Aun así, como Logan había entablado amistad con los amigos de lady Emily, siempre que la veía se encontraba atraído contra su voluntad por ese pícaro brillo de sus ojos mientras se preguntaba qué tipo de travesura habría ideado en esa ocasión la correcta hija del conde.
Y lo había descubierto.
Hacía tres meses. El día de la boda de Gideon con lady Julianne Bradley, un acontecimiento que había estado en boca de toda la sociedad. Entonces había tenido lugar -por sugerencia de lady Emily -un breve encuentro privado entre Logan y ella. Un encuentro que había desembocado, por iniciativa de ella, en un beso inesperado.
Aquel maldito beso le había estremecido hasta los huesos, dejándole totalmente conmocionado hasta que ella se había apartado de él y le había mirado como si fuera un bicho asqueroso pegado a la suela de su delicado escarpín de raso. Al instante -o más bien cuando Logan había conseguido recuperar el sentido común que ella le había arrebatado tan eficazmente -se mostró desconfiado ante los motivos que ella pudiera haber tenido. Ni por un momento se creyó la afirmación de Emily de que sólo había querido satisfacer su curiosidad. ¿Cómo iba a creer tal cosa cuando hasta ese momento ella había hecho todo lo posible para evitarle, hasta el punto de que él no estaba seguro de si aquellos considerables esfuerzos por eludirlo le divertían o le irritaban?
No, parecía mucho más probable que ella hubiera descubierto que su padre le debía una fortuna y decidiera jugar con él, procurando persuadirlo con sus encantos para que le perdonara la deuda. Como si un simple beso -o cualquier otra cosa que ella pudiera ofrecerle -fuera a lograr ese objetivo. Logan jamás había dejado que el placer o los sentimientos personales interfirieran en sus negocios.
No obstante, el repentino cambio de la joven le había desequilibrado por completo. Si hubiera podido pensar con claridad, demonios, si hubiera podido formar una sola frase coherente, le habría exigido que le dijera la verdad. Pero hablar estuvo más allá de sus posibilidades, y ella abandonó la estancia antes de que él volviera a pensar de manera coherente. Y aquel simple beso, que durante unos segundos lo había dejado fuera de combate, había encendido un fuego en él que Logan no había sido capaz de apagar. Un beso que se volvió frustrantemente inolvidable.
El día después de la boda y de aquel condenado beso, Emily y su familia se fueron al campo, y no la había vuelto a ver desde entonces.
Por desgracia, no pudo quitársela de la cabeza.
– ¿Te parece bien?
La voz de Gideon arrancó a Logan de su ensimismamiento, y se volvió hacia el detective. Se encontró con que Gideon lo miraba fijamente con una expresión inquisitiva.
– ¿Perdón?
Gideon arqueó una ceja oscura.
– Te he dicho que te acompañaré a casa de lord Fenstraw, luego husmearé un poco por los alrededores. Comprobaré si hay alguien acechando o si veo algo fuera de lo normal.
– Gracias. Por supuesto te compensaré por las molestias.
Gideon curvó los labios.
– Entonces supongo que no debería decirte que no es una tarea que me suponga ningún inconveniente, ya que me da la excusa perfecta para esperar a mi mujer y acompañarla a casa. Ha ido a visitar a Emily, junto con Carolyn y Sarah. Una reunión de su club literario. La Sociedad Literaria de Damas.
La declaración de Gideon distrajo a Logan de su preocupación de estar siendo espiado y se le aceleró el pulso de una manera ridícula al saber que lady Emily estaba, de hecho, en casa.
– Debo admitir que siento mucha curiosidad sobre lo que hablan en esas reuniones del «club literario» -masculló Gideon.
Logan arqueó las cejas.
– ¿En la Sociedad Literaria de Damas? ¿Qué tiene de especial un puñado de mujeres charlando sobre Shakespeare o algo por el estilo?
– No leen precisamente a Shakespeare.
– ¿Ah, no? ¿Y qué leen?
– Novelas que harían sonrojar a una cortesana. De hecho, una de las obras que seleccionaron hace algún tiempo fue escrita por una. Una lectura muy interesante. Algo que, para mi condenación, casi me hace sonrojar.
Logan no creía que existiera algo que pudiera hacer sonrojar a un hombre como Gideon. También a él le resultaba difícil imaginar que la tímida y formal esposa de Gideon fuera capaz de leer sobre tales temas lascivos. Y le parecía inquietantemente excitante pensar que lady Emily también lo estuviera haciendo.
