– No tengo suficiente lana para abastecer a nuevos mercados.

– Es cierto, pero podemos aumentar los rebaños durante los próximos años mientras nos aseguramos la demanda de lana en el extranjero. Una vez terminado Otterly, no me quedaré de brazos cruzados mirando el techo. Necesito una ocupación, un entretenimiento. Además, deberíamos tener un barco propio para transportar nuestras mercancías al exterior, un nuevo navío construido en los astilleros de Leith. ¿Qué te parece? Nos llevará por lo menos dos años el estar preparados para surtir a todos los frentes.

– ¿Un barco propio? No tengo los medios para afrontar semejante gasto.

– Desde luego que no los tienes, pero yo sí. Seremos socios en esta empresa, prima. Yo aportaré el navío y los fondos necesarios. Tú aportarás la lana y la mano de obra.

– No, tú serás el socio principal, Tom, de otro modo resultaría terriblemente injusto.

Piensa un poco, Rosamund. Aunque el desembolso inicial corra por mi cuenta, en adelante la mayor parte de las responsabilidades recaerán sobre tus hombros. Por otra parte, ustedes son mis herederas. ¿Por qué deberían esperar hasta mi muerte para gozar de mi riqueza, sobre todo cuando podemos construir algo juntos?

– Es una oferta tan generosa y yo…

– Es mi regalo de Reyes para ti, querida niña -la interrumpió con una amplia sonrisa-. Después de la muerte de mi hermana me quedé sin familia. Mi existencia era aburrida y vacía. Entonces te conocí y comencé a disfrutar otra vez de la vida. Eras mi nueva familia. Y ahora seremos socios. Solo tienes que decir: "De acuerdo, Tom, muchas gracias".

– De acuerdo, Tom, muchas gracias -repitió y rió-. Al fin y al cabo, la lana de Friarsgate es de mejor calidad que la francesa, y seguramente encontraremos mercados… ¡o los inventaremos!

– Al principio conviene mantener la oferta baja para poder subir los precios -dijo Tom con una expresión astuta en el rostro-. ¿Te das cuenta, Rosamund? Estoy hablando como un vil mercader. El rey y la corte se horrorizarían si escucharan al refinado lord Cambridge discurrir en semejantes términos. Y la verdad es que no tengo una sola gota de sangre noble en las venas.

– Lo que me asombra, Tom, es que hayas decidido instalarte en Cumbria. En una ocasión me dijiste que Cumbria era bello, aunque te preguntabas cómo podía soportar yo la falta de personas civilizadas. Y ahora estás dispuesto a afincarte aquí.

– Eso fue antes de descubrir que éramos parientes -se defendió-En ese entonces no podía imaginarme lejos de mis propiedades de Londres y Greenwich. Iremos allí de vez en cuando, y las niñas deberán visitar la corte algún día, pues no es posible que crezcan pensando que el mundo se reduce a Friarsgate.

– ¿Cuándo comenzará la reconstrucción de Otterly?

– La casa está prácticamente demolida, pero no podemos empezó la reconstrucción hasta la primavera, después de tu boda con el conde.

– ¿Qué harás con el tío Henry mientras tanto?

– El otoño pasado mandé construir para él una casa pequeña pero confortable. Vive allí con la señora Dodger, el ama de llaves a quien contraté para cuidarlo. Mañana enviaremos a Henry Bolton de vuelta a su nido. Ya es tiempo. Ha comenzado a sentirse demasiado cómodo en Friarsgate y hace demasiadas preguntas. Pese al cuento de sus desdichas paternales, supongo que sigue en contacto con su hijo Henry. Según me ha dicho, quiere rescatarlo de la mala vida y evitarle un fin trágico. Rosamund asintió.

– El anciano quiere casar a su hijo con una de mis niñas, estoy segura. Pero antes de permitir tamaño dislate prefiero prenderle fuego a Friarsgate.

– Entonces haremos lo posible para que sus sueños no se hagan realidad.

– Y sin embargo, no puedo evitar el sentir pena por él, aunque no sea capaz de perdonarlo. Ni siquiera recuerdo a mis padres, pero desde el día en que murieron y Henry Bolton entró en mi vida, fui tremendamente desdichada. Solo estuve a salvo cuando llegó Hugh. Oh, primo, quisiera ser generosa con él, mas no puedo.

– Pues no tienes la obligación de ser generosa. Edmund y Richard son dos santos y ya lo han perdonado, pero ellos no fueron víctimas de Henry Bolton como lo has sido tú. Algún día podrás perdonarlo, Rosamund, estoy seguro.


