Como si se preparara para una larga charla, dobló la almohada, apoyó la cabeza en ella, levantó una rodilla y entrelazó los dedos sobre la barriga.

– De acuerdo, como quieras. Te lo contaré. Solíamos ir al burdel que había en La Grange. Los sábados por la noche. Nos dábamos un baño, nos emperifollábamos, llevábamos el dinero al pueblo y nos lo pulíamos casi todo en copas y en fulanas. Yo no era nada quisquilloso. Me quedaba con la que estuviera libre. Pero a Josh le gustaba una que se llamaba Honey Rossiter. -Sacudió la cabeza, escéptico-. Honey… ¿Te puedes creer que alguien se llame miel, y encima en inglés, idioma en que la palabra se utiliza como expresión de cariño? Ella juraba que era su nombre de pila, pero yo jamás la creí. Josh, en cambio, sí. Josh se creía todo lo que esa mujer le decía, joder. Y no quería oír nada malo sobre ella. Se cabreaba mucho si yo la criticaba por algo. Estaba loco por ella, no había duda.

»Era alta, una yegua de dieciocho palmos, como solíamos decir en broma, con el pelo rubio y rizado tan largo que le llegaba hasta el trasero. Era una buena cabellera, de esas en las que un hombre puede hundir las manos. Josh solía hablar de eso cuando estaba acostado en el catre por la noche: Honey y su pelo color miel. Muy pronto empezó a hablar sobre casarse con ella. Yo le dije que era una puta y que nadie quería casarse con una puta. Y Josh se disgustó mucho conmigo cuando lo dije. Estaba tan loco por ella que no sabía distinguir la verdad de la mentira.

Will apoyó entonces una muñeca en la rodilla que tenía levantada y jugueteó distraídamente con un hilo verde que sobresalía de la colcha.

– Esa mujer era… -siguió contando-. Bueno, era como una actriz en una película: interpretaba el papel que quisiera un hombre. Se adaptaba a lo que éste necesitara, y cuando estaba con Josh actuaba como si fuera el único hombre que le interesaba en el mundo. El problema es que Josh empezó a creérselo.

»Entonces fuimos una noche, y cuando Josh preguntó por Honey, la madama le dijo que estaría ocupada las dos horas siguientes y le preguntó a quién quería en su lugar. Pero Josh no quería a nadie más, no después de Honey. Así que esperó. Pero cuando Honey bajó se había enfurecido tanto que estaba a punto de explotar. Ella entró tan tranquila en el Salón de Relax, como llamaban al bar donde los hombres esperaban a las mujeres, y te aseguro que no has oído bramar nunca a nadie como cuando Josh se encaró con ella para recriminarle que se pasara dos horas con alguien mientras lo dejaba a él esperando en el piso de abajo.

»Y cuando ella le respondió que no le pertenecía, él replicó que él sí lo quería y se sacó un anillo del bolsillo y le explicó que esa noche había ido a verla con la intención de pedirle que se casara con él.

Will sacudió la cabeza al recordar lo sucedido.

– Se rio de él en su cara -contó-. Dijo que hubiera tenido que estar loca para casarse con un vaquero muerto de hambre que la tendría embarazada nueve de cada doce meses y que esperaría que cuidara de una casa llena de mocosos chillones. Aseguró que llevaba una vida lujosa a cambio de pasarse unas horas cada noche tumbada boca arriba, vestía seda y plumas, y comía ostras y carne siempre que quería.

»Josh se volvió loco. Le dijo que la amaba y que no dejaría que se acostara con nadie más… nunca. Iba a irse con él… ¡en ese mismo instante! Fue a sujetarla y, de repente, Honey sacó una pistolita. Yo no tenía ni idea de que las chicas de ese local fueran armadas. Pero allí estaba, apuntando a Josh a la cabeza, así que agarré una botella de whisky y la sacudí con ella. No pensé, joder… Sólo… Bueno, sólo le di un porrazo. Cayó como un árbol al talarlo, de lado, y se golpeó la cabeza contra una silla. Se quedó allí, entre los trocitos de cristal y el whisky derramado. Se murió tan rápido que apenas sangró. No sé si fue la botella o la silla lo que la mató, pero a las autoridades les dio lo mismo. Estuve entre rejas en menos de media hora.

»Pensé que todo se solucionaría; al fin y al cabo, estaba defendiendo a Josh. Si no le hubiese atizado, ella le habría disparado justo en los ojos. Pero lo que no se me ocurrió fue lo decidido que estaba a casarse con ella y lo destrozado que lo había dejado su muerte.

Will cerró los ojos enfrentado a ese doloroso recuerdo.

– Josh… -empezó a decir, pero no terminó.

Eleanor se incorporó y le miró atentamente la cara.

