Por eso no esperaba morir de la manera en que lo hice.

Porque jamás se me ocurrió pensar que un vampiro pudiera morir de pena.

El beso de lady Vampiro,

Anónimo


Logan esperaba en su lugar cerca de la chimenea de mármol en la biblioteca de Matthew y Sarah intentando relajarse sin conseguirlo. Los brillantes rayos del sol entraban por los grandes ventanales, iluminando la estancia con su cálido y dorado resplandor. Desplazó la mirada a la repisa de la chimenea. Faltaban cinco minutos para las diez. Cinco minutos para que diera comienzo la ceremonia que cambiaría su vida.

Una mano cayó sobre su hombro y casi dio un brinco. Se dio la vuelta y se encontró frente a Matthew, que estaba flanqueado por Daniel y Gideon. Los tres parecían bastante divertidos.

– ¡Maldición!, estás hecho un desastre -dijo Matthew.

Daniel se inclinó hacia delante y estudió a Logan con los ojos entrecerrados.

– Me parece que tienes mala cara.

Gideon le ofreció una copa con el brandy suficiente para emborrachar a cinco hombres.

– Ten, bébete esto.

Logan no pudo evitar reírse.

– Si me bebo eso, estaré inconsciente durante dos días. No estoy hecho un desastre. Sólo estoy… -«Ridículamente impaciente. Ansioso por comenzar la ceremonia para poder llamarla mi mujer. Por hacerla mi mujer»-un poco nervioso por el temor de meter la pata en cualquier momento y echarlo todo a perder.

– Relájate -dijo Matthew. -Es muy fácil. Sólo tienes que decir «sí».

– Incluso después de que termine la ceremonia, continúa diciendo eso -le aconsejó Daniel.

– Cierto -convino Gideon. -Y si en algún momento no piensas hacerlo, bésala.

Matthew asintió con la cabeza.

– Besarla te ahorrará un montón de problemas.

Logan logró esbozar una débil sonrisa.

– ¿Es ése el secreto de un matrimonio feliz? ¿No dejar de besar a tu esposa?

– A mí me funciona -dijo Gideon.

– A mí también -añadió Daniel.

– Y a mí -dijo Matthew. -Y todos somos felices y muy pronto seremos padres. Logan arqueó una ceja.

– Entonces es evidente que el secreto de un matrimonio feliz implica algo más que besos.

Daniel le dio una palmadita en la espalda.

– Y tan a menudo como sea posible. Pero eres un tipo inteligente. Normalmente. Ya te darás cuenta.

Armado con esos sabios consejos, Logan volvió a mirar el reloj. Los siguientes cinco minutos se le hicieron tan largos como cinco decenios. Cuando Emily entró finalmente en la biblioteca cogida del brazo de su padre, la visión de la joven lo dejó sin aliento. La falda del vestido azul pálido se abría desde el corpiño escotado hasta sus pies, adornada con delicadas flores bordadas. Llevaba el pelo recogido y sujeto con horquillas de color verde mar. En su cuello colgaba el mismo collar de tres vueltas que llevara dos noches antes, un claro recordatorio de que las marcas rojas que le estropeaban la piel todavía no habían desaparecido. Se sintió emocionado al ver que llevaba el ramo de peonías rosas que él le había regalado el día anterior, atado con un lazo color crema. El anillo centelleaba bajo los rayos del sol, lanzando chispas de colores a la habitación. Los ojos de Logan se encontraron con los de ella, y la cálida mirada de la joven le llegó hasta lo más profundo de su ser, como si ella le hubiera apretado el corazón.

Lord Stapleford la acompañó hasta dejarla a su lado, la besó en la mejilla y se sentó junto a su esposa en las sillas que se habían dispuesto en la estancia para la íntima ceremonia. Logan se volvió hacia Emily y durante varios segundos no pudo hablar por el nudo que se le puso en la garganta. Entonces tragó saliva y susurró:

– Estás preciosa.

La sonrisa de Emily le hizo sentir como si le hubiese tocado un cálido rayo de sol.

– Tú también. De una manera muy masculina, por supuesto -dijo ella, repitiendo las mismas palabras que le había dicho el día anterior.

