– ¿Qué quieres saber?
– Bueno, para empezar, ¿de dónde eres?
– De Nueva York.
Como él no le dio más explicaciones, ella vaciló, pero le venció la curiosidad.
– Me preguntaba por qué abandonaste América.
La mirada de Logan se clavó en donde sus dedos seguían jugueteando con los rizos oscuros de Emily. El silencio llenó el aire hasta que por fin levantó la vista hacia ella. La expresión de los ojos oscuros de Logan hizo que a Emily se le pusiera un nudo en el estómago.
– No tienes que contarme nada, Logan -dijo ella quedamente.
Él frunció el ceño y negó con la cabeza.
– No, quiero contártelo. Te prometí que no habría más secretos entre nosotros y no quiero mentirte. -Logan soltó un largo suspiro. -Pero puede que tal vez lamentes habérmelo preguntado.
Fuera cual fuese la razón por la que se marchó de su país era evidente que le había afectado mucho y que todavía lo hacía. Basándose en su expresión y en la advertencia de que podía lamentar conocer la respuesta, Emily sospechaba que no sólo sería difícil para él hablarle de ello sino que también sería difícil para ella escucharlo. Extendió el brazo y tomó la mano de su marido, entrelazando sus dedos.
– Logan, sea lo que sea, lo entenderé.
El la miró directamente a los ojos.
– Puede que ahora lo creas así, pero…
– Nada de peros. He hecho cosas de las que no me siento orgullosa. Cosas que lamento. ¿Me apartarías de tu lado si las conocieras?
– No, pero…
– Nada de peros -repitió ella con firmeza. -No te dejaré, Logan. No importa lo que me cuentes.
Él guardó silencio durante tanto tiempo que ella pensó que había cambiado de idea y que no le contaría nada. Logan se enderezó y se pasó las manos por el pelo, luego se levantó y se puso la bata. Emily le observó cruzar la habitación hasta la licorera y servirse un dedo de brandy, que se tomó de un trago. Hizo una mueca mientras tragaba el fuerte licor, luego dejó la copa y regresó a la cama donde se sentó en el borde del colchón. Le tendió la mano a Emily que, sin decir nada, puso la suya sobre la de él y se acercó para sentarse a su lado.
Él se volvió finalmente hacia ella y dijo:
– El día que paseamos por Hyde Park te mencioné a un hombre llamado Martin Becknell.
– El hombre que te acogió cuando tenías trece años y que te enseñó todo lo que sabes sobre el mundo de los negocios. Dijiste que se lo debías todo.
– Sí. Y es cierto. Sólo Dios sabe en qué me habría convertido de no ser por él. Martin me enseñó bien, y yo tengo un talento natural para los números y los negocios. Al cumplir los veinte años ya llevaba bastantes encargándome de la contabilidad de los negocios navieros que él tenía. Fue más o menos por aquel entonces cuando Martin emprendió otro negocio con un socio nuevo, un hombre llamado Thomas Heller. Me cayó mal desde el principio. Era rudo y arrogante, pero así era la mayoría de los hombres ricos, así que no le di mayor importancia. Pero según pasaba el tiempo comencé a sospechar de él. Nada que pudiera definir o probar con claridad, tan sólo sabía que el instinto me advertía contra él.
«Durante un mes me dediqué a vigilar a Heller. Sabía que algo no iba bien, pero no conseguía saber qué. Por fin salieron a la luz una serie de recibos hábilmente falsificados. Me puse a investigar y descubrí que Heller había planeado una elaborada estafa y que ya había logrado robarle una pequeña fortuna a Martin. Estaba furioso conmigo mismo por no haberme dado cuenta antes, así que cuando conseguí reunir las pruebas que necesitaba, fui a ver a Martin y se lo conté todo.
Logan se interrumpió para tomar aire y luego continuó:
– Martin, como es natural, se enfadó con Heller y me agradeció que me hubiera preocupado en investigar y descubrir el robo. De hecho, me alabó por mi inteligencia y me aseguró que se encargaría de resolver el asunto. Supuse que acudiría directamente a las autoridades, pero luego comprobé que se enfrentó a Heller él solo. Esa tarde, al concluir mi trabajo, los oí discutir en su despacho. Me preocupé y llamé a la puerta. Cuando la abrí, vi todas las pruebas que le había dado a Martin esparcidas sobre el escritorio. Antes de que pudiera intervenir, Martin me dijo que no pasaba nada, que me fuera a casa.
Le palpitó un músculo en la mandíbula.
