– No lo he hecho. Es sólo… que me he sentido muy mal y he preferido no preocupar a nadie.

– Bien, pero tienes que olvidarte de eso -dijo Emily con acritud. -La gente que te ama tiene derecho a preocuparse por ti. -Le dirigió a Carolyn su mirada más severa, la que siempre conseguía que sus hermanos abrieran los ojos como platos al saber que se habían pasado de la raya y que muy pronto iban a pagar las consecuencias. -No me hagas enfadar, señorita.

Carolyn soltó una risita llorosa, luego, Emily le dio un fuerte abrazo. Permanecieron abrazadas durante un minuto antes de soltarse.

– Gracias… lo necesitaba -dijo Carolyn, con los brazos todavía en torno a la cintura de Emily. A Emily se le oprimió el corazón.

– Puede que hayas estado sola hasta ahora, pero ya no. Me tienes aquí. Y también a Daniel. Debes decírselo ya. Carolyn asintió.

– Sí. Lo haré. Después de la fiesta de esta noche.

– Idos a casa -la instó Emily. -Díselo ya. Te sentirás mejor después de que lo hagas.

– En realidad, ya me siento mejor. Desde luego, mucho mejor que cuando llegué. Hablar contigo me ha levantado el ánimo.

– Aun así, creo que deberías irte a casa.

Carolyn negó con la cabeza.

– No. De verdad que me siento bien, y te agradezco tener algo más que hacer aparte de preocuparme. Quiero interpretar mi papel de testigo en la aparición del vampiro.

Emily parpadeó. Santo Cielo, se había olvidado por completo de eso. Sus problemas eran insignificantes comparados con los de Carolyn. A pesar de las valientes palabras de su amiga, Emily estaba muy preocupada por ella, aunque jamás se lo demostraría. No, sería la voz alegre y optimista que Carolyn necesitaba.

Y rezaría como nunca lo había hecho antes.

Carolyn sacó un pañuelo de su ridículo y se enjugó los ojos.

– ¿Parece que he llorado?

– No. Estás preciosa. -Y pálida, aunque no tanto como antes. Y demasiado delgada. Y muy frágil. -Siempre estás guapísima. Y yo, ¿estoy hecha un desastre?

Carolyn dejó escapar una risita.

– Estás espectacular. Como siempre. La mujer más radiante de la fiesta.

– Lo dices porque eres mi amiga.

– Eso no hace que sea menos cierto. Y hablando de espectacular, tengo que decirte que he estado pensando en tu difícil situación.

Una oleada de puro amor golpeó a Emily, y tuvo que parpadear para contener las lágrimas. Carolyn había dejado a un lado sus propios problemas para resolver los de ella.

– No estoy segura de si espectacular es la mejor palabra para describir mi problema -dijo Emily, forzando una sonrisa y una risita.

– Me refiero a Logan Jennsen.

Emily se quedó paralizada. El nombre pareció vibrar en el aire entre ellas. De una manera tan inquietante que la puso ridículamente nerviosa.

– ¿Perdón?

– Logan Jennsen.

– ¿Crees que es espectacular? -Una punzada de algo parecido a los celos, aunque por supuesto no lo era, atravesó a Emily.

– En realidad sí. De hecho, creo que él es la solución perfecta a tu problema.

Emily esbozó una mueca de desagrado como si hubiera mordido un limón.

– Si no me equivoco, el señor Jennsen posee empresas navieras, no una editorial. No creo que él tenga ningún interés en publicar mi historia.

– Estoy de acuerdo, aunque dadas sus vastas propiedades, no me extrañaría nada que también fuera dueño de una editorial. Quiero decir que es rico. Muy rico. -La tranquila mirada de Carolyn taladró la de Emily. -Y está soltero.

Emily sintió que se quedaba boquiabierta. Si hubiera podido hacer algún movimiento, habría bajado la mirada para ver si se le había caído la mandíbula al suelo. Se quedó totalmente helada, lo que era extraño, teniendo en cuenta la llamarada ardiente que le recorrió la sangre mientras intentaba recuperar la voz.

– No puedes estar diciendo lo que creo que estás diciendo.

– Bueno, por lo menos has dejado de mirarme como si yo fuera de cristal y estuviera a punto de romperme.

– Tienes razón. Ahora te miro como si fueras una lunática.

– Te aseguro que no lo soy. Piénsalo, Emily. Es muy guapo…

– Es un grosero.

– Atractivo.

– Los he visto mejores.

