– ¿Está casado, señor Collins? -preguntó Elly mientras le estrechaba la mano.
– No, ya no. Mi esposa murió hace unos años.
– Oh. Bueno, entonces esto es para usted.
– Para mí -repitió complacido, aceptando el litro de miel y sosteniéndolo en alto.
– Y hay más de donde sale ésta, además de leche, carne de cerdo, pollo y huevos durante el período de tiempo que dure esta guerra y sin cupones de racionamiento, juntamente con el dinero que necesite para limpiar el nombre de Will.
– ¿Crees que esto puede interpretarse como un soborno, Gladys? -preguntó tras reír de nuevo con los ojos puestos en la miel.
– Puedes interpretarlo como quieras, pero pruébala con pan de salvado. Está increíble.
– Acompañadme, por favor -las invitó, y se llevó la miel a su desordenado despacho-. Y cerrad la puerta para que podamos hablar. En cuanto a mis honorarios, señora Parker, ya hablaremos de eso después, cuando haya decidido si acepto o no el caso.
– Oh, no tema, señor Collins, tengo dinero -aseguró enseguida Elly al abogado, sentada en su despacho-. Y sé dónde puedo conseguir más.
– De mí -intervino la señorita Beasley.
Elly se volvió de golpe hacia ella.
– ¡De usted! -repitió, sorprendida.
– Nos estamos apartando del tema, Eleanor, y hacemos perder el tiempo a Robert -replicó la señorita Beasley didácticamente-. Ya hablaremos de esto después. A solas.
Robert Collins no tardó ni quince minutos en establecer los pocos datos que conocían las mujeres y en informarlas de que iría lo antes posible a la cárcel a hablar con Will para decidir si lo defendía.
Antes de una hora Elly estaba en la oficina del sheriff Goodloe con otro tarro de miel en la mano. Lo encontró enfrascado charlando con su ayudante, pero alzó la vista cuando ella entró.
– Elly, ya le he dicho en su casa que no puede verlo hasta que tengan un abogado -dijo.
– He venido a disculparme -explicó Elly tras dejarle el tarro de miel sobre la mesa. Lo miraba, muy seria-. Hará una hora que lo he llamado «sabandija» cuando, en realidad, siempre lo he respetado mucho. Siempre quise darle las gracias por sacarme de esa casa en la que crecí, pero ésta es la primera oportunidad que tengo de hacerlo. -Señaló la miel-. Este detalle es por eso. No tiene nada que ver con Will, pero quiero verlo.
– Elly, ya le he dicho…
– Ya sé lo que me ha dicho, pero no entiendo qué clase de leyes son éstas que permiten encerrar a alguien sin dejarle explicar a la gente lo que pasó realmente. Sé lo que es estar encerrado así. Es injusto, señor Goodloe, y usted lo sabe. Usted es un hombre justo. Fue la única persona que me defendió cuando me tenían encerrada en esa casa y dejaban que todo el pueblo creyera que estaba chiflada debido a ello. Bueno, no estoy chiflada. Los que lo están son los que hacen leyes que impiden que una mujer vea a su marido cuando éste está sumido en un abismo de desesperación, que es donde mi Will está ahora mismo. No le estoy pidiendo que le abra la puerta ni que nos lleve a una sala privada. Ni siquiera le estoy pidiendo que nos deje solos. Lo único que le pido es lo que es justo.
Goodloe dejó de mirar a Elly para mirar la miel. Se dejó caer con aire cansado en la silla y se pasó las manos por la cara en un gesto de frustración.
– Maldita sea, Elly, tengo unas normas que…
– Venga, deja que hable con él -lo interrumpió el ayudante, que sonreía a Elly-. ¿Qué mal hay en ello?
El sheriff Goodloe se volvió hacia el hombre más joven, que se encogió de hombros para añadir:
– Tiene razón y tú lo sabes. Es injusto. -Entonces, para sorpresa de Elly, el ayudante se acercó a ella con la mano tendida-. ¿Te acuerdas de mí? Soy Jimmy Ray Hess. Estuvimos juntos en quinto curso. Y hablando de injusticias, soy uno de los que solían insultarte, y ya que tú te has disculpado, yo también quiero hacerlo.
– Jimmy Ray Hess -repitió Elly mientras le estrechaba la mano, pasmada-. Vaya, que me aspen.
– Ya ves. -Se señaló orgulloso la estrella de la camisa con el pulgar-. Ahora soy el ayudante del sheriff del condado de Gordon -anunció, y se volvió de modo amistoso hacia su superior-. ¿Qué dices, Reece? ¿Puede verlo?
Reece Goodloe cedió y agitó una mano en el aire.
– Madre mía, a veces me pregunto quién manda aquí. Muy bien, acompáñala dentro.
