– Hasta ahora, siempre estuve sola.

– Pero tú me escribiste que Owein te amaba -protestó la reina.

– Sí, él me amaba, Meg, y en ese aspecto fui muy afortunada, pues era un buen marido. Pero fue educado para servir a sus superiores y se sentía algo intimidado por el hecho de que yo fuera la señora de Friarsgate. Siempre posponía sus deseos y me consentía, ¡que Dios lo tenga en la gloria! Ni una sola vez trató de menoscabar mi autoridad, imponiendo la suya. Además, adoraba Friarsgate.

– ¿Tú también lo amabas, verdad? Parecía el candidato perfecto Para ti.

– Sí, aprendí a amarlo y por eso sé que cuanto siento por Patrick Leslie es infinitamente más profundo. Mi amor por lord Glenkirk no es algo que ocurra todos los días, querida Meg. Por esa razón no lo dejaré ir hasta que el destino disponga lo contrario. -Rosamund sonrió. -¡Pero qué conversación tan seria! Y todo porque querías contarme que Logan Hepburn se casará dentro de unos días. Le deseo buena suerte.

– Deséale buena suerte a la novia -bromeó la reina-. Si le das tu bendición, ella se lo contará a Logan y, de ese modo, podrás demostrarle que, a diferencia de él, que no dudó en importunarte el día de tu boda con Owein, eres capaz de comportarte como una persona de bien. Una pequeña venganza, digamos. Además, estoy segura de que todavía te ama, Rosamund. Logan se casa por complacer a su familia.

– Cuando nos encontrábamos, de lo único que hablaba era de su futuro heredero. Me hacía sentir como una yegua o una vaca. Incluso cuando hablé con él por última vez en la residencia de lord Bothwell, dijo que yo debería haber comprendido que él me amaba profundamente aunque nunca me lo hubiera dicho -respondió Rosamund y sacudió la cabeza.

– Una conducta típicamente masculina -exclamó la reina, soltando una carcajada.

– Sí. Una conducta típicamente masculina. -Luego sorbió un poco de vino con aire pensativo. -Espero que sea tan feliz como yo. No puedo sino desearle la misma suerte.

– Siempre has tenido un buen corazón Me alegra que hayas venido a visitarme. ¿Sigues extrañando Friarsgate?

– No tanto como cuando era jovencita. En realidad, echo de menos a mis hijas. Después de la muerte de Owein, la reina Catalina insistió en que fuera al palacio y no pude negarme. Pero fue muy duro. Philippa, mi hija mayor, comprendió la razón de mi viaje, pero fue la que más me extrañó. Según Maybel, se parece a mí. Sin embargo, las dos pequeñas no lo comprendieron. Cuando regresé, yo era prácticamente una extraña para ellas.

– Y luego, llegó mi invitación.

– No debí aceptarla, Meg, pero somos tan buenas amigas que no pude rehusarme. Además, no es un viaje tan largo como ir a Inglaterra -respondió Rosamund con una sonrisa.

– Por otra parte, mi invitación era una buena excusa para huir del señor de Claven's Carn -argumentó la reina riendo con malicia.

– Sí, es cierto -admitió Rosamund-. El sacerdote de Friarsgate es pariente suyo, pero se habría abstenido de presionarme si yo me oponía a la boda. De todas formas, hubiese sido una situación difícil. Aquí en Stirling, Logan está bajo la influencia del conde de Bothwell. A Patrick Hepburn no le agradaba la idea de que su primo se casara con una inglesa. Cuando le dije que no pensaba contraer matrimonio con el señor de Claven's Carn, le pregunté si tenía en vista alguna joven para Logan. El muy demonio me contestó que una o dos, aunque lo único que tenía en la cabeza era a la pequeña y tímida señorita Jean.

– Hepburn es un hombre muy inteligente. Apoyó a mi marido incluso antes de la ruptura con el difunto rey. Jacobo nunca olvida a quienes le son leales. Él era simplemente un Hepburn de Hailes hasta que Jacobo lo convirtió en el primer conde de Bothwell. Ha escalado posiciones en este reino, lo que ha redundado en beneficio de su familia. Es un gran amigo de mi marido, Rosamund. Si Patrick le hubiera pedido a Jacobo que aceptaras a Logan Hepburn, tendrías que haberte casado y acostado con él, lo quisieras o no.

– Pero yo soy inglesa -exclamó Rosamund consternada.

