A la mañana siguiente Patrick se despidió de todo el mundo. Bessie, la mascota preferida del conde, lloró al verlo partir. Dermid acompañaría a su amo, pero retornaría en diciembre para asistir al nacimiento de su primer hijo. Edmund y Maybel estaban tristes; Rosamund simulaba fortaleza y Annie gritaba y aullaba hasta que Maybel la amenazó con darle una bofetada.

– ¡Volverá, pedazo de tonta! ¿No los casó el obispo en la catedral y tendrás un hijo de él?

– Ten coraje, mi pequeña -dijo Dermid-. Debo ir a casa y contarle todo a mi madre.

Los dos hombres montaron sus caballos. Parada junto el estribo el conde y con el rostro surcado de lágrimas, Rosamund alzó la vista hacia él y le susurró:

– Recuerda que te amo, Patrick.

Él se inclinó para levantarla y la besó en los labios

– Recuerda que yo también te amo, Rosamund Bolton -replicó, colocándola nuevamente en el suelo.

Todos se dispersaron y retornaron a sus tareas, menos Rosamund, que se quedó mirando hasta que Patrick Leslie, conde de Glenkirk, se convirtió en una tenue aunque visible nube de polvo dorado. Al regresar a su alcoba, se arrojó en la cama que habían compartido y comenzó a llorar desconsoladamente. El perfume del conde persistía en las almohadas. "¡No lo soporto! -Pensó, presa de la desesperación-. No podré vivir sin él estos seis largos meses. ¡Oh, Dios! ¿Por qué no le pedí al padre Mata que nos casara? ¿Por qué no me fui con él?"-aunque conocía muy bien las respuestas a esas preguntas. El hijo del conde debía aprobar el matrimonio entre su padre viudo y la dama de Friarsgate, y ella no podía abandonar de nuevo a sus hijas. Desde la trágica muerte de su padre había estado alejada de las niñas demasiado tiempo. Rosamund deseó que su primo Tom estuviera a su lado para consolarla. Luego, lanzó un suspiro, se levantó de la cama y se enjugó las lágrimas. Tenía deberes que cumplir, y si no regresaba de inmediato al salón, sus hijas comenzarían a preocuparse. Respirando profundamente salió de su alcoba y bajó las escaleras para encontrarse con su familia, que la aguardaba con ansiedad.

CAPÍTULO 11

Un vendedor recién llegado a Inglaterra se detuvo en Friarsgate a fines de octubre. Había pasado la noche anterior en Claven's Carn. La dama de la casa, les comunicó a quienes estaban reunidos en el salón de Rosamund, había parido a un lindo niño a principios del mes. El señor estaba muy complacido y se apresuraba a mostrar a su heredero a todo el que entraba en Claven's Carn.

– La embarazó enseguida -comentó secamente Rosamund-. Debió de quedar preñada la noche de bodas, o unos días después.

– Podría haber sido tu hijo -murmuró Maybel. La joven la fulminó con la mirada.

– No deseaba contraer matrimonio con el señor de Claven's Carn y lo sabes. Patrick y yo nos casaremos el año próximo, si su hijo no se opone.

– ¿Y si no aprobara la nueva boda de su padre, qué pasará entonces? -era evidente que Maybel no deseaba lastimar sino proteger a Rosamund.

– Pues continuaremos como hasta ahora. Tal vez Adam Leslie quiera conocerme antes de darle a su padre la bendición, lo que sería muy comprensible.

– ¡Otro marido viejo! No entiendo por qué prefieres a lord Leslie y no a Logan Hepburn.

– No puedo explicártelo, mi querida. Simplemente no amo a Logan, y Patrick Leslie es mi destino.

– Un destino amargo, se me ocurre.

– Pero que yo elegí. Ya no permitiré que me digan lo que debo hacer y con quién debo casarme. Esa época terminó.

– Nunca te escuché hablar de esta manera. Me sorprende que seas capaz de arrojar tus responsabilidades por la borda, sin remordimientos.

– No estoy eludiendo responsabilidades, Maybel. Siempre cumpliré con mis deberes en lo concerniente a Friarsgate y a mi familia Pero, ¿por qué debo ser desdichada?

– Quiero que seas feliz, aunque no entiendo por qué no puedes ser feliz con el señor de Claven's Carn.

– Sencillamente no puedo -la paciencia de Rosamund se estaba agotando-. Por otra parte, él se ha casado con una buena muchacha que acaba de darle un heredero.

Maybel abrió la boca para hablar, pero su marido, sentado cerca de ella, extendió el brazo y le puso una mano admonitoria en el hombro.

– ¿Tío Patrick regresará pronto? -preguntó Philippa a su madre.

Ella meneó la cabeza y respondió:

– No lo veremos hasta la próxima primavera.