A la mañana siguiente Henry Bolton fue trasladado a su casa en un confortable carruaje. Antes de irse, echó una última mirada al salón, y al ver a Philippa, preguntó:

– ¿Tu hija mayor tiene nueve años, sobrina?

– Los cumple en abril, ¿por qué?

– Mi Henry tiene ahora quince. Una buena edad para casarse.

– Mi primo se ha convertido en un ladrón y no creo que sea un buen candidato para una heredera.

Lo acompañó hasta el camino de entrada de los carruajes, mientras un sirviente lo ayudaba a instalarse en el coche.

– El pobre ya no tiene hogar y la conducta de su madre le rompió el corazón, sobrina. Con un poco de suerte, volverá a enderezarse.

– Le deseo buena suerte, entonces -replicó, y después de una breve pausa, agregó-: Sácate de la cabeza la idea de un matrimonio entre tu hijo y Philippa. Mis hijas se casarán con hombres de alcurnia. Son ricas y pueden permitírselo.

– ¡No pondrás a Friarsgate en manos de extraños! Esta ha sido siempre la tierra de los Bolton.

– Mientras hubo quien llevara el apellido Bolton, fue la tierra de los Bolton, pero ahora la heredera no se llama Bolton.

– Está mi hijo -contestó con voz airada.

– Nunca se casará con Philippa -dijo de un modo que no admitía réplica. Luego le dio unas palmaditas en la mano-. Me alegra que hayas venido para las festividades navideñas, tío. Creo que la visita a Friarsgate te ha permitido recuperarte. Por cierto, luces mejor que cuando llegaste. Adiós, entonces, y que Dios te bendiga.

Rosamund se encaminó a la casa a paso vivo, presa de una ira creciente. ¡Maldito sea Henry Bolton y su maldito engendro! ¿Nunca se dará por vencido ese perro viejo? No, en lo que respecta a Friarsgate no se daría por vencido mientras viviera.


El invierno se había instalado definitivamente. Las colinas estaban cubiertas de nieve y las aguas se habían congelado. Rosamund, Tom y las niñas, envueltos en abrigadas capas y pieles, se divertían deslizándose y haciendo piruetas por la helada superficie del lago. El 2 de febrero celebraron la Fiesta de la Purificación de la Virgen y a mitad de mes las ovejas comenzasen a parir. Los pastores cuidaban celosamente los rebaños. Corría el rumor de que un lobo merodeaba por el distrito y los corderos recién nacidos constituían un blanco fácil.

– De noche pónganlos en los establos -ordenó Rosamund-No quiero perder uno solo.

– Cuando llegue la primavera, compraremos algunas ovejas Shropshire -sugirió Tom.

– Me encantaría tener un rebaño de esas ovejas -replicó ella con entusiasmo.

El mes más corto del año pasó rápidamente y las colinas empezaron a mostrar tímidos signos de vida, verdeando lentamente a medida que transcurría marzo. Rosamund no había tenido noticias de Patrick, pero no la preocupaba, pues ya le había advertido que le sería difícil comunicarse con ella.

Tardarían dos días en arribar a Edimburgo desde Friarsgate. Annie, desde luego, no podría acompañar a su señora. Su hermana menor, Lucy, había sido entrenada todo el invierno para suplantarla. Annie se sentía un tanto frustrada, pero cada vez que miraba al bebé caía en la cuenta de que era más placentero cuidar al niño que acompañar a su ama.

Lucy y Annie habían pasado el invierno cosiendo para que Philippa pudiera tener dos vestidos nuevos cuando acompañara a su madre. La niña tenía los colores de Rosamund, aunque había heredado los ojos azules de su difunto padre. Uno de los vestidos era de terciopelo azul y el otro, de color castaño oscuro. Philippa estaba tan excitada que apenas podía quedarse quieta durante las pruebas. También le confeccionaron camisas y tocas. El zapatero de Friarsgate le hizo un par de zapatos de punta cuadrada con hebillas redondas y esmaltadas, decoradas con coloridas gemas.

– ¡Nunca tuve zapatos tan lindos! -exclamó entusiasmadísima cuando se los mostraron.

– Son para Edimburgo. Mientras tanto, usarás las botas. Estos zapatos deben durar mucho tiempo, a menos que tus pies crezcan demasiado rápido. Por favor, Philippa, no permitas que te crezcan los pies -bromeó Rosamund.


