– No tema que eso suceda, señor Jennsen. Mi orgullo no me permite cometer dos veces el mismo error.

– Igual que el mío.

– Excelente. Entonces no hay ningún problema.

– Ninguno en absoluto. -La taladró con la mirada durante varios inquietantes segundos. Luego entrecerró los ojos. -Sé que se trae algo entre manos.

A pesar de la sorpresa, ella le sostuvo la mirada con calma. Él podía acobardarla con aquella intensa masculinidad, pero como la mayor de seis hermanos, era muy capaz de adoptar una actitud inocente cuando estaba tramando una trastada.

– ¿Perdón?

– Usted. Está tramando algo. Tiene ese brillo en los ojos. Sé reconocer un problema cuando lo veo.

– No sé de qué me habla.

– También sé reconocer una mentira cuando la oigo.

– Aquellos ojos oscuros parecieron escudriñarle directamente el alma. -¿Qué está tramando?

Por supuesto, lo suyo eran meras conjeturas; intentaba ponerla nerviosa. Por desgracia, estaba teniendo éxito.

– Una vez más, no tengo ni idea de qué habla. No me importa que me llame mentirosa. -En especial cuando estaba mintiendo.

La expresión de Logan era inescrutable, y Emily se maldijo por no poder leerle la mirada con la misma facilidad que él parecía leer la de ella. Él se acercó un poco más. Sus bocas sólo estaban separadas por unos centímetros.

– Dejé que jugara conmigo una vez, lady Emily -murmuró él. -No volveré a permitirlo. Sea lo que sea lo que se traiga entre manos, no tendrá éxito conmigo.

Emily logró soltar una risita confiada.

– Su egocentrismo me sorprende, señor Jennsen. Aunque admito que busqué su compañía en nuestro último encuentro, una tontería por mi parte debo añadir, hoy no lo he hecho.

– ¿No? Parecía muy interesada en mi conversación con su padre. -Logan bajó la mirada a sus labios. -Eso hace que me pregunte en qué más podría estar interesada.

– Mis acciones se deben a la preocupación que siento por él. No a que deseara verle a usted.

«Mentirosa», gritó su estúpida vocecita interior.

– Pero aquí estamos -dijo él, con una voz tan queda que ella tuvo que apretar los omóplatos contra la puerta para evitar inclinarse hacia delante y escuchar mejor sus palabras, algo que, gracias a Dios, sirvió para recordarle quién era él y todas las razones por las que no le gustaba ese odioso hombre. No es que Emily pudiera enumerarlas en ese momento, pero sabía que existían. Un montón de razones. Y en cuanto se librara de él, se las recordaría a sí misma una vez más. Mejor aún, escribiría una lista para que no se le volvieran a olvidar.

– La única razón por la que estamos aquí es porque usted ha decidido atraparme -dijo ella, obligándose a ignorar el atrayente calor y el embriagador aroma masculino mientras señalaba los brazos de Logan con la mirada.

El se apartó de un empujón de la puerta y dio un paso atrás.

– Podría haber escapado con facilidad en cualquier momento. Si hubiera querido, claro está. Y lo sabe de sobra.

Sí, lo sabía. Pero tuvo la cautela de no reprocharle su franqueza. Los caballeros con los que Emily acostumbraba a hablar jamás le hablaban a una dama de esa manera. Los caballeros educados jamás se atreverían a decir tales verdades -er… palabras -a una dama.

Ella pasó junto a él, poniendo la suficiente distancia entre ellos para dejarle bien claro que no quería arriesgarse a que ninguna parte de su cuerpo se rozara contra el suyo.

– Ha sido… -dijo, encaminándose hacia la puerta, -interesante volver a verlo, señor Jennsen.

Cuando llegó a la puerta, se giró y contuvo un grito ahogado cuando lo descubrió justo detrás de ella. No entendía cómo un hombre de ese tamaño podía moverse con tanto sigilo.

– Muy interesante, lady Emily. Aunque quizá no tan interesante como la última vez. Por su bien, espero que en nuestro próximo encuentro me la tropiece en una postura menos indigna.

Antes de que ella pudiera formular una respuesta, él le hizo una reverencia formal -una que parecía decididamente burlona, -abrió la puerta y, sin esperar a que ella lo acompañara, salió de la habitación. Muda de asombro, Emily lo observó recorrer el pasillo. ¿Cómo un hombre tan irritante podía hacer una salida tan espectacular?

