– Veo que Maybel te alimentó muy bien, primo -dijo, descubriendo la barriga que se ocultaba bajo un fastuoso jubón.

– Mi querida Rosamund -susurró besándole ambas mejillas-Te noto más delgada, y muy feliz, por cierto. -Paseó la mirada por la antecámara de la reina. -¿Me permitirán ver al príncipe heredero?

– Milady, recordarás a mi primo lord Cambridge. Desea con fervor conocer al príncipe -informó Rosamund a la reina.

– Cuando regrese a Inglaterra, milord, le contará a mi hermano Enrique que el rey de Escocia es padre de una preciosa criatura.

– Señora, aun a riesgo de poner en peligro mi vida, porque bien sabe que no soy un hombre valiente, transmitiré el mensaje a su regio hermano. Si lo veo, le diré que usted luce perfecta y que su hijo parece muy fuerte y saludable.

– Según el buen ojo de mi esposo, nuestro niño ocupará el trono de Escocia algún día. Bienvenido a la corte, milord.

– Jamás rehusaría tan halagadora invitación, pero me temo que mi visita será breve. Mi prima debe retornar a Friarsgate y yo debo ir al sur a ocuparme de mis tierras, que he descuidado durante demasiado tiempo.

– Rosamund está impaciente por volver a casa después de sus aventuras en el extranjero -comentó la reina con malicia-. Vaya y cuéntele lo que ha ocurrido durante su ausencia. Sé que está ansiosa por hablar con usted.

Los dos primos hicieron una reverencia a la reina Margarita y se recluyeron para conversar tranquilos.

– ¿Mis hijas están bien?

– Han crecido bastante y Philippa se parece cada día más a ti. Bessie y Banon son dos niñas encantadoras, sobre todo la más pequeñita. Es muy especial y todo el mundo la adora. Maybel dice que te dejes de tonterías y vuelvas inmediatamente a casa.

– Patrick viajará con nosotros.

– ¿Te casarás con él?

Rosamund negó con la cabeza.

– Nada ha cambiado, Tom. Tanto para Patrick como para mí, el deber es lo primero. No precisamos los votos matrimoniales para demostrar nuestro amor. Irá conmigo a Friarsgate y se quedará el tiempo que considere oportuno. Su hijo es un hombre adulto que sabe arreglárselas sin su padre.

Entonces estarás a salvo cuando me vaya. Iré al sur para vender mis Propiedades, Rosamund. Le compraré Otterly a tu tío Henry. En este momento está prácticamente en ruinas. Mavis, su esposa, lo dejó y es probable que no vuelva a verla nunca más. Sus hijos, incluyendo el mayor, se dedican a robar en los caminos y, tarde o temprano, terminarán en la horca. Me han contado que las dos hijas de Mavis ejercen la prostitución en Carlisle. Henry Bolton es un hombre arruinado. Prometí darle una pequeña casa y un sirviente para que lo atienda. Mi intención es restaurar Otterly hasta que quede magnífico. Algún día le pertenecerá a Banon y me ocuparé de que Bessie reciba una cuantiosa fortuna. Philippa heredará Friarsgate, a menos, claro, que le des un hijo al conde.

– Eso es imposible, Tom, pues una enfermedad lo dejó estéril. No volveré a ser madre -afirmó y besó a su primo en la mejilla-. Eres muy bueno con mis niñas. ¿Estás seguro de que quieres hacer lo que dices?

– Sí. Hace varias generaciones que mi familia se fue de Cumbria y sé que amas profundamente esas tierras. Nunca me preocupé demasiado por la casa de Cambridge, pero he decidido conservar las propiedades de Londres y Greenwich para estar cerca del palacio, aunque, a decir verdad, la corte de Catalina es demasiado formal y tediosa. Prefiero mil veces la deliciosa corte del rey Jacobo.

– Al fin te encuentro, mi amor -dijo Patrick acercándose hacia ellos-. Me habían informado de que estabas aquí, milord. -Extendió la mano a Tom. -No te levantes, me sentaré con ustedes. ¿Ya le has preguntado, Rosamund?

– ¿Qué debía preguntarme? -inquirió Tom.

– Todavía no. Me estaba contando las novedades de mi familia -replicó Rosamund.

– ¿Qué debía preguntarme? -repitió lord Cambridge.

– ¿Podríamos quedarnos en la casa que alquilaste en Edimburgo, Tom? La reina me ha obligado a dormir en su antecámara y a Patrick, en el salón. Necesitamos con urgencia descansar en una cama cómoda.