– Es probable que sea el hombre más rico de Inglaterra. Contra eso no podía decir nada. -Y no se opone al matrimonio -añadió Carolyn. -Pero yo sí me opongo.

– Si tu plan fracasa, tendrás que casarte. Y pronto.

– Por eso estoy resuelta a no fracasar. -Casarse con Logan Jennsen. Santo Dios, ¡qué idea tan ridícula! ¡Ja! Sólo de pensar en ello sentía ganas de reírse a carcajadas. ¡Ja, y ja! Y, desde luego, esos extraños cosquilleos que la atravesaban de los pies a la cabeza no podían ser otra cosa que las vibraciones de su risa interior.

– De hecho -continuó Emily, -es hora de que ponga mi plan en marcha. -Era un poco más temprano de lo que había pensado en un principio, pero cuanto antes acabara con todo aquello, antes podría irse Carolyn. -Vamos a charlar con esas damas y luego me excusaré. Deja pasar cinco minutos, mira hacia las ventanas de la terraza. -Apretó las manos de Carolyn. -¿Estás segura de que te sientes con fuerzas para hacer esto?

– Sí. ¿Estás segura de que todavía quieres hacerlo?

– Por supuesto. -Sonrió mirando a Carolyn a los ojos, negándose a fijarse en las sombras violetas que tenía debajo. -Todo saldrá bien, Carolyn.

Le rogó a Dios no equivocarse.

CAPÍTULO 05

Una cruda necesidad apareció en sus ojos,

haciendo brillar aquellas humeantes profundidades de color ébano.

Me agarró por los hombros y me estrechó con fuerza contra su cuerpo duro.

– Eres mía -susurró con cálida fiereza contra mis labios.

No pude negarlo. Era suya. Pero él también era mío.

Y no iba a dejar que lo olvidara…

El beso de lady Vampiro,

Anónimo


Logan llegó a la residencia de lord Teller en Park Lañe con la firme intención de encontrar en la fiesta a una mujer que le ayudara a olvidar aquel agitado día y a cierta dama en la que se negaba a seguir pensando. Bajó del carruaje y se dirigió hacia la entrada, pero a medio camino sintió que un escalofrío le recorría la espalda; un escalofrío que no tenía nada que ver con el aire frío de la noche. Se detuvo y se giró con rapidez, escudriñando la zona. Alguien le observaba. Lo sabía. Podía sentirlo en las entrañas.

Deslizó la mirada por la multitud de elegantes carruajes que estaban alineados a lo largo de Park Lañe de donde estaban descendiendo los invitados a la fiesta. ¿Lo estarían observando desde uno de ellos? ¿O sería desde el otro lado de la calle donde los frondosos setos y los altos árboles de Hyde Park ofrecían un montón de escondites para quien no deseaba ser visto?

Logan escrutó la oscuridad pero no pudo detectar nada extraño. Y, aun así, su instinto seguía estando en guardia. Después de una última mirada continuó su camino hacia la residencia de lord Teller, tomando nota mental de ponerse en contacto con Gideon a la mañana siguiente. Tenía que decirle al detective que estaba seguro de que lo habían estado espiando de nuevo. Además, informaría a Adam de sus sospechas, para que su eficiente y observador hombre de confianza estuviera pendiente de cualquier cosa extraña que pasara a su alrededor. Logan tenía un mal presentimiento. Intuía que lo que había destruido su barco, acabando con la vida de dos de sus hombres, no fue un accidente ni un acto fortuito.

Apretó los labios en una línea sombría. Puede que quienquiera que le estuviera observando se diera a conocer esa noche. De ser así, lo estaría esperando. Mientras tanto actuaría con normalidad, como si no sospechase nada extraño. Disfrutaría de la fiesta. Encontraría a una mujer cálida y dispuesta, y no pensaría en «cierta dama en la que se negaba a seguir pensando».

Después de entregar el abrigo y el sombrero al mayordomo, Logan entró en el salón de lady Teller y se detuvo en seco como si hubiera chocado contra una pared. Maldita sea, ¿cuántas probabilidades había de que, en una habitación llena de mujeres, a la primera que viera fuera a «ella»?

Lady Emily estaba junto a las ventanas que daban a la terraza charlando con Carolyn y otras damas. Los ojos de Logan -que parecían haber desarrollado voluntad propia -la recorrieron de arriba abajo con una avidez que le resultaba irritante. Los brillantes tirabuzones que le caían sobre la espalda estaban adornados con gemas entrelazadas que centelleaban bajo la luz de las velas. El vestido de color verde esmeralda dejaba a la vista una tentadora porción de piel cremosa, piel que él sabía que era sedosa. El corpiño tenía un poco de escote, y Logan tuvo que contener un gemido al recordar la sensación de esos senos plenos presionando contra su torso.

