Apretó los párpados un instante y sacudió la cabeza para apartar aquella inquietante imagen que su mente no dejaba de conjurar una y otra vez. Maldita sea, simplemente no podía hacerlo. Y de repente se le ocurrió que no había besado ni tocado a otra mujer desde su último encuentro con lady Emily. Santo Dios, no era de extrañar que no pudiera quitársela de la cabeza. Había sido más célibe que un monje.

Lo que necesitaba era una mujer que apagara ese indeseado ardor que lady Emily había provocado. Para relajar su cuerpo y ocupar su mente con otra cosa que no fuera ella. Sí, ése era un plan perfecto, y se merecía un buen coscorrón por no haberlo pensado antes. Esa noche había una fiesta en casa de lord y lady Teller. Tenía que asistir y buscar a una mujer atractiva a la que seducir. Si no podía encontrar en esa fiesta a ninguna que le interesara, entonces visitaría cada puñetera taberna de la ciudad hasta que diera con una. Ninguna moza de taberna le miraría por encima del hombro con desdén.

– Nos separaremos aquí -dijo Gideon en cuanto cruzaron Park Lañe. -Si veo algo sospechoso te lo comunicaré de inmediato. Mantente en guardia e infórmame si percibes algo más. Hasta que no sepamos si alguien te amenaza o no, no salgas solo. Ni desarmado.

La mirada de Logan bajó a su bota, donde escondía un puñal envainado.

– Siempre voy armado.

– ¿Saldrás esta noche?

– Sí. Pero seré precavido, aunque ninguno de los dos hayamos observado nada extraño. Me pregunto si no estaré simplemente cansado y preocupado. Si mañana estás en Bow Street, me ocuparé de pagarte y te informaré sobre cualquier cosa que ocurra esta noche.

Gideon asintió con la cabeza.

– Bien. Buena suerte en tu reunión.

Logan inspiró profundamente y asintió. Tenía un asunto que resolver con el conde. Un asunto que no tenía nada que ver con lady Emily. Las razones por las que la joven lo besó eran muy sospechosas, aunque de cualquier manera tampoco tenían importancia. Estaba prevenido y no tenía intención de caer víctima de ningún diabólico complot que ella hubiera tramado. No tenía ningún deseo de verla, ningún deseo de hablar de lo sucedido entre ellos ni, mucho menos, de repetirlo.

Si se lo decía a sí mismo las veces suficientes, acabaría por creérselo.

Estaba a punto de subir los escalones de piedra que conducían a la puerta doble de roble de la casa de lord Fenstraw cuando le asaltó la misma sensación amenazadora que había sentido antes. Con los sentidos alerta escudriñó la entrada del parque al otro lado de la calle y vio a un hombre parado bajo las sombras de un olmo de gran altura. El hombre parecía taladrarlo con la mirada.

Logan se quedó paralizado. Su aliento, su sangre, su corazón. No… no podía ser.

Durante varios aturdidos segundos todo lo que pudo hacer fue quedárselo mirando fijamente. Un carruaje se cruzó en su línea de visión y cuando pasó, un segundo más tarde, el hombre había desaparecido. Logan miró a su alrededor, pero no encontró ni rastro del individuo.

– ¿Estás bien? Pareces haber visto un fantasma. -La voz ronca de Gideon traspasó el aturdimiento de Logan.

Maldita sea, se sentía como si así hubiera sido.

– He creído ver a alguien… -Sus palabras se desvanecieron y negó con la cabeza, sintiéndose tonto y un tanto tembloroso.

– ¿Quién? ¿Había alguien observándote?

Había muchas personas en el parque. Por supuesto que ese hombre no era quien Logan pensaba. Era imposible. Un leve parecido combinado con un juego de sombras.

– Sólo era alguien que se parecía a un hombre que conocí hace tiempo.

– Quizá fuera él.

– No. Es imposible… Está muerto. Hace años. -Miró a Gideon. -Una vez oí que todos tenemos un doble en alguna parte. Puede que sea cierto.

– ¿Quién era ese hombre? -preguntó Gideon, mirando al parque.

– Ha desaparecido. No era nadie. Y es hora de que acuda a mi cita. -Después de lanzar una última mirada a la zona ahora desierta que rodeaba el olmo, Logan contuvo un indeseado recuerdo de la imagen del hombre que amenazaba su paz mental y subió los escalones de la casa del conde.