– ¿Qué hizo? -lo animó en voz baja.

Al oírla, Will abrió los ojos y los fijó en el techo.

– Declaró en mi contra -contestó-. Contó un drama sobre cómo iba a casarse con Honey Rossiter y a alejarla de la mala vida que llevaba en ese burdel para proporcionarle un hogar y una vida respetable. Y el jurado se lo creyó. Cumplí cinco años por salvarle la vida a mi «amigo». -Se pasó una mano por el pelo y suspiró mientras seguía mirando el techo unos segundos más. Después, se sentó y se rodeó las rodillas con los brazos-. Menudo amigo -sentenció.

Eleanor le miró los lunares de la espalda. Quería acercar la mano y tocarlo, consolarlo. Como él, sólo había tenido un amigo. Pero el suyo había sido leal. Podía imaginarse el dolor que habría sentido si Glendon la hubiera traicionado.

– Lo siento, Will.

– Bueno, qué diablos -dijo él tras ladear la cabeza como si fuera a mirarla, pero sin hacerlo. En lugar de eso, había bajado los ojos hacia sus manos, que seguía teniendo entrelazadas-. Pasó hace mucho tiempo.

– Pero sé que te sigue doliendo.

Se dejó caer hacia atrás, se pasó ambas manos por el pelo y las juntó debajo de la cabeza.

– No entiendo cómo hemos terminado hablando de un tema así. Hablemos de otra cosa.

Se habían quedado mustios, y mientras yacían uno al lado del otro, Eleanor casi sólo podía pensar en la juventud triste y sin amigos de Will. Siempre se había considerado la persona más solitaria del mundo, pero… pobre Will. Pobre, pobre Will. Ahora, por lo menos, la tenía a ella, y a los niños. ¿Pero por cuánto tiempo si entraban en guerra?

– ¿Es la guerra realmente así, Will? ¿Como la enseñaron en el cine?

– Supongo.

– Crees que participaremos en ella, ¿verdad?

– No lo sé. Pero, si no, ¿por qué está el presidente reclutando soldados?

– Si entráramos en guerra, ¿tendrías que ir?

– Si me reclutaran, sí.

Eleanor formó un «oh» con la boca, pero la palabra jamás le salió de los labios. La posibilidad de que aquello sucediera le provocó un pánico inesperado. Inesperado porque no había sospechado que sería tan posesiva cuando aquel hombre fuera su marido. El hecho de que lo fuera lo cambiaba todo. Las imágenes en blanco y negro del noticiario le vinieron a la memoria, seguidas de las de color sobre la Guerra de Secesión. ¡Qué horrible era la guerra! Supuso que, en tiempos del abuelo, hubieran rezado para que Estados Unidos no entrara en ella. Entonces, en lugar de rezar, cerró los ojos y se obligó a dejar a un lado las deprimentes imágenes y a pensar en esas bonitas mujeres con sus enormes faldas de seda, y en los hombres con sombrero de copa, y en Hopalong agitando su sombrero negro… y en Donald Wade con el sombrero negro de Will… y, al final, cuando se encontraba en la delgada línea entre el sueño y la vigilia, al mismo Will a lomos de Topper, saludándola con el sombrero en la mano desde el camino de entrada…

Minutos después, Will se volvió para decirle que no debían preocuparse hasta que llegara el momento de hacerlo. Pero se dio cuenta de que se había quedado dormida, boca arriba, con los labios separados y las manos cruzadas recatadamente bajo los pechos. Observó cómo respiraba, y cómo un mechón de pelo en el hombro capturaba la luz con cada respiración: Desvió la mirada hacia su tripa, volvió a subirla hacia sus pechos, suaves y sin forma bajo el camisón. Pensó en lo mucho que le hubiera gustado ponerla de costado, acurrucarse a su espalda con los brazos donde ella los tenía ahora y quedarse dormido con la cara en su nuca. ¿Pero qué pensaría si se despertaba y se lo encontraba en esa postura? Tendría que ser precavido, incluso dormido.

Sus ojos se desplazaron una vez más hacia la tripa de Eleanor.

¡Se movió!

La colcha se agitó como si un gato dormido debajo de ella hubiera cambiado de postura. Pero Eleanor dormía profundamente, quieta como una momia. ¿Habría sido el bebé? ¿Los bebés se movían… tanto? Con mucha cautela, se apoyó en un codo para estudiar los movimientos de cerca. ¿Sería niño o niña? Se movió otra vez, y Will sonrió. Fuera lo que fuera, era bullicioso; Will no podía creerse que todo ese jaleo no despertara a Eleanor. Resistió las ganas de destaparla para observarla mejor, y las todavía mayores de ponerle una mano en la barriga para palpar lo que estaba viendo. Cualquiera de las dos cosas estaba, por supuesto, descartada.

