Se sentó y cogió papel y pluma.
– Organiza un entierro adecuado para esos dos hombres -le ordenó a Adam mientras escribía. -Quiero que los heridos reciban los mejores cuidados médicos y que sean compensados por los sueldos que no percibirán mientras están convalecientes. Necesitaré sus direcciones en cuanto sea posible y también la del señor Whitaker.
Adam arrancó una página de su libreta y se la tendió a Logan.
– Aquí tiene, señor. Pensé que las necesitaría.
Logan se lo agradeció con un gesto de cabeza, impresionado como siempre por la eficiencia de Adam. Casi siempre le resultaba desconcertante la manera en que aquel hombre se anticipaba a él. Parecía como si lo conociera desde hacía años y no sólo unos meses.
– Puedo enviar las cartas correspondientes o hacer las visitas pertinentes en su lugar, señor -dijo Adam.
– Gracias, pero no.
– Ya me he puesto en contacto con Lloyd's -continuó Adam. -No debería haber ningún problema con el seguro.
Logan asintió con aire ausente. Aún no había ordenado sus pensamientos lo suficiente para considerar eso.
Terminó de escribir la nota con rapidez, luego la selló y se la entregó a Adam.
– Quiero que se la entregues personalmente a Gideon Mayne en Bow Street. Tiene que estar informado de esto.
– Sí, señor. -Adam guardó la carta y el cuaderno de notas en el bolsillo del chaleco y se fue. Logan cruzó la estancia y se sirvió tres dedos de brandy, que se tomó de un solo trago. El licor bajó como fuego líquido por su garganta hasta el nudo que tenía en el estómago. Primero le seguía alguien, luego un intruso trataba de abordar uno de sus barcos, y ahora este desastre. Las cosas iban de mal en peor a un ritmo alarmante.
Y tenían que parar.
Ya.
Con aire sombrío dejó la copa vacía en la licorera y luego se encaminó hacia la puerta para hacer las visitas. La señora Whitaker y su hija eran las primeras de la lista.
Cuando Emily llegó a la fiesta de lord Teller esa noche, a la primera persona que buscó fue a Carolyn, que estaba parada junto a una palmera con Daniel. Carolyn se había puesto un precioso vestido del mismo tono de azul que sus ojos… ojos que parecían denotar cansancio. De hecho, mientras se acercaba a su amiga, la joven notó que Carolyn estaba más pálida y ojerosa. Y, aun así, estaba sonriendo en respuesta a algo que le había dicho su marido después de tomar un sorbo de ponche.
– Me alegro de que estés de vuelta en Londres -dijo Daniel cuando Emily se unió a ellos. -Mi mujer ha echado de menos tu compañía y las veladas de la Sociedad Literaria de Damas. -Le dirigió a Carolyn una cálida sonrisa y una mirada radiante de amor, pero a Emily no le pasó desapercibida la preocupación que subyacía bajo ese gesto. -Estoy intentando descubrir de qué fue la reunión de hoy, pero Carolyn ha estado muy callada.
– Oh, no creo que te interesara -dijo Emily con un gesto despectivo de la mano. -Cosas de chicas.
– Mmm. Matthew, Gideon y yo estamos pensando en crear nuestra propia Sociedad Literaria.
– ¿Ah, sí? ¿Y qué leeríais? -preguntó Emily.
– No creo que os interesara -bromeó él con el mismo gesto despectivo que ella había hecho antes. -Cosas de hombres.
Carolyn apoyó la mano en la manga de Daniel.
– Apuesto lo que sea a que lograría persuadirte para que me contaras todos los secretos de vuestra Sociedad Literaria.
El ardor que brilló en los ojos de Daniel y la mirada íntima que le brindó a su esposa hizo que Emily suspirara de pura envidia. Así era como ella quería que la miraran. Todos los días de su vida. Un hombre que la adorara. Y a quien ella también adoraría. Un hecho que sólo servía para reforzar la necesidad de seguir con su plan, sin importar el riesgo que conllevara. Si ella se veía forzada a casarse por razones puramente económicas y no por amor, jamás conocería lo que tanto Carolyn como Julianne y Sarah experimentaban cuando sus maridos las miraban con tal devoción y puro deseo en los ojos.
– No te contaría mis secretos con tanta facilidad, cariño -dijo Daniel. -Te aseguro que te pasarías horas intentando sonsacarme algo.
Carolyn se rio, pero su risa se convirtió en tos. Tras tomar un trago de ponche, le respondió:
– ¿Horas? Creo que más bien te derrumbarías como un castillo de naipes en sólo treinta…
– ¿Minutos? -sugirió Daniel.
– Segundos -le corrigió Carolyn.
