Antes de que terminara de hablar, él ya se estaba quitando el chaleco. Una vez desnudo del todo, se metía en el agua fría del río. Carmelita gritaba y corría, pero él la atrapaba y la giraba, la hacía caer, junto con él, en el agua, que le volvía transparente la ropa. Le mordía un pezón a través de la blusa mojada y ella gritaba de nuevo, riendo. Luego, se retorcía para alejarse luchando contra la corriente mientras se quitaba la ropa y se la tiraba a la cara. Will se abalanzaba hacia ella, se quitaba la ropa de la cabeza y la placaba cuando ella subía la orilla. La besaba voluptuosamente, y su pelo negro mojado se les metía entre las lenguas. Antes de que las ondas que habían creado en el agua desaparecieran río abajo, Will la había penetrado con el dedo. Carmelita arqueaba la espalda animadamente y reía con su voz de contralto. Se revolcaban enloquecidos, y la espalda se les llenaba de arena. Cuando paraban, sin aliento, ella estaba encima apremiándolo con sus expertas caderas.

– Te gusta, ¿verdad, hombre? -gruñía con voz grave, y lo acogía con poca dulzura y menos pausa. Los ojos le brillaban con picardía mientras lo acariciaba con firmeza-. Esto te gustará más todavía.

Bajaba hacia él sin invitación, abría la boca y reducía su mundo a un estrecho pasillo donde lo único que importaba era la carne.

– Will…, despierta. ¿Will?

Desorientado, abrió los ojos y se encontró, no en un campo de altramuces de Tejas, sino en una cama de hierro; con la cara mojada no en un río, sino empapada en su propio sudor; no con Carmelita, sino con Elly. Tenía el cuerpo tan hinchado como un cactus bajo la lluvia de marzo, y había metido la mano bajo la ropa interior de algodón de Elly, en su cuerpo embarazado.

Eleanor volvió la cara para mirarlo, sobresaltada. Se mantuvo rígido, demasiado cerca del clímax para arriesgarse al menor movimiento.

– Estaba soñando -logró decir con voz ronca.

– ¿Estás ya despierto?

– Sí. -Apartó la mano y tras ponerse boca arriba, se tapó los ojos con una muñeca-. Perdona -murmuró.

– ¿Qué soñabas?

– Nada.

– ¿Soñabas conmigo?

Como temió lastimar sus sentimientos, se quedó callado, mientras maldecía mentalmente a Lula, y el sueño, y a su propio cuerpo por necesitar aliviarse.

– ¿Te da miedo que te toque, Elly?

– No paras de tocarme.

– No ahí.

Silencio.

– No quiero que me veas -dijo entonces Eleanor-. Las mujeres embarazadas no son demasiado atractivas.

– ¿Quién te ha dicho eso?

– Es que no lo son.

– Te veré cuando nazca el bebé.

– No demasiado rato. Y, después, no tendré este aspecto.

Will movió la muñeca y miró el techo mientras pensaba: «No es natural que dos personas se acuesten juntas, después de tanto tiempo de estar casadas y, deliberadamente, no se toquen nunca.»

– Voy a apagar la lámpara, Elly.

No hubo respuesta, así que bajó la luz. En medio de la inhabitual oscuridad, notaron el fuerte olor a humo de queroseno.

– Ven aquí -dijo Will. Le sujetó el brazo y tiró de ella con cuidado-. Ha llegado el momento de hacerlo, ¿no te parece?

– Will, me gusta cuando me besas y me abrazas, pero no puedo hacer nada más.

– Ya lo sé. -Encontró sus caderas y la giró hacia él-. Pero me muero de ganas cada noche, preguntándome qué pasaría. ¿Tú no? Seré lo más tierno del mundo -dijo, mientras le levantaba el camisón y la tocaba con ambas manos-. Quiero que sepas algo, Elly -prosiguió antes de besarla en los labios con el corazón acelerado-. Me gustaría que ese niño fuera mío.

Le exploró la piel como si fuera braille sin dejar nada por descubrir.

– Ah, Elly… Elly… -murmuró con voz ronca.

Luego, encontró la mano de Eleanor y se la puso encima, y su respiración se convirtió en una lucha por conseguir aire. Se estremeció y le eyaculó en la mano. Con rapidez. Después, se sintió sanado y renovado, y volvió a tender la mano hacia ella para recompensarla. Pero ella le apartó la mano, suspiró y se acurrucó contra él.

Will la abrazó mientras las emociones lo purificaban. Pensó en darle las gracias, pero consideró que el momento era demasiado precioso para estropearlo con palabras. Así que le acarició la espalda y el pelo, y a intervalos, cuando necesitaba expresar que se sentía realizado, la acercaba más a él.

