– Ven conmigo, Logan Hepburn, y te mostraré dónde dormirás. Buenas noches, Tom.


Rosamund se había reunido con Bessie y Banon en sus aposentos con el propósito de comunicarles que a la mañana siguiente partirían a Claven's Carn para pasar allí una corta temporada.

– El pobre lord está muy solo sin su esposa y podrán jugar con su hijito Johnnie, mis amores -les explicó.

Las niñas no se opusieron. Por otra parte, ya se los había dicho Philippa, que también les había recomendado no decírselo a su madre, pues se angustiaría.

– Ella piensa que todavía somos bebés -comentó la hermana mayor.

Luego de acostar a Banon y Bessie en sus respectivas camas, Rosamund ayudó a Maybel a preparar el equipaje de sus hijas.

– Me sorprende que hayas permitido a Logan Hepburn hacerse cargo de ellas. Francamente, no te creía tan sensata -dijo Maybel, sin rodeos.

– Tuve que dejar de lado mis propios sentimientos por el bien de las niñas.

– Entonces, ¡aún sientes algo por Logan Hepburn!

– Todavía me irrita, si eso es lo que quieres decir -respondió Rosamund con brusquedad-. Aunque esta noche se mostró muy considerado y se dirigió a mí siempre en términos respetuosos. Sería injusta si lo criticase.

– Quizás haya cambiado -sugirió Maybel.

– Los hombres rara vez cambian después de cierta edad.

– Tal vez su esposa, que Dios la tenga en la gloria -Maybel se santiguó-, le enseñó a comportarse. Él no la amaba, pero le tenía un gran respeto.

– Te has vuelto tan locuaz como el chismoso de Tom -la provocó Rosamund, al tiempo que se echaba a reír.

– Me cuesta creer que te vayas otra vez. Antes no te gustaba viajar. Ahora, en cambio, pasas una breve temporada en tus tierras y ¡de nuevo a rodar por los caminos!

– Preferiría pasar el resto de mi vida en Friarsgate, te lo aseguro. Ya he tenido suficientes aventuras, pero no puedo desoír el llamado de la reina.

– ¿Por qué la reina Catalina te ha mandado llamar, si se puede saber? La amistad entre ustedes no es tan íntima como tu amistad con la reina Margarita. Sé que acudiste en su ayuda, pero ya no te necesita.

– Aunque el citatorio lo firme la reina Catalina, sin duda proviene del rey. El embajador de Inglaterra en San Lorenzo pensó que me conocía. Nunca nos presentaron, pero me vio en algún momento, durante mi última visita a la corte. Según Tom, acaba de regresar a Londres. Probablemente me ha reconocido y ha corrido a contárselo al rey. Enrique Tudor debe de estar muerto de curiosidad por saber qué estaba haciendo yo en San Lorenzo el invierno pasado, acompañada por un lord escocés. Su curiosidad debe de ser tal que no se sentirá satisfecho hasta que conozca la respuesta.

– Pero es un rey poderoso. Tiene a toda Europa a sus pies. Ha obtenido grandes victorias en Francia y ha quebrado el espíritu de Escocia en Flodden. ¿Por qué perdería su tiempo ocupándose de nimiedades?

– Porque una vez fuimos amigos, Maybel, y querrá asegurarse de que no lo he traicionado. Estas nimiedades, como tú las llamas, le interesan sobremanera.

– ¿Le hablarás del conde de Glenkirk?

– No tengo otra alternativa, pues lord Howard indudablemente se lo habrá dicho.

– ¿No podrías enviarle un mensaje explicando el asunto? Rosamund soltó una carcajada.

– Ojalá pudiera. Pero querrá que le cuente la historia personalmente para poder mirarme a los ojos y escudriñarme el semblante. De otro modo, no se convencerá de mi lealtad. Enrique Tudor es un hombre celoso, Maybel.

– Me parece que ha cambiado muy poco desde que era un niño y trató de seducirte casi frente a su abuela.

– Oh, sí que ha cambiado, Maybel. El poder y la riqueza han contribuido enormemente a ese cambio. Ejerce su imperio con una majestuosidad digna de un dios, aunque siga siendo el mismo niño perverso.

Maybel suspiró.

– No me agrada que te vayas.

– A mí tampoco, pero las consecuencias de no acatar las órdenes reales serían funestas para Friarsgate. Me he pasado la vida cuidando de mis tierras. No quiero verme obligada a casarme con uno de los hombres del rey ni poner en peligro el futuro de Philippa. Iré. Además, Tom estará conmigo y sabes bien cuan divertido les resulta al rey y la reina. Todo marchará de maravillas.


