– Es un hombre que goza de la confianza del rey, milord. Jacobo Estuardo lo envió tan pronto como se enteró de su enfermedad. Sus consejos y los cuidados que le prodigó han dado excelentes resultados. -Rosamund se puso de pie. -Ahora le conviene descansar un poco, milord, de modo que lo dejaré tranquilo.

– Me tratan como a un anciano. Supongo, señora, que se sentirá aliviada al librarse de mi persona. ¿Cuándo podré salir de esta bendita cama?

– Se lo preguntaremos al señor Achmet cuando venga -respondió la joven y se retiró de la alcoba.

Una vez en pasillo, exhaló un profundo suspiro. Sus esperanzas se habían desvanecido casi por completo, pues era evidente que él no volvería a recordar los dos años que pasaron juntos. Se sintió más vacía y más sola que nunca. Y las palabras del conde: "Supongo, señora, que se sentirá aliviada al librarse de mi persona", dichas al pasar y en un tono casi frívolo, le habían roto el corazón.


El 29 de abril Philippa Meredith cumplió nueve años. Al conde de Glenkirk se le permitió bajar al salón para estar presente en la cena de cumpleaños. Había caminado varios días en el dormitorio y parecía haber recuperado al menos la fuerza física. La niña se sintió intimidada por el conde, pues la trataba como a una extraña. Aunque le resultaba difícil comprenderlo, se comportó con él de una manera impecable. Con tantas penas y ajetreos, nadie recordó que al día siguiente, el 30 de abril, Rosamund cumpliría veinticuatro años.

Se hicieron planes para el regreso de los Leslie a Glenkirk y de Rosamund y su familia a Friarsgate. Lord Cambridge acompañó a su prima a visitar a la reina. Margarita Tudor ya estaba al tanto de la situación. La recibió con los brazos abiertos y la condujo a sus aposentos privados. No había nada que pudiera decir o hacer para ayudar a su amiga en esas terribles circunstancias. Las dos mujeres se abrazaron.

– Ruego a Dios que nunca sientas un dolor tan lacerante como el mío.

– ¿Es cierto que perdió por completo la memoria? No por completo. Se acuerda de todo, salvo de los dos últimos años según el señor Achmet, tal vez algún día los recuerde. Es mi única esperanza, Meg.

– Rogaré para que así sea y rogaré por ti, querida Rosamund.

Trajeron al príncipe Jacobo y se lo mostraron a la dama de Friarsgate. Era un niñito saludable y pelirrojo, nada parecido a los Tudor. La visita llegó a su fin y Rosamund se despidió de la reina.

– Pronto habrá guerra. Cuídate, querida Rosamund.

– ¿Realmente lo crees? -preguntó la joven.

– Mi hermano no escuchará razones. Ya sabes cuan tozudo es. Con su condenada Santa Liga ha puesto a Escocia entre la espada y la pared -suspiró-. Tú estarás a salvo, pero mantente alerta -dijo, sacándose un anillo del dedo-. Si los escoceses invaden tus tierras, muéstrales el anillo y diles que te lo dio la reina de Escocia. Te librará de cualquier asedio.

A Rosamund se le llenaron los ojos de lágrimas.

– Gracias, Su Alteza -dijo dirigiéndose formalmente a Margarita Tudor, reina de Escocia.

"Maldita sea -pensó-últimamente no hago más que llorar". Las dos mujeres volvieron a abrazarse y Rosamund, luego de retirarse de los aposentos privados de Su Majestad, abandonó la residencia real.

CAPÍTULO 13

Rosamund regresó a la casa de su primo. Era 2 de mayo y ya tenía todo listo para partir al día siguiente. Ambas familias se irían a la mañana. Los Leslie hacia el noreste, a Glenkirk; y los Bolton, hacia el sudeste, a Friarsgate. Adam percibió la desolación que sentía Rosamund y cómo trataba de ocultarla ante los demás, en especial ante su pequeña hija. Después de que todos se fueron a dormir, se sentó junto a ella en el salón.

– Si recobra la memoria, enviaré por usted -le prometió.

– El instinto me dice que jamás la recobrará. Desde aquel dichoso momento en que se cruzaron nuestras miradas, supimos que nos habíamos amado en otro tiempo y otro lugar y que volveríamos a amarnos. Pero también supimos o, mejor, presentimos que no permaneceríamos juntos en esta vida. Sin embargo, a medida que crecía nuestro amor, esa premonición se fue ocultando en algún rincón de nuestra mente. Pero el destino intervino, Adam. Estaba escrito que tu padre y yo no viviríamos juntos por siempre. Es imposible escapar del destino. Tu padre pasará el resto de sus días sin poder recordar los meses gloriosos que compartimos ni nuestra pasión. Y yo, Adam, nunca lo olvidaré. Ese es mi castigo por desafiar a los hados -concluyó, afligida.