Un pensamiento lo asaltó y aminoró el paso. ¿Sería verdad la afirmación de lady Emily de que sólo lo besó movida por la curiosidad? ¿Era posible que tras aquellas escandalosas lecturas ella se hubiera preguntado cómo sería experimentar tales intimidades? Demonios, si ése fuera el caso ¿seguiría ella sintiendo curiosidad? El acaloramiento que Logan sintió no tenía nada que ver con los brillantes rayos de sol que caían sobre él.
Pero luego regresaron sus sospechas. Incluso aunque hubiera sido la curiosidad lo que impulsó a lady Emily a besarlo, resultaba evidente que existía otro motivo aparte de ése, y él no dudaba de que ese motivo tuviera algo que ver con el dinero que su padre le debía. De otra manera, ¿por qué satisfacer su curiosidad con un hombre al que claramente despreciaba? Nada más hacerse esa pregunta apareció en su mente una imagen de ella… besando a un hombre que no era él. Sintió que lo atravesaba una punzada de algo parecido a los celos, pero no podían serlo, por supuesto que no.
Logan parpadeó para hacer desaparecer aquella perturbadora imagen mental y se volvió hacia Gideon.
– ¿No desapruebas que Julianne lea esa clase de libros obscenos? -le preguntó.
– Demonios, no. Si estuvieras casado, tú tampoco desaprobarías que tu mujer lo hiciera. -Gideon le lanzó una breve mirada de soslayo. -Confía en mí.
Logan no dudó de su palabra, y para su consternación se encontró imaginando a lady Emily acostada en su cama, sin otra cosa encima que una picara sonrisa mientras lo miraba por encima de una de esas novelas picantes.
– Son bastante picaras, ¿verdad? -murmuró él, intentando que no se le notara la tensa inquietud que le invadió.
– Mucho -convino Gideon. -En especial Emily. Tiene una mirada diabólica.
Mmm. Sí que la tenía. Y además leía libros obscenos. Qué inesperado. Y qué perturbadoramente excitante.
– ¿Qué fue lo último que leyeron? -preguntó sólo por continuar la conversación y que pareciera a ojos de cualquiera que sólo eran dos amigos dando un paseo. No es que sintiera verdadera curiosidad ni que estuviera considerando la idea de comprarse ese libro y leerlo.
– La amante del caballero vampiro.
– ¿Lo has leído? -preguntó Logan.
– Sí.
– ¿Y? ¿Está bien? Gideon sonrió levemente.
– Digamos sólo que lo encontré muy… estimulante. Quizá deberías preguntárselo a Emily. Logan se giró para mirarlo.
– ¿Por qué demonios querría hacer eso? -preguntó con más agresividad de la que quería. Gideon se encogió de hombros.
– Sé que ocurrió algo entre vosotros después de mi boda. En la biblioteca. Por lo que pude observar, pensé que tal vez hubiera sido algo… bueno.
Logan recordó de repente que lady Emily chocó literalmente contra Gideon cuando huía de la biblioteca después del beso. Recordó que, después, Gideon le había preguntado en tono divertido: «¿Pasa algo?», arrancándole del aturdido trance en el que había caído. Y Logan le aseguró que no era nada de lo que no pudiera encargarse él solo.
¿Algo bueno? «No había sido bueno; había sido genial. Increíble.»
Se aclaró la garganta.
– Pues te equivocaste.
Gideon no dijo nada, y Logan se preguntó qué estaría pensando su amigo. Gideon era como una maldita esfinge: silencioso e inescrutable. Logan supuso que tal cualidad resultaba muy útil para su trabajo en Bow Street, pero no dejaba de ser condenadamente frustrante para él. Era incapaz de leerle el pensamiento.
– Me cae bien -dijo Gideon finalmente.
– ¿Quién? -preguntó Logan, aunque no tenía ninguna duda de a quién se refería.
– Emily. Julianne y ella son amigas desde la infancia, y ha sido una buena amiga para mi mujer.
– ¿En qué sentido?
– Julianne es hija única y sus padres… -Las palabras de Gideon se desvanecieron y le palpitó un músculo en la mandíbula. Logan asintió con la cabeza.
– He conocido a los condes. No me caen mejor que a ti. Son gente fría y arrogante. -Habían desheredado y desterrado a su hija cuando ella contrarió sus deseos casándose con Gideon, un plebeyo, en vez de con un caballero con título tal y como ellos querían. En lo que a Logan concernía, aquello no era una gran pérdida para los recién casados, y él había llegado a respetar mucho a Julianne por elegir al hombre que amaba por encima de todo lo demás.
