Sus lenguas se encontraron, se acariciaron y se entrelazaron. Se lamieron como gatos. Luego, la alzó y la llevó a su cama, la apoyó delicadamente sobre el lecho y se unió a ella. Sus manos enormes acariciaron el torso de Rosamund y ella suspiró. La puso boca abajo y comenzó a masajearle la espalda y los hombros. Sus dedos se detuvieron en su redondeado trasero y en sus muslos. También le masajeó los pies, para aliviar cualquier dolor que pudiese tener en esa zona.
– Es mejor, por supuesto, con una loción o con aceite -le explicó-. En San Lorenzo elaboran los más lujuriosos ungüentos para el cuerpo, Rosamund, y mi plan es que los conozcas todos. Son intensos y sensuales y te producirán placeres inesperados, mi amor.
Luego le murmuró algo al oído, y cuando ella se puso en la posición requerida, con sus nalgas hacia arriba, él la penetró lentamente y empezó a moverse con vigor hasta que Rosamund gimió de placer.
– Así es, pequeña -le susurró-. Disfruta de las delicias que te ofrezco. Hace mucho tiempo que no deseaba a una mujer como te deseo a ti. Ni siquiera poseerte me alcanza.
El conde empujó con más fuerza y más profundamente hasta que la hizo aullar de deseo.
– ¡Oh, Patrick! ¡Por favor, no te detengas! ¡No podría soportarlo! -gimió.
– Hay más, mi amor -le prometió, y luego continuó hasta que no pudo contener más su propia pasión. Los jugos de su amor la inundaron y ella lloró.
– No tolero la idea de separarnos -sollozó Rosamund.
– No pienses en eso, mi amor. Tenemos mucho tiempo por delante, te lo prometo. -Le besó la cara, las mejillas, los labios, mientras ella suspiraba de felicidad. La ventana golpeaba con fuerza debido a la feroz tormenta, pero ellos no se dieron cuenta.
Al día siguiente dejó de nevar y al atardecer el cielo se despejó por completo. Partirían al alba y, para sorpresa de Rosamund, el señor de Claven's Carn y su esposa viajarían con ellos.
– Entonces él se percatará de que yo no volveré a Friarsgate -comentó Rosamund angustiada.
– Ya se lo hice notar al rey, pero respondió que no pudo evitarlo. Que la reina hizo los arreglos del caso y que pensó que era más seguro que viajáramos todos juntos. El rey no osó decir nada más por temor a revelar sus planes. Le dio miedo que Inglaterra se enterara de las intenciones de Escocia. Lo único que puedo hacer es apelar al patriotismo de Logan Hepburn cuando nuestros caminos se bifurquen. Estoy seguro de que le pedirá a Jeannie que no abra la boca.
– Yo seré cariñoso y la divertiré durante el viaje -agregó Tom-. Ella se sentirá nerviosa por la llegada a su nuevo hogar y la ayudaré a disipar sus temores. Mantendré la amistad de Friarsgate con Logan Hepburn pese a tu mala conducta, prima.
Lord Leslie se rió.
– Eres un aliado valioso, Tom, y te lo agradezco.
– No pienses que me conformo con eso, mi querido lord. Todavía estoy bastante ofendido porque debo volver a Friarsgate bajo la nieve, mientras tú te paseas con mi bella prima y mejor amiga en las balsámicas costas de San Lorenzo. Quedo a la espera de una gran recompensa.
– Te retribuiré con lo que tu corazón más desee -respondió Patrick-. Por supuesto, dentro de lo razonable.
– Lo que es razonable para un hombre puede no serlo para otro -terció Tom con malicia-. Para recompensarme por mis favores, debes traerme vinos dulces del Mediterráneo y un poco de whisky de tu propia cosecha.
– Te traeré también aceitunas conservadas en vasijas de piedra con limón y aceite durante un año. Las aceitunas de San Lorenzo se consideran un raro manjar. Me gustaría que probaras las uvas de San Lorenzo. Son las más dulces que he comido en mi vida.
– No digas una palabra más, querido amigo, o me arrepentiré de haber aceptado quedarme en Friarsgate.
– ¡Oh, Tom, no digas eso ni en broma! Mis niñas no estarían seguras sin ti.
– Querida prima, te he dado mi palabra y la cumpliré. Iré a Friarsgate a cuidar a esos tres angelitos que has traído al mundo. No obstante, lamento no poder estar contigo.
– Les puedes enseñar los modales de la corte -bromeó Rosamund.
– Ellas pueden gozar de mi tutela. Especialmente Philippa, quien, cuando está jugando fuera con otros niños y siente el llamado de la naturaleza, no duda en sentarse en cuclillas. Una respetable jovencita debería saber usar una bacinilla.