– Pero no pude hacerlo. Decidí quedarme y regresé a mi despacho. Durante la siguiente media hora estuve escuchando el murmullo de sus voces, luego todo se quedó en silencio. Esperé casi un cuarto de hora más, pero al no oír nada regresé al despacho de Martin. La puerta estaba entreabierta y la lámpara, encendida. Entré y lo encontré muerto. Le habían apuñalado.
Emily contuvo el aliento y le apretó la mano. Él se pasó la mano libre por el pelo.
– Las pruebas habían desaparecido, lo mismo que Heller. Para mí no había ninguna duda de que aquel bastardo había matado a Martin. Pero su muerte había sido culpa mía. Tendría que haber acudido a las autoridades antes de decirle nada. O haberme quedado con él esa noche. Ojalá no hubiera esperado esos quince minutos antes de regresar a su despacho.
Emily volvió a apretarle la mano con el corazón en un puño ante el sentimiento de culpa que se adivinaba en su voz.
– Logan, no fue culpa tuya.
Pero él negó con la cabeza. Continuó hablando, pero ahora sus palabras eran atropelladas y su voz, más baja e intensa.
– Avisé a las autoridades, les conté todo lo ocurrido, y fueron a buscar a Heller para interrogarlo. Admitió que se había reunido con Martin, pero mintió sobre el tiempo que estuvo con él, juró que se habían encontrado una hora antes y que Martin estaba vivo cuando él se marchó. Entonces, el muy bastardo sugirió que yo era el culpable. Era mi palabra contra la suya y, al poco tiempo, las autoridades me consideraron sospechoso. Cuando pensé que las cosas no podían ponerse peor, descubrí que sí podían. Al leerse el testamento de Martin me enteré de que me había dejado una enorme fortuna y una flota de barcos, en otras palabras, tenía un buen motivo para matarle.
La mirada desolada en sus ojos desgarró el alma de Emily.
– No lo sabía. No tenía ni idea de que me había nombrado su heredero.
– Es evidente que te quería como a un hijo.
Logan asintió bruscamente con la cabeza.
– Lo peor fue que Heller presentó media docena de testigos que juraron haber estado con él la noche del asesinato en un lugar lo suficientemente lejos de las oficinas como para que resultara imposible que hubiera matado a Martin. Por supuesto, todos mentían, sin duda les había pagado para que lo hicieran. En ese momento supe que él iba a salirse con la suya, y que quizás acabarían condenándome a mí a la horca por un crimen que no había cometido.
Logan apartó la mirada de sus ojos y la bajó a sus manos unidas.
– Lo busqué esa misma noche, esperé a que estuviera solo y me enfrenté a él. Le dije que sabía lo que había hecho y que quería que confesara. Se echó a reír. Me dijo que jamás podría probarlo y que disfrutaría viendo cómo me colgaban por un crimen que había cometido él. Pero me di cuenta de que me tenía miedo. Yo era más grande y fuerte, y él no sabía qué hacer. Supongo que fue por eso por lo que sacó el puñal de la bota. -Logan se volvió hacia ella. Su mirada era dura como la piedra. -Pero fui más rápido que él. Antes de que pudiera apuñalarme, le clavé mi propio puñal.
El silencio se extendió entre ellos, roto sólo por sus respiraciones entrecortadas. La pena que Emily sentía por su marido era abrumadora. Quería envolverle entre sus brazos y consolarle, pero estaba tan rígido y tenso que no estaba segura de si aceptaría el gesto.
– Si no lo hubieras hecho, te habría matado él a ti -se limitó a señalar con voz queda.
El asintió lentamente con la cabeza.
– Sí, estoy seguro de que lo habría hecho.
– No puedes culparte por haber actuado en defensa propia.
Logan emitió un sonido amargo y volvió a clavar la mirada en el suelo.
– En ese momento no estaba seguro de que alguien creyera que lo había hecho en defensa propia. Y era un riesgo que no estaba dispuesto a correr. Me llevé el cuerpo al bosque y cavé una profunda tumba. No sabía si estaba más horrorizado por haber matado a un hombre o por el hecho de no sentirme culpable. Cuando Heller no volvió a dar señales de vida y lo declararon como desaparecido, se dio por hecho que realmente había sido él quien asesinó a Martin y que huyó para librarse de la condena.
»Aunque estoy seguro de que algunas personas llegaron a sospechar de mí, nadie presentó ninguna acusación y tampoco me quedé allí el tiempo suficiente para ver si cambiaban de opinión. Así que, aunque sabía que no lo merecía, cogí la fortuna que me había dejado Martin y me largué de allí. Jamás volví la vista atrás.
