– Sólo podría convertirse en el heredero si tus hermanas y yo desapareciéramos de la tierra. No lo he visto desde que era pequeño. Era un niño odioso que siempre andaba pavoneándose y dando órdenes.

– Dicen que ahora es el jefe de una banda de ladrones.

– Lo sé. ¿Quién te lo dijo?

– Maybel. Asegura que Henry joven es todavía peor que la ramera de su madre.

– Tal vez tenga razón, pero no debería haberte dicho eso, Philippa. Quítate de la cabeza a tu malvado tío y a toda su prole. Jamás se inmiscuirán en tu vida.

– Sí, mamá -replicó la muchacha, obediente.

Rosamund salió a buscar a su vieja niñera.

– Maybel, no hables a mis hijas del joven Henry o las asustarás.

– A esas tres no las asusta nada.

– Porque son pequeñas y están protegidas. No han tenido la misma vida que yo y no quiero que sientan temor por los Bolton.

– Las cuidas demasiado, Rosamund. En vez de llevar a Philippa al palacio de la reina Margarita deberías haberla presentado en la corte de nuestra bondadosa Catalina. Ella fue amiga tuya alguna vez y podría ayudarla si la conociera. Philippa cumplirá diez años en abril y ya es hora de que empieces a buscarle un marido.

– Todavía no. Tal vez cuando tenga doce.

– Los buenos candidatos ya estarán comprometidos si esperas demasiado tiempo -replicó Maybel, molesta por la actitud de su sobrina-. A los diez años ya te habías casado dos veces y a los catorce ibas por el tercer marido.

– Y justamente por esa razón esperaré hasta que Philippa tenga doce. No quiero que se case con un vejestorio. Quiero que se enamore y despose a un muchacho de su edad, y que, en la medida de lo posible, permanezca con él el resto de su vida.

– ¡Pura charlatanería romántica!

– Pues, te guste o no, son mis hijas y tengo todo el derecho de planificar su vida. Y lo haré de la manera más sabia posible.

– Tal vez prefieran forjar sus propios planes.


Con la llegada de la primavera las colinas comenzaron a reverdecer. Bajo el cálido sol, las ovejas guiaban con orgullo a sus nuevas crías por las praderas. Los campos habían sido arados y sembrados. Los árboles de los huertos rebosaban de flores. El 15 de mayo, Banon, la segunda hija de Rosamund, festejó su octavo cumpleaños; Philippa cumplió diez a fines de abril; Bessie, cinco, a fines de mayo. Como en las celebraciones anteriores, Tom acudió a la fiesta y regaló a Bessie un cachorrito terrier. La niña gritó de alegría al abrir la cesta donde lo había colocado su tío, a quien agradeció con un fuerte abrazo. El inquieto perrito saltó de la canasta y correteó por el jardín, celosamente perseguido por la pequeña Bessie. Todos se echaron a reír, cuando, de pronto, fueron sorprendidos por visitas inesperadas, guiadas por un sirviente.

– ¡Cuánta felicidad! -exclamó Henry Bolton. Lo acompañaba un muchacho alto a quien Rosamund reconoció de inmediato. Era su primo Henry.

La dama de Friarsgate se levantó de su asiento.

– ¡Tío Henry, qué sorpresa! Acércate y únete a la fiesta. -Ignoró a su primo a propósito.

– He traído a mi hijo, que en estos momentos vive conmigo.

– Me han contado que se dedica a robar, tío.

– No, no, sobrina. Es un hombre completamente reformado. ¿Verdad, hijo?

– Sí, padre -respondió el joven, con los ojos clavados en Philippa-. ¿Ella es la heredera de Friarsgate, padre?

– Nunca te caracterizaste por la sutileza, primo -intervino Rosamund-. Si tienes la peregrina idea de desposar a mi hija, quítatela ya mismo de la cabeza. Ya se lo advertí a tu padre en diciembre. -Lanzó una mirada feroz a sus parientes.

– Con alguien tendrá que casarse la niña, primita -replicó el joven.

– Quien despose a mi hija ha de reunir dos condiciones fundamentales: primero, ella debe estar enamorada de él, y segundo, el hombre debe pertenecer a la nobleza. Y tú no satisfaces ninguna de esas condiciones. Si el propósito de la visita es pedir la mano de mi hija, me temo que pierden el tiempo.

– ¡Qué falta de hospitalidad!