– Me parece perfecto que le enseñes a orinar como se debe -rió Rosamund.
– Te estás divirtiendo mucho con mi desgracia -refunfuñó-. Bueno, al menos no me quedará el trasero rojo de cabalgar todo el día. Mientras tú galopes en pleno invierno, yo estaré cómodamente instalado en Friarsgate, cuidado y mimado por la buena de Maybel y saboreando su deliciosa comida. A propósito, ¿quieres que le diga algo de tu parte?
– Ya le he escrito una carta, Tom. Ella te hará cientos de preguntas y puedes contestárselas con toda sinceridad. De todos modos, echará la culpa de mi mala conducta a la pobre Meg.
– Sí, Maybel no podrá creer que te comportes de manera tan imprudente, mi querida.
– Ahora debo partir para despedirme de la reina -dijo la joven y dejó a los hombres sentados frente al fuego en el gran salón.
Cuando llegó Rosamund, la reina se sentía bastante bien.
– Nunca me sentí mejor durante un embarazo -comentó Margarita.
– Entonces, se cumplirá la predicción del rey.
– Sus predicciones son siempre acertadas, y eso a veces me asusta. De modo que me abandonas, amiga cruel.
– Esta visita ha sido maravillosa. Prometo que volveré a verte en cuanto pueda.
– No permitirás que la guerra nos separe.
– ¿Qué guerra? -preguntó Rosamund perpleja.
– La que mi marido emprenderá forzado por mi hermano Enrique. Supuestamente nuestro matrimonio consolidaría la paz entre ambos países, pero no es el caso. Y todo por culpa de Enrique, que no deja de presionar a Jacobo. Aunque mi marido sea mucho más inteligente que mi hermano, finalmente Enrique terminará haciéndole la guerra a Escocia y tú y yo estaremos separadas una vez más, Rosamund.
– Si realmente estalla la guerra, no permitiré que dañe una amistad de tantos años, Meg. Sin importar lo que hagan los hombres de este mundo, las mujeres debemos permanecer unidas. Trataré de estar aquí para el bautismo de tu hijo, aunque, tal vez, pueda volver antes.
– ¿Qué será de lord Leslie? -preguntó la reina, sin poder contener la curiosidad.
– Patrick se va conmigo. Según él, no lo necesitan en Glenkirk pues su hijo ya es capaz de administrar por sí solo las tierras. Por otra parte, es más fácil para él venir de visita a Friarsgate que volver a las tierras altas con este mal tiempo.
– Entonces no estarán separados. ¡Qué suerte, me alegro por ustedes! Pese a todas mis bromas, sé que lo amas y que él te ama. Es tan extraño, pero así es. ¡Que Dios los bendiga!
– Gracias, Meg -dijo Rosamund y abrazó con ternura a la reina.
El día amaneció claro y muy frío. Les llevaría dos jornadas llegar a Leith, el puerto más importante de Escocia, situado en el fiordo de Forth. Podían hacer el viaje a Edimburgo en un solo día, pensó Logan, pero tal vez lord Leslie consideraba que la señora Hepburn no iba a soportar semejante trajín.
– Ella es joven y de contextura delicada -opinó el conde-. Me temo que le resultará muy duro.
Pasaron la noche en una pequeña posada cerca de Linlithgow. Las dos mujeres y Annie durmieron en una habitación junto con otra viajera. Y los hombres compartieron el dormitorio con otros varones. Para Rosamund, la situación resultó muy divertida hasta que la novia la tomó de confidente.
– Señora -comenzó a decir Jeannie-, usted es una señora con experiencia y espero no faltarle el respeto, pero necesito que me aconseje de mujer a mujer.
– ¡Dios mío! -pensó Rosamund. Luego respiró hondo y preguntó-: ¿Estás segura de no violar ninguna confidencia? Algunos asuntos íntimos deben quedar dentro del matrimonio.
– No, no creo que vaya a contarle nada indebido. Simplemente quería saber si todos los hombres son tan entusiastas en las lides amorosas. Y con cuánta frecuencia se considera apropiado que el marido le haga el amor a su mujer. -Mientras hablaba, sus pálidas mejillas enrojecían.
– Debes sentirte afortunada por el entusiasmo de tu marido. Quiere decir que disfruta de tu compañía. Puede requerir tus favores siempre que lo desee, a menos que tengas la menstruación o un embarazo avanzado. Los hombres y las mujeres disfrutan de los placeres conyugales de manera distinta. Así lo dispuso Dios.
– Sí, tiene razón. Gracias por su consejo. Mi madre murió cuando yo tenía diez años y entonces me enviaron a un convento. Las monjas desconocen esos asuntos y si los conocen prefieren no hablar del tema.
