– Al cuarto de baño.

– ¿Tienes una habitación aparte para la bañera? -preguntó ella, sorprendida.

– Sí, pero es algo más. Es una innovación que añadí en cuanto compré la casa. Un conde italiano que conocí en mis viajes me describió cómo era el cuarto de baño que tenía en su villa, y en cuanto pude hice que construyeran uno igual en mi casa. Ven, te lo enseñaré.

Una vez más la cogió de la mano, encantado al sentir los delgados dedos de la joven entrelazados con los suyos. Cuando abrió la puerta se vieron envueltos en una nube de vapor. La empujó al interior y cerró la puerta con rapidez para que no escapara nada de aquel húmedo calor.

Emily agrandó los ojos al ver la bañera hundida en el suelo, tan grande que cabían dos personas con facilidad. Las húmedas y cálidas volutas de vapor ascendían lentamente del agua y de una rejilla en la esquina.

– Jamás había visto una bañera tan grande -dijo ella, -ni tampoco había visto una que estuviera hundida en el suelo. Debe de llevar horas llenarla.

Él negó con la cabeza y señaló una puerta en la pared al lado de la bañera.

– Esa puerta conduce directamente a la cocina. Por ahí se suben los cubos de agua caliente con la ayuda de cuerdas y poleas.

– ¡Qué ingenioso!

– Cierto. El conde me confesó que era como tener un baño romano privado en casa.

– Entiendo que quisieras tener uno. ¿Y qué es eso? -preguntó ella señalando la rejilla de la esquina.

– El conde también lo tenía. Ahí dentro se meten piedras porosas después de calentarlas durante horas en una chimenea. En cuanto se vierte agua sobre ellas producen vapor. -Levantó un cubo que había junto a la rejilla y vertió el agua lentamente sobre las piedras. Un siseo resonó en la estancia, y una nube de vapor húmedo inundó el aire. -Es muy relajante y, según me dijo el conde, también es muy bueno para los pulmones y el cutis.

Siguió la mirada de ella hasta la esquina, donde había una chaise tapizada.

– Me gusta sentarme aquí después de bañarme y dejar que me envuelva el vapor.

– Ya veo. -Ella volvió a mirar la bañera de agua humeante. -Es muy tentador.

– Me encanta que pienses así.

– Por lo que veo… mmm… hace mucho calor aquí.

Logan sonrió y se colocó frente a ella.

– Quizá pueda ayudarte a que te refresques. -Se apoyó sobre una rodilla ante ella. Cuando le cogió un pie, Emily se agarró a su hombro. Logan le quitó el escarpín de raso bordado, luego puso el pie sobre su rodilla doblada y deslizó las manos bajo el vestido. Sin dejar de mirarla a los ojos, le desabrochó el liguero y deslizó lentamente la media de seda por la pierna. Después de quitarle el otro zapato y la otra media, se puso en pie.

– ¿Mejor? -le preguntó él, rozándole la exuberante boca con la punta de los dedos.

– La verdad es que no.

– Ah… ya veo que tendré que continuar. -Alargó la mano de nuevo. Esta vez deslizó el vestido por los hombros de la joven, obligándose a hacerlo muy despacio a pesar de que su cuerpo se oponía con fuerza a la espera, y lo bajó hasta la cintura, dejando que luego cayera en un charco a sus pies.

– ¿Y ahora? -preguntó él.

Ella tragó saliva y negó con la cabeza.

– Me temo que sigo estando muy acalorada.

Él se puso detrás de ella y le desató las enaguas, dejándola sólo con la camisola. Le desabrochó el collar de perlas y le quitó una a una las horquillas del pelo, dejando caer la mata de rizos brillantes sobre la espalda de la joven; un sutil aroma a peonías inundó el aire. Logan apartó los rizos a un lado y se inclinó para posar los labios en la suave nuca. Emily contuvo el aliento y se estremeció.

– ¿Aún estás acalorada?

– Sí. De hecho, parece que cuanta menos ropa tengo encima, más acalorada estoy.

– Interesante. -Logan volvió a ponerse delante de ella, deslizando las puntas de los dedos por la clavícula de Emily. -Puede que sea esta última prenda lo que te da tanto calor. -Le bajó los finos tirantes de la camisola por los brazos mientras devoraba con la mirada cada centímetro de tersa y cremosa piel que quedaba al descubierto. Cuando soltó la prenda, ésta se unió al montón de ropa que rodeaba los pies de Emily.