– ¡Quiero que vuelva! -gimió Bessie, mientras.las lágrimas rodaban por sus redondas y rosadas mejillas.

– También yo, mi niña, pero debemos pasar el invierno antes de ver de nuevo al conde de Glenkirk.

– ¡Yo quiero al tío Tom! -Chilló Banon-. ¿Cuándo vuelve tío Tom?

– Para las festividades navideñas, supongo. De seguro les traerá unos regalos preciosos. Pronto será nuestro vecino, ¿no les parece divertido?

Las tres niñas estuvieron de acuerdo en que sería maravilloso tener como vecino al tío Tom.

– ¿Qué pasará con tu tío Henry cuando Tom venga a vivir a su casa? -preguntó Philippa a su madre.

– Ya no es la casa de Henry Bolton -replicó, sorprendida. No lo había visto en muchos años y aunque Philippa llegó a conocerlo en una ocasión, era entonces muy pequeña y, por lo tanto, resultaba imposible que lo recordara.

– ¿Quién te habló de mi tío Henry, querida? Yo lo hice -contestó Edmund-. Ella es la heredera de Friarsgate y es preciso que conozca la historia de su familia, sobrina. Es mejor que la sepa por mí, que soy imparcial.

– No entiendo por qué. Henry Bolton jamás fue generoso contigo. Pero incluso si nací en la cama equivocada, Henry no pudo negar hecho de que yo era el mayor y que nuestro padre me amaba tanto como amaba a Richard, a Guy o a él mismo. Henry era el menor y se esforzaba por superarnos, sobre todo cuando supo que Richard y yo éramos bastardos. Sin embargo, nuestro padre nos trató a todos por igual y eso debe de haberlo frustrado, Rosamund. Toda su vida se mostró altanero y arrogante porque era legítimo, ¿y qué ganó con eso? Su actitud desdeñosa y despótica no le aportó amor ni felicidad. Tuvo dos hijos legítimos: uno murió y el otro es un ladrón. Se casó por segunda vez con una ramera que engendró un montón de bastardos, pero tu tío se calló la boca por miedo a pasar por tonto, aunque todos sabían que no eran suyos y que ella se acostaba con medio mundo. ¿Qué ganó con eso sino el desprecio de todos? Ahora está en la miseria. Solamente la generosidad de Tom Bolton le permitirá terminar sus días como Dios manda.

– No se lo merece -opinó Rosamund con amargura.

– No, es verdad. Sin embargo, tu primo mantendrá su palabra. Tom es un verdadero cristiano, Rosamund, cualesquiera sean sus defectos. Y tú, que has encontrado la felicidad, sé generosa y perdona a Henry Bolton, sobrina Yo lo he perdonado y Richard ya lo ha hecho hace mucho tiempo.

Rosamund se quedó pensando un buen rato antes de decir:

– Si Tom viene para Nochebuena y decide pasar aquí las festividades navideñas, tal vez invite al tío Henry a acompañarnos.

– Vaya tonta -murmuró Maybel.

– Es un perro sin dientes, mujer -respondió Edmund.

– Hasta un perro sin dientes puede ser temible si está rabioso.

– Si te incomoda, no lo invitaré -dijo la dama de Friarsgate con el propósito de tranquilizar a su vieja nodriza.

– No. No seré yo la responsable de impedir que hagas las paces con ese viejo demonio. De todos modos, pronto estará muerto.


A principios de diciembre uno de los hombres del clan Leslie llegó a Friarsgate con una carta proveniente de Glenkirk. Lo acompañaba Dermid, que había regresado justo a tiempo para el nacimiento de su hijo.

Rosamund se sentó a leer la misiva de su amante, donde este le comunicaba que el viaje de regreso al hogar había transcurrido sin inconvenientes y que había hablado con Adam -cuya capacidad para manejar Glenkirk era incuestionable-acerca de su matrimonio. Por supuesto, su nuera Anne no sabía una palabra del asunto.

Adam veía con buenos ojos la nueva boda de su padre, sobre todo porque, a raíz de la enfermedad del conde, no tendrían descendencia. Con todo, acompañaría a su padre a Edimburgo en la primavera con la intención de conocer a Rosamund. Había empezado el invierno y, como Patrick no sabía si podría enviarle otra carta, fijó la fecha y el lugar del encuentro: el 1 ̊ de abril, en una posada de Edimburgo llamada El unicornio y la corona. Visitarían la corte del rey y le pedirían permiso para casarse en su propia capilla, en una sencilla ceremonia oficiada por el joven arzobispo de St. Andrew, Alejandro Estuardo. Luego, regresarían a Friarsgate y Adam Leslie partiría hacia el norte para dar a conocer la noticia del casamiento de su padre. En otoño, Patrick y Rosamund viajarían a Glenkirk para pasar allí los meses de invierno. El conde le habló de su amor y de cuánto la extrañaba. Sin ella, las noches le resultaban interminables, frías y tristes, y los días, grises y melancólicos. Extrañaba su risa, el sonido de su voz, el perfume de su cuerpo. Anhelaba estrecharla en sus brazos una vez más. "Nunca amaré a nadie como te amo a ti, amor mío", terminaba la carta.

