– Sujétate a mí -ordenó a Elly mientras la levantaba del suelo.
Luego, con las piernas y los brazos de Elly rodeándole el cuerpo, se metió en la bañera. Cuando se sentó, el agua les llegó hasta los codos.
Elly cerró entonces los grifos y, cuando quiso apartarse de él, Will la sujetó y la retuvo en su sitio.
– ¿Adónde vas? -le susurró cerca de los labios.
– A ninguna parte… -dijo ella, y redujo más la distancia que los separaba.
El primer beso fue suave, lleno de expectativa. Dos bocas, dos lenguas que se probaban antes de saciarse. Como las piernas de Eleanor seguían alrededor de la cintura de Will, su intimidad bajo el agua dejaba en ridículo la cautela que mostraban sobre la superficie. Aun así, siguieron adelante con el beso, dejando que durara lo que quisiera: las bocas emparejadas, el roce de los labios, las lenguas provocativas, y luego, una repetición perezosa desde otro ángulo. Un empujoncito, una separación, una miradita, una nueva unión de bocas.
Elly apretó las palmas cálidas y húmedas de sus manos en la espalda de Will, y él se apoyó bien los pechos de Elly en el tórax. La piel de ella era suave, la de él, áspera. Ella era tierna, él fuerte. La diferencia intensificó el beso. El deseo se desató, y Will la acercó a sí mientras recorría con las manos y los brazos la piel enjabonada por encima y por debajo del agua: una piel tersa y cálida, muy distinta a la suya. Se familiarizó con las caderas anchas, la cintura estrecha, la espalda firme y los pechos voluminosos que reaccionaban al tocarlos.
El agua le besaba los pechos mientras echaba burbujas con las manos sobre los hombros de Will hasta que pareció que su piel era de satén. Le encontró los tres lunares en la espalda, tres gotas que leyó con los dedos como si fueran un texto en braille. Le recorrió las costillas, los brazos y los omoplatos con las manos para descubrir cada curva, cada músculo, mientras él movía las suyas de modo parecido por su cuerpo.
Se aferraba a él con las piernas, abarcándolo, tan cerca de su cuerpo que no podía distinguir el calor propio del suyo.
– Ya se puede esta noche, ¿verdad, Elly?
– Sí… Sí.
– ¿Te dolerá?
– Shhh… -Silenció su pregunta con un beso.
– No quiero hacerte daño -insistió Will tras separarse de ella.
– Pues vuelve a mi lado con vida.
Ninguno de los dos lo había dicho antes en voz alta. La desesperación pasó entonces a formar parte de su abrazo mientras la urgencia impulsaba a sus manos a acariciar, a explorar al otro. Inspiraron hondo y se quedaron un instante quietos para conservar mejor el momento, el recuerdo.
– Oh… -suspiró Elly, y echó la cabeza atrás hasta que la trenza le tocó el agua.
Will emitió un sonido gutural de placer, le lamió la parte inferior del mentón y le besó los pechos. Elly se perdió en sus brazos y él se entretuvo dándole placer, recibiéndolo, viendo cómo abría los ojos y luego los cerraba, cómo relajaba los labios, cómo sacaba la punta de la lengua al sumirse en una especie de letargo. Y, después, Elly empezó a moverse, de modo que agitó el agua, que le golpeaba el tórax. Sus caricias eran rítmicas y Will apretó los dientes y, después, curvó la espalda hacia atrás como un arco tensado.
El agua se convirtió en azogue. El mañana pasó a ser una ilusión. Sólo existían el aquí y el ahora.
– Oh, Elly, hace tanto tiempo que quería hacer esto.
– ¿Y por qué no lo has hecho?
– Esperaba a que dijeras que se podía.
– Ya se podía hace dos semanas.
– ¿Por qué no has dicho algo?
– No lo sé… Tenía miedo. Y me daba vergüenza.
– Puede que a mí también. No seamos vergonzosos.
– Nunca hice cosas así con Glendon.
– Puedo enseñarte más.
Escondió la cara en el cuello de Will.
– ¿Puedo lavarte? -preguntó Will.
– ¿Quieres hacerlo?
– Quiero estar dentro de ti. Eso es lo que quiero.
– Yo también lo quiero, así que date prisa.
Compartieron el jabón. Se compartieron. Se arrodillaron y dejaron los paños para lavarse y usaron las manos. Se enjabonaron y se besaron, lustrosos como focas. Entrelazaron sus cuerpos y se murmuraron sentimientos tiernos mientras se adoraban con las manos y las lenguas. Y cuando el impulso se convirtió en un dolor placentero, Will le sujetó los brazos mojados para echarla hacia atrás y liberarle los labios.
– Vamos a la cama -pidió.
Salieron de la bañera y se secaron impacientes con las toallas, sin preocuparles demasiado si estaban secos o mojados, mirándose, dándose un beso rápido, riendo animados: tensos, excitados, dispuestos. Will recogió los vaqueros del suelo y sacó un profiláctico de un bolsillo.