– ¿Te dio pena dejar el convento?
– No. Pero no tengo hermanas ni amigas, ni mujeres con quienes hablar de estas cosas, y hasta mi noche de bodas era una perfecta ignorante. Por suerte, mi marido fue muy amable y paciente conmigo.
– ¡Qué bien! Los hombres a veces no comprenden la inocencia y pueden ser brutales, pero no lo hacen a propósito. Es su naturaleza.
– ¡Oh, gracias, señora! -dijo Jeannie conmovida-. No sabía qué pensar. ¿Puedo hacerle otra pregunta?
"Dios mío, sálvame de este angelito" -pensó Rosamund.
– Por supuesto -asintió sonriendo.
– ¿Es indecente que goce cuando mi marido y yo hacemos el amor? -preguntó la ingenua recién casada.
– ¿Lo disfrutas?
– Sí, mucho -admitió Jeannie ruborizándose una vez más.
– Es absolutamente decente. De verdad, no tiene nada de malo. -Ahora deberíamos tratar de dormir un poco. Supongo que nos espera un largo viaje.
– ¿Queda lejos Claven's Carn?
– Si el tiempo lo permite, tardarán varios días después de llegar a Edimburgo. Tu casa está en la frontera, más cerca de Inglaterra que de cualquier otro lugar de Escocia.
– Me dijeron que los ingleses son muy violentos, señora. ¿Es cierto? -Los ojos azules de Jeannie brillaban de curiosidad.
– Yo soy inglesa, señora Hepburn. ¿Me encuentras violenta? -preguntó Rosamund burlándose con ternura de la niña.
Jeannie sonrió.
– No, señora.
– Entonces, ve a dormir, jovencita, y no te preocupes tanto. Te has casado con un buen hombre y serás muy feliz en Claven's Carn.
A la mañana siguiente partieron antes del alba y viajaron varias horas hasta llegar a una encrucijada donde había dos carteles. Uno decía "Edimburgo" y el otro "Leith". El conde de Glenkirk se detuvo en el cruce y Tom se le acercó.
– Aquí debemos separarnos, Tom -dijo Patrick en voz baja y llamó con un gesto a Logan-. Hazles compañía a las damas y despídete de tu prima, mientras yo converso con el lord.
– ¡Ve con Dios, Patrick! Espero verte pronto.
Se dieron la mano y lord Cambridge fue al encuentro de Rosamund y Jeannie Hepburn.
– ¿Qué sucede, milord? -preguntó Logan, que no estaba para nada contento de haber compartido el viaje con ese hombre y Rosamund.
– Lo que le voy a decir, Logan Hepburn, no debe salir de aquí. Le digo esto en nombre del rey de Escocia. ¿Me entiende?
El señor de Claven's Carn asintió. Ahora estaba intrigado.
– Comprendo, milord. Tiene mi palabra de que no saldrá de mi boca nada de lo que usted me cuente.
– A la reina le gustan las bromas. Como ignora la verdadera razón Por la cual nos fuimos del palacio, le pareció gracioso obligarnos a emprender el viaje a los cuatro juntos. La reina cree que la hija de Rosamund está enferma y que ella se dirige a Friarsgate a cuidarla, acompañada por mí. También sabe perfectamente qué tipo de relación quería usted entablar con ella y juzgó divertido que usted y su novia viajaran con nosotros. Pero ni la hija de Rosamund está enferma ni vamos a Friarsgate. El rey me ha encomendado una misión diplomática. Durante dieciocho años no he pisado el palacio ni salido de mis tierras en las Tierras Altas. Soy un hombre sin importancia y, por consiguiente, nadie sospechará que el rey me ha llamado a mí para llevar a cabo una empresa de tanta responsabilidad. Nadie más que el soberano y yo sabemos hacia dónde me dirijo y cuál es mi cometido. Ni siquiera se lo puedo contar a usted, Logan Hepburn. Le dije al rey que sólo aceptaba la misión si Rosamund me acompañaba.
– ¿Y si ella se hubiese negado? -preguntó el señor de Claven's Carn. Pese a todo, seguía sintiendo celos del hombre que le había robado a su amada-. Ella adora Friarsgate y detesta estar lejos de su tierra durante mucho tiempo.
– No obstante, aceptó partir conmigo.
– ¿Cómo pueden amarse tanto en tan poco tiempo? -preguntó Logan sin poder evitar su indiscreción.
– No lo sé. Hasta que conocí a Rosamund yo me había limitado a sobrevivir, aunque no era consciente de ello. Desde el momento en que nuestros ojos se encontraron, sólo deseamos estar juntos.
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