Fuera, una becada solitaria gritó y alzó el vuelo con un sonoro aleteo. El viento se calmó y las copas de los árboles se quedaron inmóviles. Se oyó un cárabo a lo lejos, como el ladrido de un perro al principio y como si preguntara después: «¿Quién eres tú? ¿Quién eres tú?»

Dentro, Will y Eleanor, con los cuerpos entrelazados, se quedaron dormidos.

Y ninguno de los dos se acordó de volver a encender la lámpara.

Capítulo 13

Elly se puso de parto cerca del mediodía del cuatro de diciembre. Había tenido un dolor en la zona lumbar toda la mañana, después había manchado y, a la hora del almuerzo, había tenido las dos primeras contracciones, con quince minutos de diferencia. La segunda fue lo bastante fuerte como para que se sentara en la punta de una silla intentando recuperar el aliento casi un minuto entero. Cuando terminó, se sujetó la espalda y se levantó con dificultad para ir andando como un pato al salón.

Will estaba trabajando en el cuarto de baño, sentado con las piernas cruzadas en el suelo, silbando. Había abierto una puerta en la pared del salón y suprimido un extremo del porche, que ya tenía una ventana instalada y las cañerías dispuestas. Con el primer sueldo, había comprado con orgullo las piezas del baño. Eran usadas, aunque no por ello la perspectiva de tener ese cuarto los ilusionaba menos a Elly y a él. El lavabo y el retrete estaban guardados en otro sitio, pero la bañera ocupaba ya su lugar entre las reducidas paredes que, a su vez, esperaban para ser terminadas una vez concluyera el trabajo de fontanería.

Elly se detuvo en la puerta mirando a Will, oyendo cómo silbaba una canción que había estado sonando últimamente por la radio. Manejaba una llave inglesa de cara a la pared de enfrente. Llevaba el sombrero inclinado con gracia hacia atrás. Tenía el ala llena de serrín, y la camisa azul sucia de haberse tumbado en el suelo para trabajar mejor. Elly sonrió cuando desafinó unas cuantas notas.

Dio un último empujón a la llave inglesa, lo que interrumpió su canción y, luego, la dejó en el suelo con fuerza y comprobó la junta de la cañería con los dedos mientras reanudaba la melodía, en voz baja, entre dientes. Apoyó una rodilla en el suelo, recogió un codo de cobre y se inclinó hacia delante mientras calculaba la altura a la que habría que empalmar las cañerías.

– Hola -lo saludó Eleanor con una sonrisa afable.

Will giró el cuerpo y le sonrió.

– Hola, muñeca.

– Menuda muñeca -río Eleanor, apoyada en la puerta-. Hinchada como un globo.

– Ven aquí. -Se sentó con las piernas extendidas y la espalda apoyada en la pared, y le tendió una mano sucia. Se sonrieron en silencio un buen rato-. Aquí -repitió mientras se daba unas palmaditas en el regazo.

Eleanor se apartó de la puerta y se abrió paso entre las herramientas y las cañerías que había esparcidas por el suelo hasta situarse delante de él.

– Aquí -insistió Will, dándose otra vez palmaditas en el regazo. Cuando vio que Eleanor se ponía de lado, le advirtió-: No, así no. Así -dijo, y le sujetó un tobillo para situarlo en la cadera opuesta con una sonrisa provocativa-. Siéntate así.

– Will…, los niños -susurró Eleanor, que volvió la cabeza para mirar con prudencia hacia la puerta.

– ¿Y qué? -Le sujetó las manos y la obligó a sentarse a horcajadas sobre él con la falda remangada hasta la mitad de los muslos.

– Pero podrían venir.

– Y me encontrarían besando a su madre. Sería bueno para ellos -aseguró. Juntó las manos tras la cintura de Eleanor de modo que la barriga de ésta le tocaba la suya.

– Will Parker… -Sonrió mientras le rodeaba el cuello con los brazos-. Tú eres el que está loco, no yo.

– Tienes razón, estoy loco por ti.

Acercó los labios a los de Eleanor para darle un beso largo y apasionado, con lengua y mucho movimiento de las cabezas. Besuquearse en pleno día era algo nuevo para Eleanor. Con Glendon se moderaban de día, quizá ni siquiera eso, porque jamás se les había ocurrido hacer algo así. Pero con Will… ¡Oh, su Will! Era insaciable. No podía llevar la ropa de la colada cerca de él sin que la abordara, y de forma muy agradable. Besaba de maravilla. Antes, nunca se había planteado la calidad de los besos. Pero al estar sentada a horcajadas en el regazo de Will mientras él le succionaba con cuidado la boca con la suya y le acariciaba todos los rincones con la lengua, valoraba lo bien que lo hacía. No se limitaba a besar, se recreaba, persistía y, luego, se retiraba muy despacio, como si no pudiera cansarse nunca de ella. A veces murmuraba sin palabras, a menudo la acariciaba con la nariz, de modo que separarse era tan dulce como lo había sido unirse.

