– Señorita Jean -saludó Logan, inclinándose hacia la pequeña mano de la niña con el propósito de besarla. Su manecita tembló dentro de la suya y Logan sintió de inmediato la necesidad de protegerla.

– Milord -le respondió, sonrojándose nuevamente pero mirándolo a los ojos.

Él le sonrió y pensó en lo encantadora que era su timidez. Pobrecita, no tenía derecho a ninguna injerencia en su porvenir. Entonces, de pronto, entendió todo lo que Rosamund había tenido que soportar.

– Disponemos de poco tiempo y lo tenemos que aprovechar para conocernos lo mejor posible, señorita Jean.

– Tenemos toda la vida por delante, señor -respondió, sorprendiendo a Logan-. Por otra parte, muchas mujeres no conocen a sus futuros esposos hasta que están frente al altar.

– Lo que suele ser muy perturbador -agregó Logan.

Ella lanzó una risita y respondió con rapidez:

– Para ambas partes, milord.

En ese instante, se dio cuenta de que su futura mujer iba a gustarle. Ahora sólo esperaba que a ella le gustase él.

– Los dejaré solos para que se conozcan más.

Se produjo un largo e incómodo silencio. Luego, el señor de Claven's Carn tomó la mano de Jeannie y le propuso alejarse de la fiesta para conversar.

– Me encantaría -respondió Jean, caminando a su lado. Ella era muy pequeña y el hecho de estar junto a él acentuaba la considerable estatura de Logan.

– Permítame decirle, señorita Jean, que valoro la honestidad por sobre todas las cosas. Por lo tanto, me veo en la obligación de preguntarle si le satisface la idea de casarse conmigo.

– Sí, milord -respondió la pequeña dama. Su voz era suave, pero firme.

– ¿Su corazón no tiene dueño? Porque de ser así, no la forzaré a comprometerse conmigo.

– Mi corazón será suyo, milord, y de nadie más. -Él se alegró.

– Tengo dos hermanos. Claven's Carn está en la frontera. No somos ricos, pero tenemos un buen pasar. La casa es acogedora y su deber será gobernarla.

– ¿Ya ha estado casado, milord?

– No, señorita Jean.

– ¿Por qué no?

– Es una larga historia.

– Me gustan las historias -respondió la muchacha en voz baja. Él se echó a reír.

– Veo que seré incapaz de ocultarle mis secretos, señorita Jean. Pues bien, durante muchos años soñé con desposar a una dama inglesa. Su tutor no me consideraba un buen partido y tras haberla casado dos veces con otros candidatos -ella era una niña cuando se celebraron sus dos primeras nupcias-, pensé que había llegado mi hora. Pero el rey de Inglaterra la desposó con uno de sus caballeros. Fue un buen matrimonio. Tuvieron hijos y, luego, el marido murió en un accidente. Pasado un tiempo, pedí su mano, pero no me aceptó. Dado que ya pasé los treinta años, mi familia recurrió a lord Bothwell para que me buscara una esposa. Y así lo hizo.

– La dama inglesa debe de ser muy tonta, milord -comentó Jeannie. Luego hizo una pausa, lo miró y continuó hablando-: Ser su esposa no me convertirá en una mujer desdichada, sino todo lo contrario.

Logan le devolvió la sonrisa. Aunque él siempre lamentaría la pérdida de Rosamund, estaba dispuesto a ser un buen marido para esta dulce niña.

– Entonces, yo también estoy satisfecho, señorita Jean. Me siento un hombre muy afortunado por haber tenido la buena suerte de conocerla. -Se inclinó hacia ella y la besó en los labios con delicadeza. -Es solo para sellar nuestro pacto, jovencita.

Ella volvió a sonrojarse.

– Nunca me habían besado antes -dijo con inocencia.

– De ahora en más, estos son los únicos labios que han de besar los tuyos, Jean Logan. Ahora volveremos a la fiesta y le contaremos a lord Bothwell que la negociación ha llegado a un buen fin.

Tomó de nuevo su mano y atravesaron la multitud de huéspedes que invadía el vestíbulo. Logan buscó a Bothwell entre los invitados.

– Primo, la señorita Jean y yo nos hemos puesto de acuerdo. Puedes anunciar la boda.

– ¡Enhorabuena! Vamos a comunicárselo ya mismo al rey -exclamó el conde de Bothwell y los acompañó adonde se encontraba Jacobo Estuardo.

– Y bien, milord, ¿qué ha venido a decirme? Hoy se lo nota más encorvado que de costumbre -comentó el rey.