CAPÍTULO 02

Era mi esclavo, mis labios planeaban sobre

los suyos. Podía percibir su calor, oler su deseo,

sentir su pulso en la garganta. La necesidad embargaba

mi cuerpo al pensar en mis colmillos perforándole la piel

para tomar su sangre caliente en mi boca. Y si bien intenté alejarme

de él para que escapara de la peligrosa situación en la que se veía

envuelto, sabía que él estaba justo donde quería estar…

El beso de lady Vampiro,

Anónimo


Invadida por una casi vertiginosa sensación de anticipación, lady Emily Stapleford miró a sus tres mejores amigas. Se habían reunido en la salita para la primera tertulia de la Sociedad Literaria de Damas Londinenses después de tres meses, y estaba a punto de anunciarles la noticia. Si guardar un secreto ya era difícil, guardar dos era una tarea casi imposible y, desde luego, tres estaba fuera de toda consideración. Si en los próximos minutos no soltaba como mínimo uno de los tres, acabaría por explotar como un cohete. Aunque era muy buena guardando los secretos de los demás, no lo era tanto cuando trataba de guardar los suyos propios durante mucho tiempo.

Abrió la boca para hablar, pero antes de poder anunciar que tenía una noticia que darles, se le adelantó su amiga de la infancia, lady Julianne Mayne.

– Tengo una noticia.

Algo decepcionada, Emily cerró la boca, sintiéndose al mismo tiempo molesta por tener que retrasar la noticia y curiosa por oír lo que Julianne tenía que decir. Sin embargo, antes de que su amiga añadiera más, Sarah Devenport, marquesa de Langston intervino:

– Excelente, sobre todo cuando yo no tengo nada nuevo que anunciar salvo que ya es un hecho oficial que no puedo verme los pies. -Se colocó las manos en el vientre, redondeado y abultado por el bebé que llevaba dentro y que nacería dentro de unas semanas, aunque por el volumen de la barriga de Sarah, a Emily le parecía que su amiga daría a luz en cualquier momento. Sólo podía rezar para que no fuera así. -Y ya no camino -continuó Sarah, con un tono impaciente y quejica que era inusual en ella. -Ahora sólo ando como un pato. Cada vez que Matthew me dice que soy tan adorable como una de esas aves, me dan ganas de darle un sartenazo. Además se niega a dejarme hacer otra cosa que no sea estar tumbada en el sofá de la salita. Gracias a Dios que tenía nuestro último libro para distraerme o me habría vuelto loca. Casi he tenido que pedir una instancia al Parlamento para que Matthew me dejara venir esta tarde. Y eso que la casa de Emily sólo está a cinco minutos de la nuestra, pero aun así insistió en acompañarme.

– Sin duda se paseará como un tigre enjaulado hasta que vuelvas -dijo Emily, incapaz de ocultar una sonrisa ante la imagen del habitualmente tranquilo marido de Sarah desgastando la alfombra con sus pasos.

– Sin duda -se quejó Sarah.

– Ya verás, Julianne -dijo la hermana de Sarah, Carolyn, condesa de Surbrooke, con una sonrisa cómplice. -Estoy segura de que no tardarás en encontrarte en una situación similar con Gideon convirtiéndose en un manojo de nervios ante la perspectiva de ser padre.

Un profundo rubor cubrió las mejillas de Julianne.

– Bueno, en realidad ésa era mi noticia. Me enteré la semana pasada, pero he esperado a que Emily regresara a Londres para decíroslo a todas a la vez. -Se puso la mano en el vientre y sonrió. -Gideon y yo vamos a tener un bebé. El médico dijo que para mediados de verano.

Un coro de chillidos alegres inundó la estancia, y hubo un montón de abrazos y besos. Emily nunca había visto a Julianne tan radiante y feliz. Hacía tres meses que su amiga renunció a su lugar en la sociedad, sufriendo el ostracismo de la aristocracia al haber sido desheredada por sus padres cuando, contraviniendo los deseos de éstos, contrajo matrimonio con un detective de Bow Street, Gideon Mayne, en vez de casarse con alguien de su misma clase social. Pero sólo había que ver la felicidad que embargaba a Julianne para darse cuenta de que ésta no lamentaba en lo más mínimo su decisión a pesar de las repercusiones económicas y sociales.

Cuando todas volvieron a estar sentadas alrededor de la chimenea, Emily se recostó en el sillón y observó a sus tres amigas. Sarah y Julianne charlaban con excitación sobre su inminente maternidad, mientras que Carolyn las miraba con una sonrisa cariñosa. Pero debajo de esa cálida sonrisa, Carolyn parecía algo cansada. Estaba pálida y ojerosa, y apretaba las manos con tal fuerza que tenía los nudillos blancos. Emily sentía mucha pena por ella. No era un secreto para ninguna que Carolyn no podía tener hijos. Aunque Emily sabía que Carolyn se alegraba de verdad por Sarah y por Julianne, se daba cuenta de que su amiga debía de estar sintiendo unas dolorosas punzadas de envidia y tristeza por su esterilidad.

