El capitán hizo un gesto negativo con la cabeza.

– Señora, nos contrataron para escoltarla hasta Friarsgate, y eso haremos, sin duda. Pero no expondré a mis caballos a una muerte segura, que es lo que hallarán si andan toda la noche bajo la lluvia, sin alimentarse ni descansar como es debido.

– Le daré nuevos caballos.

– Matará a mis hombres. ¡La respuesta es no! Mire a su alrededor señora. Esa neblina que está cubriendo las colinas muy pronto se convertirá en una densa niebla y ya no se podrá ver nada, ni siquiera con una antorcha. Le aconsejo quedarse aquí.

– No me detendré ahora. Deme una antorcha y continuaré el viaje sola.

Tom sentía que la cabeza le iba a estallar, pero, de pronto, recordó las palabras de Maybel.

– ¡Entréguele la maldita antorcha! -ordenó al capitán.

– ¡No, milord!

Tom lo hizo callar con la mirada.

– Sí, milord -se retractó el capitán y tendió a Rosamund su propia antorcha-. Por favor, señora, quédese aquí.

Ignorándolo, la joven se alejó de la comitiva y fue entrando en la niebla hasta convertirse en un punto de luz.

Presididos por Tom, las mujeres y los guardias armados subieron el camino que conducía a la propiedad. Pese a la lluvia, Logan los recibió en la explanada y, al echar un vistazo a la comitiva, descubrió con gran pesar que faltaba Rosamund. Lord Cambridge notó la sorpresa de Logan y, tras apearse de su cabalgadura, le dijo:

– Debemos hablar de inmediato y en privado, Logan Hepburn.

El amo de Claven's Carn no emitió réplica alguna e invitó a los huéspedes a ingresar en la casa, donde lady Hepburn los aguardaba con impaciencia. Tras saludarlos, Jean los condujo al salón y Logan se retiró con Tom a su pequeña biblioteca, donde comenzaron a hablar si siquiera sentarse.

– ¿Qué ha ocurrido?

– Intentaré ser lo más sintético posible. Cuando llegamos a la posada de Edimburgo, el conde de Glenkirk sufrió un ataque cerebral y estuvo al borde de la muerte. El rey Jacobo envió a su propio médico, un moro eminente, y entre el doctor y Rosamund lograron salvarle la vida. Pero, por desgracia, la enfermedad borró una parte de su memoria. No podía recordar los dos últimos años de su vida. ¿Comprendes lo que te estoy diciendo?

– O sea que no recordaba a Rosamund -contestó Logan, con una mezcla de pena y alegría.

– Ella lo cuidó con amor y devoción durante un mes hasta que Patrick recuperó las fuerzas y estuvo en condiciones de regresar a su hogar. Pero, dadas las circunstancias, la boda debió ser cancelada. Mi prima está embargada por el dolor y la furia, y ahora, mientras estamos hablando, cabalga sola bajo la tormenta rumbo a Friarsgate.

– ¡Por Dios! -gritó horrorizado.

Tom estuvo a punto de sonreír, pero se contuvo. Maybel había acertado.

– ¿Rosamund está allá afuera, completamente sola y mojándose bajo la lluvia? ¿Cómo permitiste semejante cosa? ¿Estás loco? -rugió el señor de Claven's Carn.

– Fue imposible detenerla. Imposible. Es una mujer muy testaruda y necesita volver a Friarsgate para recobrar las fuerzas.

– ¡Pero puede morir de pulmonía!

– Tal vez tú consigas que entre en razones, Logan Hepburn.

– ¡Como si fuera tan fácil! Preferiría lidiar con una loba… De todas laneras no permitiré que ponga en peligro su vida, por muy apenada que esté. Saldré a buscarla de inmediato. Ve al salón y explícale la situación a mi esposa. Quiero que Jeannie se prepare para la llegada de Rosamund, que, mucho me temo, no será nada pacífica.

– Gracias, Logan Hepburn -dijo Tom con calma.

– Sabías que iría tras ella…

– Yo no, Maybel.

Volvieron al salón donde los huéspedes se calentaban junto a las chimeneas. Logan se acercó a su esposa, le murmuró algo al oído y dejó a Tom a cargo de las explicaciones. Pidió a sus sirvientes la capa y el caballo. Luego, portando una antorcha, salió a medio galope bajo la tormenta. Tomó el camino que atravesaba la frontera con Inglaterra. Avanzó despacio, pues la niebla y la oscuridad se hacían cada vez densas. Rosamund llevaba un cuarto de hora de ventaja, pero él la alcanzaría y la haría volver a Claven's Carn.

