La comida era simple, pero bien preparada. Había trucha saltada en manteca con una guarnición de berro; un pollo relleno con miga de pan, manzanas y salvia; medio jamón y un exquisito pastel de carne de caza con una corteza de hojaldre. El pan acababa de salir del horno y aún estaba caliente. No faltaban el queso ni la manteca, y los sirvientes se apresuraban a llenar los jarros con una excelente cerveza negra. Cuando terminaron la comida, trajeron tartaletas individuales de peras cocinadas en salsa de vino.

– Sabes presentar una mesa excelente -elogió Rosamund a la anfitriona.

– Lo aprendí de niña. Logan disfruta de la buena comida, al igual que sus hermanos.

– Me llama la atención que no se encuentren aquí.

– Últimamente suelen llegar tarde a comer -acotó el señor de Claven's Carn.

– Sus mujeres están celosas porque he tenido un niño tan lindo, aunque ellas ya tienen sus propios hijos. Ahora que estoy embarazada quieren seguir pariendo para no ser menos -Jeannie lanzó una risita-. Tampoco les gusta que me encargue del manejo de la casa, pese a que eran demasiado perezosas para llevar las riendas del hogar. Cuando pueden, no dudan en desobedecer mis órdenes y ponerme un pie encima… tú me entiendes. ¡Pero es imperdonable que no estén aquí para recibir a nuestros huéspedes, Logan!

– Mantente firme y terminarán por aceptar que eres tú quien manda, milady.

– Mi mujer no necesita de tus consejos -dijo el señor de Claven’s Carn de mala manera.

– ¡Logan! -Exclamó Jeannie, ruborizándose ante el exabrupto de su marido-. La dama de Friarsgate solo procura brindarme su apoyo. Y debo agregar que su consejo es sensato. No he querido hablarte del trato rudo e irrespetuoso que me han dispensado tus cuñadas, pero te aseguro que si se fueran a vivir a sus propios hogares, me sentiría de lo más feliz.

– No lo sabía, Jeannie -se excusó su esposo-. Pero corregiré la situación apenas pueda.

– No lo sabías porque yo no me quejaba. Ahora pídele perdón a la dama de Friarsgate.

– ¡De ninguna manera! -protestó ella-. Él no quería agraviarme sino protegerte, Jeannie. Lo comprendo porque mi Patrick hubiera hecho lo mismo.

– Perdóname, milady -dijo Logan, pese a las protestas de ella.

Rosamund aceptó las disculpas y luego se dirigió a la dueña de casa:

– Debemos partir temprano en la mañana. ¿Serías tan amable de indicarnos el lugar donde hemos de pasar la noche?

– Desde luego, milady. Por favor, síganme.

– Yo me quedaré en el salón un rato más -intervino Tom.

– ¿De modo que se va a casar con el conde? -preguntó Logan, luego de cerciorarse de que las mujeres no podían oírlo.

– Sí.

– ¿A usted le agrada lord Leslie?

– Sí, me agrada. La ama profundamente y ella lo adora. Nunca vi una pasión igual en toda mi vida, Logan Hepburn. Y lo mejor que pueden hacer es casarse.

– Si usted lo dice, milord -replicó el señor de Claven’s Carn con tristeza-. Por mi parte, nunca dejaré de amarla.

– Lo sé. Pero el destino le ha dado una buena esposa, y Dios sabe que cumple con su deber. Dos hijos en dos años… no es posible pedir más de una joven. Es una excelente anfitriona y siente devoción por usted. Y permítame decirle algo: nunca su salón lució tan elegante como ahora. Trate de ser feliz. Nadie obtiene todo cuanto quiere en esta vida.

– Y usted, ¿qué ha obtenido de la vida, lord Cambridge?

Tom se echó a reír.

– Nada, hasta hace muy poco.

– Cuando decidió vivir en Otterly.

– Sí, efectivamente. Vendí mis tierras en Cambridge y encontré aquí una nueva familia, lo que me ha convertido en un hombre nuevo, Logan Hepburn.

– La familia es importante -coincidió el joven con aire sombrío-. ¿Cuándo es la boda?

– Nos reuniremos con el conde y su hijo el 1 ̊ de abril en la posada de El unicornio y la corona. Rosamund y Patrick esperan que el rey les permita casarse en su propia capilla y que la ceremonia la oficie el obispo de St. Andrew. La boda se llevará a cabo en algún momento de abril. Y su hijo, querido Logan, ¿cuándo vendrá a este valle de lágrimas?

– A principios del otoño.

– La verdad es que tiene usted un niño adorable. Por primera vez el rostro de Logan Hepburn mostró signos de animación.

– Sí, es un encanto de criatura -replicó con entusiasmo-. ¡Y tan fuerte! Cada vez que me agarra el dedo temo que lo descoyunte. Sonríe todo el tiempo. Evidentemente, ha heredado la dulzura de su madre.

