– Usted fue contratado para llevarnos a Friarsgate y no a Claven's Carn. Le estoy pagando hasta donde nos ha acompañado. ¡Ahora llame a sus hombres y aléjese de mi vista!

Inclinando la cabeza, el capitán saludó al señor de la propiedad y salió caminando a paso vivo.

– No quiero estar en deuda contigo, Logan Hepburn.

– No me debes nada. Aunque seas inglesa, eres la vecina más cercana y sería muy descortés de mi parte si no te escoltara hasta Friarsgate en estas circunstancias.

– No quiero perder más tiempo aquí.

– Partiremos tan pronto como tu familia esté lista.

– ¿Cómo está tu hijo?

El duro rostro de Logan se iluminó de alegría.

– Es un niño fuerte y hermoso. Dicen que es mi viva imagen. Tal vez lo sea, pero no hay duda de que heredó el carácter de la madre.

Rosamund no pudo evitar sonreír.

– Entonces eres muy afortunado, Logan.

– ¿Qué quieres decir?

– Mejor no discutamos el tema, milord.

– Tienes razón, pues tú y yo jamás nos pondremos de acuerdo, ¿verdad, Rosamund?

– Ya no me atrevo a predecir el futuro, Logan Hepburn. Alguna vez pensé que podía preverlo, pero lo ocurrido esta primavera me demostró lo contrario.

Tom entró en el salón, seguido por Maybel, Philippa y Lucy.

– ¡Ah, veo que te has levantado! -saludó a su prima con jovialidad.

– No me sonrías así, ¡traidor! Te advierto que la guardia armada cobró su paga y desapareció. El capitán se rehusó a continuar el viaje. Pero, por suerte, el señor de Claven's Carn se ha ofrecido amablemente a escoltarnos hasta mi casa.

– ¡Qué barbaridad! ¡Están todos levantados! -Exclamó Jeannie al ingresar al salón-. Me temo que soy una pésima anfitriona. -Corriendo de aquí para allá, ordenó a sus criados que sirvieran el desayuno.

– Los guardias armados se esfumaron -informó Logan a su esposa-. He decidido reunir a mis hombres y acompañarlos hasta Friarsgate. Volveremos a la noche, querida. -Besó la frente de Jeannie.

– ¡Por supuesto! -Dijo Jeannie-. Es el tramo más peligroso, con esos temibles bandidos acechando en las colinas. Consigue todos los hombres que puedas; de ese modo evitarás que los ataquen. -Luego miró a Rosamund y le sonrió-He descubierto que los fronterizos, sean escoceses o ingleses, suelen actuar de manera impulsiva y precipitada.

Rosamund esbozó una sonrisa.

– Sí, es cierto.

Sirvieron la comida en la mesa del salón. Lucy tuvo que ir a la cocina junto con los demás criados, pero Maybel fue tratada como una huésped de honor, por haber sido una fiel servidora de su ama y por ser la esposa de un Bolton. Había potaje de avena caliente, crema, miel, rebanadas de pan fresco, huevos duros, mantequilla dulce recién hecha, mermelada de frutillas, cerveza y vino rebajado con agua.

– ¡Philippa! -La amonestó su madre cuando la niña indicó a un criado que le sirviera cerveza en su copa-. Solo puedes beber el vino o agua.

– ¡Mamá! ¡Ahora tengo nueve años!

– Tendrás que esperar a los doce para beber cerveza en el desayuno

– Tu madre nunca bebía cerveza -intercedió Maybel.

– ¡Uf! -se quejó la niña, pero luego aceptó el vino aguado que le ofrecía uno de los sirvientes.

– Recuerdo cuando yo tenía nueve años -dijo Jeannie con una sonrisa-. Es una edad muy difícil para una mujercita.

Cuando terminaron de comer, Logan anunció que reuniría a sus hombres y que partirían a la brevedad y se retiró de la estancia.

Una vez finalizados los preparativos del viaje, Rosamund agradeció a la anfitriona por su generosa hospitalidad. Nadie habló de la renuencia de la dama de Friarsgate a alojarse en Claven's Carn la noche anterior.

Las dos mujeres se abrazaron y Jeannie manifestó:

– Rosamund, quiero pedirte un favor. ¿Te gustaría ser la madrina de mi próximo hijo?

– Estoy segura de que encontrarás a alguien más apropiado que yo.

– No. Las cuñadas de Logan me odian desde que le pedí a mi esposo que los hermanos vivieran en sus propias casas. Trataban de menoscabar mi autoridad en Claven's Carn y se abusaban de mí porque me consideraban una joven tonta e ingenua, pero yo me daba cuenta de todo. Cuando Logan me preguntó qué deseaba a cambio de haberle dado un hijo, le dije que lo pensaría. Luego de ver la rudeza con que te trataron en tu visita anterior, le pedí que mis cuñados y sus familias vivieran en sus casas. Logan aceptó sin chistar, pero a cambio nombró padrinos de mi hijo a sus hermanos y esposas. Los hermanos quedaron contentos, pero las mujeres no.