El caballo se movía de manera cautelosa, pero constante, y en los tramos donde la niebla se levantaba, apuraba la marcha. En un momento, Logan divisó la tenue llama de la antorcha y quiso cabalgar a toda velocidad, pero era muy peligroso. Por unos instantes la niebla se levantó y entonces jinete y caballo salieron disparados como una flecha. La distancia entre ellos era cada vez más corta. Logan podía ver el corcel de la joven. Aprovechando un nuevo claro en el camino, espoleó los flancos de la montura y galopó hasta colocarse justo detrás de Rosamund. Logan rugió su nombre, pero un estrepitoso trueno tapó los gritos. Entonces, avanzó y se puso a la par de ella, quien, concentrada en el camino, al principio no advirtió su presencia.

– ¡Por qué eres tan endemoniadamente testaruda! -la regañó. Con una rápida maniobra logró alzarla, tirarla de su corcel y colocarla delante de él en su caballo. Aferrándola con fuerza de la cintura, soportaba estoico los puñetazos de la joven.

Rosamund había gritado de espanto al oír la voz de un hombre y luego ser arrancada de su caballo. Pero enseguida se dio cuenta de quién era su captor.

– ¡Suéltame, maldito villano!

– Ha sido una maravillosa cacería, señora, pero ahora volverás conmigo a Claven's Carn.

– ¡Jamás! -Y le asestó varias trompadas para liberarse de sus garras.

– Sé lo que te ocurrió. Lo siento de veras. Pero si te hubieras casado conmigo, nada de eso habría pasado.

– ¡No quería casarme contigo!¡Te expliqué que no estaba preparada para volver a contraer matrimonio! Pero tú insistías con lo mucho que ansiabas tener un heredero. Me trataste como a un animal de cría.

– No era esa mi intención. Pensé que sabías que te amaba… ¡Y sigo amándote! Supuse que te alegraría la posibilidad de darme un heredero. ¿Acaso no le diste tres hijas a Owein Meredith? -le gritó. Hizo girar al caballo y vio con alivio cómo el corcel de Rosamund los seguía detrás.

– ¿Supusiste? No, maldito fronterizo. ¡Lo diste por sentado! Ni siquiera me preguntaste. Sólo te importaban tus deseos y necesidades, nunca me dijiste que me amabas y que por eso querías que fuera la madre de tus hijos. ¡No! Me anunciaste que vendrías a desposarme el Día de San Esteban y que luego procrearíamos a tu anhelado heredero. ¡Jamás me preguntaste qué deseaba yo, Logan Hepburn! Ahora, bájame y déjame seguir mi camino.

– No, señora. Aunque me lleve la noche entera, regresarás conmigo a Claven's Carn. Comerás algo caliente y dormirás en una cama seca y confortable. Y ese pobre y vapuleado caballo podrá descansar.

– Ay, es inútil. Otra vez estás diciéndome lo que tengo que hacer. ¡Pues no lo haré! ¡No eres mi amo!

– ¡Cállate! -gruñó Logan y luego, en un irrefrenable impulso, la besó. Sintió un fuerte mareo cuando lo envolvió el sutil, pero poderoso aroma a brezo de la joven.

Rosamund le dio vuelta la cara de una bofetada, y se quedó en silencio, atónita. Nadie la había besado desde Patrick Leslie.

Cabalgaron muy despacio, como si no fueran a llegar nunca, hasta que finalmente doblaron en el sendero que desembocaba en Claven's Carn. En la explanada, Logan la bajó del caballo y se deslizó de la montura. Rosamund miró a su alrededor y le pegó un feroz puñetazo que lo hizo tambalear y prorrumpir en una risa incontrolable. La joven se encaminó hacia la casa a paso vivo. Logan la siguió, frotándose la mandíbula.

Cuando la dama de Friarsgate ingresó en el salón, Jeannie se apresuró a socorrerla.

– ¡Pobrecita! -exclamó con voz compasiva-. Siéntate junto al fuego. Comprendo la desesperación por llegar a tu hogar, pero no debes agotarte, Rosamund. Necesitas descansar. Ojalá no hayas contraído un resfrío o una pulmonía. ¡Las lluvias de primavera son de lo más traicioneras! -Le quitó la capa bañada en agua y le acercó una silla. -¡Tam, trae vino para la señora! -Ordenó a uno de los sirvientes-. Logan, sácale las botas y caliéntale los pies como lo haces conmigo.

– Por favor, señora, no me gusta causar problemas. Estaré bien Agradezco sus buenas intenciones, pero debieron dejarme sola. Habría llegado a Friarsgate a la mañana.

– Estabas a menos de dos millas de aquí -dijo Logan mientras se arrodillaba y le quitaba las botas que Jeannie colocó junto al fuego para que se secaran.

– Los pies, Logan -repitió sonriendo a Rosamund-.Verás cómo los calienta en un segundo. Debes de estar muerta de hambre; te traeré un plato de comida -Se retiró agitada. El embarazo era mucho más notorio que la última vez que se habían visto, a finales de marzo.

