«Cariño.» El recuerdo de esa palabra le llevó a plantearse todas las posibilidades que podía abarcar. ¿Lo habría dicho en serio? ¿Era realmente el cariño de alguien por primera vez en su vida?
Se sentó en el borde de la cama y dio cuerda al despertador a la espera de notar cómo el colchón se hundía con el peso de Eleanor para tumbarse y bajar la luz de la lámpara.
Yacían memorizando el techo mientras repasaban mentalmente lo sucedido ese día: un regalo de cumpleaños, una palabra de cariño, un apretón de manos, un beso de despedida; nada demasiado extraordinario en apariencia. Lo extraordinario estaba pasando en su interior.
Permanecían tumbados, temblando por dentro, obligándose a no moverse. Con el rabillo del ojo, Eleanor veía el pecho desnudo, los codos imponentes, las manos bajo la cabeza de Will. Con el rabillo del ojo, Will veía el contorno embarazado de Elly y el camisón abrochado hasta el cuello con las sábanas que la tapaban hasta las costillas. Bajo sus manos, Eleanor notaba, a través de la colcha, cómo el corazón le latía desenfrenado. En la parte posterior de la cabeza, Will se notaba el ritmo acelerado del pulso.
Los minutos pasaban lentamente. Ninguno de los dos se movía. Ninguno de los dos hablaba. Ambos estaban inquietos.
«Un beso, ¿tanto te cuesta?»
«Sólo un beso, por favor.»
«Pero ¿y si ella te rechaza?»
«¿Qué podría verle a una mujer embarazada que anda como un pato?»
«¿Qué mujer va a querer a un hombre que ha estado con tantas?»
«¿Qué hombre va a querer sentir bajo su cuerpo el hijo de otro hombre?»
«Pero la mayoría fueron pagando, Elly, ninguna de ellas significó nada.»
«Sí, es hijo de Glendon, pero él nunca me hizo sentir así.»
«No soy digno.»
«No soy atractiva.»
«Soy incapaz de despertar el amor de nadie.»
«Me siento sola.»
«Búscala», pensó él.
«Búscalo», pensó ella.
La mecha de la lámpara chisporroteó. La llama se retorció y distorsionó la sombra que la repisa de la chimenea proyectaba en el techo. El colchón parecía temblar con sus dudas. Y cuando daba la impresión de que el aire mismo sisearía con la electricidad del ambiente, los dos hablaron a la vez.
– ¿Will?
– ¿Elly?
Sus cabezas se giraron y sus ojos se encontraron.
– ¿Qué?
Una pausa.
– Se… Se me ha olvidado lo que iba a decir.
Diez segundos de un silencio insoportable.
– A mí también -dijo entonces Elly en voz baja.
Se miraron, sintiéndose como si se asfixiaran, ambos temerosos…, ambos desesperados…
Entonces, todo el pasado de Will y todos los defectos de Eleanor se elevaron por el aire y explotaron como una estrella remota.
Los labios de Eleanor se separaron, invitándolo inconscientemente. Will levantó el hombro de la cama y se volvió hacia ella, lo bastante despacio como para darle tiempo a rehuirlo si quería.
Pero en lugar de hacer eso, Eleanor dibujó su nombre con los labios: «Will…», aunque de ellos no salió ningún sonido mientras él se agachaba y le tocaba la boca con la suya.
No fue un beso apasionado, sino un contacto lleno de inseguridades. Vacilante. Indeciso. Una unión del aliento más que de la piel. Mil preguntas encerradas en el roce trémulo de dos bocas tímidas mientras sus corazones tronaban y sus almas buscaban.
Will levantó la cabeza…, miró…, y vio unos ojos del color de la aceptación, verdes como el mar en medio de la sombra que proyectaba su cabeza. Ella también le observó los ojos de cerca…, esos ojos castaños, vulnerables, que tan a menudo había escondido Will bajo el ala de un sombrero maltrecho. Vio las dudas que lo habían acompañado hasta ese momento y se asombró de que alguien tan bueno, tan hermoso por dentro y por fuera, las hubiera albergado. Era ella la que debiera haberlas tenido… Ella. La embarazada y poco agraciada Elly See, el blanco de todas las burlas y de todas las miradas. Pero en los ojos de Will no vio burla, sino un desconcierto tan profundo como el suyo.
Volvió a besarla…, con suavidad…, con suavidad…, el roce de un ala sedosa con un pétalo mientras ella le tocaba el tórax con la yema de los dedos.
