– Ser rico no es un crimen -señaló Julianne con suavidad. -Y creo que le has juzgado mal. He tenido la oportunidad de pasar algún tiempo con él mientras estabas fuera y debo reconocer que me agrada mucho.
– También a mí -agregó Sarah.
– Y a mí-dijo Carolyn.
Vaya, una se pasaba unos meses en el campo y a la vuelta se encontraba con todo un motín.
– ¿Qué diablos ha hecho que pases algún tiempo en compañía de ese hombre? -le preguntó Emily a Julianne.
Julianne parpadeó.
– ¿No has oído nada de lo que he dicho? «No. Porque estaba pensando en ese fastidioso hombre.» Porras, todavía tenía que contarles su secreto. -Er… no. ¿Qué has dicho?
– El señor Jennsen ha contratado a Gideon para que investigue para él. Puedo dar fe de su generosidad.
«También besa de una manera muy generosa.» Sin embargo, de los tres secretos que tenía que contarles, ése era el único que tenía intención de guardarse. Incluso aunque tuviera que morir en el intento. Aunque no estuviera acostumbrada a tener secretos con sus tres amigas, ¿tan malo sería guardar ése? Desde luego no iba a permitir que Jennsen la besara de nuevo.
– ¿De veras? -Dijo Emily, sorbiendo por la nariz con altivez. -Imaginaba que era un hombre muy tacaño.
– ¿Por qué? -preguntó Sarah.
«Porque no quiero pensar que posee buenas cualidades.» Se encogió de hombros.
– ¿Acaso no son tacaños aquellos que no comparten sus riquezas? -Ojalá su padre hubiera sido lo suficientemente sabio para comportarse de una manera prudente y no involucrarse en ningún plan financiero con el señor Jennsen.
– Quizás algunos sí, pero no el señor Jennsen -dijo Julianne. -No voy a negar que me resultara un poco intimidador al principio, pero admito que cada vez lo aprecio más.
– Mmm. Apuesto que tanto como que te metan un dedo en el ojo -masculló Emily.
Todas se rieron.
– De verdad, creo que el señor Jennsen es muy atractivo -dijo Sarah.
– Tonterías -protestó Emily, ignorando aquella vocecilla interior que la llamó mentirosa al instante. -De hecho, es evidente que tiene la nariz rota.
– Igual que Gideon -señaló Julianne, -y no creo que eso le reste atractivo. Incluso creo que eso lo hace más viril.
– ¿A quién? -Le preguntó Carolyn. -¿A tu marido o al señor Jennsen?
– En realidad, a los dos.
– Cualquiera puede darse cuenta de que el señor Jennsen no es precisamente guapo -dijo Emily con rigidez. No, no lo era. De hecho podía nombrar con facilidad a una docena de hombres mucho más guapos que él. Pero de alguna manera el señor Jennsen era… arrebatador. Fascinante. Irresistible. Y porras, era realmente un hombre impresionante.
Carolyn cogió una galleta de la bandeja de té de la mesita.
– Dejando a un lado su apariencia, que debo decir me resulta muy agradable, creo que el señor Jennsen es un hombre solitario.
Una extraña sensación oprimió el corazón de Emily ante ese pensamiento, que ignoró totalmente.
– Sin duda debido a sus modales groseros y a sus negocios poco fiables -dijo con acritud.
Carolyn arqueó las cejas.
– ¿Poco fiables? Por lo que dice Daniel, ese hombre es, ni más ni menos, un genio de las finanzas. Mi marido ya ha invertido en varias de las compañías navieras del señor Jennsen y está muy satisfecho con los resultados.
– Igual que Matthew -dijo Sarah. -Y eso que no le cayó demasiado bien al principio.
– Probablemente porque lo consideraba un rival que quería ganarse tu amor -intervino Julianne con una sonrisa.
Sarah sonrió ampliamente.
– Es probable. Pero la opinión de Matthew ha dado un giro de ciento ochenta grados… Incluso ha invertido dinero en muchos de los negocios de Logan. Matthew compara a Logan con el rey Midas. Cualquier cosa que toca se convierte en oro.
– Puede que el señor Jennsen sea un poco tosco… -intervino Julianne.
– Más que tosco -la interrumpió Emily.
– Pero estoy de acuerdo con Carolyn en que es un solitario -continuó Julianne. -Vive solo en esa enorme mansión de Berkeley Square…
– No se puede decir que viva solo con el batallón de criados que tiene -objetó Emily.
– Los criados no son amigos -señaló Sarah. -Ni familia. Ni amantes.
– Supongo que no quiere compañía femenina -reflexionó
Carolyn. -No he oído ni un solo rumor de que esté liado con alguien. -Un pícaro brillo apareció en sus ojos. Se inclinó hacia delante y susurró: -Como ya os he comentado, besa genial.