El ayudante sonrió de oreja a oreja.
– Sigúeme, Elly, te indicaré el camino.
Mientras andaba junto a Jimmy Ray, Elly sintió que había recuperado la fe en la humanidad. Contó las personas que la habían ayudado ese día: Lydia, la señorita Beasley, Robert Collins y, por último, Jimmy Ray Hess.
– ¿Por qué haces esto, Jimmy Ray? -quiso saber.
– Tu marido era marine, ¿verdad?
– Sí. Primer Batallón de Asalto.
Jimmy Ray le dirigió una sonrisa torcida que rezumaba orgullo.
– Sargento de artillería Jimmy Ray Hess, Compañía Charlie, de la Primera División de Marines, a sus órdenes -dijo con un elegante saludo antes de abrir la última puerta que daba a las celdas-. La tercera a la izquierda -indicó, y cerró la puerta, de modo que Elly se quedó sola en el pasillo frente a una larga fila de celdas.
No había estado nunca en la cárcel. Era húmeda y sombría. Todo retumbaba y olía mal. Aquello le quitó el ánimo que Jimmy Ray Hess le había levantado momentáneamente.
Le dolía el alma incluso antes de llegar donde estaba Will. Y cuando lo vio, acurrucado en el catre de espaldas a los barrotes, fue como verse a sí misma de rodillas rezando para pedir perdón por algo que no había hecho.
– Hola, Will -dijo en voz baja.
Sobresaltado, volvió la cabeza, pero sin dejar de controlar su reacción, y se giró de nuevo hacia la pared.
– Creía que no iban a dejarte entrar.
– ¿Es eso lo que querías? -preguntó Elly, con la sensación de que se le iba a romper el corazón. Cuando Will se negó a responder, añadió-: Creo que sé por qué.
Will tragó saliva con fuerza y notó que se le hacía un nudo en la garganta debido a la emoción.
– Márchate. No quiero que me veas aquí.
– Ni yo tampoco quiero verte aquí; pero, ahora que ya lo he hecho, tengo que hacerte unas cuantas preguntas.
– Sí, como si maté a esa fulana. O si tenía un lío con ella -dijo fríamente sin apartar la vista de la pared, antes de soltar una carcajada triste. Entonces volvió la cabeza para proseguir-: Bueno, pues vas a tener que seguir con la duda, porque si es así como confías en mí, prefiero que no seas mi esposa.
El remordimiento se apoderó de Elly. Sintió unas ganas repentinas de llorar.
– ¿Por qué no me contaste lo que pasó con ella cuando fue a la biblioteca, Will? Si lo hubieses hecho, hoy no me habría sorprendido tanto.
Will se levantó bruscamente y la miró con los puños cerrados y las venas del cuello hinchadas.
– ¡No debería tener que contarte que no hice algo! ¡Deberías saber, por lo que sí que hago, la clase de hombre que soy! Pero te ha bastado oír una palabra del sheriff para creerme culpable, ¿verdad? Lo he visto en tus ojos, así que no lo niegues, Elly.
– No lo haré -susurró, avergonzada, mientras Will empezaba a andar arriba y abajo, frenético, y se pasaba una mano por el pelo rubio.
– ¡Eres mi mujer, por Dios! ¿Sabes lo que sentí cuando me miraste de esa forma, como si fuera un… un asesino?
No lo había visto nunca tan enfadado, ni tan afligido. Se moría de ganas de tocarlo, de reconfortarlo, pero seguía andando arriba y abajo entre las paredes laterales de la celda como un animal encerrado, fuera de su alcance. Rodeó un barrote con la mano.
– Perdóname, Will. Soy humana. Cometo errores como todo el mundo. Pero he venido aquí a reparar mi error y a decirte que siento que se me pasara por la cabeza que podías haberlo hecho, porque no he tardado ni tres minutos en darme cuenta de que no podías haberlo hecho. Tú no. No mi Will.
Will se detuvo de repente y clavó en ella los ojos castaños. Se enfrentó a ella con el pelo alborotado y los puños todavía cerrados mientras combatía las ganas de cruzar la celda para tocarla, para cubrirle la mano con la suya sobre el barrote y obtener de ella el sustento que necesitaba para superar la noche, y el día siguiente, y la lucha que pudiera esperarle.
Pero el dolor que sentía seguía siendo demasiado fuerte.
– Sí, bueno -replicó, con la voz llena de frialdad y de amargura-, pues ha sido tres minutos demasiado tarde, Elly, porque ya no me importa lo que pienses.
Era una mentira que le dolió tanto como a ella. Vio el efecto de sus palabras reflejado en el rostro de Elly y se hizo fuerte para evitar correr hacia ella con una disculpa y tomarle la cara entre las manos, para besarla entre los barrotes que los separaban.