Rosamund la leyó varias veces sonriendo de felicidad. Luego se dirigió al mensajero que la había traído y le preguntó:

– ¿Has estado en el gran salón del castillo, muchacho?

– Sí, milady.

– ¿Sabes si enviaron el cuadro y si está colgado?

– Llegó en verano, cuando el conde no se hallaba en Glenkirk. Lady Anne se sorprendió mucho al verlo y no permitió que lo colgaran hasta d regreso del amo. Es un cuadro muy hermoso ¡y tan real! Todos opinan lo mismo.

– El retrato que ves allí fue pintado por el mismo artista. Me doy cuenta, milady, por la similitud.

– Ahora le escribiré al conde y tú le llevarás la carta. Mientras tanto, te darán un plato de comida caliente y una cama donde dormir.

– Gracias, milady.

– Debo estar en Edimburgo el 1 de abril -comentó Rosamund.

– ¡Oh, mamá! ¿Es preciso que te vayas otra vez? -protestó Philippa.

– ¿Te gustaría acompañarme?

– ¿Yo? -Chilló la niña, entusiasmadísima-, ¿ir contigo a Edimburgo? Oh, mamá, claro que sí. Nunca he salido de Friarsgate.

– Bueno, yo no fui a la corte del rey Jacobo hasta los trece años.

– ¿Conoceré al rey Jacobo, mamá? ¿Y a la reina Margarita? ¿Iremos a la corte de Escocia? -a Philippa no le alcanzaba la lengua para preguntar.

– Sí. E incluso podemos celebrar tu noveno cumpleaños allí.

El rostro de la niña resplandecía de satisfacción.

– La hechas a perder -opinó Maybel-. No debes malcriarla.

– Los niños necesitan un poco de mimos. Y Dios sabe que hiciste lo posible por malcriarme tú a mí, aunque ahora no lo recuerdes -la aguijoneó Rosamund con ternura.

– Solamente traté de compensar la maldad de Henry Bolton. ¡Eras tan pequeñita! Pero cuando te casaste con Hugh Cabot ya no tuve oportunidad de hacerlo, pues él lo hacía en mi lugar. ¡Que Dios lo tenga en la gloria!

– Sí, que Dios tenga en la gloria a Hugh Cabot y a Owein Meredith.

El mensajero del clan Leslie partió a la mañana siguiente con una carta de la dama de Friarsgate para su amo. En la misiva le hablaba de lo sola que se sentía sin él, una soledad que nunca había experimentado en su vida, de sus hijas y de sus tierras, de los preparativos para el invierno y de la ansiedad con que esperaban el regreso de Tom. Le dijo que Claven's Carnea tenía un heredero, que no veía la hora de encontrarse con él en abril y que llevaría a Philippa a Edimburgo para que ella y Adam fueran testigos de sus votos matrimoniales. Concluyó la carta jurándole amor eterno y luego vertió una gota de perfume de brezo en el pergamino, sonriendo maliciosamente.

El 21 de diciembre, el Día de Santo Tomás, Tom regresó a Friarsgate acompañado por el tío Henry. Las niñas se lanzaron en tropel al encuentro de su pariente favorito, casi sin advertir la presencia del tío abuelo. Rosamund, en cambio, se quedó estupefacta. Henry Bolton se había convertido en una bolsa de huesos y su rostro se asemejaba a una máscara mortuoria.

– Bienvenido a Friarsgate, tío.

Sus ojos descoloridos se clavaron un instante en los de la sobrina.

– ¿Realmente soy bienvenido? -Preguntó en un tono levemente sarcástico, mientras se aferraba al bastón-. Lord Cambridge insistió en que viniera. Le vendí Otterly, como sabes.

– Hizo bien en insistir, tío Henry. Me han dicho que vives solo y no es bueno pasar las festividades navideñas lejos de la familia.

– Me siento honrado por la invitación, sobrina.

– Ven, tío, y siéntate junto al fuego. Lucy, alcánzale una copa de sidra especiada caliente.

Rosamund lo ayudó a sentarse en una silla de respaldo bajo, con un almohadón de gobelino.

– Supongo que pasaste frío durante el viaje, y esta humedad amenaza una fuerte nevada, me temo -comentó la joven, tomando la copa que le alcanzaba la criada y poniéndola en la nudosa mano de Henry.