La soleada primavera se enseñoreó de Friarsgate, desapareció la capa de hielo que cubría el lago y las ovejas volvieron a salpicar de blanco las verdes laderas de las colinas. El 28 de marzo, madre e hija partieron para Edimburgo, acompañadas por Tom. Rosamund se había resignado a Pasar la noche en Claven's Carn, sabiendo que si se desviaban del camino principal no encontrarían una posada decente, y había enviado a un mensajero con anterioridad a fin de pedir permiso para pernoctar allí, legaron a destino al atardecer.

– Trata de comportarte como Dios manda, querida -dijo Tom con el único objeto de provocar a su prima.

Ella lo fulminó con la mirada.

– Lo haré si él lo hace -replicó, mientras Tom se desternillaba de risa.

Jeannie los recibió con una sonrisa.

– Rosamund Bolton, qué alegría verte de nuevo. ¿Cómo le va, lord Cambridge? ¿Y quién es esta adorable jovencita? Por el parecido, no puede negar que es tu hija.

Tomó las manos de Rosamund y la besó en ambas mejillas. Luego le tendió la mano a Tom, quien se la besó con galantería.

– Mi querida señora, me complace comprobar que la maternidad la ha embellecido; luce usted estupenda.

– Por favor, tomen asiento junto al fuego. La primavera aún se muestra esquiva en la frontera y supongo que han pasado frío durante el viaje.

– Esta es mi hija Philippa Meredith.

– Señora -dijo Philippa, haciendo una graciosa reverencia. -¿Es la mayor?

– Sí, es la mayor de las tres. ¿Y tu bebé?

Jeannie se limitó a mirar la cuna que tenía a su lado.

– Duerme. ¡Es un niño tan lindo! Tendrá un hermano a comienzos del otoño -respondió, y se llevó la mano al vientre con innegable orgullo.

– O una hermana -dijo Logan, entrando en el salón-. Lord Cambridge. Señora -saludó a los huéspedes y luego permaneció de pie detrás de su esposa.

– No, Logan, será un varón -insistió Jeannie.

– Esta es mi hija Philippa.

– Has crecido bastante desde la última vez que te vi, señorita Philippa -comentó con voz serena.

– No teníamos otro sitio donde pasar la noche -se apresuró a aclarar Rosamund.

– Son ustedes bienvenidos. ¿Hacia dónde se dirigen?

– A Edimburgo.

La respuesta de Rosamund fue breve, pero Philippa no pudo contener su entusiasmo.

– Mamá se casará con el conde de Glenkirk y yo seré su madrina. ¿No es maravilloso? Tengo dos vestidos nuevos de terciopelo y un par de zapatos con hebillas adornadas con piedras preciosas.

– ¡Oh, qué bien! ¿Y de qué color son tus vestidos, señorita Philippa?

– Uno es azul y el otro, castaño dorado, señora.

– ¡Qué niña tan afortunada eres! -respondió sonriendo la dama de Claven's Carn. Luego se dirigió a Rosamund-¿El conde es el caballero que viajó contigo el verano pasado?

– Sí.

– Es un hombre apuesto y tú serás condesa, ¿verdad?

Jeannie sonrió, gratamente sorprendida, pero la mirada de su marido distaba de ser alegre.

– Sí, seré condesa, pero no me caso por su título.

– Entonces abandonarás Friarsgate -el tono de Logan revelaba un profundo disgusto.

– No, no lo haré, pero tampoco Patrick abandonará Glenkirk. Pasaremos parte del año en Inglaterra y parte del año en Escocia. Es lo que hacen otros con varias propiedades, incluso el rey. Y mis hijas estarán conmigo.

– Le compré Otterly a Henry Bolton -intercedió Tom, antes de que la conversación tomara un giro peligroso-. Demolí la vieja casa y estoy construyendo una nueva.

– Que será idéntica a sus casas de Londres y Greenwich. A mi primo le desagradan los cambios, incluida la servidumbre. La misma gente lo sirve dondequiera que vaya. Aunque esta vez han pasado el invierno en el sur, sin su amo.

– Han estado sumamente ocupados -se defendió Tom.

– ¿Ocupados en qué? -preguntó Jeannie.

– Me apasionan las cosas bellas. Por consiguiente, en mis dos casas abundan los muebles y los objetos. Les envié una lista de lo que deseaba transportar a Otterly y mis sirvientes han pasado los últimos meses identificando las cosas, limpiándolas y embalándolas para el viaje.

En ese momento, un criado se acercó a la dama de Claven’s Carn y le murmuró algo al oído.

– La mesa está servida. -La anfitriona los condujo a la gran mesa de roble, indicándoles sus lugares.

– Lady Rosamund, por favor siéntate a la derecha de mi esposo. Lord Cambridge, usted se sentará a mi derecha y la señorita Philippa a mi izquierda.