotilleos que ya están de boca en boca, pasarán meses antes de que se repare el daño. Y si fracasa… -Presionó sus dedos contra las sienes intentando que no se le escapara la poca cordura que aún le quedaba-. Por Dios, en ese caso, estaré completamente arruinada. Mi vida quedará destruida… -Y ella sabía muy bien lo difícil que era para una mujer ganarse la vida. «No volveré atrás… Nunca más volveré atrás», pensó.

– Si quiere que le dé mi opinión, ese maleficio me parece un asunto bastante sospechoso -dijo Albert entornando los ojos-. Acaso ese tal Greybourne se lo haya inventado todo para no tener que casarse.

– No lo creo -dijo Meredith meneando lentamente la cabeza.

– Es usted demasiado crédula -replicó Albert.

– No estoy diciendo que crea en el maleficio. No estoy demasiado segura de lo que pienso al respecto. Por increíble que parezca, creo que de alguna manera no puedo descartarlo. Y no me cabe ninguna duda de que lord Greybourne está completamente convencido de la existencia de dicho maleficio.

– Bueno, eso solo prueba que el tipo está tarado -dijo Albert señalándose la sien con el dedo índice-. Creo que debería mantenerse alejada de él, miss Merrie. Yo de usted no me fiaría ni un pelo. Y entretanto, no debe preocuparse en absoluto por el dinero. Encontraré algún trabajo nocturno, probablemente en los muelles. Y si no, podemos irnos a descansar a alguna parte, a algún sitio adonde no lleguen los rumores. Quizá a algún lugar cerca del mar, como siempre hemos querido hacer. Saldremos adelante, como siempre hemos hecho.

– Por supuesto que saldremos adelante -dijo Charlotte-. Yo puedo ponerme a coser.

– Yo no quiero solo que salgamos adelante. -Meredith sacó pecho y se apretó las manos para calmar el miedo que empezaba a abrumarla-. Hemos trabajado muy duro, y demasiado tiempo, y yo no puedo, no quiero, dejar que esta situación destruya mi buen nombre, mi respetabilidad y mi reputación. Tenemos la oportunidad de conseguir una segundad futura para todos. Para Hope. Y la única manera de que nada se estropee es asegurarnos de que lord Greybourne se casa con lady Sarah.

– Bueno, entonces solo tenemos que asegurarnos de que sea así -decretó Albert, como si aquello fuera la cosa más sencilla del mundo-. Mire, podemos ofrecerle nuestra ayuda para buscar ese trozo de piedra desaparecido, y antes de lo que imagina ya habremos solucionado el problema y conseguido que el tipo ese se case.

Una sonrisa cansada se dibujó en los labios de Meredith. Querido Albert. Se daba cuenta de que, de alguna manera, ahora que lo miraba bien, había crecido fuerte como un roble. Estaba muy lejos ya de ser aquel enfermizo y destrozado muchacho que ella había encontrado tirado en la cuneta, abandonado allí para que muriera. Se suponía que era ella la que cuidaba de él, pero ahora parecía ser él quien cuidaba de ella, cargando con todos los problemas sobre sus propias espaldas.

Albert se levantó y avanzó por la alfombra hacia ella, y al instante ya le estaba rodeando los hombros con los brazos.

– Nos hemos enfrentado a cosas peores que esta, miss Merrie, y siempre ha salido todo bien. Mire, si hace falta, soy capaz de disfrazarme de novia y casarme yo con el tipo ese. -Le sacudió por los hombros y le guiño un ojo, y como sabía que estaba tratando de animarla, Meredith se esforzó por reír.

Lanzando una mirada de reojo a Charlotte, Meredith preguntó:

– Estoy segura de que Albert sería una novia maravillosa, ¿no te parece, Charlotte? -Alzó la mano y le pellizcó las mejillas a Albert-. Después de todo, es un chico muy atractivo.

Meredith se dio cuenta de que Albert se ponía tenso ante su comentario, y el rostro de Charlotte se sonrojó. Pero, al cabo de un momento, su querida amiga simplemente se encogió de hombros y dijo:

– Enamorado o no, me parece que en algún momento lord Greybourne se daría cuenta de que algo extraño le pasaba a su novia. ¿Cuanto tiempo crees que podría pasarle desapercibido que la barba de su esposa empezara a crecer?