Volvió a tumbarse y pensó, preocupado, en que había aceptado ayudar a traer al bebé al mundo. Por Dios, ¿en qué habría estado pensando? Seguro que lo mataría con sus torpes manazas.

«No pienses en eso, Will.»

Cerró los ojos y se concentró en los besos de buenas noches de Donald Wade y del pequeño Thomas. Recordó sus voces infantiles deseándole buenas noches, especialmente la de Thomas: «Benas notes, Ui…» Intentó dejar la mente en blanco para poder conciliar el sueño. Pero veía la luz a través de los párpados y le daban ganas de volver a abrirlos.

Eleanor se volvió de lado, hacia él. Will observó cómo las pestañas le descansaban como abanicos en las mejillas. Tenía la palma de la mano izquierda cerca del mentón, y el anillo de la amistad le asomaba entre los dedos relajados. Dejó que sus ojos vagaran por los botones de su camisón, ya que las sábanas le habían resbalado hasta la cintura, y contempló la tela blanca que le cubría los pechos. Acercó la mano con cuidado, con mucho cuidado, y pellizcó la manga entre dos dedos para frotarla como un hombre avaricioso haría con dos monedas. Luego apartó la mano, se volvió hacia el otro lado y trató de olvidar que la luz estaba encendida.

Capítulo 11

Por la mañana, cuando abrió los ojos, Eleanor vio la parte posterior de la cabeza de Will Parker. Se le había arremolinado el pelo, lo que le dejaba al descubierto parte del cuero cabelludo. Sonrió. Las intimidades del matrimonio. Observó cómo cada respiración le levantaba los omoplatos, le examinó la espalda con su distintivo triángulo de lunares, la parte de detrás de una oreja, la línea de nacimiento del pelo en la nuca, la protuberancia de las vértebras que desaparecían bajo las sábanas justo por encima de la cintura. Tenía la piel mucho más morena que Glendon, mucho más a la vista; Glendon dormía siempre con una camiseta. La piel de Will estaba curtida, mientras que la de Glendon era blancuzca.

El objeto de su estudio se sorbió la nariz y se puso boca arriba. Empezó a mover los ojos bajo los párpados cerrados, pero seguía dormido, con la cara expuesta al sol que le bañaba el cuerpo en tonos dorados y castaños y le iluminaba el pelo claro con reflejos de color que recordaban los del ala de un pinzón. La barba le crecía muy deprisa, mucho más que a Glendon, y tenía mucho más vello que él en los brazos y en el pecho. Contemplar así a Will le provocó una inesperada reacción en el bajo vientre.

Cerró los ojos con fuerza, y entonces se dio cuenta de que olía distinto a Glendon. No era ningún olor que pudiera relacionar con nada, sino simplemente el propio que la naturaleza le había dado: el de la piel, el pelo y el aliento de un hombre, tan diferente del de Glendon como el de una manzana del de una naranja. Abrió los ojos furtivamente, a medias, como si con esa precaución fuera a impedir que Will se despertara. Lo admiró así, entre sus párpados casi cerrados, dejando que la luz del sol se disgregara en sus pestañas y se difundiera por la imagen de Will como si estuviera salpicado de lentejuelas. Un hombre fornido, atractivo. Seguramente las prostitutas de La Grange se peleaban por él.

Aquel extraño cosquilleo radiante que sentía en el bajo vientre se intensificó. Yacía allí, con las rodillas a escasos centímetros de la cadera de Will, mientras su fragancia desconocida de hombre impregnaba la ropa de cama, mientras su calidez y su cuerpo ocupaban la mitad del espacio donde ella dormía. Fue sorprendente darse cuenta de que podía tener deseos carnales cuando había creído que el embarazo la volvía inmune a ellos.

Se le ocurrió otra idea inquietante. ¿Y si él la había observado tan íntimamente como hacía ella ahora con él? Intentó recordar cuándo se había quedado dormida, pero no pudo. De lo último de lo que se acordaba era de que habían estado hablando. ¿Estaba tumbada boca arriba? ¿De cara a él? Echó un vistazo a la mesa; la lámpara seguía siseando. La había dejado encendida y había podido pasar horas despierto después de que ella se quedara roque, haciendo un recuento exhaustivo de sus defectos. Al contemplar la hermosura del rostro de Will, fue muy consciente de lo mucho que salía perdiendo en comparación. Ella tenía el pelo castaño oscuro, liso, las pestañas cortas y finas, los dedos con los nudillos grandes, la tripa prominente, los pechos enormes. A veces roncaba. ¿Habría roncado esa noche mientras la miraba y la habría oído?