– Irrumpes en mi casa sin previo aviso, traes a tu hijo que ha pasado los últimos años de su vida robando y causando escándalos, y pretendes casar a mi inocente hija con este rufián, algo que, te lo advertí, es absolutamente imposible. ¿Y ahora te asombras de mi falta de hospitalidad? En toda tu vida no hiciste otra cosa que tratar de arrebatarme mis tierras, pero no lo lograste, y ahora esperas obtenerlas a expensas de mi niña. ¡Jamás! ¡Te lo juro! ¡Márchate de inmediato! ¡Llévate a ese maldito engendro y no vuelvas a pisar mi propiedad!

Rosamund se plantó firme y extendió el brazo señalando la salida. La familia contemplaba la escena en absoluto silencio. Sus hijas nunca la habían visto tan enojada.

– Siempre fuiste una mujer insoportable. ¡Esta tierra es de los Bolton, perra estúpida, y lo seguirá siendo! ¡Te mataré antes de permitir que entregues Friarsgate a un extraño!

Se abalanzó sobre ella hecho una furia, pero Rosamund fue más rápida y dio un paso atrás.

– ¡Vete! -gritó con voz potente.

El rostro de Henry viró del rojo al morado.

– Ojalá hubieses muerto junto con tu hermano y tus padres. Siempre has sido una desgracia para mí, ¡maldita bruja! Todo esto debería ser mío, ¡mío! -Le salía espuma por la boca. Luego pegó un horrible alarido y cayó postrado a los pies de su sobrina.

– Me parece que por fin has aniquilado al viejo demonio -dijo el joven Henry mientras Edmund, arrodillado, tomaba el pulso a su medio hermano.

– Está muerto -informó el tío.

– ¡Me alegro! -replicó Rosamund con vehemencia.

El padre Mata se acercó y le aconsejó amablemente:

– Ten piedad de él, milady.

– Él nunca tuvo piedad de mí. No obstante, le daré en la muerte lo que jamás le daría en vida, padre Mata. Dejaré que lo entierren en Friarsgate.

El sacerdote hizo un gesto de aprobación.

– ¿Su casa es mía ahora? -se interesó el joven Henry.

– No -se apresuró a responder Tom-. La construí para él mientras viviera, pero forma parte de Otterly y Otterly es mío. Sé que tu padre redactó un testamento y que tú eres el único heredero. Ven a verme uno de estos días y averiguaremos qué te ha legado..

El joven asintió. Luego se dirigió a Rosamund y le hizo una reverencia.

– No diré que ha sido un placer volver a verte, prima. Aunque confieso que preferiría mil veces casarme y acostarme contigo que con esa tonta de tu hija. Soy un hombre experimentado ahora, y las mujeres me consideran muy diestro en la cama.

– ¡Lárgate! Me repugnas. Ni siquiera sientes pena por tu padre.

– No, no siento pena por mi padre. Lo detestaba. Siempre lo odié por la crueldad con que trataba a mi madre. Si me hubiera apoderado de Friarsgate, lo habría echado a patadas como tú. Y nunca hubiera permitido que enterraran sus inmundos huesos en esta tierra. -Se inclinó una vez más ante Rosamund. -Tal vez regrese algún día.

– Jamás -respondió con dureza y frialdad.

CAPÍTULO 15

La mañana siguiente al cumpleaños de Bessie, llevaron los restos mortales de Henry Bolton al cementerio familiar y le dieron cristiana sepultura junto a la tumba de su madre. Los padres y el hermano de Rosamund yacían al lado del abuelo. El hijo de Henry no había regresado para el entierro, y Rosamund temía que estuviera en las inmediaciones y que hubiera visto a Philippa.

– ¿Sabes si mi primo estuvo con su padre este invierno? -le preguntó a Tom.

Lord Cambridge meneó la cabeza.

– De haber estado, habría llamado al sheriff. ¡Por Dios, prima, me podría haber asesinado en la cama sin siquiera enterarme! -La idea lo hizo palidecer. -Me pregunto por qué la señora Dodger no me lo dijo, aunque la vi poco durante el invierno. Desde luego, hablaré con ella cuando regrese a Otterly dentro de unos días.

– Pero si la embaucaron o la amenazaron ya no podrás confiar en ella, sobre todo si mi primo anda por allí. ¡Oh, Dios! ¿Qué voy a hacer, Tom? Ojalá me hubiera casado con Patrick.

– ¿Todavía piensas en él?

– No lo he olvidado ni por un instante.

– Y nunca lo olvidarás, pero debes continuar con tu vida, pues él nunca volverá a estar de nuevo contigo y lo sabes.

– Lo sé, y sin embargo, no puedo evitar el sufrimiento que me produce su ausencia, un sufrimiento que no deseo compartir con nadie. Ahora mi problema consiste en saber si el joven Henry continúa acechándonos. ¿Cómo voy a proteger a Philippa? No puede estar constantemente custodiada por hombres armados y tampoco quiero amedrentarla.