– Eso no importa. Si el conde de Bothwell se lo hubiese pedido, sus deseos se habrían visto satisfechos. De no haberte enamorado tan apasionada y tan públicamente, no te hubieses escapado de Logan Hepburn aquí en Stirling. Te lo juro. Habrías terminado a los empujones en sus brazos. Sin embargo, el destino, el hado o como quieras llamarlo intervino para salvarte. Nunca creí particularmente en el destino, pero en vista de lo que te ocurrió, voy a reconsiderar mi posición.

Rosamund había empalidecido. No obstante, se las ingenió para esbozar una débil sonrisa.

– Tal vez yo también comience a creer en el destino de ahora en adelante, Meg.

En ese momento, alguien golpeó discretamente a la puerta.

– Entra -dijo la reina. Cuando la puerta se abrió, apareció su camarera-. Sí, Jane, ¿qué sucede?

– La señorita Logan quisiera hablar con usted, señora. Dice que no le robará mucho tiempo.

Los ojos azules de Margarita Tudor centellearon de malicia, mientras observaba a Rosamund.

– Dile a la señorita Logan que puede pasar, Jane.

La camarera se hizo a un lado y Jean Logan entró en la habitación. Le hizo una profunda reverencia a la reina, pero no pudo ocultar su sorpresa al ver quién acompañaba a Su Majestad.

– Señora, he venido a decirle que el rey me ha dado su permiso para contraer matrimonio con Logan Hepburn, el señor de Claven's Carn. Espero contar también con el permiso y la bendición de Su Alteza -expuso Jeannie Logan, de pie frente a Margarita Tudor, con la cabeza gacha y las manos entrelazadas.

– ¡Qué decisión tan intempestiva, querida! -Exclamó la reina-. Espero que no te hayas visto forzada a tomar una decisión imprudente.

– ¡Oh, no, señora! Estoy más que contenta de casarme con el señor Hepburn. Estaba a punto de entrar en el convento donde me educaron cuando el tío Patrick, señora… quiero decir, el conde de Bothwell, le pidió mi mano a mi padre en nombre de su primo, pues buscaba una buena esposa para su pariente. Aunque venero a Dios y a su Santa Madre, debo admitir que no tengo una auténtica vocación religiosa. Pero como mi dote no es grande y nadie me había solicitado en matrimonio, mi padre pensó que el convento era el mejor lugar para mí. Cuando mi padre le dijo que mi dote era escasa, tío Patrick no vaciló en aumentarla con una buena suma de dinero. En un primer momento, mi padre protestó, pero tío Patrick alegó que yo era su ahijada y que apenas me había visto en los últimos años, de modo que era lo menos que podía hacer por mí. Luego, le contó a mi padre que Logan, además de ser su primo, era un hombre muy bueno que se había sacrificado siempre por los suyos y había antepuesto el bienestar de la familia a sus deseos personales, pero que ahora estaba decidido a casarse. Y, dadas las circunstancias, mi padre no pudo negarse. Además, tío Patrick le comunicó a mi padre que la madre de su estimado pariente pertenecía al clan Logan, pero que la relación no es cercana ni tenemos lazos de consanguinidad que nos impidan casarnos, por lo tanto, la Iglesia nos ha concedido la dispensa.

– Ya tienes mi permiso, niña.

– ¡Qué alivio! Tío Patrick me dijo que su primo estaba ansioso por casarse lo antes posible.

– Qué afortunada eres de tener a tu tío Patrick. El conde de Bothwell es famoso por su bondad. Pero disculpa mi descortesía, querida. Debo presentarte a mi amiga, lady Rosamund Bolton, de Friarsgate.

– Ya sé quién es -sonrió Jeannie con inocencia.

– ¿Sí? -Intervino Rosamund-. ¿Y quién soy, señorita Logan?

– Usted es la amiga de lord Leslie, milady.

– Así es.

– Y, además, serán vecinas -dijo la reina con picardía-. Friarsgate está justo en la frontera de Inglaterra, muy cerca de Claven's Carn. Rosamund, ¿conoces a Logan Hepburn?

– No mucho -respondió Rosamund, apretando los dientes-. Creo que él y sus hermanos asistieron a la fiesta de bodas cuando me casé con mi difunto esposo. -Si Meg no hubiese sido la reina, pensó Rosamund, le habría dado una bofetada-. Pero ya es tarde, señora, y en su estado le conviene descansar -añadió, poniéndose de pie-. La dejo, pues, y me llevo a la señorita Logan. Por favor, concédale su permiso y su bendición, pues para eso ha venido. ¿No es así, señorita Logan?

– Sí, milady.

– Tienes mi permiso y mi bendición, dulce niña. Mi esposo y yo seremos testigos de la boda. Rosamund, ¿tú también vendrás con lord Leslie? -Los ojos de la reina brillaban como los de un niño feliz de haber cometido una travesura.

