Cuando murió, yo me acercaba a los ochenta, pero aún seguía viva.

He visto tantas cosas en mi larga vida… Pude ver cómo subía al patíbulo Sir Walter Raleigh. No había podido confundir a Jaime como había confundido a Isabel. Me enteré de que había dicho al bajar la cabeza al hacha del verdugo: «Qué importa que la cabeza caiga si no cae el corazón.» Sabias y valerosas palabras, pensé, en un enemigo de Essex.

Sentada en mi aposento de Drayton Basset, pensé en Raleigh, en cómo había sido en otros tiempos. Apuesto, arrogante, seguro de sí mismo. Así caen los poderosos.

Y también a él le sobreviví.

Murió el Rey y subió su hijo al trono (el apuesto Carlos, a quien vi una o dos veces). Hombre de gran dignidad. La vida había cambiado. Jamás volvería a ser como había sido bajo la gran Isabel. Nunca habría otra como ella. Cómo se habría entristecido al ver a su amada Inglaterra caer en manos de los Estuardo. ¡El derecho divino de los Reyes! ¡Cuántas veces oímos esa frase! Ella lo había creído, por supuesto, pero al mismo tiempo había sabido que el soberano reinaba por voluntad del pueblo, y jamás había decepcionado al pueblo pudiendo evitarlo.

Jaime… Carlos… qué sabían ellos de los días gloriosos en que los apuestos caballeros de la Corte rodeaban a la Reina como mariposas a la luz de la vela y los más inteligentes sabían no quemarse las alas. Sus amantes… todos ellos, pues todos la habían amado y ella les había amado a todos. Pero, en realidad, todo eran fantasías suyas. Su verdadero amor fue Inglaterra.

Su muerte despojó a mi vida de algo vital, lo cual resultaba extraño, pues ella me había odiado y no podía decirse que yo la hubiese amado. Pero ella fue parte de mi vida, igual que Leicester… y una parte de mí murió con ellos.

Esta tranquila anciana en su casa solariega de Drayton Basset, pendiente de sus colonos, interpretando el papel de dama dadivosa y caritativa, arrepintiéndose de sus locuras juveniles para asegurarse un lugar en el cielo… ¿es esta Lettice, la condesa de Essex, condesa de Leicester y esposa de Christopher Blount? ¡Pobre Christopher! En realidad, él no contó. Cuando Leicester murió, yo ya había dejado de vivir peligrosa y gloriosamente. Y todo esto viví yo. Todas estas personas pasaron por la vida, interpretaron sus papeles y murieron mientras yo seguía viviendo.

Ahora que he escrito esta historia del pasado, lo vivo todo de nuevo tan vívidamente que parece que hubiera sucedido ayer. Si cierro los ojos, pienso a veces que al abrirlos voy a ver a Leicester inclinado sobre mí, alzándome para besarle, despertando en mí aquel deseo que a los dos nos parecía irresistible. Puedo pensar que estoy en el tocador de la Reina y que, de pronto, recibo un pellizco en el brazo porque estoy distraída y me olvido de pasarle sus gorgueras.

veo que estamos los tres, codo con codo: Isabel y Leicester… yo al fondo… tan importante para ellos como ellos para mí. Luego, extrañamente, Essex, la Reina, yo.

ellos han muerto y yo sigo viva.

Tengo noventa años. Soy muy vieja. Puede perdonárseme por imaginar a veces que estoy en el pasado.

Lo que más me gusta es que venga a verme mi nieto Essex. Es hombre de gran vigor, muy puntilloso en defensa de la justicia, un hombre que cumplirá con su deber, por muy desagradable que sea. No busca grandes honores. Es un gran soldado… no se parece nada a su padre.

Espero que mi nieto venga a verme pronto. Puede ser que venga en Navidad. Me gustaría verle entonces. Me habla mucho del Rey y del parlamento y de los problemas que hay con su Iglesia. Cree que un día habrá un choque catre el Rey y el Parlamento y él no estará al lado del Rey.

Le digo que habla como su padre, temerariamente. Pero en verdad está muy lejos de ser temerario.

Se sienta aquí ante mí, con los brazos cruzados, mirando hacia el futuro.

¡Qué ganas tengo de que llegue Navidad!




A primera hora de la mañana del día de Navidad del año 1634, cuando sus doncellas entraron en su aposento de Drayton Basset, la encontraron como pacíficamente dormida.

Estaba muerta.

Leicester había muerto hacía cuarenta y seis años, e Isabel treinta y uno.

Ella tenía noventa y cuatro años.

Fin

LTC Julio 2011