– ¿Qué es eso?
Cerró la mano y la miró.
– No quiero que vuelvas a quedarte embarazada. Ya tienes todo lo que puedes abarcar sin ningún hombre en casa.
– No lo necesitarás.
– No quiero dejarte con uno más en camino, Elly.
Elly se acercó a él, le tomó el profiláctico de la mano y lo dejó en el estante de arriba.
– No puedes quedarte embarazada durante la lactancia, ¿no lo sabías, Will? -Intentó llevárselo del cuarto de baño, pero él se zafó.
– ¿Estás segura? -preguntó.
– Lo estoy. Ven.
Will tomó la linterna y los dos fueron de puntillas a su cuarto. Una vez dentro, Elly se volvió, se llevó un dedo a los labios y dijo: «Shhh.» Luego, cada uno de ellos sujetó un extremo del cesto para llevar a Lizzy al salón para que pasara ahí la noche.
Una vez hubieron cerrado la puerta, se miraron. El pulso les latían al ritmo de un tartamudeo, pero ninguno de los dos se movió. Solos… De repente, indecisos. Hasta que Elly dio el primer paso, y se unieron deprisa, y se besaron y se aferraron, de nuevo con la impresión de que la arena del reloj iba cayendo. Tan poco tiempo… Tanto amor…
Con impaciencia, Will la cargó en brazos y la llevó hasta la cama.
– Aparta las sábanas -susurró, y Elly tiró de la colcha y la manta.
Apoyado en una rodilla y en los codos, la depositó en la cama y se dejó caer sobre ella, unidos ya en un beso frenético en el que sus lenguas exploraban a fondo sus bocas mientras sus brazos y sus piernas tomaban posesión del cuerpo del otro. Fue un preludio desenfrenado, lleno de lujuria y de expectativa. Se retorcieron y rodaron por la cama, se empujaron y se estrujaron, movidos por un deseo sexual como ninguno de los dos había sentido nunca hasta ese momento.
Cuando el beso terminó, lo hizo de golpe. Will arriba, Elly debajo; los dos respirando con dificultad.
– ¿Necesitas algo… para que sea más fácil? -La vaselina del bebé estaba sobre la cómoda. La había mirado muchas veces mientras se imaginaba ese momento.
– Te necesito a ti, Will… Nada más.
Lo silenció con un beso mientras lo atraía hacia sí.
– Quiero que te guste, Ojos Verdes.
Sabía cómo hacerlo. Se lo habían enseñado las mejores en un lugar llamado La Grange, en Tejas. La tocó, con suavidad, con fuerza, con las manos y con la lengua hasta que Elly se dobló como un sauce al viento.
Cuando se introdujo en su cuerpo, Elly cerró los ojos y lo vio con el aspecto que tenía esa primera noche, de pie al borde del claro: delgado y hambriento, receloso y reservado, oculto bajo el sombrero para esconder sus sentimientos, su soledad, sus necesidades.
Cerró los ojos y abrió su cuerpo para ofrecerle un consuelo y un amor que igualaban los de él. Le dolió después de todo, pero lo disimuló bien. Le sujetó la cabeza y se la acercó para darle un beso apasionado con el que tapó un gemido suave. Pero enseguida el gemido obedecía al placer y no al dolor. La llevó a la punta más alta de la copa de un árbol, donde se quedó, convertida por fin en un grácil pájaro que temblaba antes de echar a volar y surcar el aire por primera vez. Al llegar al cielo, dijo su nombre estremeciéndose, elevándose, renacida.
Y cuando su clímax hubo terminado, abrió los ojos y vio que él seguía el camino por el que ella había transitado, observó cómo el pelo dorado le golpeaba con suavidad la frente, cómo los músculos de los brazos le sobresalían como formaciones rocosas, cómo el sudor le perlaba la frente.
Will se estremeció, gimió y empujó más, arqueando la espalda. Dijo su nombre, pero el sonido se le quedó atrapado en la mandíbula apretada. Para Elly fue magnífico, como una bendición, presenciar el temblor de su clímax. Le sujetó los hombros, y su estremecimiento le pareció más hermoso que el vuelo de un águila.
Cuando se terminó, Will se dejó caer junto a ella y descansó un brazo en sus costillas mientras esperaba que su respiración volviera a la normalidad. Con los ojos cerrados, soltó una carcajada satisfecha y, después, la acercó hacia sí de modo que sus cuerpos húmedos estaban en contacto.
Volvió la cabeza con aire cansado y dejó que sus ojos la acariciaran.
– ¿Estás bien, Elly?
– Shhh -pidió con una sonrisa mientras le tocaba el mentón-. Lo estoy memorizando.
– ¿Qué?
– Todo. Los sentimientos que me provocas.
– Oh, Elly…
Le besó la frente y ella le habló con los labios apoyados en el mentón.