– No lo dices en serio, Will -susurró Elly con labios temblorosos.
– ¿Ah, no? -le replicó, haciendo un esfuerzo para no fijarse en que los ojos verdes de Elly brillaban como la hierba besada por el rocío-. Te dejaré que vayas a casa y te preguntes si lo he dicho o no en serio, lo mismo que yo he estado aquí preguntándome si tu reacción había sido o no en serio.
Se miraron unos segundos interminables, mientras sus corazones latían con fuerza, dolidos, enamorados, temerosos. Entonces, Elly tragó saliva con fuerza, dejó caer la mano que tenía en el barrote y retrocedió.
– Muy bien, Will -dijo, desapasionadamente-. Me iré si es lo que quieres. Pero contéstame antes una pregunta. ¿Quién crees que la mató?
– No lo sé.
Estaba más tieso que un palo. Era demasiado testarudo para dar el paso necesario para terminar con aquel infierno autoimpuesto.
«No te vayas. No hablaba en serio; no sé por qué lo he dicho… Oh, Dios mío, Elly, te amo tanto…»
– Si quieres verme, díselo a Jimmy Ray Hess. Él me avisará.
No se relajó hasta que Elly se hubo ido. Se volvió hacia la pared con lágrimas en los ojos, apoyó los antebrazos y los puños en ella y hundió los nudillos de los pulgares en las cuencas de los ojos.
«Elly, Elly… ¡No me creas! Me importa tanto lo que pienses de mí que prefiero estar muerto a que me veas en este sitio.»
La señorita Beasley había esperado amablemente en el coche. Cuando Elly regresó, se la veía pálida y agitada.
– ¿Qué ocurre, Eleanor?
Elly se quedó mirando inexpresivamente por el parabrisas.
– Me he portado mal con Will -respondió abatida.
– ¿Te has portado mal con él? Pero ¿de qué estás hablando?
– Cuando el sheriff ha venido a casa y ha dicho que Lula Peak estaba muerta. Verá, ha habido un instante en que se me ha pasado por la cabeza que Will podría haberlo hecho. No lo he dicho, pero no ha sido necesario. Me lo ha visto en la cara, y ahora no quiere hablar conmigo -explicó, y apretó los labios para que no le temblara el mentón.
– No quiere hablar contigo, pero…
– Oh, ha gritado un poco, me ha soltado lo mucho que lo he lastimado. Pero se ha quedado en el fondo de la celda y no me ha tomado la mano, ni me ha sonreído ni nada de nada. Dice que ya no le importa lo que yo piense. -Se tapó los ojos con las manos y agachó la cabeza.
La insensibilidad de Will indignó a la señorita Beasley, que puso una mano en el hombro de Elly.
– Escúchame, jovencita. No has hecho nada que ninguna persona normal no hubiera hecho.
– ¡Pero debería haber confiado más en él!
– Bueno, dudaste un momento. Cualquier mujer hubiera reaccionado igual.
– ¡Usted no dudó!
– No digas tonterías, Eleanor. Claro que sí.
La sorpresa hizo que Elly levantara la cabeza. Se secó los ojos con una manga.
– ¿De veras?
– Pues claro que sí -mintió la señorita Beasley-. ¿Quién no lo haría? La mitad del pueblo lo hará. Eso sólo significa que tendremos que esforzarnos más para demostrar que se equivocan.
La lealtad de la señorita Beasley hizo que Elly enderezara la espalda mientras se sorbía la nariz y se secaba bien los ojos.
– Ese condenado marido mío ni siquiera me ha dicho si sospecha de alguien. -Una vez recuperado el control, Elly empezó a razonar-. ¿Quién pudo haberlo hecho, señorita Beasley? Tengo que averiguarlo de algún modo. Es la única forma que conozco de recuperar a Will. ¿Por quién debería empezar?
– ¿Qué me dices de Norris y Nat? Llevan años sentándose en ese banco del parque, viendo a Lula Peak apuntar su corsé hacia cualquier cosa con pantalones que pasara por la calle. Estoy segura de que sabrán hasta los segundos exactos que tardaba en seguir al señor Parker a la biblioteca cada vez que me traía huevos, y también lo que tardaba en volver a salir, escaldada.
– ¿Sí?
– Por supuesto que sí.
Elly asimiló la idea y, acto seguido, tuvo una propia.
– Y ahora se encargan de patrullar por el pueblo, ¿verdad?
– Se pasean por el pueblo de noche -dijo la señorita Beasley con la cara iluminada de entusiasmo-, aguzan el oído por si se oye el motor de algún avión, miran con prismáticos y comprueban que las cortinas estén corridas para tapar la luz de las casas.
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