– ¿Adonde fuiste? -preguntó Emily.
– Me pasé los siguientes nueve años viajando por Europa, dedicándome a mis negocios. Hace casi un año me cansé de tanto viajar y de no tener un lugar al que llamar hogar. Como Londres era el mejor sitio para dirigir mis negocios, decidí establecerme aquí. Gracias a la herencia de Martin conseguí todo lo que tengo hoy.
Logan cerró los ojos por un instante. Emily se dio cuenta de que él temía mirarla, que le daba miedo ver lo que había en sus ojos. Deseó que se volviera hacia ella para que viera toda la simpatía, preocupación y tristeza que sentía, pero más que nada la aceptación y el amor que la atravesaban. La historia de Logan casi le había roto el corazón, pero era evidente que el de él estaba roto desde hacía ya mucho tiempo y eso sólo le hizo quererle más. Por todos los años que había sufrido, culpándose a sí mismo por la muerte de un hombre al que consideraba un padre.
– Ahora ya lo sabes todo -susurró él.
– Sí, ahora lo sé.
Por fin se volvió hacia ella. La miró a los ojos y pareció quedarse confundido, como si le costara creer que no hubiera ninguna condena en los ojos de su esposa.
– Jamás se lo había contado a nadie.
El corazón de Emily se llenó de amor hasta casi desbordarse.
– Gracias por contármelo. Por confiar en mí. Te doy mi palabra de que jamás se lo diré a nadie.
– No puedo imaginar lo que estás pensando. Ahora que sabes que te has casado con un hombre que es capaz de…
– Defenderse. De enmendar un horrible agravio. De sentirse culpable durante años por algo que no fue culpa suya. -Levantó sus manos unidas y le dio un beso ferviente en el dorso de los dedos. -Creo que me he casado con un hombre maravilloso, valiente y honorable del que me siento orgullosa. Un hombre que ha sufrido mucho para obtener todo lo que posee, y que tiene mi más profunda admiración y respeto por todo lo que ha logrado en la vida.
Una miríada de emociones cruzó el rostro de Logan: confusión, sorpresa, incredulidad, gratitud y, finalmente, algo que parecía temor. Puso su palma en la mejilla de Emily y ella sintió el temblor de su mano, el estremecimiento que le recorría todo el cuerpo.
– Gracias. No sabes lo mucho que esto significa para mí. Lo que tú significas para mí. -Sus ojos se suavizaron con una mirada tan cargada de ternura que Emily se quedó sin aliento. -Emily, quiero que sepas que…
Un ruido procedente del balcón interrumpió sus palabras. Él levantó la cabeza y miró hacia la ventana. Emily siguió la dirección de sus ojos. No se veía nada más que la noche negra tras los cristales.
– ¿Crees que ha sido Gideon? -Susurró ella, sabiendo que el detective patrullaba por el jardín. -¿O ha sido el viento?
– No lo sé. Quédate aquí. -Logan cogió el puñal que había dejado sobre la mesilla de noche junto a la cama y se acercó sigilosamente a la puertaventana que conducía al balcón. Miró afuera con atención.
»No veo nada, pero voy a echar un vistazo -le dijo por encima del hombro.
Abrió la puertaventana, y una ráfaga de aire frío entró en la habitación. Logan salió y fue engullido por la oscuridad. Emily tuvo un mal presentimiento y se levantó.
Justo entonces oyó cómo Logan gritaba:
– ¡Tú! ¿Cómo demonios puedes ser… tú? -Sonó un golpe fuerte y un gruñido, seguido por un ruido sordo y un denso silencio. Antes de que Emily pudiera moverse o pensar, un hombre entró en la habitación desde el balcón. Un hombre que vestía una capa con capucha. Alzó la pistola que tenía en la mano y la apuntó con ella.
– Si hace algún ruido, morirá -dijo en voz baja.
Emily abrió la boca para gritar de todas maneras. Sabía instintivamente que era su única oportunidad, pero apenas había logrado soltar un gritito cuando él la agarró bruscamente y le metió un trapo pestilente en la boca. Aterrada, Emily gruñó y gimió tan alto como pudo, luchando con todas sus fuerzas, pero él la dominó con rapidez, inmovilizándole las manos en la espalda y atándoselas con una gruesa cuerda. Luego le ató los tobillos. La joven luchó frenéticamente, con la mirada clavada en el balcón en sombras. Era evidente que ese hombre había herido a Logan o le había hecho algo peor, si no, ya habría estado allí para defenderla. «Por favor, Dios mío, por favor, haz que esté bien.»
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