– Ésa es una manera muy educada de describir a los padres de Julianne. Emily trajo risas y diversión a lo que de otro modo hubiera sido una infancia muy solitaria para Julianne. Me cae bien cualquiera que haga sonreír a mi mujer.
Logan sacudió la cabeza y se rio entre dientes.
– Santo Dios, ese pequeño bastardo que es Cupido te ha arrojado todo un carcaj de flechas. Prácticamente puedo ver pequeños corazones flotando alrededor de tu cabeza, como si fueran un halo de amor.
– No tengo ningún halo. Pero sí, ese pequeño bastardo de Cupido me ha dado de lleno. Y te aseguro que es lo mejor que me ha ocurrido nunca. -Miró a Logan de reojo. -¿Por qué no te has casado? Resulta difícil creer que ninguna madre casamentera te haya echado el lazo al cuello y te haya arrastrado hasta el altar.
– El hecho de ser un tosco colonial las contiene bastante, aunque no dudo de que mi riqueza haría inclinar la balanza a mi favor. Pero, además, parezco poseer una desafortunada predilección por aquellas mujeres que ya han comprometido su corazón.
– Eso debe de ser duro.
– En efecto. Varias preciosas mujeres se me han escabullido de entre los dedos desde que llegué a Londres.
– No. Me refería a tu riqueza. El hecho de no saber nunca si es tu dinero lo que atrae a las mujeres. Es el problema que ha tenido Julianne durante toda su vida, uno que yo nunca he conocido ni me hubiera gustado conocer.
– Le lanzó a Logan una mirada. -La verdad es que no me gustaría estar en tu pellejo.
Un jadeo de sorpresa escapó de los labios de Logan.
– Bueno, eso es algo que no suelo oír. Estoy acostumbrado a ser objeto de envidia, pero no recuerdo que nadie me compadeciera por mi riqueza.
– Antes de conocer a Julianne te habría dicho que eres demasiado rico como para que nadie pueda sentir compasión por ti. Pero es cierto que el dinero no trae la felicidad. Jamás he disfrutado de una posición demasiado desahogada, pero no supe lo que era la felicidad hasta que conocí a mi mujer.
– ¿Quieres decir que no es el dinero ni las posesiones materiales lo que hace felices a las personas?
Gideon se encogió de hombros.
– Es lo que creo.
Interesante. Logan sabía que muchas personas querían conocerle sólo por su dinero. Sólo Dios sabía que ésa era la única razón por la que la mayoría de los británicos toleraba su presencia, y no podía negar que su desconfianza y cinismo habían crecido paralelos a su riqueza. Pero al haber crecido casi en la más absoluta pobreza, había adquirido la habilidad de esquivar a los impostores y caza-fortunas.
También reconocía que en ese momento no había ninguna posibilidad de que conociera a una mujer que no se sintiera atraída por su dinero. Lo mejor que podía esperar era encontrar a una mujer que al menos fuera sincera y le dijera que le encontraba tan atractivo a él como a su riqueza. Una mujer a la que pudiera respetar y admirar, alguien que no fuera arrogante y desdeñosa, y que no se le quedara mirando por encima del hombro con desdén mientras le hacía hervir la sangre. Hasta ahora había resultado una combinación imposible de encontrar. Aunque el dinero simplificaba muchos aspectos de su vida, no podía negar que complicaba sus relaciones personales. Y que provocaba que mirara a la gente y a sus motivos con gran suspicacia, aunque eso era algo que ya había hecho desde mucho antes de que tuviera dinero. Esa cautelosa desconfianza le había salvado la vida en más de una ocasión.
– Ya hemos llegado a la casa del conde -dijo Gideon. -Hasta ahora no he observado nada sospechoso.
Logan se obligó a salir de su ensimismamiento y se dio cuenta de que estaba justo delante de Park Lañe. Escudriñó con la mirada la hilera de casas de la calle hasta posarla en la fachada de ladrillo envejecido de la mansión que pertenecía al padre de lady Emily. Ya sabía que ella estaba allí, pero ¿tendría oportunidad de verla?
Logan suspiró con exasperación. ¿Por qué demonios le importaba?
Una vez más, el recuerdo que había intentado borrar de sus pensamientos surgió con tal fuerza que sus pasos vacilaron. Unos labios suaves y plenos abriéndose bajo los suyos. Un cuerpo exuberante y curvilíneo apretándose contra el suyo. El sabor y el perfume de Emily inundando sus sentidos. Un intenso deseo tan inesperado como indeseado que casi le ahogaba.
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