El beso terminó con la debida reticencia, y con la nariz de Will hundida en el cuello de la blusa de Eleanor y el sombrero en el suelo.

– Porque tengo las manos sucias, que si no, ya sabes dónde estarían, ¿verdad?

– ¿Dónde? -preguntó con los ojos cerrados mientras le acariciaba el pelo como a él le gustaba.

– En la cocina -bromeó tras morderle la clavícula-. Preparándome un bocadillo. Me muero de hambre.

– Tú siempre te mueres de hambre. -Se rio, y lo apartó de un empujón fingiendo rechazarlo-. ¿Por qué crees que he venido?

– A avisarme para que vaya a comer -dijo con una sonrisa.

– ¿Y qué más?

– Y, en lugar de eso, me has pillado en el suelo y he perdido todo este tiempo aquí en lugar de estar comiendo.

– ¿Quién quiere comer cuando puede besuquear?

Will fingió disgusto y se puso el sombrero.

– Aquí estaba yo, dedicándome a mis cosas, instalando un cuarto de baño cuando, de repente, se me abalanza una mujer. Sí, sí, estaba conectando cañerías sin pensar en nada cuando…

– Oye, Will -lo interrumpió con alegría-. Adivina qué.

– ¿Qué?

– La comida está lista.

– Bueno, ya era hora. -Intentó levantarse, pero ella siguió sentada en su regazo.

– Adivina qué más.

– No sé.

– Ya voy de parto.

Will torció el gesto como si le hubieran golpeado la nuez con la llave inglesa.

– Elly. ¡Oh, Dios mío! No tendrías que estar sentada aquí. ¿Te he hecho daño al tirar de ti? ¿Puedes levantarte?

– Tranquilo. -Soltó una carcajada al ver lo exagerada que era su reacción-. Estoy esperando una nueva contracción. Y sentarme aquí me ha hecho pensar en otra cosa.

– ¿Estás segura, Elly? ¿Ha llegado realmente la hora?

– Estoy segura.

– Pero ¿cómo puede ser? Sólo estamos a cuatro de diciembre.

– Dije diciembre, ¿no?

– Sí, pero… ¡diciembre es un mes muy largo! -exclamó con el ceño fruncido, levantándola con cuidado y poniéndose él también de pie-. Quiero decir que creía que sería más adelante. Creía que tendría tiempo de terminar el cuarto de baño para que estuviera a punto para cuando llegara el bebé.

– Es lo curioso que tienen los niños -comentó Elly mientras sujetaba las manos sucias de Will y le dirigía una sonrisa tranquilizadora-. No esperan a que las cosas estén hechas. Vienen cuando les parece. Pero escucha, tengo que preparar algunas cosas, así que me iría muy bien que sirvieras la comida para ti y los niños.

Will estaba hecho un manojo de nervios. Aunque a Elly no tendría que haberle hecho gracia, no pudo evitar sonreír con disimulo. Se resistió a perderla de vista, incluso el breve rato que tardó en dejar a los niños instalados en la mesa con el plato delante. En lugar de servirse la comida la siguió a su dormitorio, donde se la encontró deshaciendo la cama.

– ¿Qué estás haciendo?

– Preparando la cama.

– ¡Eso puedo hacerlo yo! -la reprendió severamente, y entró a toda prisa en la habitación.

– Yo también. Por favor, Will…, escucha. -Dejó caer la esquina de la colcha y le sujetó con fuerza la muñeca-. Es mejor que me mueva, ¿sabes? Puede que aún falten horas.

La apartó de la cama por el codo y empezó a tirar de las sáb sucias.

– No entiendo cómo has podido sentarte ahí, en el suelo cuarto de baño, y dejar que bromeara cuando ya ibas de parto.

– ¿Y qué más podía hacer?

– Bueno, no lo sé, pero por el amor de Dios, Elly, te he tirado de los tobillos para que te sentaras en mi regazo. -Cuando vio que hacía ademán de reanudar lo que estaba haciendo, exclamó-: ¡Te he dicho que yo me encargo de la cama! Dime qué quieres que ponga.

Se lo dijo: periódicos viejos sobre el colchón, cubiertos de capas de franela de algodón absorbente dobladas para formar empapadores gruesos y, encima de eso, la sábana de muselina. Ninguna manta. La cama tenía un aspecto tan austero y daba tanta angustia que, al mirarla, Will se asustó más que nunca. Pero Elly le deparaba una nueva sorpresa.