– Hum. Sí, eso puede ser un problema -dijo Albert pasándose la mano por su mandíbula recién afeitada. Puso cara seria y agarró las manos de Meredith-. No quiero que se preocupe por algo que no se puede cambiar, miss Merrie. Intentaremos encontrar la piedra, y si lo conseguimos, bueno, entonces el tipo ese y lady Sarah se tendrán que casar y todo terminará bien. Y si no podemos encontrar la piedra…

– Estaré arruinada.

– No. Nunca dejaré que eso suceda -dijo Albert con una mirada que se había vuelto desafiante.

– Ni yo tampoco -añadió Charlotte suavemente-. Ni Hope. -Se levantó y abrazó a Meredith-. Albert tiene razón. Todo va a salir bien. Y si no es así, nos iremos de Londres. Iremos a alguna otra parte. Empezaremos de nuevo.

Meredith abrazó a sus amigos y les dirigió una forzada sonrisa, aunque ya casi no se sentía con fuerzas. Por el amor de Dios, ¿cuántas veces más podría ir a otro sitio para empezar de nuevo? Estaba tan cansada de ir de aquí para allá.

Por desgracia, sospechaba que eso sería lo que tendrían que hacer. Aunque tal vez, solo tal vez, todo acabaría saliendo bien.

A la mañana siguiente, Meredith abrió el Times mientras estaba a la mesa tomando el desayuno. La letra negrita del titular de la primera página le saltó a la vista:

¿ESTÁ MALDITO EL VIZCONDE MÁS DIFÍCIL DE CASAR DE TODA INGLATERRA?

Cualquier esperanza de que el anuncio de una nueva fecha para la boda el día 22 hubiese acallado los cotilleos se desintegró. Se le cayó el alma a los pies, arrastrando en su caída a un estómago que se le quedó encogido durante el resto de la tumultuosa lectura, mientras ella ojeaba rápidamente el texto, con el temor aumentando a cada párrafo. Tres páginas enteras, sin mencionar toda la columna de la primera página, estaban dedicadas a esta historia.

Mientras sus ojos se movían por las palabras, cada una de ellas le parecía estar ardiendo y quemando con su fuego cada una de las estúpidas esperanzas que había estado abrigando de que su reputación pudiera haber quedado, de alguna manera, intacta. Cada detalle, desde el maleficio hasta la discusión de lord Greybourne con su padre, pasando por la especulación al respecto de la misteriosa «enfermedad» de lady Sarah, estaba allí, impreso para que todos lo leyeran.

Cielos, por la exactitud con que se narraba la historia, uno pensaría que el periodista había estado escondido detrás de las cortinas mientras lord Greybourne contaba la historia del maleficio. Se detallaba todo el incidente, desde el descubrimiento de la piedra hasta la muerte de la mujer de su amigo, pasando por su promesa de hallar alguna forma de acabar con aquel maleficio. Meredith leyó las líneas finales del artículo con verdadero pavor.

¿Es real este maleficio, o se trata solo de un plan fraguado para disolver los desposorios a los que lord Greybourne o lady Sarah -o acaso ninguno de los dos- no estaban dispuestos después de haberse conocido? ¿Está lady Sarah realmente enferma, como afirma su padre, o se echó atrás antes de arriesgarse a morir dos días después de la boda? Muchas mujeres estarían dispuestas a casarse con el heredero de un condado, pero ¿estarían dispuestas a morir por ello? Yo más bien creo que no. La boda ha sido aplazada al día 22, pero ¿tendrá lugar realmente ese día? Uno no puede por menos que sospechar que este aplazamiento no es más que un truco de Greybourne y miss Chilton-Grizedale para salvar la cara. Y todo esto nos hace preguntarnos: si el maleficio es real, ¿cómo podrá mantener lord Greybourne su promesa de casarse? De hecho, si el maleficio se revelara real, es un suponer, ¿quién estaría dispuesta a casarse con este hombre? Si lord Greybourne fuera capaz de descubrir la manera de romper el maleficio, ¿se casaría con lady Sarah? Si no lo hace, tal vez pueda volver a requerir los servicios de miss Chilton-Grizedale como casamentera, para que le ayude a encontrar a otra novia. Aunque lo cierto es que después de este desastre nadie volverá a contratarla jamás.