Y, por fin, la soledad de la vida de Will Parker dejó de doler. Pensó su nombre una y otra vez: «Elly… Elly…» Una bendición mientras el beso se volvía más apasionado, más firme, más pleno, pero todavía con ciertas reservas. Dos personas que habían aprendido a rechazar la posibilidad de que los milagros existieran se veían ahora obligadas a cambiar de opinión.
Will le rodeó un brazo con la mano y ella apoyó la suya en el vello sedoso del tórax de Will, pero éste siguió apartado mientras la apremiaba con los labios a separar los suyos para que sus lenguas, pálidas, húmedas y todavía temblorosas, tuvieran su primer contacto. Sus corazones, que habían martilleado con incertidumbre, lo hacían ahora con exultación. Buscaron, y encontraron, una postura más íntima, favorecida por el movimiento de las cabezas, que convirtieron aquel beso en algo más de lo que ninguno de los dos había esperado. Una dulce, dulcísima interacción que no sólo les aceleraba el pulso sino que también conllevaba la seguridad de que Will y Eleanor eran muy importantes el uno para el otro.
Él se mantenía sobre ella soportando su propio peso con los codos por temor a lastimarla. Pero ella le pidió que se acercara. Más… Más… Hasta el punto donde su corazón se elevaba hacia el de él. Y Will descansó sobre sus pechos, con cuidado al principio, hasta que su consentimiento fue inconfundible.
Durante unos minutos maravillosos se saciaron de lo que ambos habían conocido tan poco, y después Will se separó un poco para mirarle la cara y descubrir la misma expresión de asombro que él sentía. Se observaron, renovados, y después se abrazaron con fuerza y mecieron sus cuerpos porque besarse no parecía poder expresar todo lo que sentían.
Al cabo de un rato, Will la hizo girar hasta que quedaron frente a frente, de costado. Y, acto seguido, le puso la cara en el cuello y le rodeó la panza voluminosa con el cuerpo.
– Elly… Elly… Tenía tanto miedo.
– Yo también.
– Creía que me rechazarías.
– Pero eso es lo que yo creía que tú harías.
– ¿Por qué iba a hacer yo eso? -preguntó. Había echado la cabeza hacia atrás para poder verle la cara.
– Porque no soy demasiado bonita. Y estoy embarazada, y torpe.
– No… -Le acarició la mejilla con ternura-. No. Eres una persona preciosa. Lo vi la primera mañana que estuve aquí.
Eleanor le sujetó el dorso de la mano y escondió los ojos en su palma. Era más fácil admitir estas cosas con los ojos cerrados.
– Y no soy demasiado inteligente, y tal vez estoy chiflada. Y tú lo sabías.
Will le levantó la barbilla para que lo mirara.
– Pero yo maté a una mujer. Y he estado en la cárcel y en burdeles. Y tú lo sabías.
– Eso fue hace mucho tiempo.
– La mayoría de la gente no lo olvida nunca.
– Creía que, como llevaba el hijo de Glendon en mis entrañas, no querrías tocarme.
– ¿Qué tiene que ver eso?
– ¡Oh, Will! -exclamó Eleanor, cuyo corazón parecía demasiado pequeño para contener tanta alegría.
– ¿Puedo tocarte la barriga una vez? -preguntó Will-. No le he tocado nunca la barriga a una mujer embarazada.
Se sintió acalorada y avergonzada, pero asintió.
Rodeó los costados de la panza de Elly con las manos como si fuera un ramo de flores que podían aplastarse.
– Está dura… Estás dura. Creía que sería blanda. ¡Oh, Dios mío, Elly, da gusto tocarte!
– Y a ti también. -Le acarició el pelo, grueso y lleno de vida, con ese inconfundible olor tan suyo-. He extrañado esto.
Cerró los ojos y dejó que Eleanor siguiera. Aunque viviera mil años, no se cansaría nunca de que le tocara el pelo.
Al cabo de un rato, abrió los ojos y se quedaron mirando unos minutos, saciándose. Ella de sus increíbles ojos y su pelo revuelto. Él de sus labios suavemente hinchados y de sus ojos verdes, verdísimos. Se sintió irrazonablemente celoso de sus años anteriores con Glendon Dinsmore.
– ¿Todavía piensas en él?
– Hace semanas que no lo hago.
– Creía que lo seguías amando.
Se armó de valor y repitió lo que Will había dicho antes.
– ¿Qué tiene que ver eso? ¿Crees que amaré menos a este bebé sólo porque tuve otros dos antes que a él?
Se apoyó en un codo, la miró y tragó saliva con fuerza. Se sintió como si alguien le hubiera sujetado el corazón. Cuando habló, dio la impresión de que le costaba pronunciar las palabras.