– Usted es un hombre afortunado. Ahora dígame dónde debo apoyar mi cabeza, Logan Hepburn.

El señor de Claven's Carn lo guió a una pequeña alcoba, una de cuyas paredes daba contra la chimenea.

– No pasará frío, milord -le aseguró. Una vez que instaló a su huésped, regresó al salón y se sentó junto al fuego.

Su hijo ya no estaba en la cuna. Indudablemente una criada se lo había llevado a su madre para que lo amamantara. Lanzó un profundo suspiro. ¿Qué demonios le estaba pasando? Había paz en Escocia. Sus tierras prosperaban. Su esposa era dulce y tan fértil como una coneja. Tenía el ansiado heredero. Se preguntó por qué no era feliz, aunque conocía de sobra la respuesta.

Amaba a Rosamund Bolton. Siempre la había amado y siempre la amaría. Ninguna otra cosa le importaba. Era un secreto que se llevaría a la tumba, pues no deseaba herir a Jeannie con su perfidia. Por otra parte, la joven no constituía un problema, el problema era él. Volvió a preguntarse por qué había sido incapaz de comprender las necesidades de Rosamund. Hubiera bastado con decirle: "Te quiero con todo mi corazón" para que la joven lo aceptase. Presionado por su familia, se había limitado, en cambio, a parlotear acerca del futuro heredero en lugar de decirle que con sólo verla su pulso se aceleraba. Que no podía dormir de noche de tanto que la deseaba. Y ahora se casaría otra vez, aunque le había dicho que no deseaba contraer un nuevo matrimonio. ¿Por qué habría cambiado de parecer? La respuesta era obvia: amaba a Patrick Leslie, conde de Glenkirk. Lo amaba lo suficiente para alejarse de Friarsgate una parte del año. ¿Por qué se había enamorado a primera vista de Patrick Leslie y no de Logan Hepburn? Pero no tenía respuestas para esas preguntas.


A la mañana siguiente, Rosamund y sus acompañantes partieron de Claven's Carn después desayunar y de despedirse de sus anfitriones.

– No dejen de avisarnos cuándo piensan regresar. Queremos que pasen la noche aquí -ofreció amablemente Jeannie-. Estoy ansiosa por ver otra vez a tu apuesto conde, milady.

– Lo haremos -prometió Rosamund. Sonrió, agitó una mano en señal de despedida y luego cabalgaron colina abajo hasta llegar al camino que los conduciría a Edimburgo.

– Me gusta la dama de Claven's Carn -dijo Philippa-. Es muy agradable y me prometió que cuando volviera me dejaría tener al bebé en brazos.

– A mí también me agrada la dama de Claven's Carn -respondió Rosamund, pensando que para su hija todo constituía una novedad, y era comprensible su desmedido entusiasmo.

– Logan Hepburn es demasiado solemne, ¿no te parece? No lo recuerdo muy bien, mamá. ¿Fue siempre tan serio?

– No sabría decirte, Philippa, nunca llegué a conocerlo del todo.

– Me muero de ganas de ver a tío Patrick, mamá. ¡Estoy tan contenta de que sea nuestro nuevo padre! Banon y Bessie también están contentas, ¿sabes? -le confió a su madre.

– ¿Han hablado del tema entre ustedes? -inquirió sorprendida.

– Desde luego, mamá, somos niñas. Y la persona con quién te cases afectará nuestras vidas, no solo la tuya -respondiendo con gran sensatez.

– De tal palo tal astilla -murmuró Tom, conteniendo la risa.

– ¿Cuándo llegaremos a Edimburgo, mamá? ¿Tal vez hoy?

– No, mañana. Esta noche nos hospedaremos en la casa de lord Grey. Vive cerca de la ciudad, aunque no lo bastante cerca.

– Escocia no es muy diferente de Inglaterra -comentó, mirando con avidez todo cuanto la rodeaba-. Me alegra no estar en guerra con ellos, mamá. Pero, ¿qué pasará si el rey Enrique se pelea con el rey Jacobo?

– Roguemos al cielo que eso no ocurra, hija mía.

Un escalofrío le corrió por la espalda. Sin embargo, no permitiría que la idea de una posible guerra entre ambos países le arruinara el viaje. Tenía que sacársela ya mismo de la cabeza.

– ¡Vamos, Philippa, juguemos una carrera hasta la cima de la próxima colina! -Rosamund espoleó su corcel y partió a galope tendido, seguida de cerca por su hija en una encarnizada competencia.