Rosamund se sobresaltó cuando sintió las grandes manos de Logan en uno sus pies.

– ¿Qué haces? -preguntó sacudiendo la pierna.

– Sigo las instrucciones de mi esposa, señora -dijo con voz suave, pero mirándola maliciosamente.

Rosamund se dio cuenta de que él quería pelear, pero en lugar de discutir, le contestó:

– Está bien, pero apresúrate, Logan Hepburn. Estoy helada. ¿Dónde está mi familia?

– Supongo que ya habrán comido y se habrán ido a dormir. Ya es tarde.

Una mano sostenía el pequeño pie de la joven y la otra lo frotaba con delicadeza. Logan sintió un deseo irresistible de besar esa piel suave y tersa, pero lo reprimió.

– Tus masajes están empezado a surtir efecto.

– Es un experto en esos menesteres. -acotó Jeannie con entusiasmo, portando un plato con comida para la huésped.

A Rosamund le costaba comer. Desde que había llegado a Edimburgo y visto al conde enfermo, apenas había probado bocado y la comida, lejos de provocarle placer, le causaba repugnancia. No obstante, procuró alimentarse para no desairar a su anfitriona.

– Comprendo tu falta de apetito -dijo Jeannie retirándole el plato-. Al menos has ingerido algo sólido. -Su mirada transmitía una compasión y una bondad genuinas.

Rosamund asintió, al tiempo que procuraba contener las lágrimas

– ¿Sus pies ya están bien calientes? -preguntó lady Hepburn a su esposo.

– Sí.

– Entonces, tráele una copa de vino a Rosamund. -Cuando él se marchó, añadió-: Me di cuenta de que tenías ganas de llorar, pero no querías hacerlo delante de un hombre. Sé el infinito dolor que estás sufriendo y lo lamento muchísimo.

Rosamund asintió una vez más, sin decir una palabra. Luego giró la cabeza y se puso a contemplar el fuego.

Cuando Logan volvió con la copa de vino, su esposa lo detuvo con la mano y, colocando el dedo índice en sus labios, le ordenó silencio.

– Se ha quedado dormida -explicó Jeannie.

– La llevaré a su alcoba.

– No, podrías despertarla. Dejemos que descanse junto al fuego. Cúbrela con la capa, que ya está seca. Dormirá toda la noche, ya verás. Ahora, vayamos a la cama, Logan.

– Ve tú primero, pequeña. Yo me aseguraré de que todo quede bien cerrado.

– De acuerdo -asintió y salió del salón.

Como todas las noches antes de acostarse, Logan se fijó que hubieran atrancado y echado el cerrojo a las puertas y ventanas que daban al exterior. Comprobó que las lámparas estaban apagadas y que el fuego de las chimeneas estaba controlado. Luego, reingresó al salón y se sentó frente a Rosamund. Su rostro le resultaba muy familiar, pues soñaba con él todas las noches. Recordó a la niña que había conocido en la feria del ganado en Drumfie, varios años atrás. Se había enamorado de ella al instante. ¿Por qué el destino la había apartado de sus brazos? Resignado, meneó la cabeza y, temiendo que su mujer comenzara a preocuparse, se levantó de la silla. La joven seguía durmiendo.


Cuando Logan apareció en el salón a la mañana siguiente, Rosamund ya estaba despierta y discutía acaloradamente con el capitán de los hombres armados.

– ¡Todavía nos falta un día de cabalgata! -profirió la dama de Friarsgate.

– ¡Usted está loca, señora! ¡No la acompañaré un paso más! -Replicó el capitán con firmeza-. ¡Casi mata a mis hombres y mis caballos! Pague lo que nos debe y nos marcharemos.

– Pero es sólo un día más… -suplicó Rosamund-. No pretenderá que tres damas indefensas y un solo caballero viajen este último tramo del camino sin la protección de una escolta armada. Es el trayecto más peligroso, pues corremos el riesgo de que nos ataquen tanto los escoceses como los ingleses. Lo contratamos para que nos llevara a Friarsgate.

– ¡Ni un paso más, milady! Páguenos ahora mismo.

– Págale -intervino Logan-. Ya no puedes seguir confiando en él. Si insistes, lo único que conseguirás es que te arrebate el dinero por la fuerza cuando estén fuera del alcance de Claven's Carn, y que luego los abandone. Los hombres de mi clan y yo los escoltaremos hasta tu casa.

Por primera vez, Rosamund no discutió con Logan. Por más dolor que sintiera, no era tan necia como para rechazar la oferta. Sacó de su vestido una bolsa de cuero llena de monedas, la abrió, vació un tercio del contenido en su mano y lo guardó en un bolsillo. Luego cerró la bolsa y se la entregó al capitán.