Una ardiente sensación envolvió a Emily. Sí, eso era cierto. Y deseó con todas sus fuerzas que Carolyn jamás hubiera compartido con ellas aquella delicada información; que antes de casarse con Daniel, Logan la besó. Fue aquella conversación sobre las magistrales cualidades de Jennsen lo que despertó la curiosidad de Emily y la hizo tomar aquella desastrosa decisión que la llevó a olvidar todas las razones por las que le desagradaba ese hombre y descubrir por sí misma si Carolyn tenía razón.
Y desde luego tenía razón; de la forma más contundente.
Desde entonces, Emily deseaba todos los días no haberlo averiguado.
– Besa genial -apostilló Sarah. -Igual que lord Damián en La amante del caballero vampiro.
– Oh, Dios mío, sí-convino Julianne con un suspiro. -Sé que hemos leído libros escandalosos antes, pero éste último… -sostuvo en alto su ejemplar de la novela con encuadernación de piel que todas habían leído -es absolutamente escandaloso.
Agradeciendo que hubieran dejado de hablar de Logan Jennsen, Emily intervino:
– Y por absolutamente escandaloso quieres decir… -se inclinó hacia delante y continuó con un murmullo: -completa y pícaramente delicioso. Y mucho más detallado que la historia de Polidori.
– Estoy de acuerdo -dijo Carolyn. -Jamás creí que un vampiro podía ser tan… sensual. -Se abanicó la cara con una mano. -Pero ese Damián… Santo Dios.
– De hecho, me ha hecho ansiar que un atractivo hombre me muerda el cuello -intervino Sarah con su acostumbrada franqueza.
– Y a mí -replicó Julianne.
Emily se inclinó hacia delante y observó con atención algo que parecía una pequeña marca en la garganta de Julianne.
– Mmm. Parece como si alguien ya te hubiera estado mordiendo en el cuello.
Un profundo sonrojo encendió las mejillas de Julianne mientras sus dedos volaban a la mancha que había detectado Emily.
– Estoy segura de que es sólo una sombra.
Sin poder evitar tomarle el pelo, Emily le dirigió una mirada escéptica.
– Creo que no. De hecho, estoy segura de que te lo ha hecho tu atractivo y enamoradísimo marido que a pesar de llevar tres meses casado contigo, no da señales de estar menos enamorado de ti. Es evidente que lo mantienes muy ocupado. Y feliz. Mordisqueándote y chupándote el cuello.
Emily tuvo que contener la risa ante la expresión azorada de Julianne.
– Seguro que es un juego de sombras. De verdad que sí. Emily se volvió hacia Carolyn y Sarah para preguntarles su opinión.
– ¿Creéis que ese mordisco de amor se debe a un juego de sombras o a Gideon?
– A Gideon -respondieron las dos al unísono.
– Has perdido -le dijo Emily a Julianne, tras el resultado de los votos. -Y además, te has sonrojado.
– No creo que sea posible -masculló Julianne. -Gracias a Gideon ya no soy capaz de sonrojarme por nada.
– Y jamás he visto a nadie más feliz por ello -dijo Carolyn con una cariñosa sonrisa, posando una mano sobre la de Julianne.
Emily no podía estar más de acuerdo con ella. Hacía diez meses sus amigas estaban solteras, y ahora las tres estaban casadas, y Sarah y Julianne iban a ser madres. Miró a Carolyn, que continuaba sonriendo, pero incluso a pesar de su evidente felicidad, todavía estaba pálida. Y ahora que la miraba detenidamente, Emily notó que su amiga estaba más delgada que la última vez que la había visto. Volvió a prometerse a sí misma hablar con Carolyn a solas para descubrir qué le pasaba.
– Francamente, tengo celos -refunfuñó Sarah, cambiando de posición en el sillón y subiendo los pies a una otomana cercana. -Estoy tan enorme que tengo que ponerme de lado para que Matthew me abrace, por lo que es imposible que me muerda el cuello.
– Por lo que veo, ese hombre no puede dejar de tocarte -objetó Julianne. -Y es por eso por lo que has acabado en la situación en la que te encuentras ahora.
– Si alguien tiene motivos para sentir celos soy yo -se quejó Emily. -Vosotras tres tenéis un marido enamorado que os adora y al que no le importa morderos el cuello con regularidad. Por la radiante felicidad que mostráis parece como si os hubierais tragado un candelabro, ¿y yo qué? -Soltó un suspiro. -Ningún hombre al que amar, ningún hombre que me ame. -Por no añadir que gracias a la ineptitud de su padre en los negocios, su familia estaba a punto de caer en la más absoluta ruina financiera. Aunque pensaba decírselo a sus amigas esa tarde, los secretos que un cuarto de hora antes estaba a punto de compartir con ellas, ahora parecían habérsele quedado atascados en la garganta. Para ganar tiempo mientras buscaba las palabras correctas, dijo: -Menos mal que he leído La amante del caballero vampiro para poder vivir un amor profundo por medio del oscuro príncipe Damián y su amada Melanie.