A la mañana siguiente, el señor de Claven's Carn se dispuso a cruzar la frontera con las hijas de la dama de Friarsgate. Ella salía de misa cuando se encontraron inesperadamente en el salón, todavía solitario.

– Me alegra que estemos solos. Quería decirte que cuidaré a tus hijas como si fueran mías, Rosamund.

– Sé que lo harás -respondió, mientras se derretía por dentro ante la vista de esos ojos tan increíblemente azules que la miraban.

– ¿Cuándo piensas volver?

– Lo ignoro. No me agrada la corte del rey Enrique, pero es mi obligación acudir al llamado de la reina. Sospecho que el rey se ha enterado de mi estadía en San Lorenzo y quiere una explicación. Enrique Tudor es un hombre suspicaz y ve demonios donde no los hay.

Logan asintió en silencio y luego le preguntó:

– Rosamund, no suelo hablar con delicadeza, pero me gustaría que no te comprometieras con ningún caballero mientras estés afuera. Me agradaría o, mejor dicho, me encantaría tener la oportunidad de ser tu amigo cuando regreses.

– ¿Mi amigo? -dijo ella, mirándolo de soslayo.

Logan se sonrojó pensando que sus palabras podían prestarse a una interpretación errónea.

– Tu amigo -repitió-. Y quizá esa amistad nos conduzca a…

No se atrevió a terminar la frase, temeroso de pronunciar la fatídica palabra y de espantarla para siempre.

– ¿Quieres cortejarme con vistas a un futuro matrimonio?

– ¡Sí! -admitió. En su mirada había un alivio tan grande que la joven se echó a reír.

– Entonces no me comprometeré con nadie en la corte, pero no te puedo prometer más que eso. ¿Me comprendes? Aún no sé si me casaré de nuevo. -La sonrisa que le dedicó fue breve, aunque deliciosamente trémula.

Él hubiera querido decirle que no se había mostrado tan dubitativa con Patrick Leslie, pero no lo hizo. Se acordó de Stirling y pensó que nunca había visto una pasión tan pura y, a la vez, tan desenfrenada como la que ellos mostraban en aquel momento. Jamás imaginó que pudiese existir un amor así. Y aunque a Rosamund le resultara imposible amarlo con la misma intensidad que al conde, estaba dispuesto a aceptar lo que ella le diese, si todavía quedaba algo en su corazón.

– Comprendo. No pido nada y no quiero que me prometas nada. Comenzaremos de nuevo. Y un día, quién sabe…

– ¡Milord, milord! -exclamó Bessie, tirándole de la manga. Era la más parecida a Owein Meredith, con su suave pelo rubio y sus grandes ojos grisáceos.

– Sí, Bessie, ¿qué ocurre?

– ¿Puedo llevar a mi perrito, milord? El terrier que tío Tom me regaló para mi cumpleaños -pidió, mientras sostenía en los brazos pequeña mascota de pelo moteado, blanco y marrón.

Logan se inclinó hasta quedar a la altura de la niña.

– No parece muy grande, Bessie. Sospecho que no ocupará mucho lugar en el cuarto y que se sentirá muy solo sin ti. Lo llevaremos. ¿Cómo se llama? -dijo, acariciando la cabeza del perrito, que comenzó de inmediato a lamerle los dedos.

– Se llama Tam por mi tío Tom -respondió Bessie.

– Lo pondremos en una canasta y lo llevarás en tu poni.

– Logan es muy generoso, mamá -murmuró Philippa acercándose a su madre-. Banon y Bessie la pasarán muy bien con él.

– Sí -se limitó a contestar su madre. Tal vez Jeannie, que Dios la tenga en la gloria, había logrado civilizarlo.


Después del desayuno se prepararon para la partida del señor de Claven's Carn. Las niñas ya estaban montadas en los ponis, impacientes.

– Volveré mañana con los hombres encargados de vigilar Friarsgate y con quienes te escoltarán al sur -anunció Logan.

– Partiré mañana y haré un alto en el monasterio de mi tío.

– Me parece una idea excelente y evitarás que Philippa se canse. Es un viaje demasiado largo.

Rosamund miró en torno y dijo:

– Todavía no veo a nadie en lo alto de las colinas. Últimamente, siempre hay alguno espiándonos.

– No. Envié a mis hombres al alba para ver qué sucedía y, tal como lo sospeché, no aparecieron tu primo ni sus rufianes. Es mejor que nos vayamos antes de que Henry se percate de que tú y tus hijas se han ido. Te agradezco la hospitalidad, Rosamund Bolton.