– Los Tudor tienen un perverso sentido del humor, mi querida Rosamund. Cuando renté la casa de Edimburgo le pedí a la reina que te diera la llave ni bien regresaras. Debió de extrañarte mucho o no te hubiera jugado esa mala pasada. Claro que pueden hospedarse en mi casa. No es grande, pero es muy limpia y acogedora, y se puede ir caminando al castillo. Sabes cómo detesto llegar tarde a los eventos sociales. Ayer, cuando no te vi en la casa y el ama de llaves me dijo que no había venido nadie, pensé que aún no habías regresado y que la reina había enviado por mí porque tu retorno era inminente. ¡Qué mujer maligna! -exclamó riendo a carcajadas.

Patrick y Rosamund se quedaron serios. No les causaba ninguna gracia la broma de Margarita.

– ¿Podemos ir ahora mismo? -Preguntó el conde-. Preciso un baño y una cama blanda.

– Le presentaré mis excusas a la reina -dijo la joven-. No se vayan sin mí, caballeros. Tendrás que compartir el baño conmigo, Patrick.

– Como en San Lorenzo.

– Exactamente -le dijo insinuante y clavándole sus ojos color ámbar.

Desconcertado, lord Cambridge movía la cabeza de un lado a otro. Estaban tan enamorados como en Navidad. Sin embargo, Rosamund no desposaría al conde de Glenkirk y le había dicho con absoluta franqueza que algún día, inexorablemente, sus vidas tomarían rumbos distintos. Se preocupó por su prima, a quien adoraba como a la hermana que había perdido. Pero el amor que ella sentía por Patrick era una pasión abrasadora y Tom tenía miedo de lo que pudiera pasar cuando se separasen.

Contenta por su pequeña victoria sobre su amiga, la reina tuvo un gesto magnánimo y liberó a Rosamund de su compañía.

– Ve a casa con tus hijas. El conde ya ha cumplido con sus servicios y deben estar juntos. Algún día te pediré que vuelvas a visitarme. ¡Buen viaje, querida Rosamund!

La joven besó la mano de Margarita, hizo una reverencia y se retiró. Luego ella y Patrick fueron a ver al rey para despedirse.

– Dos veces acudiste en mi ayuda, Patrick. Si te convocara para una nueva misión, ¿la aceptarías?

El conde de Glenkirk asintió.

– Eres mi rey, Jacobo, y aunque perdí a mi hija Janet estando a tu servicio, respondería a tu llamado sin vacilación. Creo que los Estuardo no han traído suerte a los Leslie. Vendré siempre que me necesites.

– Al menos admite que, si no fuera por mí, no habrías conocido a Rosamund.

– Es verdad. Eso te lo debo a ti. ¿Te diriges a Glenkirk?

– No. He mandado avisar a mi hijo que continúe a cargo de las tierras He decidido ir a Friarsgate con Rosamund.

– Claven's Carn les queda de camino -dijo el rey con picardía.

– No pensamos detenernos en ningún lado -replicó Rosamund tajante.

Los dos hombres se echaron a reír. Luego, el conde y el rey se dieron un abrazo. Jacobo besó la mano de Rosamund y ella se inclinó en una reverencia.

– Vayan con Dios -exclamó el rey antes de que se retiraran.

Lord Cambridge estaba aguardándolos. Juntos descendieron la colina del castillo y llegaron a la casa alquilada.

– No es justo. Tanto esfuerzo para venir a Edimburgo y no me dejan ir a la corte -gruñó el primo Tom.

– Puedes quedarte si lo deseas.

– ¿Sin ti? ¿Y después de todos estos meses? Ni lo sueñes, primita -respondió lord Cambridge con firmeza-. Es aquí.

Sacó la llave de un bolsillo, abrió la puerta de la casa de piedra gris y los hizo pasar.

– ¡Señora MacGregor! ¡Ya llegamos!

Una mujer menuda y flaca salió de un rincón oscuro del salón.

– No soy sorda, señor.

Al ver a la dama y el conde, hizo una reverencia.

– Mi prima desea tomar un baño.

– Tendrá que hacerlo en la cocina, milady. La tina está llena con agua caliente, pero no hay nadie que pueda cargarla hasta arriba.

– Me encantará bañarme junto al fuego ardiente de la cocina. Muy pronto llegarán nuestros criados. Dermid es un hombre muy fuerte y la ayudará en las tareas más pesadas, y Annie, aunque está embarazada, no es débil.

– Me vendrá muy bien un poco de ayuda, milady -dijo el ama de llaves con una amplia sonrisa.

– ¿Annie está esperando un bebé? -preguntó Tom.

– Ella y Dermid se casaron en marzo. Luego de que Patrick y yo nos hayamos bañado, puesto ropas limpias y abrigadas y comido bien, te contaré todas mis aventuras en San Lorenzo, Tom. Me habría gustado tanto que estuvieras allí. Te hubiera fascinado el lugar. El clima era cálido, había flores por todas partes. Es un pequeño paraíso en la tierra.