Incluso desde el otro lado de la estancia podía ver el brillo pícaro en los ojos de la joven, que reflejaban el mismo color esmeralda del vestido.

Maldición, lady Emily estaba radiante. Espectacular. Conseguía que todo lo que la rodeaba adquiriera un anodino tono gris. Cerró los puños con fuerza y apretó los labios en un inútil esfuerzo por contener el abrumador deseo de hundir los dedos entre sus brillantes cabellos y deslizar la boca por aquella suave garganta… por aquella piel sedosa que él sabía que olía de manera deliciosa. Clavó la vista en la garganta desnuda de la joven y al instante su mente conjuró una imagen de un collar de esmeraldas adornando aquella piel marfileña. Sí… un collar de esmeraldas y… nada más. Salvo las manos y la boca de Logan.

La mirada del americano regresó a los exuberantes labios de Emily, que en ese momento esbozaban una amplia sonrisa. Esa sonrisa que ofrecía de buen grado a los demás, pero que jamás se había dignado a brindarle a él. Como si quisiera demostrar que estaba en lo cierto, la sonrisa de la joven se desvaneció en cuanto sus miradas se encontraron.

Maldita sea, ya era suficientemente malo haberse quedado mirándola, pero que lo pillara haciéndolo lo irritaba sobremanera. Cualquier rastro de picardía abandonó los ojos de lady Emily, y en su lugar apareció una expresión de desolación absoluta que él no había visto antes. Aquella mirada desolada le dejó aturdido y le llegó al corazón de una manera totalmente inesperada. Emily siempre había sido una joven alegre y vivaz. Incluso cuando le fulminaba con la mirada. Fuera lo que fuese lo que había provocado esa mirada sombría, debía de haber sucedido hacía poco tiempo, pues él no había detectado aquellas señales de infelicidad por la tarde. ¿Qué le habría sucedido para que sintiera tal tristeza?

Se vio inundado por una oleada de preocupación y, antes de que pudiera pensárselo dos veces, se dirigió directamente hacia ella. Deseando, necesitando, por razones que no podía comprender, ofrecerle algún tipo de consuelo o de ayuda.

Sin embargo, en el mismo instante en que él comenzó a moverse, ella parpadeó y su expresión se aclaró. Logan se detuvo y durante varios largos segundos se quedaron mirando fijamente el uno al otro. Luego, antes de que él pudiera desviar la vista, ella volvió a prestar atención a sus amigas sin ni siquiera parpadear para reconocer su presencia.

Una extraña sensación a la que no podía dar nombre atravesó a Logan. Sin duda no era dolor. A Logan no le importaba si ella reconocía su presencia o no. Y, desde luego, tampoco podían ser celos. ¿Qué importaba que ella le sonriera a todos menos a él? Claramente, aquello era el fastidio que sentía por que lo hubiera pillado mirándola. Y por qué se hubiera comportado como un tonto al imaginar que ella agradecería su ayuda por lo que fuera que la estuviese preocupando. Si es que realmente había algo que le preocupara. Lo más probable era que el desasosiego de lady Emily se debiera a alguna crisis, como haber perdido un pendiente o que se le hubiera manchado el vestido.

Bien, Logan no tenía por qué preocuparse de que lo pillara mirándola de nuevo. No tenía intención de volver a mirarla durante el resto de la noche, así que cogió una copa de champán -que no tenía ningún deseo de tomar -de la bandeja que un lacayo le tendía y centró su atención en el resto de la gente. Observó que no era el único hombre que miraba a lady Emily. Un joven rubio que estaba parado cerca de las puertas que conducían a la terraza la miraba como si estuviera imaginando qué prenda quería quitarle primero.

Logan arqueó las cejas mientras intentaba recordar el nombre del hombre. Le recordaba algo desagradable… algo que tenía un sabor espantoso. Ah, sí, ahora lo recordaba. Aceite de ricino [1]. El nombre de aquel bastardo que se comía con los ojos a lady Emily era lord Kaster. Logan tuvo el repentino deseo de estrellar el puño contra los globos oculares de aquel cretino. Y de meter su perfectamente peinada cabeza rubia en la ponchera. Justo entonces, otro hombre reclamó la atención de Kaster y el muy bastardo tuvo que hacer un evidente esfuerzo para apartar la mirada de la joven.