CAPÍTULO 12

Llegaron a Edimburgo un gélido día de primavera. Era la primera ciudad que conocía Philippa y estaba deslumbrada, al igual que Lucy. Boquiabierta, contempló a un niño que pasó corriendo con una bandeja de bollos en la cabeza. Había mujeres vendiendo flores y hierbas, leche, huevos, crema o manteca que trozaban a gusto de los clientes. Había un hombre que ofrecía vasos de agua por unas monedas, un vendedor de pollos rodeado de jaulas y un pescador empujando una carretilla mientras pregonaba sus mercancías. Philippa Meredith jamás había visto algo semejante y no sabía dónde posar los ojos: todo le llamaba la atención. Rosamund observaba sonriente a su hija, pues le causaba gracia el asombro de la niña.

– ¡Oh, señora, mire! -dijo Lucy, señalando a un grupo de gitanos que hacían acrobacias en la calle con el propósito de recibir o robar algunas monedas.

Dejaron atrás a los gitanos y doblaron en Barley Lane donde se encontraba la posada convenida. Cuando llegaron al patio, los caballerizos los ayudaron a apearse y se hicieron cargo de las cabalgaduras. Tom le pagó a la custodia armada que los había acompañado desde Friarsgate, contando las monedas que le correspondían a cada uno e invitándolos con una ronda de cerveza. Los hombres le agradecieron y abandonaron la posada haciendo sonar las botas sobre el pavimento de piedra. Sin duda, preferían gastar la paga en alguna taberna menos costosa.

Rosamund sintió que el corazón se le desbocaba, como si fuera una virgen a punto de encontrarse con su primer amor. Tanto anhelaba volver a contemplar el bello rostro de Patrick. Apenas ingresaron en El unicornio y la corona, salió a recibirlos el posadero, un hombre alto, delgado y de apariencia distinguida.

– Bienvenidos, milord y miladis -saludó, haciendo una reverencia.

– ¿Ya llegó el conde y su comitiva? -preguntó lord Cambridge.

– Los están esperando, milord. Permítame que los acompañe.

Luego de conducirlos por un estrecho corredor, abrió una puerta y los hizo pasar a una habitación.

– Iré a buscar a lord Leslie de inmediato. El vino está en el aparador. ¿Las damas desean algo especial?

– Por favor, acompañe a mi hija y a mi sirvienta a nuestros aposentos -ordenó Rosamund con voz serena, mientras se arrodillaba para abrazar a Philippa-. Quiero recibir a Patrick a solas, ¿comprendes, palomita?

– Sí, mamá -contestó la niña obedientemente, y se marchó con Lucy y el dueño de la posada.

– Necesito algo de vino. El frío es más intenso cuando cae la tarde, prima. -Tom se encaminó al aparador, tomó una jarra de peltre y se sirvió una copa. Tras beber unos sorbos exclamó-: Vaya, vaya, no está nada mal. ¿Quieres un poco, Rosamund?

– ¿Y recibir a Patrick con aliento a vino? No gracias, querido. Prefiero calentarme a mi manera -replicó, poniéndose de pie y sentándose junto a la chimenea donde ardía un buen fuego.

Aguardaron en silencio unos minutos hasta que se abrió una puerta y entró un caballero que se dirigió de inmediato a la dama de Friarsgate, la tomó de ambas manos y se las besó, al tiempo que decía:

– Soy Adam Leslie y usted es Rosamund, la prometida de mi padre, ¿verdad?

El joven era alto y robusto como su progenitor, pero, a diferencia de Patrick, que tenía el cabello de color caoba oscura y los ojos verdes, su pelo era casi negro y sus ojos azules.

– Mi padre no exageró al describirla, señora, es usted adorable. -Luego se volvió para saludar a Tom-Usted debe de ser lord Cambridge -e hizo una reverencia.

Tom se inclinó a su vez sin decir una palabra, pues prefirió que fuera Rosamund quien formulase la pregunta que lo tenía sobre ascuas.

– ¿Dónde está tu padre, Adam Leslie? ¿Por qué no ha venido a recibirme?

– Está aquí, señora. Usted debe hacerse de coraje, por el bien de él.

– ¡Por el amor de Dios! ¿Qué ha sucedido? -inquirió la joven con voz temblorosa.

Adam se dejó caer en la silla situada frente a Rosamund y comenzó a dar las explicaciones del caso:

– Nunca vi a mi padre tan ansioso por llegar a Edimburgo. Parecía un jovenzuelo. Podríamos haber pernoctado a varios kilómetros de la ciudad, pero era imposible detenerlo. Quería arribar esa misma noche para asegurarse de que lo encontrarían aquí, si por casualidad llegaban hoy temprano en la mañana. No quería causarle ninguna preocupación, señora -explicó, y luego de una breve pausa, continuó-. El posadero nos sirvió una cena excelente y después nos retiramos a nuestras habitaciones. Esta mañana mi padre se despertó quejándose de un fuerte dolor de cabeza. Se incorporó en la cama, lanzó un grito y se desmayó. En este momento el médico lo está atendiendo.