– ¿Y tu familia?

– Mi familia vive en el lejano norte y soy apenas un vago recuerdo para ellos. Por favor, Rosamund, dime que serás la madrina de mi hijo. Eres la única amiga que tengo.

Conmovida por las súplicas de Jeannie, Rosamund sonrió y le dijo:

– Si tu esposo lo aprueba, será un honor para mí ser la madrina de tu niño, Jeannie Hepburn.

"¡Maldición! -Pensó-, ¿acaso nunca podré liberarme de los Hepburn?". Besó a la joven en la mejilla, dio media vuelta y salió.

Logan con sus hombres, Tom, Philippa, Lucy y Maybel la esperaban en la explanada. Descendieron por el sendero hasta el camino. El día era soleado y nubes de diversas tonalidades surcaban el cielo, mecidas por el viento. Las colinas relucían de un fresco verdor y aquí y allá se veían ovejas pastando. En dos oportunidades divisaron grupos de bandidos que bajaban por las laderas, amenazantes. Pero al advertir que la comitiva de Logan Hepburn era demasiado numerosa, dieron media vuelta y se alejaron.

– Gracias por la compañía -dijo Rosamund a Logan cuando vio la segunda banda de asaltantes.

– En mi opinión, serías capaz de enfrentar a cualquier forajido que intentara robarte, Rosamund, pero más vale prevenir que curar -replicó Logan jocoso y espoleó a su caballo.

Tom se acercó a su prima.

– Al fin, Rosamund. No te había visto tan tranquila desde que partimos de Edimburgo. ¡Estoy contentísimo!

– Tenías razón anoche.

– Lo sé.

La joven le propinó una cariñosa bofetada y enseguida volvió a ponerse seria.

– Nunca me he sentido tan desdichada, Tom. Jamás superaré esta desgracia, jamás. No puedo creer que todo haya terminado y que Patrick haya desaparecido de mi vida.

– Tal vez, con el tiempo, recupere la memoria, prima… -empezó a decir Tom, pero ella lo detuvo con la mano.

– No. No me preguntes por qué, pero sé que ya no me recordará, como supe desde un primer momento que algún día nos separaríamos.

– ¿Qué harás ahora?

– Antes que nada, te aseguro que no volveré a casarme. Me ocupare de mis responsabilidades, que son mis hijas y Friarsgate. Philippa ya está grandecita y es hora de empezar a buscarle un marido. Además tú y yo iniciaremos una nueva empresa. Todas esas actividades llenarán de sobra mis días.

"Pero no mis noches ni mi corazón" -pensó en silencio.

Habían salido cuando el sol despuntaba por el horizonte; hacia el mediodía Rosamund empezó a reconocer el paisaje y a sentir que se aproximaba a su hogar. Cuando llegaron a la cima de una colina, vieron el lago, los prados salpicados de ovejas y corderos, el ganado pastando, los cultivos en su máximo esplendor. Vieron a los pobladores de Friarsgate atareados en sus labores. A medida que descendía por la ladera, Rosamund saludaba a todos cuantos se cruzaban en su camino. Un niño corrió delante de la comitiva para anunciar el arribo de la señora. La joven se preguntó si acaso el pueblo se había enterado de su tragedia, pero supuso que Edmund se habría ocupado de informar a todo el mundo. Sonrió a los niños que agitaban sus manos desde los huertos en flor. Era un día igual a aquel cuando había regresado a Friarsgate con Patrick, un año atrás.

Su tío salió a recibirlos cuando llegaron a la casa. Lo acompañaba el padre Mata. Rosamund se deslizó de la montura y Edmund ayudó a bajar a Maybel. Philippa y Lucy se dirigieron al interior de la propiedad.

– ¡Oh, sobrina, lamento tanto tu desgracia! -exclamó Edmund.

– Gracias, tío. Por favor, ordena que den de comer a Logan y su clan. Volverán a Claven's Carn hoy mismo. Yo estoy extenuada y deseo retirarme a mis aposentos. -Luego volteó hacia Logan-Gracias, milord -dijo y desapareció.

– Bueno, al menos no te dio un golpe esta vez. Tienes un lindo moretón en la mandíbula -bromeó Tom, y juntos ingresaron a la casa.

– ¿Qué pasó? -preguntó Edmund, siguiendo a los dos hombres.

– Yo no sé nada, querido -respondió Maybel-. Cuando lograron rescatarla de la tormenta y de su propia locura, yo dormía en la cama como un lirón. Tom te contará todos los detalles. ¡Ah, agradezco a Jesús y la Madre Bendita por haber regresado sana y salva! ¿Annie los cuidó bien?