Él se llevó la mano de su esposa a los labios.
– Estoy impaciente por descubrir cuál de los dos tiene razón.
Carolyn sonrió, aunque a Emily le pareció una sonrisa forzada.
– Yo también. -La mirada de Carolyn vagó por encima del hombro de Daniel. -Lord Langston acaba de llegar. ¿No me dijiste que querías hablar con él, Daniel?
– ¿Estás intentando deshacerte de mí?
– Por supuesto que no, pero Emily y yo no podemos hablar de cosas de chicas con un hombre presente; lo entiendes, ¿verdad?
Resultó evidente para Emily que Daniel no tenía ningún deseo de abandonar la compañía de su esposa, pero después de una breve vacilación él dijo:
– Supongo que sí. Os dejo con vuestra conversación. -Se inclinó para besar los dedos de Carolyn, le hizo una reverencia a Emily y se encaminó hacia el otro lado de la estancia.
En cuanto él se marchó, Emily se dio cuenta de que Carolyn dejaba caer los hombros, luego exhaló lo que parecía ser un suspiro de alivio. Sin más dilación, Emily cogió la mano de su amiga y la condujo a una esquina desierta, apartada del resto de la estancia por un despliegue de helechos plantados en enormes macetas de cerámica.
– Sé que te ocurre algo -dijo, estudiando la cara de Carolyn, alarmada por la palidez de su amiga y las sombras violetas que tenía bajo los ojos.
Carolyn vaciló durante unos segundos, luego asintió rápidamente con la cabeza.
– Sí, me temo que así es. -Apretó las manos de Emily. -No sabes cuánto me alegro de que hayas vuelto. Jamás había necesitado tanto hablar con alguien.
– ¿Y para que están Sarah y Julianne? ¿Y Daniel?
Carolyn negó con la cabeza.
– No quiero contarle a Sarah nada que pueda disgustarla en las últimas semanas de embarazo. Y Julianne parece tan feliz… que no he tenido valor para decírselo. En lo que respecta a Daniel… -Sacudió la cabeza. -No soy capaz de contárselo todavía.
– ¿Decirle qué? -Emily apretó la mano de Carolyn. -¿Qué diablos te pasa? Me estás asustando.
Para consternación de Carolyn, se le llenaron los ojos de lágrimas.
– Me temo que estoy… enferma.
A Emily se le cayó el alma a los pies. No sabía qué esperaba… quizás una mala noticia con respecto a algún familiar de Daniel, o de un amigo, o tal vez una discusión de pareja que hubiera disgustado profundamente a su amiga. Pero desde luego no había esperado eso.
– ¿Enferma? -repitió, aunque la palabra le sonó distante, como si la hubiera pronunciado otra persona, muy lejos de allí. Recorrió a Carolyn rápidamente con la mirada. Era evidente que su amiga había perdido peso. -¿Has ido a ver a un médico?
Carolyn asintió con la cabeza.
– Visité a uno hace seis semanas…
– ¿Seis semanas? Pero ¿cuánto tiempo hace que te sientes así?
– Cerca de dos meses.
Dos meses. La culpa y el miedo inundaron a Emily. Mientras ella perdía el tiempo en el campo, escribiendo su relato, Carolyn había sufrido. Sola.
– ¿Por qué no me escribiste? Habría regresado a Londres de inmediato.
– No podías hacer nada.
– Habría estado contigo -dijo Emily con voz queda y cargada de emoción. -Lamento tanto no haber estado aquí… Pero ahora sí estoy. Cuéntamelo todo. ¿Qué te pasa?
– N-no estoy segura de cuál es el problema, ni tampoco el médico. Pero me temo que el resultado es desolador.
El tono triste de Carolyn rompió el corazón de Emily.
– ¿Por qué? ¿Qué síntomas tienes? Lo más probable es que sólo sea una dispepsia o…
Carolyn negó con la cabeza.
– Es mucho más que un malestar de estómago. Tengo dolores de cabeza. Terribles dolores de cabeza. Y no logro deshacerme de esta tos. Algunas veces tengo escalofríos y fiebre y me he desmayado al menos media docena de veces durante el último mes.
A Emily volvió a caérsele el alma a los pies. Aquello pintaba… mal.
– ¿Y el médico no te dijo a qué podía ser debido?
– No. Me dijo que jamás había visto todos estos síntomas juntos. Me prescribió un tónico y láudano para los dolores de cabeza, pero los dos me provocaron unas náuseas horribles y dejé de tomarlos.
– Has dicho que no se lo has contado a Daniel pero, evidentemente, sabe que te pasa algo. Puede que hayas podido ocultarle los dolores de cabeza, pero ¿los desmayos? Estás mucho más delgada. Y no me cabe duda de que está muy preocupado por ti.
