Su tono era decididamente beligerante. Patrick Hepburn suspiró. Le molestaba que su primo tratara de disuadirlo de casarse con la inglesa.

– Dime, Logan, ¿no has pensado que tal vez Rosamund Bolton no desee contraer matrimonio con nadie en este momento?

– Pero la amo -replicó el señor de Claven's Carn.

– No basta con amar a una mujer, Logan.

– ¿Qué ha pasado? -El conde se dio cuenta de que no le quedaba escapatoria. Debía hablarle con absoluta franqueza.

– La verdad, primo, es que la señora tiene un amante. Se trata del conde de Glenkirk y su mutua pasión es pública y notoria. Ya no podrás casarte con ella.

– Mataré al conde de Glenkirk -gritó Logan, saltando de su silla-. Le advertí a Rosamund que destruiría a cualquier hombre que tratara de interponerse entre nosotros. ¿Dónde está ella? ¿Dónde está él?

– Siéntate, Logan -le ordenó su primo con voz firme-. El conde de Glenkirk es un querido amigo del rey, un hombre viudo que tiene un hijo adulto y nietos. No ha pisado el palacio en casi dos décadas, pero el rey lo invitó a Stirling a pasar la Navidad y él aceptó. El conde y Rosamund Bolton se vieron allí por primera vez y, aunque cueste entenderlo, se convirtieron en amantes esa misma noche. Contrajeron una de las más raras enfermedades: el amor. No puedes hacer nada contra esa dolencia, Logan. Sus corazones están comprometidos y eso es definitivo.

– Ella sabía que yo quería desposarla -se quejó el señor de Claven's Carn, y se desplomó en la silla frente al fuego-. ¡Lo sabía!

– Logan, ¿alguna vez ella te dijo que se casaría contigo? ¿Llegaron a algún acuerdo legal o firmaron un contrato? -Sondeó el conde-. Si lo hicieron, al menos tienes derecho a demandarla por traición.

– Le dije que vendría el Día de San Esteban para casarme con ella.

– ¿Y ella qué respondió?

Los ojos azules de Logan se abrieron mientras trataba de recordar aquel día. El señor de Claven's Carn, junto con los hombres de su clan, habían ayudado a Rosamund a atrapar a los ladrones que le robaban las ovejas. Él le había dicho que, si bien todos lo llamaban por el apellido de su madre, Logan, su nombre de pila era Stephen, en honor al Santo y que, en consecuencia, la desposaría en su día, el 26 de diciembre. Ella, montada en su caballo, le había replicado con franqueza, clavándole sus ojos ambarinos: "No me casaré contigo". Pero no lo había dicho en serio. Solo estaba coqueteando, como suelen hacer todas las mujeres en esas situaciones.

– ¿Qué respondió ella? -repitió el primo.

– Dijo que no. Pero estoy seguro de que se hacía la tímida.

– Es evidente que no -opinó el conde con amargura-. Oye, Logan, yo la estuve observando desde que llegó a Stirling. No es la clase de mujer que disimula o que cambia de opinión fácilmente. Además, la pasión entre Patrick Leslie y Rosamund es de una pureza infinita. Cuando los veas juntos, entenderás.

– ¿Me dijiste que es un hombre de edad avanzada?

– Sí.

– Dos de sus maridos fueron mayores que ella. Del segundo matrimonio, Rosamund tuvo tres hijas, pero son unas niñitas. ¿Es posible, primo, que ella tema casarse con un hombre joven y vigoroso? ¿Será por eso que la sedujo ese amante de barba canosa? Patrick Hepburn rió con ganas.

– Sácate esas ideas de la cabeza, Logan. Aunque el conde de Glenkirk haya vivido medio siglo, no puede considerárselo un viejo. Es atractivo y fuerte. Parece estar en la flor de la vida y su devoción por Rosamund Bolton es innegable. Si creyera en las brujas, juraría que sufrieron algún tipo de hechizo.

– No me rendiré. ¡La amo!

– No tienes ninguna posibilidad, Logan. Ya no puedes hacer nada -exclamó enojado el conde de Bothwell-. Ahora bien, tus hermanos me estuvieron importunando durante meses para que te buscara una esposa. Pero yo no les hice caso debido a tu obsesión enfermiza por esa mujer inglesa. Como cabeza del clan, no puedo seguir postergando mis deberes para con Claven's Carn. Te juro que te encontraré una mujer apropiada, Logan. Y te casarás con ella y tendrás herederos por el bien de tu familia. Sácate a Rosamund de la cabeza.

– No es en mi cabeza donde se ha alojado, Patrick, sino en mi corazón -confesó lord Hepburn con tristeza-. Mis hermanos tienen hijos. Dejemos que alguno de ellos ocupe mi lugar como señor de Claven's Carn. No me casaré con nadie, salvo con Rosamund Bolton. ¿Dónde está ella?