– Elly, nunca nadie… -Avergonzado, no pudo seguir.
– ¿Nunca te ha querido nadie? -Le tocó con ternura una mejilla-. Bueno, pues yo sí.
Will cerró los ojos y giró la cara para darle un beso en la palma de la mano.
– Nunca. Nadie -reiteró-. En toda mi vida. Ni mi madre, ni ninguna otra mujer, ni ningún hombre.
– Bueno, tu vida no ha llegado aún ni a la mitad, Will Parker. La segunda mitad será mucho mejor que la primera, te lo prometo.
– Oh, Elly… -De todas las cosas que le habían faltado en la vida, ésa era la que le había dejado un vacío mayor. Quería oírlo una vez, como había soñado oírlo durante cinco largos años en una celda, durante todos los años solitarios que había vagado de un lugar a otro y durante la niñez, mientras veía cómo otros niños, los afortunados, pasaban frente al orfanato y lo miraban boquiabiertos desde la seguridad de los carruajes y los automóviles de sus padres-. ¿Podrías decirlo una vez? -suplicó-. Como dicen que hace la gente.
El corazón de Eleanor latió con la fuerza de las alas de un águila y la elevó a lo más alto mientras se lo decía:
– Te amo, Will Parker.
Will sintió una punzada de dolor y bajó la cabeza porque nadie le había preparado para eso, nadie le había dicho: «Cuando ocurra, resucitarás. Dejarás de ser lo que fuiste. Serás lo que no eras.» Se precipitó hacia ella y hundió la cara en su pecho.
– Oh, Dios mío… -gimió, abrazado con fuerza a ella-. Oh, Dios mío.
Elly le sujetó la cabeza como si fuera un niño que se despertaba de una pesadilla.
– Te amo -le susurró en el pelo con lágrimas en los ojos.
– Oh, Elly, yo también te amo -dijo con la voz entrecortada-, pero tenía tanto miedo de que nadie pudiera amarme. Creía que tal vez era imposible que alguien lo hiciera.
– Oh, no, Will…, no…, no es así.
Las palabras agridulces de Will despertaron en ella un gran deseo de sanar. Se acurrucó contra él con un nudo en la garganta y le sujetó la cabeza en actitud protectora mientras él le respiraba en el pecho. Le recorrió el pelo con las manos y notó que eso lo llenaba de placer. Le pasó las uñas por el cuero cabelludo con movimientos largos, lentos… una vez… y otra vez… y otra, levantando su olor, memorizándolo, grabándoselo para siempre en sus sentidos. Tenía el pelo grueso, del color de la hierba seca. Le había crecido desde que se lo había cortado, especialmente en la nuca, donde se lo levantaba y volvía a aplastárselo antes de iniciar otro recorrido largo y sensual hacia la parte superior de la cabeza. Él se estremecía y emitía un sonido gutural de satisfacción.
Toda su vida había ansiado que alguien lo tocara de esta forma, que tocara al niño que había en él además de al hombre, que lo aliviara y lo tranquilizara. La sensación de los dedos de Elly en el pelo le daba una idea de todo lo que le había faltado. Él era tierra reseca, ella era lluvia. Él, una vasija vacía, ella vino. Y en esos momentos de proximidad lo llenaba, llenaba todos los vacíos que le había dejado su vida abúlica y solitaria, y se convertía en todas las cosas que había necesitado: madre, padre, amiga, esposa y amante.
Cuando se sintió saciado, levantó la cabeza como si estuviera embriagado de placer.
– Solía mirarte cuando tocabas a los niños de esta forma. Quería pedirte que me tocaras a mí también como los tocabas a ellos. Nadie me lo había hecho antes, Elly.
– Lo haré siempre que quieras. Lavarte el pelo, peinarlo, frotarte la espalda, tomarte la mano…
Le puso los labios en la boca para interrumpirla. Parecía arriesgado aceptar demasiado en este primer y magnífico momento. La besó con gratitud y pasó rápidamente a la exuberancia de un amor recién nacido. La sujetó más arriba y la empujó con suavidad hacia la almohada mientras dejaba que su mano le vagara por el cuello y el hombro. Le succionaba la boca mientras extendía los dedos de modo que dejaba un pulgar tan cerca de sus labios que casi formaba parte del beso. El cuerpo le pedía participar más en esta unión. Como sabía que era imposible, terminó el beso, pero descansó la mano en su cuello y notó que su pulso era igual de rápido que el de él.
– ¿Sabes desde cuándo te amo?
– ¿Desde cuándo?
– Desde el día que me lanzaste ese huevo.
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