La ceremonia comenzó y terminó con rapidez. Sin dejar de mirar aquellos hermosos ojos de ninfa, él recitó los votos que lo unirían a Emily durante el resto de su vida. Medio había esperado que el pánico se apoderara de él en algún momento, pero en cuanto la vio entrar en la biblioteca lo inundó una sensación de profunda tranquilidad a pesar de que el corazón le estuvo palpitando con fuerza durante toda la ceremonia, aunque no por los nervios, sino por la excitación. El mismo tipo de excitación que sentía cuando estaba en medio de una complicada negociación comercial. Pero incluso era mucho más que eso… Algo que no sentía desde hacía tanto tiempo que apenas lo reconoció. Era pura y sincera alegría. Y no creía que alguna vez hubiera sentido una dicha tan profunda.

Cuando terminó la breve ceremonia, permaneció junto a su esposa y aceptó las felicitaciones de su familia -que ahora también era la suya -y sus amigos. Al llegar el turno a Arthur, el niño le abrazó por la cintura y a Logan se le puso un nudo en la garganta.

– Ahora somos hermanos -dijo el muchacho, mirando a Logan con adoración.

– Me alegro mucho de ser tu hermano -dijo Logan con gravedad, rezando para poder hacerlo bien. -Tendrás que enseñarme, pues nunca he tenido un hermano.

– Es fácil -dijo Percy con una sonrisa, estrechando la mano de Logan. -Todo lo que tienes que hacer es dejarle ganar, juegues a lo que juegues.

– Sí, y prestarle tu mejor carruaje cuando te lo pida -agregó William.

– Y presentarle a todas las mujeres atractivas que conozcas -dijo Kenneth con una amplia sonrisa.

– No quiero conocer a ninguna mujer -dijo Arthur con voz horrorizada. -Lo que quiero es atrapar ranas y gusanos.

– Ya verás, tener una hermana es mucho mejor que tener hermanos -le informó Mary. -A mí me gusta tomar el té y jugar con muñecas.

– Los chicos no juegan con muñecas -le informó Arthur con una expresiva mirada de desdén masculino impropia de un niño de siete años.

– A mí sí me gusta tomar el té -le dijo Logan a Mary, dirigiéndole un guiño conspirador que ella le devolvió con descaro.

Después de la ceremonia se celebró el almuerzo de bodas. Logan se sentó en la cabecera de una larga mesa de cerezo y Emily tomó asiento en el otro extremo. Durante toda la comida la mirada de él se desvió hacia la de ella una y otra vez. La observó sonreír y reírse, conversando con facilidad con todos los que la rodeaban. La sonrisa de Emily, combinada con el atisbo de picardía que brillaba en sus ojos, era como pura magia. Había en ella un entusiasmo que lo atraía como un imán. Emily lo llenaba de energía, lo hacía sentir como si una amplia sonrisa se insinuara constantemente en las comisuras de sus labios.

Su esposa -un estremecimiento de placer le recorría el cuerpo al pensar en esas palabras -era una fascinante combinación de inocencia y encanto, y si no hubiera estado tan condenadamente impaciente por estar con ella a solas, podría haber sido muy feliz quedándose allí sentado y mirándola durante horas. Pero la quería para él solo. Con una desesperación que cada vez era más difícil de ignorar. Quería decirle muchas cosas. Y maldición, también hacérselas. Y a pesar de lo mucho que estaba disfrutando de esa comida, apenas podía esperar a marcharse. Cada vez que sus miradas se encontraban, ella se sonrojaba y él se removía incómodo en el asiento, abrumado por el deseo de dirigirse al otro extremo de la mesa, cogerla entre sus brazos, llevarla a su casa y darle algo que la hiciera sonrojar de verdad.

Por fin se terminó la comida. El contuvo la impaciencia mientras se despedían, aunque Emily se tomó muchísimo más tiempo que él. Si fuera por Logan, se habría despedido de todo el mundo con un gesto de la mano, habría gritado «adiós» y se habría puesto en camino.

Por fin se subieron al carruaje y, después de despedirse por enésima vez con la mano, de lanzar besos al aire y prometer que volverían a verse pronto, Paul puso en marcha los caballos y se fueron.

– Cualquiera diría que vamos a embarcarnos en un viaje de un año al otro lado del mundo en vez de dirigirnos a Berkeley Square -bromeó él.

– Lo sé -dijo ella, acomodándose en el asiento frente a él ahora que habían doblado la esquina y estaban fuera de la vista. -Pero nunca antes he vivido separada de mi familia.

– Una vez que atrapemos a ese individuo y que resolvamos esta situación, te llevaré de viaje de novios.

Una chispa de interés brilló en los ojos de Emily.

– ¿Adónde?

– A donde te apetezca.