– No permitiré que la hostigues. Si la traigo y te dice que no se quiere casar contigo, ¿darás por terminada esta historia?

– Tráela, por favor.

– ¿Qué locura estás planeando? -preguntó el conde clavándole la mirada.

– Ninguna locura, primo. Incluso puedes quedarte en la habitación para asegurarte de que mis intenciones son decentes.

– Muy bien. Mañana, después de misa. Hasta ese entonces, Logan, permanecerás en mis aposentos. Me parece lo más conveniente. ¿De acuerdo?

– Me encanta estar aquí, primo.

El conde de Bothwell le envió un mensaje al rey comunicándole la llegada de su primo a Stirling y otro a Rosamund diciéndole lo mismo y pidiéndole que fuera a sus aposentos al día siguiente, después de la misa matutina.

El paje regresó al cabo de un breve lapso, diciendo que el rey le agradecía su misiva; en cuanto a la dama de Friarsgate, visitaría al conde después del almuerzo, pues se había comprometido a cabalgar con la reina.

– Dile a Rosamund Bolton que no hay ningún inconveniente.

– Sí, milord -contestó el niño y se retiró deprisa.

– ¿La reina sale a cabalgar en su estado? -preguntó Logan.

– Quienes cabalgan son sus damas de honor. Ella viaja en un mullido carruaje, primo.

Al día siguiente, Rosamund se dirigió a los aposentos del conde de Bothwell acompañada por lord Cambridge. Por un momento, Patrick Hepburn sintió pena por Logan, pues la joven era realmente encantadora. Rosamund llevaba un vestido de terciopelo verde oscuro, ribeteado en una suntuosa piel de castor marrón. El corpiño estaba bordado con hilos de oro y su pequeña toca permitía vislumbrar su brillante cabello. El conde se sonrió, porque la mujer tenía el aspecto inconfundible de alguien que ha pasado una deliciosa noche de amor. Sí, Logan se había perdido un trofeo, pero así eran las cosas.

– ¿Deseaba usted verme, lord Bothwell? -dijo Rosamund.

– En realidad, es mi primo Logan Hepburn quien desea verla, señora.

Rosamund empalideció ligeramente, pero se recobró de inmediato.

– ¿Él está aquí?

– La espera en la habitación contigua -contestó el conde, señalando la puerta.

– Supongo que usted ya lo ha puesto al corriente-dijo ella con calma.

Bothwell asintió en silencio.

– Y al parecer está enojado -adivinó Rosamund.

– ¿Cómo esperaba encontrarlo, señora?

– Jamás le prometí casarme con él, milord. Quiero que lo sepa. No tengo por costumbre faltar a mi palabra. Mi primo es testigo de mi honestidad.

– Ella le dijo que no, aunque ignoro la razón -intervino lord Cambridge-. El joven es muy apuesto y parece estar enamorado de Rosamund.

El conde no pudo reprimir una sonrisa.

– Nosotros, los Hepburn, no nos tomamos a la ligera un rechazo, se trate de la entrega de un castillo o del corazón de una dama, milord. Yo no soy sino un intermediario en este asunto. La dama de Friarsgate y mi primo Logan deben solucionar el problema entre ellos. ¿Bebería una copa de whisky conmigo mientras esperamos que nuestros parientes zanjen sus diferencias?

– Por supuesto -respondió Tom, al tiempo que le daba a Rosamund un cariñosa palmadita en el hombro-. Ve ya mismo, querida niña, y termina con este desagradable asunto. De otro modo, ni tú ni el señor de Claven's Carn vivirán en paz -concluyó, e hizo un gesto con la cabeza para darle valor.

Rosamund suspiró.

– ¿Por qué no puede aceptar mi rechazo? -se quejó. Luego dirigió su mirada al conde-. ¿Todavía no le consiguió una esposa? Sus hermanos quieren que se case lo antes posible, milord y él debería hacerlo.

– Tengo una o dos en vista, señora, pero él es muy testarudo. Le va a costar convencerlo de que no se casará con él.

– Pero lo convenceré, con la ayuda de Dios. Estoy tan enamorada de Patrick Leslie que no soporto estar alejada de él, ni siquiera cuando debo acompañar a la reina -dijo Rosamund.

– Entonces vaya, señora, y trate de iluminar con esa verdad a mi primo.

Rosamund pasó delante de Patrick Hepburn, abrió la puerta y entró en un pequeño cuarto revestido en madera.

– Buenos días, Logan. ¿No me creíste cuando te dije que no me casaría contigo?