Logan se detuvo en el vestíbulo para coger el sombrero y el abrigo que Rupert le tendía, y se fue. No fue hasta que la puerta se cerró tras él que ella se dio cuenta de que había estado conteniendo el aliento.

«¿Nuestro próximo encuentro?» No si ella podía evitarlo. Logan Jennsen era demasiado inquietante y perspicaz para arriesgarse a pasar ni un minuto más en su compañía. Aunque por desgracia debían asistir a las mismas veladas, Emily tenía intención de evitarle todo lo que fuera posible. Aun así, la próxima vez que lo viera estaría en una posición no sólo absolutamente digna, sino espectacular.

CAPÍTULO 04

Sabía que debía dejarlo ir, liberarle para

que estuviera con alguien mejor que yo, con una mortal,

pero simplemente no pude hacerlo.

Me atraía y desafiaba como ningún otro.

Y aunque lo intenté, jamás deseé a nadie tanto como lo deseaba a él.

Nunca hubiera debido saborearle,

porque ahora lo deseaba con desesperación todo el tiempo.

El beso de lady Vampiro,

Anónimo


Logan se paseaba de un lado para otro en su estudio privado. En su mente reverberaba la misma pregunta que le atormentaba desde que había abandonado la residencia de lord Fenstraw, unas horas antes. «¿Qué estaba tramando lady Emily?»

Con un gruñido de frustración, se detuvo y se pasó las manos por el pelo. Maldita sea, no podía recordar la última vez que se había sentido tan confuso y malhumorado. Eran dos sentimientos que rara vez experimentaba por separado, y casi nunca al mismo tiempo. Pero desde aquel condenado beso tres meses antes, aquel extraño estado de ánimo parecía acompañarlo todos los días.

Y era culpa de ella.

¿Cómo era posible que una mujer tan menuda pudiera ser capaz de volverle loco? ¿Por qué no podía, sencillamente, arrancarla de sus pensamientos como había hecho con tantas otras aristócratas? ¿Por qué no dejaba de ser un enigma tan desconcertante para él? Estaba acostumbrado a resolver acertijos, y normalmente disfrutaba de ellos. Una habilidad que le era útil en los asuntos de negocios. Disfrutaba del reto de averiguar cómo sortear obstáculos, de encontrar soluciones a problemas complejos.

Pero no en este caso. No, el enigma que representaba lady Emily era como un dolor de muelas, uno que seguía palpitando sin importar lo mucho que intentara aplacarlo. Ojalá pudiera ignorarla como habría hecho con cualquier otro problema sin solución, y olvidarla. Pero sabía muy bien que eso no ocurriría, aunque no podía averiguar por qué, ni por qué le importaba tanto. Por eso necesitaba saber a ciencia cierta qué era lo que ella estaba tramando antes de que esa pregunta le volviera loco.

Tres meses antes, Logan se había preguntado si Emily conocía las enormes deudas que su padre había contraído con él, si fue ése el motivo que la impulsó a besarle y no la curiosidad. Aunque él había albergado sus sospechas, no podía negar que su orgullo masculino esperaba que el beso fuera el resultado de la curiosidad y del deseo. Sin embargo, basándose en la conversación que tuvo con ella ese mismo día, resultaba evidente que lady Emily conocía las deudas de su padre. Y por más que le molestara admitirlo ante sí mismo, no podía negar lo mucho que eso le decepcionaba.

Aunque también estaba muy confundido. Lady Emily sabía que su padre le debía dinero; así que, ¿por qué no trataba todavía de atraerlo con sus encantos después de haber llegado incluso a besarle? ¿Por qué no trataba de ganarse su favor? ¿De seducirlo con sus artimañas femeninas? Sin embargo, hacía todo lo contrario. Era tan punzante como un puñado de espinas, lo que, una vez más, levantaba sus sospechas y le hacía preguntarse: «¿Qué está tramando lady Emily?»

Cerró los ojos y una imagen de ella se materializó en su mente… Estaba apoyada contra la puerta, mirándolo con aquellos extraordinarios ojos. Logan había plantado las manos en el panel de roble para evitar ceder al abrumador deseo de tocarla. De comprobar si su piel seguía siendo tan suave. Lo más inteligente habría sido alejarse. Estar cerca de ella había sido una auténtica tortura. No recordaba a ninguna otra mujer que oliera tan bien.