– He tenido tres hijos, Will, tres, pero nunca había experimentado esto. No sabía nada sobre esto. -Lo acercó más a ella-. Y ahora voy y lo descubro nuestra última noche. Oh, Will, ¿por qué hemos desperdiciado dos semanas?
No tenía la respuesta, sólo pudo abrazarla y acariciarle el pelo.
– Me he sentido como siempre deseé poder sentirme, Will, como si por fin volara. ¿Por qué nunca me pasó con Glendon? -Se apoyó en un codo para mirarlo a la cara.
Era natural, inocente como ninguna.
– Puede que fuera porque te casaste con un buen hombre que nunca había visitado un burdel -respondió Will.
– Tú eres un buen hombre, Will, no digas lo contrario. Y si esto es lo que aprendiste ahí, me alegro de que fueras -aseguró tapándose con las sábanas.
Will sonrió al pensar en lo imprevisible que era su mujer: podía mostrarse tímida y, acto seguido, ser de lo más directa. Se la acercó y se dijo que tenía motivos para estar contento. El camino que lo había conducido hasta ella había sido tortuoso. Sin La Grange, sin Josh, sin la cárcel, jamás hubiera ido a parar a Georgia. Jamás se hubiera casado con Elly. Pero no quería pensar en ello esa noche.
– Elly, cariño, ¿te importa si no hablamos de eso un rato? Me gustaría hablar sobre… sobre las flores que vas a plantar el verano que viene, y sobre cómo vas a recoger el membrillo y sobre cómo los niños van a ayudarte a pelar pacanas y…
– Vas a estar de vuelta antes de todo eso, Will. Lo sé.
– Puede.
La arena del reloj caía más deprisa. Elly apoyó la mejilla y una mano en el tórax de Will, donde oyó los latidos fuertes y seguros de su corazón, y rezó para que ninguna bala los detuviera nunca.
– Te escribiré. -Más arena… más latidos… y un nudo en cada garganta.
– Y yo a ti -aseguró Will.
– Recordaré siempre esta noche, y lo maravillosa que ha sido.
– Recordaré… -Calló para levantarle la cara y que pudiera mirarlo a los ojos, relucientes de emoción-. Recordaré muchas cosas -le aseguró mientras le buscaba un pecho bajo las sábanas y empezaba a acariciárselo con cariño-. Recordaré el día en que me lanzaste ese huevo. Ese día me di cuenta de que me estaba enamorando de ti. Te recordaré cortando panceta por la mañana, y apoyada en la puerta del Whippet mientras los niños fingían conducirlo hacia Atlanta. Y la primera mañana, haciéndote una coleta con una cinta amarilla. Y removiendo la masa de un pastel con el cuenco apoyado en la tripa. Recordaré tu aspecto sentada en la cama de los niños, contándoles un cuento, cuando llego de trabajar. Y os recordaré a todos esperándome bajo la acedera arbórea cuando vuelvo en coche del pueblo. Ah, ése será el mejor recuerdo. ¿Te he dicho alguna vez lo mucho que me gusta sentarme bajo ese árbol contigo? -Le besó la frente y, con ello, hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas.
– Oh, Will… -exclamó aferrada a él, parpadeando con fuerza-. Tienes que regresar para que podamos volver a hacerlo. Todas esas cosas. Este verano… ¿Me lo prometes?
Se volvió hacia ella y la miró fijamente a los ojos.
– Si yo te prometo algo, tú también tienes que prometerme algo a mí.
– ¿Qué? -Se sorbió la nariz.
– Que irás al pueblo, que sacarás a los niños de aquí. Tienes que ir, Elly, ¿no lo comprendes? El año que viene Donald Wade tendrá seis años y empezará a ir al colegio. Pero si tú…
– Puedo enseñarle lo que…
– Escúchame, por favor. Tienen que salir de aquí. Llévalos a la biblioteca y toma prestados libros para ellos, de modo que cuando sean lo bastante mayores para ir al colegio sepan a qué atenerse. Quieres que sean menos ignorantes que tú y que yo, ¿no? Mira lo poco que fuimos al colegio y lo mucho que tenemos que luchar por todo. Dales la oportunidad de ser más inteligentes y mejores que nosotros. Llévalos al pueblo y haz que se acostumbren a él, y a la gente, y… y a sobrevivir. Porque la vida es eso, Elly, sobrevivir. Y tú… ve y sigue vendiendo huevos y nata a Purdy. Compra jabón de marca en lugar de hacerlo tú misma en casa. Es mucho trabajo para ti, Elly. Los Marines te enviarán mi sueldo, así que tendrás dinero. Pero invierte la mitad en Bonos de Guerra y gástate el resto, ¿me oyes? Compra zapatos buenos para los niños y todo lo que Lizzy necesite. Y contrata a alguien para hacer lo que haga falta en casa. Y si no he vuelto para la temporada de la miel, contrata a alguien para que abra las colmenas y la venda. Te dará buenas ganancias ahora que el azúcar escasea.
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