Logan dio un paso atrás y aspiró entrecortadamente ante la imagen que presentaba su esposa. Deslizó la mirada por sus pechos plenos, coronados con unos tensos pezones coralinos, por la estrecha cintura y la curva de sus caderas, por el triángulo de rizos oscuros entre sus bien proporcionados muslos. La ayudó a salir del montón de ropa y luego, simplemente, la miró fijamente. Desnuda ante él, envuelta en una nube de vapor, con aquellos exuberantes mechones de cabello rozándole las caderas, ella parecía una…

– Ninfa -murmuró. -Una hermosa ninfa. -Alargó las manos y le tocó los suaves pechos, acariciándole los pezones con los pulgares.

Emily contuvo el aliento y se le cerraron los ojos.

– Logan… Esto no me ayuda a refrescarme. -Se arqueó bajo su caricia. -En absoluto.

Él le deslizó una mano por el torso y le rozó con los dedos el atrayente triángulo de rizos.

– Ni a mí.

Emily abrió los ojos, revelando unas pupilas muy dilatadas.

– ¿Tú también estás acalorado?

El se sentía como si estuviera a punto de estallar en llamas.

– Ahora que lo mencionas, sí, yo también tengo calor.

Ella llevó las manos a las solapas de la chaqueta de Logan y se la deslizó por los hombros.

– Entonces, quizá yo también pueda ayudarte a refrescarte.

Logan se habría echado a reír si hubiera podido. Como no fuera cubriéndolo de hielo, no había ni una maldita cosa que ella pudiera hacer para lograr ese fin, e incluso dudaba mucho de que el hielo funcionara.

– Quizá -concedió. La ayudó a quitarle la chaqueta y luego arrojó la prenda a un lado.

– ¿Mejor? -preguntó ella, repitiendo la pregunta que él le había hecho antes con los ojos llenos de una fascinante mezcla de excitación y picardía.

– Me temo que no.

– Entonces me parece que tendré que continuar.

– Como he sido informado de que a nadie le gustan los gruñones, intentaré soportar esta dura prueba con lo hacen los británicos: endureciendo el gesto. -Ciertamente endurecerse no sería un problema.

Con una amplia sonrisa jugueteando en las comisuras de sus labios, Emily procedió a desabrocharle el chaleco.

– ¿Mejor? -le preguntó, arqueando una ceja y soltando la prenda en el montón que formaba su propia ropa.

– No. Lo siento.

Ella lanzó un exagerado suspiro y luego procedió a quitarle el pañuelo, lo que resultó ser una tortura para Logan que esperó con agónica impaciencia a que ella desatara el complicado nudo. Nudos sencillos… A partir de ahora sólo se haría nudos sencillos.

Cuando terminó, él se sacó de un tirón la camisa de los pantalones y la ayudó a que le quitara la prenda por la cabeza. La joven le recorrió el tórax con una ávida mirada, deteniéndose en la costra que tenía en la parte superior del brazo.

– ¿Qué te ha sucedido aquí? -preguntó ella, rozándole la herida con la punta del dedo.

Logan hizo una mueca para sus adentros. Maldición. Se había olvidado de eso. Como no tenía sentido ocultárselo, se apresuró a contarle el incidente en Hyde Park. Cuando terminó, ella cruzó los brazos sobre el pecho y le lanzó una mirada airada.

– ¿Me estás diciendo que te dispararon hace tres días y no te has molestado en contármelo?

– No me dispararon, me dieron sin querer. No podía decírtelo en ese momento y, después de eso, bueno, la herida tenía tan poca importancia que me olvidé del asunto. Y además, te lo estoy diciendo ahora.

– Sólo porque has tenido que… porque estamos…

– Desnudos. Sí. Lo sé. -Algo en lo que él quería volver a concentrarse. Pero veía la furia burbujeando en los ojos de Emily; le cogió la cara entre las manos. -Estoy bien. Apenas es un rasguño. Te lo juro.

– ¡Podías haber muerto!

– Pero no fue así.

– Deberías habérmelo contado.

– Tienes razón. Debería haberlo hecho. Lo siento.

Emily frunció los labios.

– Es muy difícil discutir contigo cuando te muestras tan conciliador.

Él le besó la comisura de los labios.

– Bien. No quiero discutir.

– Ni yo, pero…

Él interrumpió sus palabras con un beso.

– No te ocultaré más secretos. Te lo prometo. -Logan alzó la cabeza y se obligó a decirlo otra vez, esperando no arrepentirse de haber hecho aquella promesa. -Te lo juro. -Cogió las manos de Emily entre las suyas y las apretó contra su pecho. -¿Me perdonas?

Durante unos segundos, ella no se movió, luego extendió los dedos sobre la piel de Logan.