Estiró el brazo y puso las manos sobre las de ella para darle un cálido y cariñoso apretón mientras Sarah y Julianne charlaban como un par de cotorras. Carolyn se volvió hacia ella, y para consternación de Emily notó que los ojos azules de su amiga brillaban por las lágrimas contenidas.

– Yo… me alegro por ellas -susurró Carolyn, antes de que Emily pudiera decir nada.

– Por supuesto que sí. -Observó la cara de su amiga, sintiéndose cada vez más preocupada por su intensa palidez. -Carolyn, ¿te encuentras bien?

Carolyn parpadeó varias veces y sonrió.

– Estoy bien.

A la mayoría de la gente la habría convencido esa serena sonrisa y aquellas palabras tranquilizadoras, pero Emily conocía muy bien a Carolyn. Sabía que le pasaba algo. Se prometió a sí misma que se lo preguntaría en cuanto pudiera quedarse a solas con ella.

– Me alegro mucho de que hayas regresado a Londres -añadió Carolyn. -Te he echado muchísimo de menos. -Retiró las manos de debajo de las de Emily, inspiró profundamente y con una sonrisa se dispuso a tomar parte en la conversación de Sarah y Julianne que habían comenzado a hablar de sus maridos.

Por supuesto, Carolyn podía opinar con facilidad de cualquier tema relacionado con el matrimonio, y Emily comenzó a pensar que a pesar de lo mucho que quería a sus amigas no podía negar que se sentía… excluida. Después de todo, ¿en qué podía contribuir ella a una conversación sobre el matrimonio o la maternidad inminente? En nada. No tenía marido y, aunque pasaba mucho tiempo con sus hermanos pequeños, no era lo mismo que ser madre. Y a pesar de los explícitos, picantes y sensuales libros de la Sociedad Literaria de Damas, leer no era lo mismo que experimentar aquellos actos apasionados que ella sabía que sus amigas compartían con sus mandos. Sin ir más lejos, apenas hacía tres meses que experimentó su primer beso…

Una ardiente oleada que no tenía nada que ver con el calor que desprendía el fuego de la chimenea inundó a Emily. La escena que llevaba tres meses intentando olvidar sin éxito apareció en su mente, y volvió a revivirla como si acabara de ocurrir. El pelo oscuro y los intensos ojos de ébano. Los fuertes brazos que la estrechaban con firmeza. El duro y tenso cuerpo masculino que presionaba el suyo. Los firmes labios que se amoldaban a los de ella mientras se entrelazaban sus lenguas. Sensaciones que jamás sintió antes. Sensaciones que nunca hubiera esperado sentir, al menos no con él.

– … Logan Jennsen. -La voz de Julianne pronunciando el nombre que la tenía obsesionada, y no de buena manera, día y noche desde hacía tres meses, la sacó de sus ensoñaciones.

– ¿Qué pasa con Logan Jennsen? -preguntó, dando un respingo mentalmente al notar el chillido involuntario en su propia voz.

Julianne se volvió hacia ella con una expresión tímida.

– Sé que no te cae bien, Emily, pero…

– Cierto. No me cae bien.

La confusión nubló la mirada de Julianne.

– Jamás desde que te conozco te había visto tan mal dispuesta hacia nadie. En especial, con alguien que apenas conoces.

Oh, ella conocía bastante bien al señor Logan Jennsen. Más de lo que quería. Y ciertamente más de lo que debería.

– ¿Qué es lo que te desagrada tanto de él? -preguntó Sarah.

– Es arrogante. Y grosero. Y para colmo es americano. ¡Un vulgar colono, por el amor de Dios! -Y tenía una manera de mirarla que la hacía sentirse agitada y acalorada, lo que no era nada propio de ella. Y eso era algo que no le gustaba ni un pelo. Tanto como le disgustaba él. No le gustaba ni una pizca. Y el hecho de que fuera el responsable de la ruina financiera de su padre, un desastre que afectaba a toda la familia, sólo reafirmaba la pobre opinión que tenía de él. No tenía muy claro cómo su padre había llegado a deberle al señor Jennsen una cantidad tan grande de dinero (la conversación que oyó por casualidad meses atrás entre su padre y su administrador no le había aportado demasiados detalles), pero sí sabía que era el resultado de alguna triquiñuela por parte del señor Jennsen; que fue él quien hizo que su padre se comportara de una manera totalmente insensata. Puede que fuera un poco inepto, sí, pero nunca había sido irresponsable. Aquel momento de locura que hubo entre Jennsen y ella en la boda de Julianne no fue más que eso, una locura. Un acto que ella misma provocó picada por la curiosidad, aunque no tardó en darse cuenta de que aquello había sido un tremendo error. -Sabéis que sólo ha sido aceptado por la sociedad londinense gracias a su escandalosa riqueza.