– Me alegra saberlo.

Annie y Dermid llegaron en un carro que transportaba el equipaje, pe la posada de Leith habían ido directamente al castillo y de allí los habían enviado a la casa de lord Cambridge.

Primero Rosamund y luego Patrick, ambos tomaron su baño en una tina, asistidos por sus respectivos sirvientes. La señora MacGregor les sirvió una rica cena que constaba de salmón asado, pato con salsa de ciruelas, habas verdes frescas, pan y queso, todo regado con una deliciosa cerveza negra.

Una vez satisfechos y relajados, le contaron a Tom las aventuras de los últimos meses. Se rió con la historia de los desnudos que había pintado Loredano sin que ellos se dieran cuenta.

– Recuerdo a ese Howard. Es un hombre taimado con gran ambición y poco talento. ¿Te reconoció, Rosamund?

– Sí, pero cuando nos presentaron formalmente afirmé que no lo conocía. Es el tipo de persona que ve conspiraciones en todas partes.

– Ansío ver el retrato que te hizo el artista. ¿Es bonito?

– ¡Es magnífico! -intervino el conde entusiasmado-. La pintó como la defensora de Friarsgate, rodeada de colinas y un rojo atardecer. No hay palabras para describir la belleza del cuadro, Tom. Tendrás que juzgarlo por ti mismo.

Más tarde, cuando Patrick y Rosamund se metieron en la cama por primera vez en varias semanas, él la estrechó en sus brazos, acariciándole la larga cabellera. Ya habían hecho el amor, larga y dulcemente, y ahora se disponían a descansar.

– ¿Estás dormida?

– Casi.

– Marchémonos a Friarsgate lo antes posible, Rosamund, estoy cansado de viajar.

– Sí, partiremos en uno o dos días, cuando recupere el sueño perdido. Mientras tanto, Tom podrá divertirse en la corte -dijo y bostezó-. Estoy extenuada, Patrick.

– De acuerdo. Pasaremos unos días durmiendo -aceptó y luego comenzó a roncar. Rosamund

CAPÍTULO 10

Tres días después, Rosamund y Patrick partieron de Edimburgo rumbo a Friarsgate. Por invitación de la reina, lord Cambridge pasaría un tiempo en Stirling y luego se uniría con ellos.

– Le he dicho a Margarita que no tengo ninguna noticia de la corte de su hermano Enrique, pero insiste en que me quede un par de semanas. Tal vez vaya primero al sur para cerrar lo antes posible el trato con tu tío Henry.

– Serás un vecino mucho más agradable.

– Ten piedad de tu pobre tío. Es muy triste que haya caído tan bajo. Es un hombre aniquilado. Su esposa lo destruyó. Todos los hijos bastardos de Mavis se apellidan Bolton, pero del único que puede asegurar que es el padre es del joven Henry. Aunque el adulterio de su esposa era un secreto a voces, tu tío siempre fue demasiado orgulloso como para reconocerlo en público. Además, -agregó jocoso-te repito, todos esos muchachos terminarán con la soga al cuello.

– Encuentras diversión donde no la hay. Escríbeme y avísame antes de regresar. Tendrás que vivir en Friarsgate mientras transforman Otterly en un sitio habitable para un ser humano.

– Lo tiraré abajo y construiré una nueva casa.

– ¿La decorarás como tus residencias de Londres y Greenwich? -preguntó, conociendo la respuesta.

– ¡Por supuesto! Sabes que detesto los cambios. Me llevaré a los sirvientes para que no haraganeen. Todos estos meses los he mantenido en Londres y no han hecho nada. ¡Es ultrajante!

– ¡Te adoro, Tom! -exclamó Rosamund y besó sus dos mejillas.

– Me alegra que todavía ocupe un lugar en tu corazón, querida niña. Que tengan un buen viaje. Te escribiré.

– Quiero que me cuentes todas tus aventuras.

– Mis aventuras son un aburrimiento en comparación con las tuyas ¡Pensar que cuando te conocí eras una tímida ratita de campo!

Haciendo un saludo con las manos, se despidió de Rosamund y Patrick.

– Te quiere mucho.

– Y yo a él. Es como un hermano mayor. Desde que nos conocimos siempre fue muy cariñoso y protector conmigo.

Salieron de Edimburgo en dirección al sudoeste. En la zona fronteriza viajaban solo de día porque, aun en tiempos de paz, era un lugar peligroso. La noche los sorprendió en el último lugar donde Rosamund deseaba detenerse: Claven's Carn.