Luego, montó en su brioso corcel y encabezó la marcha, seguido por sus hombres. Detrás iban Banon y Bessie, el carro con sus pertenencias y, finalmente, las dos criadas.

Rosamund les dijo adiós con la mano, y las niñas, después de responder al saludo sin mucha efusividad, se concentraron en la aventura que tenían por delante y no en la madre que dejaban atrás.

Los ojos de ella se llenaron de lágrimas.

– Sólo se van a Claven's Carn, mamá. No las has perdido para siempre la consoló Philippa.

A despecho de su tristeza, no pudo menos que reír.

– Philippa, tienes tanto sentido común… No sé de quién lo heredaste, pero me alegro.

– Según Edmund, me parezco a la bisabuela.

Pasaron el día ocupadas en los preparativos del viaje. Algunos de los vestidos de Rosamund habían sufrido modificaciones considerables bajo la dirección de Tom, al igual que los dos atuendos que Philippa había usado el año anterior en Escocia, a los cuales se sumaba ahora un vestido nuevo. También las alhajas y otras pertenencias fueron cuidadosamente elegidas y empaquetadas. Era preciso que la madre y la hija se presentaran en la corte vestidas a la moda.

– Ojalá pudiera acompañarlas, milady -dijo Annie melancólicamente. Estaba de nuevo encinta y aún no había destetado a su primer hijo.

– Lo hará Lucy -contestó Rosamund-. La has entrenado muy bien y deberías sentirte orgullosa de tu hermana.

– Pero ella irá a la corte y yo me quedaré aquí -se lamentó. Rosamund se echó a reír.

– Los viajes no son muy placenteros que digamos, Annie, ¿o ya te has olvidado?

– Sí, he olvidado las molestias del viaje, pero recuerdo San Lorenzo bajo el sol invernal, milady.

– De todos modos, no puedes quejarte. Has conocido San Lorenzo, la corte del rey Enrique y la del pobre Jacobo Estuardo, que Dios lo tenga en la gloria.

– Sin embargo, me gustaría ver al rey Enrique en toda su magnificencia. ¿Se quedará mucho tiempo, milady?

– No más que el necesario. Annie cerró el baúl con las ropas de su ama y dijo:

– Se rumorea que el señor de Claven's Carn estaría dispuesto a cortejarla si usted se lo permitiera.

Rosamund meneó la cabeza. ¿Por qué los sirvientes siempre acaban por enterarse de aquello que uno no quiere que se enteren?

– Me voy a Londres, Annie, y no tengo tiempo para dedicar a mi sempiterno enamorado escocés.

Annie esbozó una sonrisita irónica.

– A usted siempre le agradó mantener las cosas en secreto.

– Nadie puede guardar un secreto en Friarsgate -replicó su ama, soltando una carcajada.


Logan regresó a la mañana siguiente acompañado por treinta hombres.

– Los más jóvenes vigilarán Friarsgate y los más avezados te acompañarán al sur.

– ¿Cómo están Banon y Bessie? -le preguntó ella, sin disimular su ansiedad.

– Cansadas después del viaje. ¡Pero qué niñas tan adorables tienes, Rosamund! Ya han seducido al ama de llaves y el pequeño está encantado con ellas.

– ¿Johnnie se parece a ti?

– Es como tu Bessie. Físicamente se parece al padre, pero ha heredado el carácter de mi dulce Jeannie. Puede cambiar cuando crezca, no lo sé, pues nunca he criado a un niño.

– Si las niñas te fastidian, manda llamar a Maybel y las aleccionará. Aunque es mejor que la anciana se quede en Friarsgate. Su ausencia pasaría menos inadvertida que la de mis hijas. Y te agradezco nuevamente, tanto por los hombres que has contratado como por cuidar a mis hijas, Logan Hepburn.

– Esperaré ansiosamente tu regreso.

– Yo extrañaré un poquito tu arrogancia. Te comportas de una manera muy educada conmigo, como si caminaras sobre huevos y tuvieras miedo de pisarlos, Logan Hepburn.

– Procuro demostrarte que no soy un rústico fronterizo ni un canalla escocés, como me llamaste en una oportunidad, ni indigno de pedir tu mano, Rosamund. Si me permitiera incurrir en mi conducta anterior, consideraría seriamente la posibilidad de impedir este viaje. Te tomaría en mis brazos y te besaría hasta que te flaquearan las piernas. Luego te llevaría a la iglesia para que el padre Mata nos casara dijo sonriendo como un lobo contemplando su apetitosa presa-. Pero tú prefieres un amante civilizado. Cuando nos casemos… en caso de que me aceptes -se apresuró a corregirse-, te prometo que me convertiré en el hombre que necesitas, Rosamund Bolton.