– Me gustaría ir a un sitio. Me gustaría visitar la hacienda que has comprado recientemente. Me encanta el campo y así podría explorar la zona y ver qué tal les va a la señora Whitaker y a Lara.

Una mezcla de ternura y orgullo embargó a Logan al ver que Emily no pedía un costoso viaje por el continente, sino la oportunidad de visitar a la viuda y a su hija.

– Iremos en cuanto podamos. Entretanto, creo que nuestra casa en Berkeley Square te resultará muy cómoda.

Ella le sonrió y él tuvo que agarrarse las manos para contener el impulso de tomarla en sus brazos.

– Gracias por llamarla «nuestra casa», aunque por lo que he oído, «casa» no es la palabra apropiada para tan magnífica residencia. Estoy segura de que me encontraré a gusto. -Abrió su ridículo y sacó un pequeño paquete. -Esto es para ti.

Sorprendido y complacido, él tomó el regalo.

– ¿Qué es?

– Lo sabrás cuando lo abras.

El desató el lazo con mucho cuidado.

– Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que me hicieron un regalo. -Dejó a un lado el envoltorio y clavó la mirada en una cajita ovalada de esmalte. La imagen de Emily estaba pintada en la parte superior.

– Ábrela -dijo ella.

Él lo hizo y sonrió al ver las nueces cubiertas de azúcar y canela que había dentro. El olor que desprendían hizo que la mente de Logan se llenara al instante con imágenes eróticas de la noche en la que le había dado a probar una de aquellas delicias. Imágenes de su boca en la de ella. De las manos de Emily sobre su…

Logan respiró hondo. Santo Dios, sí que hacía calor allí dentro.

– Forma parte de mi colección de cajitas esmaltadas. Pensé que podría gustarte. Y que te vendría bien, así no te olvidarás de mí.

Logan habría soltado una carcajada si el nudo de emoción que le atascaba la garganta se lo hubiera permitido. Su esposa… Su hermosa, atenta y deseable esposa hacía que quisiera arrodillarse a sus pies. Rozó la bella imagen con el dedo, imaginando que tocaba su tersa piel.

– No hay ninguna posibilidad de que me olvide de ti. Me gusta. Muchísimo. Gracias. -Se metió el regalo en el bolsillo antes de volver a hablar. -No sabía que coleccionabas cajitas de esmalte.

– Creo que hay muchas cosas que desconocemos el uno del otro.

Bien sabía Dios que había cosas sobre él que ella desconocía. Cosas que debería decirle, que deseaba decirle, aunque no estaba seguro de si podría hacerlo.

– Tenemos tiempo de sobra para conocernos mejor -dijo él tras aclararse la garganta.

Y eso, claro está, era lo único que podía decir por el momento. A menos que no le importase farfullar «te deseo tanto que apenas puedo contenerme». Maldición, se sentía como si tuviera que morder un trozo de cuero para aliviar el dolor que le producía la intensa necesidad que recorría su cuerpo. El silencio se extendió entre ellos, y Logan se estrujó el cerebro buscando desesperadamente algo que decir, pero no, por mucho que lo intentara lo único que podía pensar era «te deseo tanto que apenas puedo contenerme».

Tras un momento, la sonrisa de Emily se desvaneció.

– ¿Te encuentras bien Logan?

«No. Porque te deseo tanto que apenas puedo contenerme.» Logan tragó saliva y asintió con la cabeza.

– Perfectamente. -Aquella única palabra sonó ronca y entrecortada.

El ceño fruncido de Emily se hizo aún más profundo.

– ¿Estás seguro? Pareces… congestionado. -La joven se quitó el guante y alargó la mano para tocarle la frente. El inspiró bruscamente y cerró los ojos de golpe.

– Santo Dios, estás ardiendo -dijo ella con la voz cargada de preocupación.

«No tienes ni la menor idea.» Logan abrió los ojos. Obviamente, Emily percibió el deseo ardiente que sentía por ella, pues en el mismo momento en que sus miradas se encontraron, sus ojos se abrieron como platos y se quedó paralizada.

– Oh -susurró. -Vuelves a tener esa mirada.

Logan podía sentir cómo todas sus buenas intenciones se desvanecían. Incapaz de contenerse, le capturó la mano. Se la llevó a la boca. Inhaló. Santo Dios, Emily olía condenadamente bien.

– ¿A qué mirada te refieres?

– A la que tenías cuando me tumbaste en el suelo de la biblioteca en casa de mis padres. La misma que tenías ayer cuando me dijiste que querías arrancarme la ropa con los dientes.