– Si usted me lo pide, señora. Pero su capilla es pequeña y la señorita Logan preferirá tener allí a toda su familia.

– No, milady. Mi familia está en el norte y no podrá venir. Me encantaría tener a nuestra vecina con nosotros en un día tan dichoso. ¡Por favor, no deje usted de asistir!

– Haz la reverencia a la reina, señorita Logan. Hablaré con lord Leslie del asunto -dijo Rosamund, y prácticamente empujó a la jovencita fuera del cuarto privado de la reina, murmurando en voz baja a Margarita-: Me las vas a pagar, criatura perversa.

Dios te bendiga, mi niña -dijo la reina y, con una sonrisa de oreja a oreja, cerró la puerta de la antecámara apenas transpusieron el umbral.

CAPÍTULO 04

El 5 de enero amaneció tormentoso. Fuera del castillo de Stirling la nieve se arremolinaba formando espirales que el viento ensordecedor arrastraba a lo largo de las callejuelas y por encima de las torres del palacio. En los aposentos del conde de Bothwell, el señor de Claven's Carn se vestía para la boda que se celebraría en la capilla real.

– Puedes usar mis aposentos para tener privacidad esta noche -dijo Patrick Hepburn-. Yo dormiré en otro sitio. No podrán marcharse de Stirling hasta que la tormenta haya amainado y se dirija hacia el sur.

– Gracias -respondió Logan, abatido. Su primo se echó a reír.

– Todos los hombres se sienten igual el día de la boda. Mil preguntas inundan su cabeza. ¿Hice lo correcto? ¿La amaré? ¿Mi esposa me dará hijos varones o solamente mujeres? ¿Aceptaré que tenga amantes? ¿Tendré que azotarla de vez en cuando? Sin embargo, y pese a todas esas dudas, nos casamos, Logan. Y te aseguro que tu joven Jeannie será una esposa excelente. Ya está medio enamorada de ti y deseosa de complacerte. Sigue así, jovencito, y tendrás una vida feliz.

– Rosamund asistirá a la boda. ¿Por qué diablos viene a la ceremonia, Patrick? Yo no la invité. ¿Es posible que se haya arrepentido de su apresurada decisión?

– Sácate esas ideas de la cabeza, muchacho. Rosamund vendrá a la boda porque la reina se lo ordenó. Y vendrá con lord Leslie. No está arrepentida en lo más mínimo. ¿Por qué desearía reemplazar a su amado conde por un humilde fronterizo? Jeannie no es ninguna tonta, pero si permites que hoy te gobierne tu dolorido corazón, correrás el riesgo de arruinarlo todo. Olvida a Rosamund y concéntrate en la encantadora jovencita que, en breve, será tu esposa. -Ajustó con esmero el cuello de piel de la casaca de terciopelo de Logan. Era una prenda a rayas forrada con la misma piel y de mangas acampanadas. Debajo de la casaca llevaba calzones de seda con rayas negras, doradas y bermellón, y medias también de seda. Una camisa de lino con volados se dejaba ver bajo del cuello de piel.

– Luces bastante apuesto, primo, si te interesa mi opinión.

– Me siento como el pato de la boda -refunfuñó Logan-. Supongo que ya tenías listo mi atuendo nupcial, Patrick.

– No te equivocas -admitió con una amplia sonrisa.

– También me animo a apostar que tenías planeado todo este asunto.

– Es cierto.

– ¿Qué hubiera pasado si Rosamund aceptaba casarse conmigo? ¿Qué hubieras hecho, en ese caso?

– Vamos, querido. Ya es hora de partir para la capilla -respondió el conde ignorando la pregunta. Lo tomó del brazo y salieron juntos de sus aposentos.

La reina y sus damas de honor tuvieron la gentileza de acudir al cuarto de la novia. Margarita Tudor le había regalado uno de sus vestidos, que fue preciso achicar de inmediato para que se ajustara a la extrema delgadez de la joven. Era un vestido de terciopelo color durazno por debajo del cual asomaba una enagua bordada con grandes flores doradas. El escote era bajo, cuadrado y le resaltaba los pechos. Las largas y ajustadas mangas tenían puños de piel. Una faja bordada envolvía la cintura de la novia.

– ¡Dios mío! -Murmuró Rosamund al oído de la reina-. Te juro que había suficiente tela para dos vestidos. No recordaba que fueras tan rolliza, Meg.

– A Jacobo le gustan las mujeres entradas en carnes -susurró la reina a manera de respuesta-. Por otra parte, esta niña es muy delgada. De todas maneras, flaca o rellena, su marido le pondrá un niño en el vientre. ¿Piensas que Logan es un buen amante?