– Desde luego que no -contestó con tono beligerante-. ¿Se puede saber qué te pasa? Soy un hombre rico, dispuesto a ofrecerte un honorable matrimonio y mi buen nombre. Darás a luz a mis hijos y serás la madre del próximo amo de Claven's Carn, Rosamund. Friarsgate siempre te pertenecerá, si eso es lo que temes. Philippa es su heredera. Ya hemos hablado de eso.

Sus maravillosos ojos azules estudiaron el rostro de Rosamund en busca de una señal que le permitiera albergar alguna esperanza.

Ella suspiró profundamente.

– Tú no entiendes, Logan, y me pregunto si alguna vez lo harás -le señaló, pensando que era un hombre apuesto pero demasiado simple para su gusto

– ¿Entender qué? ¿Qué tengo que entender?

– A mí. Tú no me entiendes, Logan. No entiendes cómo me siento luego de enviudar por tercera vez en veintidós años. ¡No quiero otro marido! Al menos no por ahora. Y si algún día decido casarme, seré yo quien tome la decisión. Mi tío Henry no decidirá por mí. Margarita Tudor no decidirá por mí. Nadie decidirá por mí, sino yo. Siempre cumplí con mi deber, hice todo cuanto se esperaba de la abnegada dama de Friarsgate. Ahora haré lo que me plazca.

– ¿Y lo que te place es hacer el papel de ramera con un anciano escocés? Si es así, Rosamund, me siento obligado a cuestionar tu decisión -opinó Logan con dureza.

– Patrick Leslie ya ha vivido medio siglo, es verdad -respondió con calma-, pero no es un anciano en ningún sentido y me ama. Tú jamás me has dicho que me amas, Logan Hepburn. La vieja historia de que me viste cuando era niña en Drumfie y que desde entonces te obstinaste en casarte conmigo porque era bella me la has contado mil veces. Siempre has repetido lo mismo: que me darías tu nombre y me concederías el honor de ser tu esposa. Que me querías para parir a tus hijos. Pero ni una sola vez me dijiste que me amabas. Solo me sentí deseada. Pues bien, Patrick me ama y yo, a él. Cuando nuestras miradas se cruzaron por primera vez, fue como si nos hubiese partido un rayo. En ese preciso instante supimos que estábamos locamente enamorados.

– ¡Pero claro que te amo profundamente, tonta mujer! ¿Cómo es posible que no lo sepas?

– ¿Cómo me iba a enterar si sólo hablabas de tener hijos?

– Pero podías haberlo adivinado, Rosamund. Lo nuestro era algo más que una simple amistad entre vecinos.

– No había nada entre nosotros -sostuvo ella con firmeza-. Apenas te conozco, Logan Hepburn. Y lo poco que conozco de ti no me gusta. Eres un hombre arrogante y descarado que no vaciló en cortejarme el día de mi boda con Owein Meredith. Luego, cuando quedé viuda de ese buen hombre, me comunicaste que nos casaríamos y que sería la madre de tus hijos. Nunca se te ocurrió preguntarme si estaba de acuerdo: te limitaste a informarme tus deseos, que son distintos de los míos. Ya me casé tres veces para complacer a los demás. Ahora soy una mujer libre y rica, decidida a complacerse y a complacer a Patrick Leslie. ¡Y a nadie más! ¡Búscate otra mujer, Logan! Debe existir alguna dama en Escocia, además de mí, que satisfaga tus deseos. Tu deber como lord de Claven's Carn es procrear un heredero y una nueva generación, que en un futuro te sucederán a ti y a tus hermanos. Eres un buen hombre y mereces una mujer que te ame. Pero yo amo a Patrick Leslie.

– Entonces pretendes ser una condesa -dijo con crueldad.

– No tengo intenciones de casarme con el conde de Glenkirk, Logan. Ni él quiere abandonar Glenkirk ni yo Friarsgate. Con lord Leslie encontré la felicidad y pienso disfrutarla mientras dure. Te repito, tu deber como señor de Claven's Carn es casarte y tener herederos. Yo cumplí con mi deber. Tú no.

– Mis hermanos tienen hijos legítimos -insistió Logan.

– Pero tú eres el señor de Claven's Carn -replicó Rosamund tratando de hacerlo entrar en razón-. Son tus hijos quienes deben heredar. No compliques las cosas, Logan. Te estás comportando como un niño hambriento a quien se le ofrecen gachas de avena y se niega a comerlas porque prefiere carne. Come la avena, Logan. Cómela y sé feliz.

– No puedo ser feliz sin ti -gimió.

– Entonces, nunca serás feliz -le contestó sin piedad-. Por otra parte, no me corresponde a mí convertirte en un hombre feliz. Cada uno debe buscar y encontrar su propia felicidad. Yo ya encontré la mía. Ve en busca de la tuya, Logan Hepburn. Ahora, solo me resta decirte adiós. -Rosamund se dio vuelta con la intención de salir del cuarto.