– Tal vez vuelva a recordar… -insistió Adam.

– Eres igual a tu padre -sonrió la joven con tristeza. Acto seguido, se puso de pie y se retiró a sus aposentos.


Llegó la mañana. Una vez más se reunieron todos en el salón para desayunar. Luego, ya listas para partir, ambas familias se dispusieron a despedirse. Era una situación en extremo embarazosa. Tomando la iniciativa, Rosamund se acercó a los Leslie y extendió la mano a Adam, que se la besó.

El conde le brindó una parca sonrisa.

– Gracias por cuidar de mí, señora -la saludó y también besó su mano enguantada.

Rosamund acarició la hermosa cara de Patrick.

– Adiós, amor mío -susurró, y escudriñó su rostro por última vez en busca de una reacción, una señal, algo. Cualquier cosa. No vio nada Dejó caer su mano, dio media vuelta y salió por la puerta principal Afuera la esperaba su caballo. Lo montó sin ayuda de nadie. Escuchó detrás de ella las voces de Tom y Philippa saludando a los Leslie. Finalmente, la joven y su comitiva bajaron por el sendero de entrada y tomaron la calle principal.

Adam se quedó mirándolos hasta que desaparecieron tras una curva.

– ¿No recuerdas nada, padre? ¿Nada?

– Nada. Ojalá pudiera, porque es una dama realmente encantadora, pero no logro recordar. No estoy fingiendo y mi último deseo sería engañar a esa mujer. Vamos a casa, Adam. Siento que hace siglos que me ausenté de Glenkirk.


Tom había contratado a dos docenas de hombres armados para que los escoltaran durante el viaje. A medida que avanzaban por la carretera, Rosamund se sentía más ansiosa por llegar a Friarsgate. El primer día ordenó apurar la marcha sin detenerse hasta que se pusiera el sol y la luz del crepúsculo cubriera la tierra. Pasó de largo la confortable posada que había elegido Tom para pernoctar y tuvieron que refugiarse en el establo de un granjero, sin siquiera recibir una cena frugal.

– No puedes tratar así a estos hombres -le recriminó Tom, enojado.

– Necesito llegar a casa. ¡Moriré ahora mismo si no regreso a casa!

– Philippa no puede dormir encima de una parva de heno. No tenemos nada para comer, ¡maldición!

– Dale unas monedas a la esposa del granjero y les preparará algo de comer.

Por lo bajo, Tom lanzó una sarta de palabrotas.

– ¡No te conocía ese vocabulario, primo! -rió Rosamund sin la menor alegría.

A la mañana siguiente, Tom pagó a la esposa del granjero más dinero del que esta había visto en su vida para que los alimentara. Pese a la buena voluntad y el esfuerzo de la mujer, la comida resultó poco sustanciosa. Rosamund casi no probó bocado y ordenó a los demás que se apresuraran.

Sin que le dijeran nada, dos hombres armados subieron de un salto a sus caballos y corrieron detrás de ella, mientras el resto de la guardia terminaba de comer.

– ¿Qué diablos le ocurre? -preguntó Tom a Maybel mientras cabalgaban juntos.

– La angustia ha consumido sus fuerzas y solo podrá recuperarlas en Friarsgate. Espoleará a su caballo hasta agotarlo con tal de llegar a casa.

– Pero ni Philippa ni Lucy podrán seguirle el ritmo.

– Yo haré lo que tenga que hacer. Philippa y Lucy son jóvenes y sobrevivirán. Todos llegaremos sanos y salvos a Friarsgate.

Al mediodía Tom logró convencer a Rosamund de detenerse en una posada confortable para que los animales pudieran descansar. Luego, ordenó un abundante almuerzo para todos, pues sabía que la joven los obligaría a cabalgar a galope tendido hasta que cayera la noche. También sabía que se estaban acercando a la frontera.

– Podemos pernoctar en Claven's Carn -sugirió Tom.

– De ningún modo -replicó su prima con frialdad-. No me detendré allí.

– Entonces hagamos un alto aquí. Ayer cabalgamos hasta el límite de nuestras fuerzas.

– No. Pasaremos Claven's Carn y mañana al mediodía estaremos en Friarsgate.

– ¡Demonios, Rosamund! Sabes muy bien que entre Claven's Carn Y Friarsgate no hay ningún sitio donde descansar. Dormiremos en el campo, si es necesario.

– ¿Acaso pretendes que Maybel, Lucy y Philippa duerman en el Pasto? -gritó Tom con la cara roja de ira.