Una imposible combinación de flores y azúcar, como si la joven hubiera acabado de comerse un pastel delicioso mientras se paseaba por un jardín en flor. Aquel maldito perfume hacía que quisiera enterrar la nariz en aquel suave cuello aterciopelado y aspirar su esencia, justo antes de lamer larga y lentamente esa piel cremosa.

«No tengo intención de volver a besarla. No importa lo mucho que me lo pida.» Las palabras que le había dicho resonaron en su mente, y una risa carente de humor surgió de su pecho. Aunque no le mintió al decirle que no tenía intención de volver a besarla, había hecho falta toda su fuerza de voluntad para no hacerlo. Y como había aprendido hacía mucho tiempo lo inútil que era mentirse a sí mismo, no podía negar que si ella se lo pidiera -demonios, si simplemente se lo insinuara -la besaría de nuevo; se abalanzaría sobre ella como un animal hambriento en pos de su presa. ¿Qué tipo de tonto haría eso?

Logan no lo sabía, pero lo que sí sabía era que no le gustaba comportarse como un tonto. Y para eso tenía que mantenerse alejado de lady Emily Stapleford y de aquella maldita fascinación que ella ejercía sobre él. No importaba qué clase de plan hubiera tramado ella, no dejaría que lo llevara a cabo. Estaba más resuelto que nunca a encontrar a otra mujer que apagara ese fuego indeseado que lady Emily provocaba. Esa misma noche.

Más tranquilo ahora que había tomado una decisión, se acercó al escritorio, donde varias cartas captaron su atención. Acababa de acomodarse en el sillón de cuero cuando oyó un golpe en la puerta.

– Adelante -dijo.

Adam Seaton, su hombre de confianza, entró en la estancia. Logan había contratado a aquel hombre de treinta años cuatro meses antes y hasta ahora estaba muy satisfecho con su trabajo. Era diligente pero tranquilo, organizado e inteligente, y seguía las instrucciones de Logan al pie de la letra. Una mirada a la cara de Adam le dijo que había pasado algo grave.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó, levantándose de golpe.

Adam se ajustó las gafas y luego se aclaró la garganta.

– Ha habido un incendio, señor. En los muelles. Me temo que El Marinero, así como todo su cargamento, ha sido destruido.

– ¿Y la tripulación? -preguntó Logan con todos los músculos en tensión.

Los rasgos de Adam se tensaron aún más.

– Han muerto dos marineros de cubierta, señor. Y cinco más, incluido el capitán, están heridos, aunque, por fortuna, no de gravedad.

Logan sintió como si se hubiera convertido en piedra. El Marinero estaba cargado de mercancías y se esperaba que zarpara con la marea esa misma tarde. La pérdida del barco y del cargamento le suponía un fuerte revés financiero, aunque podía sobreponerse a ello. Pero la pérdida de vidas humanas… Maldita sea.

– ¿Cómo se originó el fuego?

– Los miembros de la tripulación que lograron escapar de las llamas dijeron que éstas aparecieron por todas partes en cuestión de segundos, extendiéndose con rapidez por todo el barco.

Logan entrecerró los ojos.

– ¿Llamas por todas partes? Cualquier fuego tiene un origen… por lo menos al principio. A menos que algo inflamable, como queroseno, se haya usado para acelerar el proceso.

– Sí, señor.

– El incendio ha sido provocado.

– Fue una declaración, no una pregunta.

– Eso parece, señor.

– ¿Hay más barcos afectados?

– No, señor. Sólo El Marinero.

Logan caviló sobre eso durante varios segundos. Sus instintos le gritaban que aquello estaba relacionado con aquella sensación de peligro que había estado experimentando desde hacía días. Aquello no era un accidente. Y él era el objetivo.

– Los hombres que murieron… ¿cómo se llamaban?

Adam sacó del bolsillo del chaleco el pequeño cuaderno de notas que siempre llevaba encima. Después de hojear varias páginas le respondió:

– Billy Palmer y Christian Whitaker.

– ¿Tienen familia?

Adam consultó de nuevo su libreta.

– Palmer no tenía familia. Whitaker deja esposa y una hija pequeña.

A Logan se le retorcieron las entrañas al pensar en que esa niña crecería sin su padre. Sabía demasiado bien lo que era criarse sin un padre. Y una mujer sola… Sin nadie que cuidara de ella. También sabía muy bien lo que era aquello. No sabía qué demonios estaba sucediendo, pero se iba a asegurar de que nadie más resultase herido o muriese mientras trataba de averiguarlo.