– Supongo. -Le deslizó las manos por los hombros. -Empiezo a darme cuenta de que me va a resultar muy difícil decirte que no.

– Me alegra oírlo. -Agradeciendo que la tormenta hubiera pasado con inusitada rapidez, Logan se centró en las caricias de Emily. -Me gusta lo que me haces.

La joven deslizó las palmas lentamente hacia abajo.

– ¿Aún te sientes acalorado? -preguntó en un susurro.

Los músculos de Logan se tensaron, y se le escapó un gemido de los labios mientras ella le acariciaba. Maldición, a pesar de lo mucho que le gustaba aquello, no estaba seguro de cuánto tiempo más podría resistir.

– Me temo que sí.

La mirada de Emily cayó sobre los pantalones y las botas de Logan.

– Eso nos deja poca elección de qué hacer a continuación.

Asintiendo con la cabeza, Logan se acercó a la chaise y se sentó. Si alguna vez se había quitado las botas y los pantalones con tanta rapidez, no podía recordarlo. De hecho, nunca había tenido tantas ganas de quitárselos como ahora. Cuando acabó, se acercó a ella lentamente, encantado por la manera en que lo recorría con la mirada, deteniéndose en su erección, pero sabía que si la dejaba explorar el resto del cuerpo como lo había hecho con el pecho, todo terminaría enseguida.

– Aún sigo teniendo mucho calor -dijo él. Sin detenerse, la levantó en brazos y se dirigió a la bañera. Bajó los dos escalones y luego la sumergió suavemente en el agua caliente. Después de apoyar la espalda contra los azulejos, Logan separó las piernas y luego atrajo a Emily hacia su cuerpo para sentarla entre sus muslos, justo delante de él.

– ¿Estás cómoda? -le preguntó él contra el cuello, deslizándole los brazos alrededor de la cintura y tocándole los pechos.

– Esto es… -Emily deslizó las manos por los muslos de Logan -delicioso.

El jugueteó con los duros pezones entre los dedos y le lamió la sensible piel de detrás de la oreja.

– Delicioso -convino él. -Relájate.

Ella apoyó la cabeza en su hombro.

– Lo intentaré, pero me lo estás poniendo difícil.

Logan se rio entre dientes y extendió el brazo para coger la pastilla de jabón del platito que había junto a la bañera. Después de enjabonarse las manos, las deslizó muy despacio por uno de los delgados brazos de Emily, masajeándoselo suavemente. Cuando llegó a la mano, le acarició los dedos uno por uno. Luego realizó el mismo procedimiento con el otro brazo.

– Cuando llegue mi turno de hacértelo a ti, estaré demasiado obnubilada por el placer para devolverte el favor -murmuró ella.

– Dejarte obnubilada de placer es parte de mi deber como marido -dijo él, volviéndose a enjabonar las manos para deslizarías esa vez sobre sus pechos.

Emily emitió un largo «ohhh» y arqueó la espalda.

– Me parece que tienes demasiados deberes como marido, pero aún no he oído ninguno de los que me corresponden a mí como esposa.

Logan deslizó las manos más abajo, por su vientre, y luego a la unión de sus muslos.

– Ahora mismo estás haciendo una labor muy importante.

– ¿Separar las piernas para que puedas acariciarme con más facilidad? -preguntó ella, haciendo justo eso.

– No, aunque, por supuesto, te lo agradezco mucho. -Le deslizó un dedo por la hendidura de su sexo antes de penetrarla con él. -Y ahora mismo me haces un hombre muy feliz.

– Y tú me estás volviendo loca.

Logan retiró el dedo y lo hizo rodar perezosamente sobre el clítoris.

– Es otro de mis deberes conyugales.

– Logan… -Con un gemido, Emily le sujetó la muñeca y se giró hasta quedarse de rodillas entre los muslos separados de su marido. -Cuando me siento así, quiero tenerte dentro de mí.

Bien sabía Dios que ahí era donde él quería estar. Apoyó las manos en el fondo de la bañera dispuesto a levantarse, pero ella lo detuvo alargando la mano y rodeando su erección con los dedos. Logan contuvo el aliento con un siseo y cerró los ojos.

– ¿Te hago feliz ahora? -preguntó ella, girando lentamente los dedos sobre el hinchado glande.

Sin poder detenerse, él arqueó las caderas buscando más.

– Sí, muy feliz -logró responder, gimiendo cuando ella le apretó el miembro suavemente. -Me vuelves loco. -Logan levantó las manos y le sostuvo los pechos. -Dios mío, Emily, no te imaginas lo que me haces sentir.