– Hizo un excelente trabajo -aseguró Edmund.

– Te noto preocupado, esposo mío. ¿Qué ocurre?

– El mismo día en que emprendieron el viaje a Edimburgo llegó un mensaje del rey. Como tenía el sello real, me tomé el atrevimiento de abrirlo y leerlo. Decía: "Se ordena a la dama de Friarsgate visitar al rey Enrique en Greenwich". Sabiendo que ella estaría ausente bastante tiempo, envié una respuesta explicándole que no se hallaba en Friarsgate, y que le transmitiría el mensaje en cuanto regresara. Entregué la carta al mismo emisario real que trajo la misiva de Su Majestad, pero no he recibido ninguna respuesta.

– Debes informar a nuestra sobrina de inmediato.

– Mejor mañana, querida. Ahora está exhausta y desconsolada. Dejemos que pase la noche en paz antes de atosigarla con nuevas preocupaciones.

– De acuerdo, tienes razón.


Logan Hepburn y sus hombres se quedaron suficiente tiempo como para restaurar sus fuerzas con una buena comida y permitir que los caballos descansaran y se alimentaran. Partieron a la tarde temprano y Tom los despidió.

Desde una de las ventanas superiores, Rosamund observó cómo se alejaban. Logan miró hacia arriba al salir de la explanada, pero no la vio, pues la joven se había ocultado en un rincón oscuro, preguntándose por qué había volteado hacia la casa. Luego encogió los hombros, se metió en la cama y durmió hasta la primera luz de la mañana. Cuando despertó no sabía dónde se encontraba, pero al instante una corriente de felicidad fluyó por todo su cuerpo y supo exactamente dónde estaba. Se levantó, se vistió, salió de su alcoba y descendió despacio las escaleras. Los sirvientes estaban iniciando sus actividades. Desatrancó la puerta principal y salió al exterior.

El aire del amanecer era fresco y la hierba de los reverdecidos prados emanaba una dulce fragancia. Escuchó el tenue mugido de las vacas Y el balido de las ovejas. Los pájaros cantaban jubilosos por la plenitud de la primavera. Miró hacia el este y vio cómo la esfera roja y brillante comenzaba a elevarse. El horizonte estalló en múltiples colores: dorado, lavanda, escarlata y naranja. Era un espectáculo de una belleza tan extraordinaria que Rosamund se echó a llorar. Por fin estaba en Friarsgate, su preciado refugio. Pero Patrick Leslie, conde de Glenkirk, había desaparecido para siempre. "No podré seguir viviendo sin él -pensó enjugándose las lágrimas de la cara-. Debería estar conmigo ahora, contemplando este hermoso amanecer, oliendo la dulzura del aire, amándome". Pero eso era imposible.

– ¿Cómo haré para soportarlo? -susurró-. ¿Cómo haré para vivir sin ti, Patrick?

Debía continuar, no tenía alternativa. Las responsabilidades la reclamaban: Friarsgate, Philippa, Banon y Bessie. Podía llorar su pena en la soledad de su alcoba, pero tenía que ocuparse de sus tierras y sus hijas.

Cuando regresó a la casa, la estaba aguardando el tío Edmund.

– Será un día espléndido. ¿Ya has comido, tío?

– No.

– Entonces, desayunemos juntos.

– ¿No deseas asistir a misa primero?

– Hoy no. Siéntate.

– Mientras estabas fuera llegó este mensaje para ti y me tomé el atrevimiento de responderlo -informó Edmund tendiéndole la carta. Rosamund la abrió y leyó el contenido. -No tengo tiempo para ver al rey en estos momentos. -Parece más una orden que una amable invitación, sobrina. -Iré dentro de unos meses. -No debes desoír la orden del rey.

– Lo sé. Iré al palacio después de la cosecha y regresaré antes del invierno. No quiero alejarme otra vez de Friarsgate.

– Me pregunto qué querrá el rey Enrique de una simple campesina.

– Yo también me lo pregunto.

Evidentemente, Enrique no la quería para saciar su apetito carnal. En la corte había miles de mujeres dispuestas, si no ansiosas, a satisfacer sus deseos. Entonces, ¿por qué motivo había enviado por ella? Tras cavilar unos instantes, creyó hallar la respuesta. Cuando Tom le contó a lord Howard que Rosamund era su prima y que había estado en la corte durante su infancia, el embajador inglés comenzó a atar cabos. Fuera como fuese, Enrique Tudor tendría que esperar hasta que estuviera lista y con fuerzas suficientes para emprender un nuevo viaje. No estaba en condiciones de enfrentarse con su rey en esos momentos.