La solución al problema llegó días más tarde, cuando un mensajero de la reina Catalina le comunicó que Su Alteza requería su presencia en la corte. La joven se sorprendió, pues no comprendía que aún se acordaran de una persona tan insignificante como ella. La reina tenía, por cierto, cosas más importantes de las que ocuparse. Las aventuras de Enrique Tudor en Francia, el año pasado, y la aplastante victoria de los ingleses en Flodden habían colocado a Inglaterra casi en la cima del mundo. Incluso en el norte se sabía que los representantes de todos los países de Europa llegaban a Londres para presentar sus credenciales al rey, en calidad de embajadores. ¿Cómo era posible que todavía la recordaran en medio de tantos triunfos?

– Es la solución que buscabas -dijo Thomas Bolton-. Iremos a la corte y llevaremos a Philippa con nosotros. Ya ha conocido a la reina Margarita y a su difunto esposo. Ahora le toca saludar a nuestros reyes, y si la niña les cae en gracia, las consecuencias de esa visita pueden ser muy ventajosas. Enviaré un mensaje para que tengan listas las casas de Londres y Greenwich y aprovecharé el viaje para reunirme con mis orfebres. También debemos buscar a un agente de ventas que se ocupe de nuestros asuntos en Londres. ¡Ah, me olvidaba! Nuestro barco estará listo para hacerse a la mar el año próximo. Si este año retiramos nuestros tejidos del mercado, aumentaremos tanto las existencias como la demanda.

– Durante nuestra ausencia haré construir un depósito de piedra donde almacenaremos la mercadería. -Entonces, ¿iremos a Londres?

– Desde luego que sí. El año pasado no estaba en Friarsgate cuando el rey me invitó, y después estalló la guerra y no me atreví a emprender el viaje. No puedo permitirme desairar a la reina ni a su marido. Además, llevar a Philippa con nosotros es la mejor manera de protegerla de mi primo Henry. Pero, ¿qué pasará con Banon y Bessie?

– Philippa es tu heredera y es todo cuanto le interesa -la tranquilizó Tom-. Sin embargo, me aseguraré de que Friarsgate esté bien custodiado. No sé si te agradará mi sugerencia, pero ¿por qué no recurres a tu vecino, el señor de Claven's Carn, y contratas a algunos de sus hombres para que cuiden tus tierras y protejan a tus hijas? Quizá no te agrade Logan Hepburn, pero es un hombre honesto y valiente.

– No me desagrada, Tom -respondió, pensativa-, y tu propuesta es sensata. Encárgate del asunto, por favor.

– Es preferible que lo haga Edmund, al fin y al cabo es tu administrador.

– Tienes razón, primo. No me gustaría que Logan Hepburn malinterpretara las cosas.

Tom ocultó su sonrisa y asintió con aire solemne.


El administrador mandó un recado al señor de Claven's Carn preguntándole si podía venir a discutir ciertos asuntos de interés para ambos. Cuando Logan apareció junto con el mensajero de Friarsgate, Edmund y Tom no pudieron contener la risa. No obstante, se las ingeniaron para ocultar su buen humor ante Rosamund, que había permitido a su tío encargarse de la negociación. Los tres hombres se sentaron en el salón de la casa y los sirvientes les trajeron cerveza, pan y queso.

– ¿Qué puedo hacer por usted, Edmund Bolton? -preguntó el lord de Claven's Carn, mientras sus ojos escudriñaban el salón.

– El viejo Henry Bolton apareció con el rufián de su hijo el día del cumpleaños de Bessie e interrumpió la celebración. Quería arreglar el casamiento de Philippa con su hijo, aunque Rosamund ya le había advertido que eso era imposible. Se lo repitió, y el viejo se puso tan furioso y armó tal alboroto que su corazón no pudo soportarlo y cayó muerto allí mismo. Lo enterramos hace varios días. No obstante, su hijo sigue siendo un peligro para Philippa. A Rosamund la han convocado a la corte y partirá dentro de poco acompañada por Tom y llevando a Philippa con ella para protegerla. Desea para su hija un destino más promisorio, y visitar a los reyes no es sino el primer paso.

Logan asintió.

– Siempre ha obrado con gran sensatez en lo que respecta a su hija. Friarsgate no es una herencia despreciable. Y veo que han agregado ovejas Shropshire a sus rebaños.

– Así es.

– ¿En qué puedo servirles, entonces?

– Deseamos contratar a algunos de sus hombres en calidad de custodios armados para evitar que ese rufián y sus amigos cometan algún desmán o secuestren a Banon o a Bessie aprovechando la ausencia de Rosamund.