– Su Alteza, creo que no conoce a mi primo, Logan Hepburn, el señor de Claven's Carn. Esta dama es su prometida, la señorita Jean Logan, emparentada con él por la rama materna. Desean el permiso de Su Majestad para casarse aquí, en Stirling, la Noche de Epifanía.

Las oscuras cejas del rey Jacobo Estuardo se enarcaron. ¿No era este el hombre que deseaba desposar a la encantadora dama de Friarsgate? Estuvo a punto de formular la pregunta, pero se contuvo pensando que tal vez la dulce jovencita que lo acompañaba no estaba al tanto del deseo que su futuro esposo sentía por Rosamund Bolton. Fuera como fuese, la dama inglesa se había enamorado del conde de Glenkirk y, al parecer, el caballero de la frontera había decidido casarse con otra.

– Tienen nuestro permiso. La boda se celebrará en la capilla y la reina y yo seremos testigos de esta unión. -Luego, les dedicó una sonrisa y se deleitó contemplando los enormes ojos azules de Jean Logan, brillantes de entusiasmo. -Ven aquí, jovencita, y ahora besa a tu rey.

– ¡Gracias, Su Majestad! -exclamó aún más sonrojada y, tomando la mano extendida del rey, la besó con fervor. Luego, la soltó suavemente y le hizo una profunda reverencia-. Muchísimas gracias, milord, por el honor que acaba de concedernos.

– ¿Y usted, Logan Hepburn? ¿Está satisfecho con este asunto? -lo sondeó el rey. Su mirada era penetrante y muy directa.

– He seguido el consejo de mi primo y del resto de mi pequeño clan. Ellos consideran que ya es tiempo de que contraiga matrimonio, milord. La señorita Jean será una magnífica esposa -respondió el señor de Claven's Carn con mucho tacto.

– ¡Que Dios y la Virgen los bendigan y les den muchos hijos! -exclamó.

Evidentemente, el impulsivo Logan había notado la pasión que existía entre Rosamund y lord Leslie, y había terminado por ceder a las súplicas de su familia. La joven era hermosa y bien educada. Sin duda, Logan se llevaría mejor con ella que con la encantadora inglesa, aunque él todavía no se diera cuenta.

El soberano les dio permiso para retirarse. El trío le hizo una última y profunda reverencia y volvió a sumergirse en la multitud.

Jacobo Estuardo se inclinó y le murmuró a la reina que el señor de Claven's Carn se casaría con una joven prima, en la capilla real.

– ¿Con quién? -preguntó Margarita Tudor.

– Con una jovencita llamada Jean Logan -replicó en voz baja.

– La conozco. Fue una de mis damas de honor durante dos semanas. Bothwell me la presentó. Es una niña muy dulce.

– Supongo que deberás contarle a tu amiga inglesa…

– Sí, se lo diré. Pero está tan entusiasmada con lord Leslie, tan sumergida en esa loca pasión, que no creo que le importe. Cómo ha cambiado desde la época en que reinaba mi padre. ¡Era tan joven y tan ingenua! Ahora es una dama orgullosa, decidida a vivir a su manera.

– Tú tampoco eres la niña que fuiste, mi reina -dijo el rey, divertido por la aguda observación de su mujer respecto de su amiga-. Muchos años han pasado desde entonces, Margarita. Muchas cosas han sucedido en nuestras vidas a partir de entonces.

La reina asintió.

– Sí. Rosamund tuvo tres hijas y perdió otro marido. En cambio, yo perdí cuatro hijos. Pero no perderé al que llevo ahora en mi vientre, Jacobo. Me siento distinta esta vez. Este niño es fuerte. Lo siento saltar en mi útero. -Lo miró con su bello rostro que irradiaba seguridad y esperanza.

– Sí. Este niño vivirá, Margarita. Yo también lo sé.

El rostro de la reina resplandeció al escuchar las palabras de su esposo. Tomó sus manos y se las besó ardientemente. -Gracias, mi adorado Jacobo. ¡Gracias!

– Ahora, jovencita, si continúas comportándote así, tendrás a toda la corte diciendo que la reina está enamorada de su esposo -bromeó el rey gentilmente, mientras trataba de librarse de sus besos y caricias.

– Pero es que te amo profundamente -protestó la reina-. De veras, Jacobo.

– Lo sé, Margarita. Yo también te adoro -respondió, acariciándole la mejilla, al tiempo que se daba vuelta para hablar con un cortesano que trataba de acaparar su atención.

La velada se acercaba a su fin. La reina le hizo una seña a un paje, quien se acercó de inmediato.

– Ve en busca de la dama de Friarsgate y dile que deseo hablar con ella en mis aposentos privados.

– Sí, Su Alteza -respondió el niño, y salió a toda prisa.

Tan pronto como la reina se puso de pie, sus damas de honor la rodearon.