– Sabe que he estado enferma y está muy preocupado por ello. Sin embargo, desconoce casi todos mis síntomas. Sólo tiene constancia de que me haya desmayado una vez. -Carolyn respiró hondo, luego dijo: -Emily… puede que el médico nunca haya visto antes todos estos síntomas juntos, pero yo sí.
– Ante la mirada inquisitiva de Emily, Carolyn susurró: -Edward.
El nombre del primer marido de Carolyn flotó entre ellas como un toque de difuntos. Antes de que Emily pudiera decir algo, Carolyn continuó:
– Varias semanas antes de morir, Edward sufrió terribles dolores de cabeza acompañados de una tos molesta. También tuvo náuseas, perdió peso y se desmayó un montón de veces. Al cabo de unas semanas estaba muerto.
Santo Dios, Emily recordaba muy bien la rapidez con la que el joven, antaño robusto, se debilitó. Cómo aquel rápido deterioro había desconcertado a su médico. Lo trágica que fue su muerte con tan sólo veintiocho años. Y qué terriblemente afligida se quedó Carolyn.
– El mes pasado escribí en secreto al antiguo médico de Edward, que ahora vive en Surrey, y se lo conté todo. Recibí su respuesta esta mañana…
La voz de Carolyn se desvaneció, y Emily la instó a continuar:
– ¿Y…? ¿Qué te decía?
Carolyn exhaló brevemente. Intentó sonreír, pero sólo le temblaron los labios.
– Aunque me dio el nombre de otro médico que tiene su consulta en Harley Street para que le hiciera una visita, el tono de la carta era desesperanzador. Convenía conmigo en que mis síntomas eran muy similares a los de Edward, y me aconsejaba que pusiera mis asuntos en orden. Que esperara lo mejor, pero también lo peor.
– No. -Emily negó enérgicamente con la cabeza. -No… -repitió con un susurro furioso. -Eres joven y saludable, y superarás esto, ya lo verás. Me niego a creer otra cosa. Me niego a creer que tienes la misma enfermedad que acabó con la vida de Edward. ¿Te has puesto en contacto con el médico de Harley Street?
– Todavía no.
– Entonces será lo primero que hagas mañana. -Apretó la mano de Carolyn. -Y tienes que decírselo a Daniel.
– Se quedará destrozado. Tan destrozado como yo. -A Carolyn le temblaron los labios. -Apenas acabamos de empezar nuestra vida juntos y ahora…
– Y ahora vamos a concentrarnos en averiguar qué es lo que padeces y cómo curarte -dijo Emily con ferocidad, intentando infundir su pasión y su fuerza a Carolyn por pura fuerza de voluntad. -Sabes que Daniel hará todo lo que esté en su mano para ayudarte. Igual que yo. Así como Sarah y Julianne.
Carolyn sacudió la cabeza.
– Sé que tengo que decírselo a Daniel, que no puedo seguir ocultándoselo por más tiempo, pero me niego a darle tal noticia a Sarah antes de que dé a luz.
– Pero, sin duda, Julianne y ella sospechan que pasa algo.
– Les dije lo mismo que le he dicho a Daniel. Que he pillado un buen resfriado y que sufro de dispepsia, lo que, según el primer médico que me examinó, es cierto.
– Pero crees que es algo más que eso, ¿no?
– Me temo que sí.
– No puedes engañar a la gente que te quiere, Carolyn, no por tiempo indefinido. En cuanto te he visto hoy, he sabido que te pasaba algo, y me he prometido a mí misma que lo descubriría incluso aunque tuviera que sacarte la verdad a la fuerza. Sé que intentas ser noble y ahorrarnos dolor, pero nos necesitas. Igual que nosotros te necesitamos a ti. Queremos ayudarte. Y debes permitirnos que lo hagamos. Juntos podremos vencer cualquier adversidad.
– Si el amor pudiera salvar vidas, curar enfermedades, créeme, Edward estaría vivo.
– No sabes si tienes la misma enfermedad que Edward -insistió Emily. -Por ejemplo, tía Agatha se ha desmayado al menos tres veces a la semana durante las dos últimas décadas, y tiene la salud de un roble.
Carolyn esbozó una trémula sonrisa.
– Pero tu tía Agatha siempre se las arregla para desmayarse sobre sillas y sofás.
– Es una suerte que tengamos tantos, pues no hace otra cosa que desmayarse. Carolyn, no debes perder la esperanza.
"Mascarada" отзывы
Отзывы читателей о книге "Mascarada". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Mascarada" друзьям в соцсетях.