Y lo vivió realmente. La manera en que el atractivo vampiro Damián se lanzaba literalmente en picado sobre Melanie y la tomaba… Oh, Santo Dios.
– La manera en que la toma -murmuró. Un ardiente escalofrío la recorrió. Contra la pared, en el suelo, en la mesa de billar, en una silla, en el lago a la luz de la luna… La historia no había hecho más que inflamar su imaginación y su cuerpo de una manera que no había experimentado antes. -Basta con decir que Melanie no era la única que jadeaba.
– Esos encuentros sensuales eran todavía más explícitos que los que se producían en cualquiera de nuestros libros anteriores -dijo Julianne. Luego esbozó una sonrisa. -Y no es que me queje.
– Ni yo -convino Sarah. -Me sentí muy feliz al ver que Damián no era el villano que aparentaba ser. Como todos nosotros, tiene sus defectos, aunque creo que la mayoría de sus acciones fueron resultado de la soledad y la desesperación en vez de la maldad. A pesar de su deseo de sangre, era muy… humano.
– Fue el amor lo que lo salvó -dijo Carolyn.
– Así es -dijo Emily, cogiendo una de las deliciosas galletas que había preparado la cocinera. -Estoy de acuerdo con eso que dices de la soledad. Al ser inmortal, sobrevivió a todos los que amaba. Y no tenía a nadie… hasta que conoció a Melanie.
– Es adorable que se refiriera a ella como «su alma» -dijo Sarah.
– Oh, sí -convino Julianne con un profundo suspiro. -Llevaba más de seiscientos años sin alma. Hasta que la conoció. Me pareció muy romántico. Y su deseo por ella, su necesidad por ella es…
– ¿Romántica? -Sugirió Carolyn. -¿Profunda?
– ¿Desinhibida? ¿Carnal? -propuso Sarah.
– Yo la llamaría erótica -dijo Emily. -Los pasajes en los que él la seduce son tan descriptivos que realmente me hicieron… mmm, sudar. -Y desear. Y hacer que le latiera aquel lugar secreto entre sus piernas.
«Ese libro no es lo único que te hace desear y palpitar últimamente», susurró una vocecita interior.
Para su profunda irritación, otra imagen de Logan Jennsen, de sus labios sensuales y el recuerdo de aquel ardiente beso, cruzó por su mente, llenándola de calor y de un deseo tan intenso que se quedó sin aliento.
– ¿Te encuentras bien, Emily? -preguntó Julianne.
No. Y no era culpa suya. Ese hombre despertaba sus agitados sentidos de una manera que no le gustaba en absoluto. Un hombre que no quería volver a ver.
«Un hombre que sí quieres volver a ver», se mofó la vocecilla.
– Estoy bien -mintió. -Es que me he atragantado con un trozo de galleta. -Tosió dos veces para convencerlas y luego se apresuró a tomar un sorbo de té.
– Esas escenas también me hicieron sudar a mí -dijo Julianne con suavidad y timidez. Otro intenso sonrojo le cubrió las mejillas.
– Y a mí -añadió Sarah con una amplia y traviesa sonrisa, subiéndose las gafas. -Matthew estaba muy satisfecho con los resultados.
– También Daniel -dijo Carolyn, aunque algo en el tono de su voz y en el hecho de que no levantara la mirada del regazo donde se retorcía las manos hizo que Emily se preguntara si aquellas palabras eran realmente ciertas. ¿Era Daniel la razón por la que Carolyn estaba preocupada?
Dejando la pregunta a un lado hasta que pudiera conocer la respuesta, Emily caviló en que si bien ella no había sido la única afectada por la sensualidad que Damián mostraba en sus encuentros con Melanie, al menos todas sus amigas tenían un marido que podía aliviar cualquier ardor y latido que hubieran producido aquellos explícitos pasajes. Emily sólo disponía del recuerdo de su encuentro con Logan Jennsen… algo que sólo contribuía a acrecentar sus ardores y su pálpito interior. Algo que era realmente irritante debido a su extrema aversión por ese hombre. De no ser por él, su padre no estaría en el apuro económico en el que se encontraba ahora o, al menos, no estaría cargado de deudas. Y era por eso que le había arrancado a Emily la promesa de casarse rápido y bien antes de que las noticias de su descalabro financiero trajeran la ruina social a toda la familia.
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