– Si no hubieras tenido la peregrina idea de invitar con vino y comida a todo el mundo, ahora estaríamos mucho más cerca de Friarsgate.

– ¡Te has vuelto loca!

– ¡Necesito regresar a casa, Tom! ¿Es tan difícil de entender?

– ¡No, pero nos matarás a todos con tu maldita obstinación! Pasaremos la noche en Claven's Carn, ¡y no se hable más!

– Vayan ustedes. Yo no iré -replicó, implacable.

Como solía suceder en primavera, el tiempo cambió abruptamente El cielo, que a la mañana había estado despejado, se llenó de nubes y, al caer el sol, comenzó a lloviznar. A lo lejos, divisaron las dos torres de Claven's Carn, que perforaban el plomizo cielo del crepúsculo.

– Descansaremos allí esta noche -dijo Tom al capitán de la patrulla armada-. Diga a uno de sus hombres que se adelante y solicite albergue para lady Rosamund antes de que cierren los portones.

– ¡A sus órdenes, milord! -obedeció el capitán y llamó a uno de los guardias.

– El señor Logan Hepburn no va a negarnos su hospitalidad -susurró Tom a Maybel.

– No, y su esposa tampoco. Pero te advierto que tu prima se enfadará contigo y no dará el brazo a torcer. La conozco de toda la vida y sé que cuando se le mete algo en la cabeza no hay nada que pueda doblegar su voluntad. Sin embargo, confieso que nunca la vi tan obstinada como ahora. Mientras haya un hilo de luz insistirá en continuar el viaje.

– Los caballos no resisten más.

– Entonces ve y trata de hacerla entrar en razones.

Tom azuzó su corcel y se adelantó para alcanzar a su prima.

– Rosamund, sé razonable, te lo suplico… -La joven cabalgaba con la mirada fija hacia delante. -Si no sientes piedad por los jinetes, apiádate al menos de los caballos. Están exhaustos y necesitan descansar.

– Nos detendremos cuando hayamos pasado Claven's Carn y atravesado la frontera. Aún no es de noche, Tom. Podemos avanzar unas cuantas leguas antes de que la oscuridad nos impida ver el camino.

Lord Cambridge apretó los dientes, tratando de mantener la calma, y en un tono neutro le explicó:

– No discutiría contigo si el tiempo ayudara, pero está lloviendo cada vez más. Será una de esas lluvias de primavera que duran toda la noche. No puedes obligar a Maybel, Lucy y Philippa a cabalgar bajo el agua. Además, piensa en los animales. No habrá luna hoy, prima, ¿cómo haremos para ver el camino en la oscuridad? Si no nos refugiamos en Claven's Carn nos calaremos hasta los huesos y alguno de nosotros podría morir de pulmonía.

– Los hombres iluminarán el camino con antorchas.

– Sé que estás sufriendo, Rosamund… -empezó a decir Tom, pero su prima levantó la mano con firmeza y lo hizo callar.

– Quédense en Claven's Carn, si así lo desean. Yo pienso seguir.

– ¿Qué problema hay en que pernoctemos allí?-alzó la voz su primo, incapaz de contener su enojo e impaciencia-.De todos modos, no llegaremos a Friarsgate hasta mañana.

– Llegaré antes si no me detengo.

– ¡Te has vuelto rematadamente loca! -exclamó. Luego hizo girar su caballo y volvió al lado de Maybel. -Dice que nosotros podemos quedarnos en Claven's Carn, pero que ella continuará el viaje.

– No te preocupes, milord. Deja que lo crea. Le pediremos al amo de Claven's Carn que vaya tras ella y la convenza de refugiarse en su casa. No vacilará en hacerlo, pues sigue enamorado de Rosamund, por más buena que sea su esposa.

– No digas disparates, Maybel. ¡Mi prima detesta a Logan Hepburn! Si le dice que venga, ella se irá; si le dice que doble a la derecha, ella doblará a la izquierda.

– Es cierto, es cierto. Pero el señor jamás permitirá que su amada cabalgue en medio de la tormenta, aunque la muy terca se resista. Ya Verás cómo la trae de vuelta -aseguró Maybel y soltó una carcajada.

– Eres una vieja ladina.

– Conozco muy bien a mi niña.

Cuando llegaron al camino que subía la colina donde se hallaba Claven's Carn, vieron que se acercaba el guardia que había sido enviado para solicitar albergue. Rosamund ordenó a la comitiva que detuviera la marcha.

– El señor y su esposa les dan la bienvenida -anunció el hombre. Necesito que dos de sus guardias me acompañen e iluminen el camino con antorchas -ordenó la joven al capitán-. Quiero avanzar lo máximo posible esta noche. El resto de sus hombres puede irse con mi primo, mi hija y las mujeres.