– No, ustedes sigan divirtiéndose. Yo estaré en mi alcoba, aunque no pienso meterme en la cama todavía. Quédense aquí, por favor.

Atravesó el corredor que la conducía a sus aposentos. Al entrar, le dijo a su doncella:

– En cuanto llegue la dama de Friarsgate, hazla pasar. La estoy esperando.

– Sí, Su Alteza -replicó la doncella haciendo una reverencia.

Margarita Tudor se sentó junto al fuego, se sacó los zapatos y flexionó los dedos de los pies con enorme placer. Se abrió la puerta y Rosamund entró.

– Trae un poco de vino -dijo la reina-y luego ven a sentarte a mi lado. Tengo que darte una noticia de lo más interesante.

Rosamund obedeció y, después de sentarse frente a su vieja amiga, se desembarazó de los zapatos.

– ¡Ah! Qué alivio -suspiró, y bebió un sorbo de vino. ¿Sientes algo por Logan Hepburn?

No. ¿Qué demonios quieres decir, Margarita? Lo encuentro tan arrogante e irritante como siempre. Logan está aquí, en Stirling. Lord Bothwell, su primo, me rogó que fuera a verlo. Le repetí que no me casaría con él. Que estaba enamorada de Patrick Leslie.

– ¡Se casará la próxima Noche de Epifanía!

– ¿Quién se va a casar? -preguntó Rosamund, perpleja.

– ¡Logan Hepburn! Se va a desposar con esa dulce niña, Jean Logan, que formó parte de mi séquito estos últimos quince días.

– ¿Te refieres a esa jovencita tímida, pequeña y de grandes ojos azules que casi no habla? ¡Por el amor de Dios! Bothwell no perdió el tiempo. Estoy segura de que ya lo tenía planeado de antemano.

– ¿Entonces no te importa? -Margarita Tudor parecía desilusionada.

– No, querida amiga. No me importa. Ya era hora de que Logan Hepburn abandonara esa fantasía infantil respecto de mí y se casara de una buena vez. Él necesita un heredero y debe cumplir con la obligación impuesta por su familia. Me alegra que finalmente haya entrado en razón.

– ¿Estás realmente enamorada de Patrick Leslie?

– Me muero de amor por él.

– Yo me siento responsable de lo ocurrido. De no haberte invitado a Stirling, jamás hubieses conocido a Patrick Leslie. ¡Y Logan Hepburn te habría llevado al altar por la fuerza, Rosamund! Te he salvado una vez más, como te salvé de mi hermano hace muchos años.

Rosamund sonrió.

– Es verdad, Margarita. Si no fuera por tu invitación, no hubiera conocido a Patrick Leslie. Pero créeme que Logan Hepburn jamás me hubiera llevado al altar. Si alguna vez decido volver a casarme, será por amor, y la elección será mía y solo mía.

– ¿Recuerdas los consejos de la abuela?

– Sí, la Venerable Margarita fue una gran mujer y yo la admiraba profundamente.

– Me pregunto qué pensaría ella de nosotras si nos viera en este preciso momento. Creo que aprobaría tu elección, aunque el conde de Glenkirk sea mayor que Logan Hepburn. Siempre pensó que una mujer debería buscar su propia felicidad, su propio bienestar. Entonces, ¿te casarás con lord Leslie?

– No. Antes de que me preguntes por qué, Margarita, o trates de interferir, déjame explicarte. Patrick y yo nos debemos a Glenkirk y a Friarsgate, respectivamente. Ninguno de los dos dejará de cumplir con sus responsabilidades. Los dos lo entendemos así y somos felices. Sé que no lo comprenderás, pero no debes entrometerte, querida amiga. Prométeme que no te involucrarás en este asunto.

La reina suspiró.

– Yo solo quiero verte feliz.

– Ya somos felices.

– Pero algún día tendrán que separarse.

– Lo sé. Y eso hace que cada momento que pasamos juntos sea tan maravilloso, Meg. Nadie es feliz todo el tiempo. Prefiero compartir estos días con el conde de Glenkirk a vivir para siempre con cualquier otro hombre. Prefiero conocer esta felicidad perfecta, aunque breve, a no haberla conocido nunca. No le temo al sufrimiento. Hemos forjado recuerdos inolvidables, Meg; recuerdos que nos acompañarán toda la vida, cuando ya no estemos juntos.

– Eres más valiente que yo, Rosamund. Nunca te imaginé tan osada. Yo necesito la seguridad del matrimonio. Necesito saber que mi marido estará siempre allí, aunque de vez en cuando tenga alguna aventura. Tú, en cambio, estás realmente sola y no te da miedo.